domingo, 13 de agosto de 2017

Un fracasado intento de salvataje ético de un personaje indigno de las perdidas tradiciones de la izquierda nacional.









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Casi un angelito

El libro sobre Eleuterio Fernández Huidobro de María Urruzola provocó ruido e hizo aflorar rencores. Merecía, en realidad, un acercamiento diferente.
Sergio ALTESOR, 04 ago 2017.
EL PAIS.
 
Uno de los primeros temas que se destacan en el libro Eleuterio Fernández Huidobro, sin remordimientos..., es la relación permanente que el líder guerrillero tupamaro mantuvo con el tema militar a lo largo de su vida. 

Pasando por las transformaciones que lo llevaron a considerarse, sucesivamente, "revolucionario" en la época del enfrentamiento violento "con la oligarquía y sus órganos de represión" (Documento 1 del MLN Tupamaros); "combatiente" a la salida de la dictadura, cuando sus contactos con oficiales acusados de crímenes de lesa humanidad se realizaban todavía en secreto; y "militar irregular" en su etapa final, cuando como Ministro de Defensa fue el defensor a ultranza de una corporación intocable, Fernández Huidobro procesó giros ideológicos que María Urruzola analiza en detalle. Soslaya, sin embargo, la faceta visionaria del hombre preocupado por un proyecto de país que pudiera enfrentar el avance destructor del poder económico global y la amenaza de los recursos naturales. Reciclando la tesis "peruanista" del Documento 5 del MLN que él mismo redactó, su visión estratégica y geopolítica se apoyó en la idea de hacer de las Fuerzas Armadas la herramienta que defendiera la integridad territorial del país.

LA COLABORACIÓN.

Urruzola sitúa el punto de partida de la colaboración entre algunos tupamaros y las Fuerzas Armadas en el año 1972, cuando junto a otros dirigentes del MLN presos, Huidobro fue el principal actor de las "conversaciones" llevadas a cabo en el batallón Florida. Esas conversaciones continuaron intermitentemente durante más de 40 años y explicarían la actitud de algunos dirigentes tupamaros con respecto a la responsabilidad militar en el tema de los derechos humanos.

En el primero de los tres capítulos que dedica a esa colaboración se publica un informe militar de 1977 en donde se transcriben declaraciones de Fernández Huidobro que caracterizan al detalle a 39 tupamaros que no habían sido capturados. El documento fue dado a conocer en abril de 2009. Apoyada en testimonios de tupamaros que reconocen las apreciaciones de Huidobro y en una carta publicada ese mismo año por el ex dirigente del MLN Jorge Zabalza, Urruzola se inclina a creer en su autenticidad.

También en 2009, poco antes de las elecciones nacionales, un grupo de militares puso en circulación la transcripción de una supuesta acta de interrogatorio a Mauricio Rosencof de 1972 donde el dirigente tupamaro aporta amplia información. Además de adjuntar las fotocopias de la primera y de la última página (donde consta la firma del interrogado), los militares advertían que poseían los originales de la totalidad del acta, así como también las de otros dirigentes, las que en su momento iban a publicar. Y en enero de 2010 el Coronel Orosmán Pereyra (denunciado en 2011 como responsable de episodios de violencia sexual en varios cuarteles) hace pública una carta a Lucía Topolansky en donde le recuerda su colaboración. Los tres documentos, según la autora, surgían del nerviosismo que causaba en algunos militares la posibilidad de que el futuro gobierno investigara los delitos de lesa humanidad. La amenaza iba dirigida a quienes se prefiguraban como los nuevos gobernantes dentro de la coalición, sus antiguos prisioneros. De esa manera el gobierno de Mujica habría nacido "bajo advertencia".

Urruzola pone en relación esos indicios de colaboración con la pujanza con que Fernández Huidobro y otros dirigentes del MLN trabajaron, luego de la dictadura, para mantener la impunidad de militares involucrados en delitos de terrorismo de Estado. La tesis sugiere algún tipo de acuerdo secreto por el cual los militares no harían públicos los originales de ciertos documentos comprometedores a cambio de no ser tocados. Una tesis demasiado simple, o por lo menos incompleta. La tenacidad en encubrir a criminales militares de la dictadura ha ido más allá del interés personal de Huidobro y de otros dirigentes tupamaros. Con el sello de su paternidad ideológica, el encubrimiento también es expresión de una política que no tiene pruritos en sacrificar cuestiones morales para no dañar el relacionamiento con las Fuerzas Armadas, institución clave en la concepción estratégica del MLN.

VEHEMENCIA Y POLÉMICAS.

Aunque nos pese por la inmadurez cívica y política que implica, hay que admitir que en Uruguay no parece aún posible tocar el tema de EFH sin ser arrastrados por el remolino vehemente de una polémica que desde hace más de 40 años gira alrededor de su persona. Una polémica que nació en el seno de su propia organización en el año fatídico de 1972, se extendió a toda la izquierda con el retorno a la democracia y alcanzó a toda la sociedad cuando Huidobro llegó a ser una pieza clave de la política nacional. Polémica que continúa viva después de su muerte.

