¿ADONDE NOS LLEVAS, MADRE RUSIA ?
Prof. Javier Bonilla Saus*
Aunque, en nuestra región, no estemos particularmente atentos a estos aspectos de la coyuntura internacional actual, existe un conflicto latente que, por las dimensiones de su principal actor, es un conflicto global de envergadura que se mantiene “en estado latente”.
En efecto, desde que se llevó a cabo el proceso de disolución de la antigua URSS, el antiguo “espacio soviético” y, particularmente su centro de gravedad, la actual Federación rusa, no terminan de encontrar ni un lugar en el concierto internacional ni una situación política interna razonablemente estable.
En una perspectiva internacional, la antigua gran potencia comunista (que, recordemos, siempre fue un centro de poder durante siglos) se encuentra en una situación geo-política cada vez más incómoda. Ya en 1994, Boris Yeltsin había elevado su voz contra el ingreso de Polonia en la OTAN que, contra la voluntad rusa, se concretó en 1999. En el año 2002, Vladimir Putin había puesto el grito en el cielo si los países bálticos seguían el mismo camino; en el 2004, éstos , a su vez, se sumaron a la Alianza atlántica. Hoy la cuestión es el ingreso de Ucrania y de Georgia; el malhumor del establishment político-militar ruso está en su punto mas álgido.
¿Porqué? Porque de concretarse estas nuevas afiliaciones atlantistas, en buena medida Russia quedaría prácticamente “cercada” desde el Mar del Norte hasta el Mar Negro y , por lo tanto, sin “libre” salida al Mediterráneo si recordamos que Turquía, Armenia y Rumania ya integran la Alianza atlántica. Para empeorar las cosas, la presencia en la cumbre del 3 de abril en Bucarest, de los Jefes de Estado de Uzbekistán y Turkmenistán, anuncia que la expansión de la OTAN parece no tener límites. Esta “corrida” hacia la OTAN nos plantea al menos dos preguntas cuya respuesta será clave, según nuestra opinión, en los años venideros.
En primer lugar, es necesario interrogarse “hasta donde” la OTAN, -(Alianza “del Atlántico Norte”, conviene recordarlo dados los acontecimientos) piensa extenderse. ¿Qué cohesión puede tener una Alianza militar tan dispar? Por otra parte, ¿será tan difícil recordar para las potencias occidentales la sencilla lección que, de Maquiavelo a Hitler, se ha visto una y otra vez confirmada por la historia: nunca debe arrinconarse a un potencial enemigo poderoso?
En segundo lugar, no deja de resultar sorprendente que, habiendo una secular cercanía cultural y fuertes lazos económicos entre Rusia y buena parte de estos países, éstos se obstinen en integrar una organización que les resulta obviamente remota en la que tendrán una presencia casi decorativa y no quieran adherir a la Organización del Tratado de Seguridad liderado por Moscú.
En el fondo, todos conocemos las respuestas: la OTAN es vista como una “garantía” contra la cercanía rusa. Rusia parece ser “genéticamente” expansionista, quizás desde antes de Catalina la Grande. Y este expansionismo no es sino la cara “internacional” de un problema que reside tanto en lo externo como en la política interna: Rusia no acaba de poner coto al autoritarismo que está grabado a fuego en su cultura política y no logra presentar al mundo un sistema político, a la vez democrático y respetuoso de las libertades .
Y eso es cada vez más explícito en los últimos acontecimientos de política interna. A mediados de abril, Vladimir Putin, futuro primer ministro del Presidente electo a fines del año pasado, Dmitri Medvedev, fue elegido con la unanimidad de los 600 delegados, Presidente del partido de gobierno “Rusia Unida”, del cual, paradójicamente, nunca formó parte.
El escenario que se ha montado Putin para retener el poder es sencillamente sorprendente para la mirada, siempre algo ingenua, de los que moramos al Occidente de los Urales. El 7 de mayo próximo, Medvedev, electo Presidente por obra y gracia de Putin, será el nuevo Presidente de Rusia. Instantáneamente, Putin será, a la vez, Primer Ministro de “su” Presidente y “leader nacional” del Partido oficialista lo que, en los hechos, significa que tendrá casi personalmente el control de la Duma.
Para quienes soñaron con la instauración de un régimen democrático en Rusia el golpe no ha de ser agradable. Y a decir verdad, por un corto tiempo, los acontecimientos que se sucedieron en el antiguo “espacio soviético” permitieron algún optimismo. Después de la «revolución de las rosas» en Georgia, a finales del año 2003 y de la «revolución naranja», en Ukrania, a finales del 2004, la posibilidad de una oleada democrática destinada a borrar los restos del antiguo mundo aun sovietizado y a sus élites políticas autoritarias (y, en muchos casos, corruptas) no resultaba algo insensato. Sin embargo, de finales del 2006 en adelante la situación comenzó a complicarse. Salvo en Georgia, pequeño país en pleno crecimiento y con una fuerte opinión políticamente proclive al acercamiento a la OTAN, hubo en la región una serie de votaciones que comenzaron a marcar un reflujo de los movimientos teóricamente mas democráticos.
En otros términos, los acontecimientos políticos que se desarrollan en el área de influencia de la antigua URSS, deben ser una fuente de preocupación para todos los analistas de la política internacional. Aunque la historia ya nos lo ha demostrado varias veces, conviene recordar que nada de lo que pase alli nos es radicalmente ajeno.
*Catedrático de Ciencia Política
Depto de Estudios Internacionales.
FACS – ORT - Uruguay