Documentos CTXT / Marieme Hélie-Lucas
"La izquierda postlaica tiene miedo de que la tachen de islamófoba"
De velos “islámicos” y extremas 
derechas. El significado profundo del laicismo republicano y el cobarde 
eurocentrismo de las neoizquierdas culturalmente relativistas
Maryam Namazie (Sinpermiso) 
                                  
        
                        
                      
                      
                        Malagón
                      
                    
24 de
        Agosto de
        2016
Maryam Namazie entrevistó va para dos 
años a la feminista socialista y reconocida luchadora laicista argelina 
Marieme-Hélie Lucas, de quien publicamos [en www.sinpermiso.info] la semana pasada una enjundiosa denuncia del silencio negacionista de ciertas izquierdas postlaicas
 europeas ante los ataques machistas fundamentalistas registrados 
simultáneamente en la Nochevieja de 2015 en al menos 10 ciudades 
europeas --señaladamente en Colonia-- de 5 países distintos.
Aprovechando el amplio eco que tuvo ese texto, 
reproducimos ahora una larga entrevista en profundidad concedida por 
Marieme-Hélie (en otoño de 2013) a la periodista Maryam Namazie sobre el
 significado profundo del laicismo republicano, sobre la estupefaciente 
degeneración de ciertas izquierdas postlaicas europeas y sobre la 
incapacidad de las mismas para enfrentarse políticamente a la extrema 
derecha fundamentalista musulmana en auge, y así, también, trágicamente,
 a la extrema derecha xenófoba tradicional. 
Tal vez valga la pena recordar el contexto en que se realizó la entrevista con Marieme-Hélie: no mucho después de que el pos-trotskismo francés presentara electoralmente a una candidata vistosamente ataviada con "velo islámico", o cuando sus homólogos catalanes, rizando aún más si cabe el rizo, se declaraban ardientes seguidores postlaicos de una mediática monja posmoderna y antivacunas.
Tal vez valga la pena recordar el contexto en que se realizó la entrevista con Marieme-Hélie: no mucho después de que el pos-trotskismo francés presentara electoralmente a una candidata vistosamente ataviada con "velo islámico", o cuando sus homólogos catalanes, rizando aún más si cabe el rizo, se declaraban ardientes seguidores postlaicos de una mediática monja posmoderna y antivacunas.
Maryam Namazie: Las limitaciones al uso 
del velo en las escuelas y la prohibición general del burka y del nikab 
se ven a menudo como medidas autoritarias. ¿Qué piensa usted al 
respecto?
Marieme-Hélie Lucas: Resulta útil, por lo
 pronto, no mezclar las dos cosas: la de las niñas con velo en las 
escuelas y la de la prohibición de cubrirse el rostro. Las contestaré 
como dos cuestiones separadas.
Cuando hablamos de velos en las escuelas, estamos hablando
 automáticamente de velos impuestos a niñas, no de velos de mujeres. La 
cuestión, entonces, es: ¿quién decide sobre esos velos, las mismas niñas
 o los adultos a cargo de ellas? ¿Y qué adultos? Yo sólo conozco un 
libro que trate este tema. Es un panfleto titulado ¡Abajo los velos! (escrito
 por Chahdortt Djavann y publicado por Gallimard, París, 2003). La 
autora es una mujer iraní exilada en París en la época en que la 
Comisión Stasi francesa estaba reuniendo testimonios de mujeres (y de 
varones) afectadas antes de adoptar la nueva ley sobre símbolos 
religiosos en las escuelas públicas laicas. La autora sostiene que el 
daño psicológico infligido a las niñas que van con velo es inmenso, al 
hacerlas responsables desde muy temprana edad de la excitación 
masculina. Este asunto requiere consideración especial, habida cuenta de
 la nueva tendencia a poner velo a niñas de hasta 5 años, según se ve en
 las numerosas campañas en curso en toda Norteamérica. La autora explica
 que el cuerpo de la niña pasa a convertirse de esta guisa en objeto de fitnah (seducción
 o fuente de desorden), lo que significa que no pueden mirarlo o pensar 
en él de manera positiva. Esa práctica construye así niñas que temen, 
desconfían y sienten disgusto y aun angustia en relación con sus propios
 cuerpos. A edad tan temprana, las niñas no tienen forma de resistir por
 sí mismas a ese troquelamiento; quedan totalmente a merced de hombres 
anti-mujeres. Las mujeres  que han crecido con este daño psicológico 
necesitarán probablemente mucha ayuda hasta ser capaces de 
reconsiderarse a sí mismas y a sus cuerpos de manera más positiva, de 
reconstruir la imagen de sí propias, de conquistar su autonomía 
corporal, de abandonar los sentimientos de culpa y de miedo y devolver a
 los varones la responsabilidad de los actos sexuales por ellos 
cometidos. Yo creo que sería muy útil que las mujeres que investigan 
estas cosas se interesaran por el daño psicológico infligido a las niñas
 a las que se obliga a ir con velo desde edad muy temprana.
