"MARE NOSTRUM": EUROPA QUIERE SOL
Por Javier Bonilla Saus*
A escasos días de la llegada triunfal de Ingrid Betancourt a Paris, que resultó ser un importante éxito político para Nicolás Sarkozy (aunque su intervención concreta en la liberación de la rehén colombiana continúa siendo un enigma), el Presidente francés acaba de anotar, nuevamente, un tanto a su favor. El domingo 13 de julio encabezó el lanzamiento de la Unión para el Mediterráneo (UPM), una de sus ideas-fuerza en materia de política exterior desde que asumió la Presidencia.
Lograr la realización de la cumbre y la puesta en marcha de esta UPM no fue tarea sencilla para el Quai d´Orsay. "Grosso modo", el Norte de la Unión Europea intentó detener la iniciativa francesa; Roma lo rechazaba "ideológicamente" y Madrid clamaba por recordar que esta "nueva" UPM no era otra cosa que el antiguo "Proceso de Barcelona" que, encallado por largo tiempo, venía a ser reflotado por los franceses a espaldas de España. Ni hablar que el escepticismo británico se expresó en todo su esplendor cuando "The Times" tituló "…Nicolas Sarkozy host "Club Med" summit". El ataque de acidez británico no habría de sorprendernos ya que, durante casi una década, la política exterior de ese país ha sido, esencialmente, seguir a EEUU como escudero en las verdes, en las maduras e, incluso, en las ya demasiado maduras.
Pero, aunque la agenda explícita de la reunión no era muy clara y los proyectos concretos que debería encarar la naciente organización, por demás vagos e imprecisos, lo cierto es que el "Club Med" se llenó. Seguramente, la agenda implícita presentó interés para más de uno. Con la presencia en París de los líderes de 43 países (que representan aproximadamente unos 800 millones de habitantes de la cuenca mediterránea), el Secretario General de la ONU, el Presidente de la Unión Europea y el Secretario General de la Liga Árabe, Francia llevó a cabo su primer gesto internacional significativo como nación depositaria de la presidencia semestral del Consejo Europeo.
El acontecimiento es de importancia nacional e internacional, y por múltiples razones.
Desde el punto de vista exclusivamente interno, en lo que hace, pues, a "la política francesa" en sentido estricto, Nicolás Sarkozy necesitaba fortalecer una imagen bastante deteriorada por el desencanto causado entre sus conciudadanos por el amplio "gap" existente entre las expectativas creadas antes de la elección presidencial y las políticas efectivamente implementadas en lo que va del período de gobierno. Si la aparición de Ingrid Betancourt fue un buen punto para su gobierno, la puesta en marcha de la UPM con la presencia, en el Grand Palais, de prácticamente todos los líderes convocados (sólo dos ausencias se hicieron sentir, Muhammar El Khadafi de Libia y el Rey Mohamed VI de Marruecos, que envió a su hermano el príncipe Mulay Rachid) constituyó un éxito mediático cierto para el Presidente Sarkozy. En realidad hacía muchos años que París no albergaba una reunión internacional de ese calibre y, menos aún, en ocasión de una iniciativa de política exterior claramente marcada por la voluntad presidencial y con el perfil de la tradición "meridional" de una política internacional que, desde el gaullismo, Francia llevase adelante por décadas en su fachada mediterránea.
También, en lo que hace al timing de la política francesa y europea, el nacimiento de la UPM vino en el momento oportuno. La por demás opinable política hacia los inmigrantes que se está implementando en la Unión Europea, resulta particularmente agresiva para un buen número de países del Sur mediterráneo. Este gesto europeo de apertura sólo podía ser bien visto por esos países que son, en gran medida, punto de partida de la emigración hacia Europa y, además, mayoritariamente islámicos.
Pero si esta reunión fue de importancia para Francia y, al mismo tiempo, para la Unión Europea, es probable que también resulte ser significativa para la situación política internacional a nivel global.
