LA INTOLERANCIA DE LOS ANTI-INTOLERANTES
Por Julio María Sanguinetti
CORREO DE LOS VIERNES
19/06/2020
 
          Avasallar
 derechos en nombre de esos mismos derechos, conduce a la degradación de
 la causa que se afirma defender y, al final, de la libertad, 
entronizando el oscuro universo del autoritarismo inquisidor.
              El 
mundo entero vive, en los últimos años, extraños debates, confusiones de
 principios, razonamientos antihistóricos y fanatismos que han instalado
 una verdadera dictadura de lo que es "políticamente correcto”. Es "la 
derrota del pensamiento", como titula Alain Finkielkraut un ensayo ya 
clásico que hace años planteó la dificultad, casi imposibilidad, de 
discutir ciertos temas con racionalidad.
             Esto ha pasado en Europa con
 la "islamofobia", que se instaló como arma arrojadiza para cualquiera 
que intente denunciar la atroz situación de la mujer en el mundo árabe, 
la naturaleza terrorista del gobierno de Gaza o cosas tan evidentes como
 que el día es día y la noche es noche. Quien lo intente será acusado de
 "sionista", "islamófobo" y "racista". En el fondo se trata de un 
rechazo, un intento de demolición de los valores de la civilización 
occidental. Hasta el escritor Pascal Bruckner fue llevado a juicio por 
dos organizaciones a las que acusó, con razones, de alentar atentados 
como los que ocurrieron en París en enero de 2015.
              De ese modo muchas buenas causas son confiscadas por minorías intolerantes, que pasan luego a ser dictaduras del pensamiento.
            El
 tristísimo episodio de George Floyd, un muchacho negro asesinado por un
 policía que lo asfixió en un procedimiento abusivo, ha dado lugar ahora
 a una ola descontrolada de intolerancia que, en nombre del más que 
legitimo antirracismo practica, a la inversa, un estricto racismo. Podrá
 decirse que el Presidente Trump pudo haber manejado la situación con 
poco tacto, pero que esto termine en atentados contra monumentos a Colón
 o, en Inglaterra, a Churchill, es degradar la causa hasta lo 
intolerable.
              Deshonrar la estatua de Winston Churchill en nombre del 
antirracismo es algo tan imbécil que cuesta tener que razonar a ese 
respecto. El gran campeón de la libertad, el conductor de la victoria 
ante el movimiento racista más peligroso de la historia, es apostrofado 
por algunas ideas conservadoras (nunca racistas) que sostuvo en 
ejercicio de la libertad democrática por la que luchó toda su vida.
         Cuando
 se agrede el monumento a Colón en nombre del antirracismo 
antiimperialista, se incurre, si tomamos en serio el tema, en un 
anacronismo histórico rotundo. No puede aplicarse a episodios de hace 
500 años, la lógica política e ideológica de hoy.
           El Renacimiento en 
Occidente había alcanzado niveles tecnológicos en la navegación que le 
permitían a las potencias europeas de la época salir a conocer -y 
eventualmente ocupar- un mundo que les era desconocido. Por supuesto que
 esto llevó a un dramático choque de civilizaciones, como había ocurrido
 antes en Europa y la propia América, entre los mismos pueblos 
indígenas. Era tan dramático como inevitable, porque si no era España, 
sería Portugal, o Inglaterra, u Holanda. De ese choque somos hijos, de 
esa amalgama mestiza nació nuestra América Latina. Y si hablamos y 
pensamos en castellano es porque se impuso, como siempre en la historia,
 aquella civilización más avanzada científica y tecnológicamente.
             Como
 se advierte, de este modo llegamos a la negación de nuestros propios 
valores, a la renuncia a ser lo que lo somos. Es lo que pasa entre 
nosotros con el "charruismo" -como decía Daniel Vidart- que genera una 
suerte de complejo de culpa sobre todos nuestros próceres, hijos de una 
sociedad hispano-criolla, con la especial y calumniosa referencia al 
primer Presidente Constitucional de la República, el General Fructuoso 
Rivera.
              En Estados Unidos, una cadena de "streaming" borró estos días
 de su lista la histórica película "Lo que el viento se llevó" porque, 
supuestamente, promueve prejuicios racistas. Imaginar una censura de esa
 naturaleza para creaciones serias es totalitario. Atribuir además 
intenciones racistas es tonto, porque la película recoge los valores de 
un tiempo histórico de los EE.UU. Y eso no se puede borrar. Al revés, 
servirá de comprobación, por contraste, de los avances alcanzados hoy 
por la sociedad en el camino de la tolerancia e igualdad.
              No es muy 
distinto lo que pasa con el feminismo, que en el mundo occidental ha 
triunfado en el reconocimiento de la igualdad de los sexos y sin embargo
 promueve en su nombre exageraciones que atentan contra la libertad de 
los demás. En un país como el nuestro, donde la Justicia y los egresos 
universitarios son mayoritariamente femeninos, querer imponer -por 
ejemplo- el "lenguaje inclusivo" en los ámbitos educativos es un 
retroceso cultural. Lo que sí hay que hacer es seguir predicando la 
convivencia, tratar de que el feminicidio (como el abuso a menores) sean
 erradicados de la mentalidad humana; incluso batallar porque en el 
ámbito laboral no se produzcan discriminaciones. Pero agredir al que 
piensa distinto, solo es degradar los valores proclamados.
               El tema es
 amplio y profundo. Da para mucho más. Pero es la hora de decir en voz 
clara que insultando a Churchill o cortándole la cabeza a Colón, no se 
logrará más igualdad entre los seres humanos y más libertad para la 
sociedad. Más bien, al revés: nos iremos hundiendo en el mundo sombrío 
de los inquisidores de todos los tiempos.
 
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