Bien; ahora está la cuestión de quién es el “adulto” a 
cargo de la protección de los derechos de las niñas. El Estado juega ya 
este papel en numerosas ocasiones: cuando, por ejemplo, impide que las 
familias procedan a la ablación de clítoris de las niñas, o cuando 
prohíbe los matrimonios forzados. ¿Por qué no debería asumir también su 
responsabilidad y prevenir ese daño psicológico profundo causado por 
llevar velo antes de llegar a la edad adulta? ¿Por qué debería verse 
como una intromisión autoritaria del Estado la prohibición del uso del 
velo en la infancia, y no la prohibición de la ablación de clítoris?
Es interesante recordar que grupos de izquierdistas y 
(¡ay!) feministas llegaron a defender en Europa y Norteamérica “el 
derecho a la ablación de clítoris” en los 70 como un “derecho cultural”,
 denunciando los intentos del “imperialismo occidental” de erradicar esa
 práctica en Europa. Jamás se molestaron en hacer la menor mención a las
 luchas de las mujeres directamente comprometidas con su erradicación en
 aquellas (muy limitadas) partes de África en que la practicaban, a la 
par, animistas, cristianos y musulmanes.
Ahora vemos el mismo patrón aplicado al “derecho al velo”,
 a pesar de que muchos intérpretes progresistas de El Corán han dejado 
dicho por activa y por pasiva que ni siquiera se trata de un mandamiento
 islámico.
Lo que a mí me deja estupefacta es el desbalance en el 
tratamiento del “autoritarismo” por parte de grupos izquierdistas y de 
la comunidad de derechos humanos en Europa y Norteamérica. Millones de 
mujeres en enclaves predominantemente musulmanes han sido asesinadas por
 defender su derecho a NO llevar velo. Precisamente estos días una 
valiente mujer sudanesa ha comparecido ante un tribunal de justicia con 
esta declaración: “Soy sudanesa. Soy musulmana. Y no estoy dispuesta a 
cubrirme la cabeza”. Arriesga prisión y latigazos. Hasta ahora, no se 
asesina a las mujeres en Europa ni en Norteamérica por llevar velo, 
aunque es verdad que de vez en cuando son atacadas verbalmente por 
individuos racistas de extrema derecha, los cuales, a su vez --merece 
destacarse el hecho--, son normalmente puestos a disposición de la 
justicia y condenados, como debe ser.
A mí me gustaría que la vociferante defensa de la 
“elección” de las mujeres con velo y del “derecho al velo” por parte de 
“gentes progresistas” anduviera a la par con su defensa de las mujeres 
masacradas por no llevar velo. Pero lo que, en cambio, vemos esconderse 
tras la defensa unilateral de los derechos humanos de las mujeres con 
velo por parte de la izquierda postlaica y de la comunidad de derechos 
humanos  en Europa y en Norteamérica es, de hecho, una posición 
claramente política. 
Los pretendidos “progresistas” han optado por 
defender a los fundamentalistas como víctimas del imperialismo 
estadounidense antes que a las víctimas de esos fundamentalistas, es 
decir, entre otras, a los millones de mujeres sin velo que han resistido
 a las imposiciones de sus victimarios, así como a los millones de 
laicos, agnósticos, ateos, etc., a quienes se ha abandonado a su suerte 
como a “occidentalizados”, o aun como “aliados del imperialismo”! La 
historia juzgará esa miope opción política de modo no menos 
inmisericorde a como ha juzgado la cobardía de los países europeos en el
 arranque del nazismo en Alemania. 