Varios fueron los acontecimientos "fuertes" del evento. En primer lugar, el lanzamiento de la UPM tuvo efectos (el tiempo dirá si positivos y duraderos o meramente mediáticos) en el Medio Oriente. El Primer Ministro Israelí, Ehud Olmert se reunió con el Presidente de la Autoridad Palestina Mahmoud Abbas, y con Recep Tayyip Erdogan, Primer Ministro de Turquía. Este último, a su vez, se reunió, por separado, con Olmert y Assad respectivamente, en sendos encuentros cuyas agendas no deben haber sido menores pero que, en todo caso, perfilan a Turquía como un "mensajero" plausible entre estos dos enemigos acérrimos. Al mismo tiempo, el Presidente francés trabajó arduamente para que El Líbano y Siria avancen, lo más rápidamente posible, hacia el establecimiento de relaciones diplomáticas a pesar del largo distanciamiento sirio-francés existente hasta esta reunión.
En segundo lugar, y en lo que hace el relacionamiento con el mundo islámico y, particularmente todo el norte africano y el Maghreb, la reunión propició un fortalecimiento de la figura del Presidente egipcio, Hosni Mubarak. Éste, que copresidió la reunión y dirigirá la nueva organización hasta noviembre conjuntamente con Nicolás Sarkozy, insistió en que ambas márgenes del Mare Nostrum "…están unidas por un destino común…".
Pero, a decir verdad, el plato de resistencia estaba vinculado a "la reaparición" de Siria. En efecto, el Presidente de Siria, Bashar al Assad, pudo hacer una breve incursión internacional y salir de varios años del fuerte aislamiento resultante de su política en el Líbano y en todo el Medio Oriente. El tema no era menor porque la presencia de Assad (que disgustó a mucha gente, incluídos mandos militares franceses que refunfuñaron ante la perspectiva de tener que defilar ante su presencia), las entrevistas mantenidas con Ángela Merkel, con Nicolás Sarkozy y con el Premier turco, así como sus declaraciones a la prensa constituyen probablemente un hecho político radicalmente novedoso y, quizás, promisorio.
Assad en París, sentado con 43 jefes de Estado, puede parecer una locura. Pero ese acontecimiento adquiere sentido si recordamos que, el primer gran ausente en este nuevo escenario es ni más ni menos que Irán, el gran aliado de Assad y la emergente potencia cada vez más amenazante en el Mediterráneo oriental y mucho más allá. El otro gran ausente en la reunión, por otra parte, fue Rusia que, aunque esté lejos de ser una potencia mediterránea, al igual que Irán no puede prescindir de ese vector significativo en su política exterior.
Desde esa perspectiva, esta UPM debería ser vista como la aparición de un espacio de diálogo y negociación razonablemente novedoso entre Europa (y, forzosamente, Occidente) y un mundo islámico cuya crispación anti-occidental no es necesario hacer explícita. Al mismo tiempo, la UPM es un ámbito de fortalecimiento de los regímenes moderados del sur del Mediterráneo y, por ende, un lugar de construcción de un relato de "cooperación internacional" Norte-Sur que recorta el radio de acción a los distintos extremismos islámicos (y a algún extremismo occidental que puja por emerger, también.). El hecho de que en este nuevo espacio no estén presentes algunos actores que, hasta la fecha, han apostado más a la confrontación que al diálogo permite alguna esperanza.
En cualquier caso, y más allá del éxito político coyuntural del Presidente Sarkozy, esta UPM deberá caminar todavía un largo trecho para ver si se transforma en una organización creíble y sustantivamente legitimada. Sólo el tiempo dirá si la Unión Europea y esta naciente Unión para el Mediterráneo son capaces de hacer de este histórico mar algo que todos los países, directa o indirectamente vinculados con él, sientan como efectivamente "nostrum".
*Catedrático de Ciencia Política
Depto de Estudios Internacionales
FACS –ORT Uruguay
Depto de Estudios Internacionales
FACS –ORT Uruguay