miércoles, 1 de febrero de 2017

Cuando se mira al mundo desde atrás de un muro







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Apenas ha pasado una semana del régimen de Trump y Putin, y ya nos está costando trabajo llevar la cuenta de los desastres. ¿Recuerdan el berrinche de Trump sobre la multitud vergonzosamente escasa de su toma de protesta? Ya lo vemos como una cosa del pasado.

Pero me gustaría hacer una pausa, solo por un minuto, en la historia que acaparó las noticias el jueves, antes de ser superada, a lo Trump, por el escándalo en torno a prohibir a los refugiados la entrada al país. Como tal vez recuerden —o tal vez no, con tanta cosa descabellada sucediendo tan rápido— la Casa Blanca primero pareció decir que impondría aranceles del 20 por ciento a las importaciones de México, pero tal vez estaba hablando de un plan fiscal propuesto por los republicanos del congreso que no implica un arancel a productos mexicanos; después dijeron que era solo una idea para luego olvidarse del tema, al menos por ahora.

Por su crueldad, las habladurías sobre los aranceles no se comparan con cerrarle la puerta a los refugiados, nada más y nada menos que en el Día Internacional de Conmemoración de las Víctimas del Holocausto. No obstante, la historia de los aranceles es un epítome del patrón que estamos viendo en este gobierno caótico: un patrón de disfunción, ignorancia, incompetencia y traición de la confianza.

La historia, como mucho de lo que ha sucedido últimamente, parece haber iniciado con el ego inseguro del presidente Trump: la gente se mofa de él porque México no pagará el muro inútil a lo largo de la frontera, tal como él prometió durante la campaña. Y así fue como su vocero, Sean Spicer, apareció ante los medios y declaró que el impuesto fronterizo a los productos mexicanos, de hecho, financiaría el muro. ¡Ahí tienen!

Sin embargo, como se apresuraron a señalar los economistas, el exportador no es quien paga los aranceles. Con algunas reservas menores, en esencia, son los compradores quienes los pagan, es decir, un arancel impuesto a los productos mexicanos sería un impuesto a los consumidores estadounidenses. Por ende, quien acabaría pagando el muro sería Estados Unidos, y no México.
Ups. No obstante, ese no era el único problema. Estados Unidos forma parte de un sistema de acuerdos —un sistema que construimos nosotros— que establece reglas para las políticas comerciales y una de las reglas clave es que los aranceles que se había acordado disminuir en las negociaciones previas no se pueden elevar unilateralmente.

Si a Estados Unidos se le ocurriera romper esta regla, las consecuencias serían graves. El riesgo no tendría tanto que ver con las represalias, aunque también está eso, sino con la imitación: si despreciamos las reglas, los demás harán lo mismo. El sistema de comercio en su totalidad podría comenzar a desbaratarse, con efectos tremendamente perturbadores en todos lados, incluyendo, en gran medida, la manufactura estadounidense.

¿De verdad la Casa Blanca planea tomar ese camino? Al concentrarse en las importaciones de México, Spicer dio esa impresión; sin embargo, también dijo que estaba hablando sobre “una reforma fiscal integral cuya finalidad era cobrar impuestos a las importaciones de países con los que tenemos un déficit comercial”. Esta pareció ser una referencia a un ajuste propuesto a los impuestos corporativos, que incluiría “impuestos fronterizos ajustables”.

La cosa es que ese ajuste no tendría para nada los efectos que él sugirió. No estaría dirigido a los países con los que tenemos déficits, y no hablo solo de México; también aplicaría a todo el comercio. Y no se trataría en realidad de un impuesto a las importaciones.

Para ser honestos, este es un punto ampliamente malinterpretado. Muchas personas que deberían saber mejor lo que hacen creen que los impuestos al valor agregado, que imponen muchos países, desalientan las importaciones y subsidian las exportaciones. Spicer hizo eco de esa malinterpretación.
Sin embargo, los impuestos al valor agregado son, en esencia, impuestos nacionales sobre las ventas, que no desalientan ni fomentan las importaciones (sí, las importaciones acaban pagando ese impuesto, al igual que los productos locales).

El cambio propuesto a los impuestos corporativos, aunque en cierto sentido difiere del impuesto al valor agregado, tendría, de igual modo, un efecto neutral en el comercio. Esto quiere decir en específico que, si algo no lograría, es hacer que México pague el muro.

Lo que menciono aquí es un tanto técnico; consulten mi blog para mayor información. Pero ¿no se supone que el gobierno estadounidense entendería bien las cosas antes de lanzar lo que suena como una declaración de guerra comercial?

En resumen: el secretario de Prensa de la Casa Blanca dio lugar a una crisis diplomática al intentar proteger al presidente de hacer el ridículo en cuanto a su fanfarronería, hecha tan a la ligera. En el proceso, demostró que nadie con autoridad sabe de economía básica. Después trató de recular en todo lo que dijo.

Todo esto debería interpretarse en el más amplio contexto de la credibilidad en picada de Estados Unidos.

Nuestro gobierno no siempre ha hecho lo correcto, pero sí había cumplido sus promesas, tanto a las naciones como a las personas. Ahora todo eso está en duda.

Todo el mundo, desde las naciones pequeñas que creían estar protegidas de la agresión rusa hasta los empresarios mexicanos que pensaron que tenían acceso garantizado a nuestros mercados, así como los intérpretes iraquíes que pensaron que el servicio que prestan a Estados Unidos significaba una garantía de asilo, ahora tienen que preguntarse si se les tratará como a los engañados proveedores de un hotel de Trump.

Esta es una gran pérdida. Y, muy probablemente, irreversible