En lo que hace a su pregunta, yo sólo 
puedo hablar desde mi perspectiva de mujer argelina que vivió en Francia
 en la época del debate sobre las dos leyes francesas a las que se ha 
reprochado en todo el mundo un supuesto sesgo anti-islámico: la ley 
sobre velos en las escuelas y la ley que prohibía cubrirse el rostro. Se
 trata, como he dicho antes, de dos asuntos distintos, y en Francia se 
trataron distinta y separadamente.
La prohibición de los símbolos religiosos en las escuelas 
públicas laicas se hace en nombre del laicismo, mientras que la 
prohibición de cubrirse el rostro se hace en nombre de la seguridad. Se 
ha añadido el burka a otras formas de ocultación del rostro, 
como las máscaras (fuera de carnavales) o los cascos integrales de motos
 (cuando no se conduce), puesto que todos esos adminículos suelen usarse
 para proteger la identidad de alborotadores o “terroristas”. 
(Como 
argelina lo suficientemente vieja para haber vivido la Batalla de Argel 
durante la lucha de liberación contra el colonialismo francés, sé de 
cierto que los velos se usaban --tanto hombres como mujeres-- para 
llevar armas y bombas de un sitio para otro; de modo que no me sorprende
 que los velos que cubren completamente el rostro se añadan a la lista 
de indumentarias prohibidas.)
En lo tocante a los velos en las escuelas, la situación en
 Francia es completamente distinta a la de Gran Bretaña. Francia es un 
país laico desde que la Revolución Francesa sustrajo el nuevo Estado 
laico a la influencia política de la Iglesia. Las leyes laicas que 
instituyeron esa separación datan de 1905 y 1906, mucho antes de la 
oleada migratoria procedente de países mayoritariamente musulmanes. El 
artículo 1 de la Ley de 1906 garantiza la libertad de fe y de culto. El 
artículo 2 de la misma ley declara que, más allá de esa garantía de 
derechos individuales fundamentales, el Estado laico no tendrá nada que 
ver con la religión ni con sus representantes. El Estado laico no 
reconocerá a las iglesias, ni las financiará. En palabras de un analista
 contemporáneo del laicismo, Henri Peña Ruiz, el Estado se declara a sí 
mismo “incompetente en materia religiosa”. Las creencias se convierten 
en un asunto privado, y las religiones establecidas (en la época, sobre 
todo, la Iglesia Católica) pierden todo poder sobre el Estado. El Estado
 laico simplemente las ignorará como entidades políticas. Los ciudadanos
 son los únicos socios reconocidos por el Estado a través de los 
procesos de las elecciones democráticas.
Una consecuencia de esta definición del laicismo como 
separación de Estado y religión es que, desde 1906, la exhibición de 
“cualquier símbolo” de afiliación religiosa o política queda prohibida 
exclusivamente en dos situaciones específicas: para profesores y alumnos
 de las escuelas públicas primarias y secundarias del Estado laico (es 
decir, para niños y adolescentes, lo que no incluye a las universidades,
 en donde los estudiantes son adultos y pueden llevar un velo), así como
 para funcionarios en contacto con el público.
La justificación de eso es que los niños van a las 
escuelas de la República Laica (en la que la educación es totalmente 
gratuita) para ser educados como ciudadanos franceses libres e iguales, y
 no como representantes de alguna comunidad específica. La educación 
como ciudadanos iguales es un poderoso instrumento contra el 
comunitarismo y las específicas particularidades divisorias que conducen
 a derechos legales desiguales en un país dado, como ocurre en Gran 
Bretaña, por ejemplo, con los llamados “tribunales de sharía”, verdaderos sistemas legales paralelos en asuntos de familia.
Análogamente, los funcionarios que están en contacto con 
el público tienen que desarrollar sus obligaciones en tanto que 
representantes de todos los ciudadanos, cualquiera que sea su 
ascendencia étnica o religiosa, razón por la cual se les exige no 
exhibir símbolo alguno de afiliación en el horario en que ejercen como 
representantes de la República Laica.
Algo totalmente distinto de lo que ocurre, pongamos por 
caso, en las comisarías de policía británicas, en donde uno puede exigir
 ser atendido por un policía de su propio culto o de su propio grupo 
étnico, como si no pudiera formarse a funcionarios libres de sesgos y 
éstos se debieran ineluctable y necesariamente a su “comunidad”, antes 
que a sus conciudadanos.
