"La France…considère que les changements accomplis…depuis 1949,…ainsi que l´évolution de sa propre situation et de ses forces, ne justifient plus…les dispositions d´ordre militaire prises après la conclusion de l´alliance….La France se propose de recouvrer sur son territoire l´entier exercise de sa souveraineté, actuellement entamé par la présence permanente d´éléments militaires alliés ou par l´utilisation habituelle qui est faite de son ciel, de cesser sa participation aux commandements "integrés" et de ne plus mettre de forces á la disposition de l´OTAN….La France croit devoir…modifier la forme de notre alliance sans altérer le fond".
Con estas palabras, el 7 de marzo de 1966, el entonces Presidente de Francia, Gral De Gaulle comunicaba a Lyndon Johnson que Francia se retiraba de la Organización del Atlántico Norte. Contrariamente a lo que la historia política posterior ha recogido, esta decisión no era un mero acto teatral del General. Era, sí, una puesta en escena pero de una política que se había ido moldeando durante las innumerables humillaciones, exclusiones y destratos a De Gaulle, de parte de Churchill y de los Estados Unidos durante la guerra contra el nazismo. Era el resultado de la convicción que Francia estaría indisolublemente ligada a EEUU y a Gran Bretaña, pero nunca en las condiciones que estas dos potencias pretendían y pretenderían
Durante 8 años, la secuencia de decisiones de De Gaulle es, simultáneamente, implacable e impecable. El 17 de septiembre de 1958, el Presidente de Francia se dirige al Premier británico Macmillan y a Eisenhower: les reclama una dirección tripartita de la Alianza Atlántica. Su pedido es ignorado: el 11 de marzo del 59 las fuerzas navales francesas del Meditarráneo quedan fuera de la órbita de la OTAN. En junio de ese mismo año, De Gaulle revoca la autorización de la presencia de armas nucleares extranjeras en territorio francés: 200 aviones norteamericanos deben salir de Francia. En febrero de 1960, De Gaulle da la orden, bastante demorada por él mismo, de estallar la bomba atómica de Francia. En enero de 1963, De Gaulle rechaza la propuesta anglo-americana de crear una fuerza nuclear multilateral conjunta y advierte que, de proceder los otros países a la iniciativa, Francia se retira inmediatamente de la Alianza. El 21 de junio de 1963, Francia le niega competencia al mando de la OTAN sobre sus fuerzas navales en el Atlántico Norte y en el Canal de la Mancha.
Duramente criticado y hasta satirizado por los anglosajones, De Gaulle molesta pero no se inmuta. Recuerda, impertérrito, que el Tratado de la Alianza del Atlántico, firmado el 4 de abril de 1949 en Washington, preveía explícitamente una revisión a los 10 años. Y esta revisión no se ha realizado y, hasta ese momento, todo el mundo occidental se hace el distraído al respecto. Señala, además, que las condiciones de la Guerra Fría han cambiado: que aquellos europeos que creen que la OTAN habrá de defenderlos de los eventuales ataques rusos se equivocan totalmente: los EEUU acaban de aprobar una doctrina de defensa nuclear de "respuesta gradual". Es decir, en buen romance, que comprometerán su arsenal muy marginalmente en Europa y defenderán, sí, su propio territorio. Por lo tanto Europa necesita su propia defensa y la "force de frappe" francesa habrá de ser la base.
