LA REINVENCIÓN DE “LA JUVENTUD”
Por Javier Bonilla Saus*
Las 4 décadas del mayo francés han sido acompañadas por una serie de reflexiones, tanto en la prensa como en la academia, algo más intensas que en anteriores oportunidades. Quizás ello se deba a la idea, casi siempre acertada, que el tiempo transcurrido permite obtener una visión mas serena de aquellos procesos sociales particularmente polémicos que, de alguna manera, siguen siendo contemporáneos.
En todo caso, a lo largo de este mes, la prensa nacional e internacional ha estado ocupada por artículos de signos contradictorios a propósito de 1968. Y la impresión que deja una rápida -(y forzosamente incompleta)- lectura de lo publicado es particularmente ambigua. Al lado de aquellos que se expresan desde el sempiterno pensamiento conservador y que continúan aferrados a negar la trascendencia del mayo francés -(considerándolo una suerte de extravío momentáneo e intrascendente)-, aparecen los eternos obtusos de la nostalgia. Éstos parecen dispuestos a seguir considerando al movimiento como una maravillosa condensación del mejor idealismo puro y “revolucionario” que “no pudo ser” por el malévolo accionar del enemigo de clase . Lo que sí parecen compartir ambos extremos es la obstinación en referirse a “un 68” en el que una universal “mano invisible” orquestaba el desarrollo de los mas insólitos y contradictorios eventos políticos a lo largo y a lo ancho del planeta.
Revisitar mayo 68 hoy requiere, seguramente, transitar por caminos intelectuales diferentes. En primer lugar es necesario recordar que, el hecho que conjuntamente con el mayo francés se haya condensado en la segunda mitad de la década un número muy significativo de acontecimientos políticamente impactantes, ello no significa que esos eventos perteneciesen a procesos sociales referibles a algún tipo de lógica común. La primavera de Praga, es sólo un anuncio más del creciente deterioro del socialismo real incapaz de dar cuenta de las mas elementales demandas de sus empobrecidas y oprimidas sociedades. Las muertes de Kennedy y de Martin Luther King, por su parte, son hechos que refieren a las mas oscuras tradiciones del conservadurismo norteamericano. El florecimiento de múltiples intentos guerrilleros de origen ambiguamente marxista en América Latina remiten, ante todo, a la sistemática política de exportación guevarista de la Revolución cubana. Una buena parte de los movimientos estudiantiles norteamericanos son un simple y puro rechazo al empantanamiento militar de los EE.UU. en Vietnam y al inminente llamado a filas de nuevas clases de edad. Incluso, hasta el movimiento estudiantil mexicano y la posterior tragedia de Tlatelolco, al menos parcialmente, se explican por una coyuntura muy particular del sistema político príista, enfrentado a la necesidad de albergar las Olimpíadas de ese año con un país razonablemente en paz.
Por eso, quizás, el mejor aporte a realizar antes de intentar reflexionar “en general” sobre los acontecimientos del 68, es detenerse a examinar cuales son aquellos procesos que, efectivamente, están históricamente -(e incluso causalmente)- vinculados entre sí durante la segunda mitad de la década de los 60 y cuales son los que, simplemente, tuvieron lugar mas o menos simultáneamente, pero por las mas diversas razones.
En ese sentido, una observación serena indica un sendero que permite rastrear un elemento común a algunos de los acontecimientos de esos años. Ese elemento es, esencialmente, la emergencia de una cultura juvenil urbana que proponía una visión del mundo profundamente cuestionadora del “establishment” cultural de la postguerra.
En primer lugar es importante detenerse sobre el carácter urbano y juvenil de los acontecimientos del movimiento del 68. Es mas, en un sentido casi antropológico, es posible decir que la categoría de “juventud”, dotada de identidad propia y elevada al nivel de actor social -(y no concebida como un mero momento cronológico que separaba la infancia de la vida adulta)- es una creación de la segunda mitad de los años 60 y los acontecimientos del 68 parecen ser la concreción de esta nueva realidad.
Así, la emergencia de una nueva música específicamente juvenil que, partiendo del jazz y sus versiones tradicionales, se degaja en los fenómenos de Elvis, The Doors, los Rolling Stones, Los Beatles, etc. es un primer indicador de importancia que despunta desde los primeros años de la década. Esa nueva música era portadora de una nueva estética que, en lo cotidiano, se expresó en nuevas modalidades vestimentarias, nuevas modalidades de socialización específicamente juveniles, nuevos hábitos de consumo y hasta nuevas formas de ocupación del espacio urbano en los países mas desarrollados. Así, la minifalda femenina, los cabellos largos masculinos, las vestimentas “a la Elvis” y sus derivaciones, los locales “para jóvenes”, los conciertos multitudinarios de rock, el amor libre, la utilización democratizada de drogas, la instauración de habitaciones “comunitarias”, etc. formaron parte de un nuevo estilo vital que estaba estrechamente vinculado a esa nueva estética.