Así pues, en resolución, es en nombre del laicismo que el 
velo fue puesto fuera de la ley en las escuelas públicas laicas y entre 
funcionarios públicos en Francia desde hace más de un siglo, al igual 
que las cruces y las kipás. Resulta interesante observar el énfasis que los medios de comunicación ponen en el velo, y no en las cruces o en las kipás.
 ¿Por qué? ¿Y quién se halla detrás de esa jerarquía? Lo que enmarañó 
este asunto fue que el derechista presidente Sarkozy hizo aprobar la 
nueva ley en 2004 buscando congraciar con su candidatura a la extrema 
derecha xenófoba. No había la menor necesidad de esta nueva ley; bastaba
 con aplicar la de 1906.
Las fuerzas de derecha y de extrema derecha en Francia 
jamás han dejado de atacar en el último siglo las leyes laicas de 
1905-1906. Ahora han encontrado socios activos y poderosos en la extrema
 derecha fundamentalista musulmana, que también desea desmantelar el 
laicismo y regresar a la época en que las religiones tenían poder 
político y representación oficial. La cosa es clara: aunque luego 
llegarán a competir entre sí las distintas religiones, resultan ahora 
aliadas útiles en el propósito de erradicar el laicismo en Francia. 
¡Basta observar cómo apoyan la Iglesia Católica y las autoridades 
religiosas judías prácticamente todas las exigencias de los 
fundamentalistas musulmanes!
El asunto del velo en las escuelas primarias y secundarias
 francesas no es sino una de las muchas exigencias que sin desmayo 
plantean para desafiar en lo fundamental las leyes de la República 
Laica. ¿No es irónico que leyes aprobadas hace un siglo, en un tiempo en
 el que prácticamente no se registraba inmigración procedente de los 
países mayoritariamente musulmanes, pasen ahora en el mundo entero por 
leyes hostiles al Islam? Un buen indicio de la pericia de los 
fundamentalistas musulmanes como comunicadores mediáticos.
Volviendo al asunto del velo y el burka en el 
Reino Unido, déjeme decirle que Gran Bretaña NO es un Estado laico. La 
Reina es la cabeza de la Iglesia Anglicana, así que la prohibición del burka o del nikab
 o, incluso, del pañuelo en la cabeza no puede buscarse en leyes laicas 
centenarias, ni considerarse indicio de su compromiso con una educación 
no confesional igualitaria y de calidad para todos los niños, como en el
 caso de Francia. (...)
Maryam Namazie: ¿Qué pasa con el 
derecho de una mujer a elegir su forma de vestir? Algunos dirían que 
obligar a las mujeres a quitarse el velo viene a ser lo mismo que 
obligarlas a llevarlo.
Marieme-Hélie Lucas: El 
debate está formulado en términos “occidentales”. Hasta donde yo sé, no 
se obliga a las mujeres en el contexto musulmán a NO llevar velo, y 
estamos hablando de la inmensa mayoría de las musulmanas en el mundo. En
 cambio, en la inmensa mayoría de los casos se ven obligadas a cubrirse 
de un modo u otro, a menudo por ley: y todavía no se ha oído una 
protesta a escala mundial contra esa situación.
En vivo contraste con eso, oímos cada día un montón de 
voces sobre esas pobres mujeres “obligadas a quitarse el velo” en 
contextos no-musulmanes --señaladamente en Europa y en Norteamérica--, 
pero yo todavía no he visto ningún sitio en donde eso ocurra. Que yo 
sepa, en ningún sitio. Ya me refería antes a  limitaciones impuestas al 
uso del velo en Francia, bajo particulares condiciones.
Por lo demás, hasta donde yo sé, cuando mujeres con velo 
son atacadas verbal o físicamente, hay tribunales para defenderlas 
contra cualquier forma de agresión.
En lo que hace a hechos reales, el debate se reduce al 
derecho al velo en Europa y en Norteamérica, sin ninguna consideración 
por la resistencia al velo por doquier en el mundo entero, ni por las 
duras circunstancias que rodean a esa resistencia. Esa reducción me 
resulta manifiestamente inaceptable.
Por un lado, hay millones de mujeres en todo el mundo 
obligadas a llevar velo que arriesgan su libertad y su vida cuando 
transgreden la orden. Quedan abandonadas a su suerte en nombre de 
pretendidos derechos “religiosos” y “culturales”, sin que que medie el 
menor análisis de las fuerzas políticas de extrema derecha que manipulan
 y secuestran cultura y religión en beneficio político propio bajo el 
pretexto “políticamente correcto” de que el imperialismo estadounidense 
abusó de la defensa de los derechos humanos de las mujeres para camuflar
 sus razones económicas e invadir Afganistán y de que los “blancos” son 
racistas.