Todo ello no significa un milímetro de concesión al bloque comunista: en plena "Crisis de los Misiles" en Cuba, el Presidente Kennedy recibirá el total apoyo de Francia ante las bravuconadas soviéticas. Tres días después de la comunicación de la salida de la OTAN, el 10 de abril del 66, el Primer Ministro de De Gaulle, Georges Pompidou, defendía la decisión tomada ante el Parlamento con precisión cartesiana: "No hemos cesado, desde hace años, de proclamar tanto nuestra fidelidad a la Alianza Atlántica…cuanto nuestra voluntad de revisar la organización militar "integrada" que se le ha superpuesto". La respuesta de Lyndon Johnson a Francia estuvo a la altura de la escasa dimensión histórica del personaje: "Vuestro punto de vista según el cual la presencia de fuerzas aliadas en suelo francés lesiona la soberanía francesa me deja perplejo…Siempre consideré su presencia como una manera sabia y previsora de ejercer la soberanía francesa" (itálicas JBS)
Los frutos de esta política aparentemente cerradamente nacionalista (que hoy nos suena particularmente arcaica), están a la vista de las nuevas generaciones de europeos que, seguramente, poco conocen de lo anteriormente escrito. El motor de fondo de ese rigor político era crear el espacio político necesario para que el proceso de integración, iniciado con el Tratado de Roma, siguiese su curso. Prueba de ello son los otros dos énfasis cardinales de la política exterior gaullista: una permanente insistencia sobre la importancia clave del eje Francia/Alemania y el rechazo reiterado a una Gran Bretaña que aparecía (y en gran medida lo era) como una mera sucursal de la política norteamericana.
Hoy, la tecnología nuclear europea en todas sus aplicaciones (Francia es el país con más energía eléctrica generada nuclearmente del mundo, y otros países europeos le siguen en ese camino), los éxitos de la industria aeronáutica militar y civil del viejo continente (desde Airbus hasta aviones de caza Rafale o helicópteros Puma y Superpuma), la creación de una industria europea de armamentos de todo tipo que compite eficientemente con la norteamericana y la rusa, el desarrollo del proyecto de un lanzador europeo de satélites (Arianne), el despliegue de una infraestructura ferroviaria de alta tecnología que integra a todo el continente, son, entre otros, directa o indirectamente, resultados de la triple obstinación gaullista. Alianza con Alemania, competencia frontal con los EEUU y rechazo de una Gran Bretaña que continuaba (y continúa en plena globalización) creyendo que es La Isla central del Occidente. Allí están las bases de la Unión Europea, cada vez más poderosa, que hoy conocemos.
¿Por cuales razones, si esto es así, el 11 de marzo próximo pasado el Presidente Sarkozy anuncia, un poco inopinadamente, el retorno de Francia al comando militar integrado de la OTAN para sorpresa de la población francesa, de no pocos países europeos y de otros continentes?
Aunque la respuesta a esta pregunta todavía no es de fácil resolución, no deja de ser cierto que el mundo en el que se forjó la doctrina gaullista pertenece definitivamente al pasado. La Unión Soviética ha desaparecido y la prepotencia norteamericana, tan real en los años 60s, es hoy una patética caricatura de la cual el gobierno Bush parece haber sido el último acto penoso. Por otra parte, la propia OTAN es hoy más un vetusto mastodonte regido por la lógica de la Guerra Fría que un aparato con real capacidad de influir fuertemente las políticas de la Unión Europea.
No obstante, aunque la Francia que retorna a la OTAN lo hace airosamente apoyada en una construcción europea realmente sólida, la asignatura pendiente que seguramente preocuparía hoy a De Gaulle es la inexistencia de una fuerza de defensa europea autónoma. Si pudo construir el euro, ¿por qué no puede avanzar en una estructura común de defensa? Sería ingenuo endosar esta falencia a los EEUU. Si la Unión Europea no concreta este nuevo paso hacia una integración cada vez más profunda es, esencialmente, porque no ha sabido estructurar una voluntad política en ese sentido.
Sarkozy sostiene que, con Francia integrada a la OTAN, ésta última podrá actualizarse e, incluso, colaborar en el surgimiento de una defensa europea que reemplazaría paulatinamente el obsoleto papel de la antigua Alianza en el viejo continente en la medida en que los EEUU hace tiempo que sienten su presencia en Europa como una carga particularmente pesada.
El argumento es débil y no convence a la mayoría de los analistas. El tiempo dirá si, detrás de la decisión del Presidente de Francia hay una reflexión estratégica seria y favorable a la construcción europea o si, simplemente, Sarkozy tomó una decisión meramente circunstancial. En cualquier caso, resulta claro que nadie forzó a Francia a este retorno. Eso no es poco; lo de De Gaulle no fue totalmente en vano.
Catedrático de Ciencia Política Facs - ORT- Uruguay