El igual que en la música, un nuevo cine supo dar señales, tempranas y claras, de la revolución estética –(y por lo tanto cultural)- que se estaba gestando. Si en “Les quatre-cents coups”, Francois Truffaut ensaya una temprana (1959) crítica del autoritarismo familiar e institucional, no menos arrasadora será le “Le bonheur” de Agnès Varda que, en 1967, pone en escena la vida adocenada y zonza de “la banlieue” parisina donde ni la muerte logra obtener ciudadanía por su carácter disrruptor de las rutinas establecidas. En ese sentido, el film de Varda es el antecedente directo del “boulot-metro-dodo” de los estudiantes del año siguiente. El mismo año verá la luz, en los EEUU, “El Graduado” donde Mike Nichols develará magistralmente el profundo malestar de los sectores medios norteamericanos ante las mismas instituciones familiares vividas como instancias opresoras de las aspiraciones individuales. Desde luego que el cine italiano, en lo que sería una suerte de prolongación del neorrealismo de la inmediata postguerra, ofrece multiplicidad de ejemplos de las transformaciones culturales en curso. “La Dolce Vita” de Fellini (1960) es un recorrido errático del protagonista detrás de una Anita Ekberg que deambula por Roma, de fiesta en orgía, donde reina una exuberancia –(corporal, arquitectónica, alcoholica, alimentaria y hasta automovilística)- que se posiciona en las antípodas del temario clásico del neorrealismo y, al mismo tiempo, que sirve de indirecta denuncia del atronador vacío de sentido que realmente encubre ya la floreciente sociedad de la Italia septentrional. Pero quizás sea un film tardío, “C´eravamo tanti amati”, (1975) del entonces joven Ettore Scola, el que mejor exhiba, en la fractura de una profunda amistad forjada en la lucha por un grupo de antiguos “partigiani”, el verdadero estallido cultural que está sufriendo la Italia reconstruída luego del fascismo y su derrota. Música "popular" y cine sólo son traídos aquí sólo como ejemplos: es obvio que en territorios literarios o plásticos, con las especificidades del caso, los mismos emergentes de esta nueva cultura pueden ser rastreados.
Desde luego que esta emergencia cultural era portadora de una fuerte tensión con el “establishment” cultural de la postguerra, tanto en los EEUU, como en Alemania e Italia, que estaban culminando su reconstrucción, o en la Francia de las “trente glorieuses”. En esos países, la generación de los “baby-boomers” venía a cuestionar, en nombre de una “juventud” hasta ahora socialmente inexistente, los valores de una modernidad, políticamente democrática, pero culturalmente cargada de jerarquías sociales, rituales autoritarios, instituciones rígidas, servicios sociales igualadores y deshumanizados y economías doblegadas por las cargas de una a veces agobiante intervención estatal. No debe entonces extrañar que, de las tensiones causadas por la emergencia de esta nueva cultura de la “juventud”, la situación evolucionase hacia un choque cultural que no tardaría en generar las manifestaciones politicas mas promocionadas y por ello mas conocidas. Si el mayo francés aparece como el paradigma, también es cierto que el movimiento “hippie” norteamericano y varias de las conmociones acontecidas en diversas universidades europeas se emparentan con esta emergencia cultural.
Pero sería un doble error, sobrevaluar la importancia política del 68 y, simultáneamente, subvalorar su trascendencia cultural. En Francia al menos, desde el punto de vista político, el movimiento estudiantil del 68 fue rápidamente capturado por el “establishment” de la izquierda tradicional -(comunista, socialista y minoritariamente cristiana)- y transformado en una colosal movilización de masas que tradujo el primigenio reclamo libertario y anti-sistema de los jóvenes en un vasto y ambicioso pliego petitorio de mejoras salariales y de condiciones de trabajo para trabajadores y funcionarios. En ese sentido no deja de ser paradójico que un movimiento que aspiraba radical y utópicamente a “…cambiar el mundo…” se desmovilizase inmediatamente una vez obtenida, por otros actores, una serie de objetivos sindicales que no eran mas que un buen “aggiornamento” del estado social que se cuestionaba y el honorable retiro del Presidente mas importante del siglo XX francés. En otros países europeos, el post 68 fue menos banal: en Italia y Alemania la cooptación del movimiento del 68 por el discurso marxista desembocó en extremismos tales que sus acciones parecieron provenir mas del “dérapage” psiquiátrico que del orden político.
Sin embargo, al mismo tiempo, las dimensiones culturales de la sociedad francesa del post 68 -(y las de otras sociedades similares)- fueron radicalmente trastocadas. En el momento mismo en que se consumó la evaporación de toda ambición política del movimiento, muchas sociedades desarrolladas se plegaron, espontánea, gradual y pacíficamente, a aquel programa cultural que, apenas dos años antes, se exhibía como un descomunal desatino “juvenil”. Frente a los grandes estados intervencionistas y autosuficientes, frente a las desmesuradas e incuestionables centrales sindicales, frente a los grandes grupos de intereses, se erigió nuevamente el individuo ahora celoso de su libertad, de su singularidad, de su autodeterminación, de su cuerpo, de su intimidad y hasta de su ambiente. Una nueva sociedad civil había nacido, poblada de individuos, que sería capaz de poner algún freno al opresivo gigantismo de las macro-organizaciones de la sociedad democrática de masas.
Mas allá de su intrascendencia política, y por ello mucho mas significativamente, los relatos culturales de mayo del 68 nos tomaron de la mano y, sin estridencias ni barricadas, nos introdujeron en la post-modernidad instaurando, rotundamente, la indiscutible preeminencia social de aquella juventud reinventada que, desde inicios de la década, pujaba por su ciudadanía. Para bien o para mal, seguramente para ambas cosas, mayo del 68 habia subvertido radicalmente las raíces de la modernidad tradicional. Luego, nada sería como antes.
*Catedrático de Ciencia Política
Depto de Estudios Internacionales
FACS –ORT Uruguay