Por otro lado, hay mujeres de la diáspora en Europa y en 
Norteamérica, cuyo “derecho al velo” es defendido por una coalición 
políticamente correcta de la izquierda y las organizaciones de derechos 
humanos, una coalición que muestra escaso interés por el sinnúmero de 
casos de muchachas que tratan de escapar a la obligación de llevar velo.
 ¿No hay una perturbadora asimetría en esa elección política 
manifiestamente discriminatoria de los derechos que merecen defensa y 
los que no? ¿No podrían estos campeones de nuestros derechos aclararnos 
públicamente las razones que justifican su jerarquía de derechos?
La cosa está clara: la cuestión aquí se reduce 
exclusivamente a defender el “derecho a elegir” de las mujeres que 
desean llevar velo en Europa y en Norteamérica, no el derecho a elegir 
de las mujeres que viven en África y en Asia. Y esta es una forma muy 
limitada y parcial de enfrentarse al problema, por decirlo suavemente. 
Porque implica hacer desaparecer a la inmensa mayoría de las mujeres 
afectadas.
Sobre “elección” en general mucho han escrito ya 
feministas interesadas en el problema del grado de libertad que puede 
esperarse en situaciones en las que las mujeres carecen de toda voz, 
legal, cultural, religiosa o de otros tipos. Hace poco, un potente 
artículo académico escrito por  Anissa Helie y Mary Ashe, Multiculturalist Liberalism and Harms to Women: Looking Through the Issue of the Veil, concluía que :
“Quienes defienden el velo a menudo insisten en un 
`derecho individual de la mujer a elegir´ (el velo)... Potenciadas por 
los teóricos del Islam radical (que usurpan el mantra de los partidarios
 del derecho de las mujeres al aborto), esas consignas pueden confundir a
 una izquierda occidental que, temerosa de ser considerada racista, cae 
en la trampa del relativismo cultural.”
El número de mujeres asesinadas por los propios familiares
 y por grupos fundamentalistas armados, o encarceladas, o flageladas 
públicamente por los Estados fundamentalistas en nuestros distintos 
países en todos los continentes por la simple razón de no querer 
allanarse a la imposición del velo, debería, al final, contar más a los 
ojos de los defensores de los derechos humanos que las “quejas de las 
mujeres con velo” que de vez en cuando tienen que aguantar comentarios 
racistas en “Occidente”.
¿Cómo puede alguien atreverse siquiera a comparar, por 
ejemplo, las 200.000 víctimas de la “década oscura” (los años 90 del 
siglo pasado) en Argelia, la inmensa mayoría de las cuales fueron 
mujeres asesinadas por grupos armados fundamentalistas, con un puñado de
 mujeres con velo verbalmente molestadas en París o en Londres? Sí, 
¿¡cómo se puede!?
Esa desigualdad de trato aceptada sólo muestra que para 
las organizaciones de derechos humanos y para las izquierdas europeas y 
norteamericanas, Occidente sigue siendo el centro del mundo y lo que 
allí ocurra, por menor y marginal que sea, tiene primacía sobre 
cualquier acúmulo de crímenes cometidos en otra parte.
Me gustaría señalar un interesante punto ciego detectable 
en el análisis corriente entre las izquierdas y las organizaciones de 
derechos humanos, un punto ciego que permite o facilita esa operación de
 reducción del asunto a un problema de “elección individual”. Fíjese 
bien: el número de mujeres con velo en las calles de las capitales 
europeas ha crecido sólo en las últimas dos décadas de una manera 
constante y apreciable. Ese crecimiento no es proporcional a un 
significativo incremento de las poblaciones migrantes. Esas mujeres no 
visten ropas o trajes nacionales (incluyan o no cubrirse la cabeza), 
sino el velo saudita, que jamás había existido en ningún otro país. Hay 
un número creciente de mujeres que adoptan la forma más radical: no sólo
 cubrirse el pelo, sino todo el rostro.