La figura de Huidobro encarna y representa muchas cosas irresueltas de nuestra sociedad. En algún momento, en un pasado ya lejano, encarnó a la revolución misma. Y lo que no es lo mismo, encarnó también al guerrillero heroico, que como bien dice Urruzola, citando a Javier Cercas, fue el tercer "prestigio imbatible" que él y otros unieron al de víctima y testigo para desplegar una épica tupamara blindada, que monopolizó gran parte del relato de la historia reciente y sedujo a los adolescentes de la dictadura que llegaron huérfanos a la democracia. Cuando muchos de esos jóvenes luego vieron el travestimiento de los guerrilleros heroicos en camaradas de armas de torturadores, percibieron la estafa de siempre y comenzaron a descreer de toda la política, último paso para garantizar la decadencia de una sociedad.

Quizás su encarnación más lúcida y coherente fue la reforma y modernización de unas Fuerzas Armadas atrincheradas en sus vetustos privilegios, esa especie de país del siglo XIX metido en el país del siglo XXI. A seis años de lograr Huidobro el primer paso de su gran proyecto, la Ley Marco de Defensa, el sistema político volvió a dejar a los soldados a su aire en sus cuarteles encalados, permitiendo que los temas militares sigan siendo, como siempre, monopolio de los militares.

Pero por sobre todo encarnó la impunidad. Ya sea por acuerdos secretos con sus carceleros de otra época o por ese juego infame de la gran política "el fin justifica los medios" que buscaba mantener una relación cómplice con el aparato militar en aras de su sueño más coherente, Huidobro se negó a brindar información, saboteó las investigaciones, defendió públicamente a torturadores y asesinos, impidió que fiscales, jueces, demandantes y testigos ingresaran en unidades militares y hasta quiso detener procesos judiciales en marcha. 

En sus últimos años encarnó el desprecio y el insulto hacia los familiares de desaparecidos y hacia las organizaciones de derechos humanos, lo cegó la soberbia y escupió su bilis como un león viejo y enjaulado.

Encarnó la soledad y ésta lo cegó, se resintió hasta de sus propios compañeros y se armó una tiendita política propia en donde nadie lo contradijera. De la misma manera dejó de ser un "combatiente" para convertirse en "militar irregular" cuando enfermo y barbudo se llevó el colchón al Ministerio de Defensa. Allí encarnó el espíritu de cuerpo, ese valor que es orgullo de los uniformados, y defendió a sus camaradas militares contra todo, aún contra los fiscales y los jueces, contra la razón misma, sin importarle que el delito por el que los acusaban fuera de lesa humanidad o de corrupción vulgar como ocurrió en el caso del avión caído de Air Class.

Sin embargo, lo más siniestro es que fue funcional al sistema político como solo puede serlo una persona con tantas cualidades como dobleces éticos. Con Huidobro como un general loco en la primera línea, al poder le resultó posible, escondido a distancia de su famosa incorrección política, tender una cortina de humo que dejara todo intacto. Encontrar a alguien munido de prestigio revolucionario (aunque fabricado por él mismo) para impedir toda revolución, todo cambio ético profundo, todo intento de depuración, fue encontrar la herramienta perfecta para perpetuar el statu quo que se sostiene en la mentira y el abuso de poder.

LA MENTIRA.

Urruzola sostiene que Huidobro fue un gran mentiroso. Pero cargar las tintas sobre su aderezamiento del pasado, sus giros ideológicos y contradicciones, es reducirlo a una caricatura maquiavélica, un mero chivo expiatorio.

No es posible escribir críticamente sobre Huidobro sin hacerlo sobre el sistema político al que fue funcional. Los malabarismos ideológicos y la ligereza de principios no fueron su característica exclusiva, sino un rasgo inherente a gran parte de los políticos de todo el espectro. Sin embargo, a diferencia de la mayoría, Huidobro se quemó como un insecto sobre el fuego debido a sus características personales, su falta de "tacto", su irreverencia y su soberbia. La decadencia y la soledad final del personaje resultan explicables de ese modo. Le faltó "cintura" o suficiente hipocresía. En cambio otros, colaboradores primero de la dictadura mediante su silencio o sus acciones, cómplices luego de la impunidad desde altos cargos de gobierno, llegaron más lejos sin demasiado daño en su prestigio personal. A modo de ejemplo: cuando escribía esto, a casi un año de la muerte de Huidobro, el Estado uruguayo no se presentaba a la convocatoria de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) para explicar el estancamiento de las investigaciones sobre el terrorismo de Estado. Ante la indignación, el gobierno salió a justificar su ausencia después de varios días de silencio con un relato que redujo a mentiritas infantiles los subterfugios con que Huidobro, en calidad de Ministro, respondió muchas veces a los requerimientos de familiares de desaparecidos y jueces. En comparación, Huidobro fue casi un angelito.


ELEUTERIO FERNÁNDEZ HUIDOBRO, sin remordimientos... de María Urruzola. Planeta, 2017. Montevideo, 284 págs. Distribuye Planeta.