En vista de lo cual, ¿cómo puede verse este tipo de velo 
como un asunto cultural cuando, de hecho, lo que hace es erradicar todas
 las formas tradicionales de cubrirse la cabeza y todas las ropas y 
vestidos nacionales y regionales? ¿Cómo puede verse esa forma de velo 
como un asunto religioso, cuando todos los teólogos y académicos 
progresistas del Islam en todos los continentes han demostrado que el 
velo de las mujeres no es una prescripción religiosa, sino una práctica 
cultural circunscrita al Oriente Próximo y valedera también para los 
varones por su buena adaptación al clima y, por lo mismo, común a todos 
los grupos religiosos, como prueba abundantemente la iconografía 
cristiana que representa a la Virgen María y a todas las mujeres de la 
historia sagrada que compartieron la vida de Cristo, así como a todas 
las mujeres judías de su época, con velo?
¿Por qué no se levantan en defensa de todas las culturas 
ahora amenazadas por la difusión a escala mundial de esta nueva cepa de 
código indumentario? ¿Es que no pueden ver el vínculo entre la 
propagación del velo saudita y la financiación saudita del grueso de las
 mezquitas y organizaciones religiosas que han venido proliferando en 
las principales ciudades de Europa? ¿Cómo es posible que no vean en esa 
forma de velo una bandera del fundamentalismo político? ¿Cómo no asocian
 su propagación a otras actividades políticas del imperialismo de Arabia
 Saudita (y de Qatar)? ¿Cómo es posible tamaña incapacidad para proceder
 a un análisis político de esta súbita explosión del número de mujeres 
con velo en la diáspora? ¿Cómo pueden reducir eso a una “opción 
individual elegida” por mujeres individuales, a la vista de un fenómeno 
tan repentino e inopinado como masivo?
Si, pongamos por caso, se diera una súbita propagación de 
hábitos y tocas de monja simultáneamente en Italia, Francia, España, 
Filipinas y América Latina, y si las mujeres católicas en números 
apreciables afirmaran agresivamente su derecho a vestirse como 
“verdaderas católicas” (una invención moderna que sería cuestionada por 
respetados teólogos cristianos, lo mismo que el velo es cuestionado por 
muchos teólogos musulmanes progresistas y académicos del Islam, a los 
que, dicho sea de paso, jamás citan ni la izquierda postlaica ni los 
defensores occidentales de los derechos humanos para defender a las 
mujeres sin velo frente a los movimientos políticos de extrema derecha 
que andan por detrás de este revival supuestamente religioso); si eso 
sucediera, digo, ¿no señalaría al punto la izquierda a los movimientos 
políticos de extrema derecha agazapados detrás de ese revival 
supuestamente religioso? ¿No lo analizaría esa izquierda en términos 
políticos, no religiosos, y no lo denunciaría?
Si hubiera rumores o ejemplos de mujeres católicas 
“impropiamente” vestidas forzadas a llevar tocas de monja, o azotadas o 
recluidas a la fuerza o asesinadas, ¿no empezarían las organizaciones de
 derechos humanos a preocuparse por ese asunto? ¿No defenderían a las 
víctimas? ¿No denunciarían todo eso como violaciones flagrantes de los 
derechos humanos? ¿O seguirían acaso todas estas fuerzas supuestamente 
progresistas haciendo la vista gorda a esas violaciones de los derechos 
humanos y prestando oídos sordos a los gritos de socorro de las 
víctimas? ¿Se centrarían en el “derecho al velo” de las mujeres 
católicas?
Para mí está meridianamente claro que, al respaldar las 
exigencias de los fundamentalistas sobre las mujeres, sin molestarse 
siquiera en contrastar sus mentiras más manifiestas, la izquierda 
postlaica y las organizaciones occidentales de derechos humanos no hacen
 sino revelar el pánico que sienten a ser tachados de “islamófobos”.
Maryam Namazie: Aunque nosotros podríamos 
considerar el laicismo como una condición previa a los derechos de las 
mujeres, los islamistas consideran la ley de la sharía como una 
condición previa a los derechos de las mujeres, tal como ellos los 
entienden. ¿Y quién puede decir quién tiene razón? Ellos dicen que el 
laicismo es un concepto occidental y una forma de colonialismo 
cultural...
Marieme-Hélie Lucas: Yo me niego a servirme del término “ley de la sharía”.
 Presupone que hay escrito en algún lugar un cuerpo legislativo usado 
por todos los musulmanes. Basta una simple ojeada a las leyes de los 
países de mayoría musulmana para percatarse de que no hay tal cosa. La 
enorme variedad de leyes en contextos predominantemente musulmanes 
muestra que las leyes tienen diferentes fuentes: desde ofrecer 
legitimidad a prácticas culturales locales (como la de la ablación del 
clítoris, que pasa por islámica en algunas regiones de África) hasta 
distintas interpretaciones  religiosas (por ejemplo, Argelia legalizó la
 poligamia, mientras que Túnez la prohibió sirviéndose exactamente del 
mismo verso del Corán, pero con otra lectura), pasando por leyes de los 
antiguos colonizadores (como la prohibición de la contracepción y el 
aborto en Argelia, que se sirvió de la ley natalista francesa de 1920). 
Sería un fenomenal error pensar que todas las leyes de los países 
mayoritariamente musulmanes traen necesariamente su origen en la 
religión.
Los medios de comunicación tienen una gran responsabilidad
 en la propagación de los puntos de vista fundamentalistas al servirse 
de términos exóticos. Sharía es un término acuñado por los 
fundamentalistas a fin de hacer creer que existe un cuerpo así de leyes,
 mientras que hasta los musulmanes conservadores --atentos a toda 
posible divergencia-- hablaban hasta hace poco sólo de “jurisprudencia”.
 Servirse del término sirve precisamente para dar a entender a cada vez 
más gente que ese cuerpo existe realmente. Y eso ocurrió exactamente en 
el mismo momento en que los medios de comunicación comenzaron a usar 
también otros términos acuñados por los fundamentalistas, como la yihad
 (que originariamente significa la lucha espiritual con uno mismo para 
acercarse a Dios, y no una “guerra” librada con armas, como interpretan 
los fundamentalistas), o como el “velo islámico” (cuando lo que hacen es
 propagar el velo saudita), o como la “islamofobia”. ¡No uses el 
lenguaje del enemigo! Concedes crédito a sus mentiras...
Como ya he dicho antes, hay una miríada de lugares en el 
mundo en donde el velo es obligatorio, mientras que en ningún lugar que 
yo conozca se fuerza a nadie a quitarse el velo; ni siquiera en las 
escuelas francesas de primaria y secundaria, porque las familias 
ultraortodoxas tienen siempre la opción de inscribir a sus hijas en 
escuelas de su elección. La única obligación de las familias es enviar a
 sus hijas a la escuela, pero la elección de la escuela no entra en el 
mandato del Estado laico. Y en parte alguna se ven las mujeres forzadas a
 no llevar velo en el espacio público francés; sólo se les exige no 
cubrirse totalmente el rostro.
Así pues, el laicismo ni pone ni quita velos a las 
mujeres. Pero resulta indudable que la interpretación fundamentalista de
 unas órdenes pretendidamente emanadas de Dios busca forzar a las 
mujeres a llevar velo. El laicismo no es una opinión, ni una creencia; 
es única y exclusivamente una definición y una regulación del Estado 
frente a la religión. O el Estado interfiere en la religión, o no 
interfiere. El laicismo, cuando menos en su definición original, 
instituye formalmente la no interferencia del Estado en la religión. Y 
no deberíamos aceptar otra definición del laicismo.
En lo que hace a la acusación del laicismo como “concepto 
occidental”, ¿acaso no hemos oído cosas semejantes sobre el feminismo 
durante décadas? Pero si echamos un vistazo a la historia, 
particularmente a la historia de las mujeres en contextos musulmanes, 
nos encontramos con muchas mujeres que, durante siglos, lucharon por lo 
que ahora se consideran ideas feministas, por los derechos de las 
mujeres. Mujeres que se dedicaron a la literatura, a la poesía, a la 
educación de las mujeres, a la política, a los derechos legalmente 
exigibles de las mujeres: como ocurre ahora mismo. Y nos encontramos 
también con mujeres y hombres ilustrados, tanto creyentes como ateos, 
que las apoyaron. Exactamente como ocurre ahora también. Quienes estén 
interesados en explorar esas historias del pasado, deberían leer  el 
libro de Fareeda Shaheed Grandes ancestros (publicado por la organización Women Living Under Muslim Laws).
Análogamente, encontramos a muchos combatientes por el 
laicismo en contextos musulmanes en los pasados siglos. Lo mismo que 
hoy. Ateos, agnósticos y creyentes que pensaban y siguen pensando que 
las religiones se benefician de la no interferencia del poder en las 
creencias personales o en la espiritualidad de las gentes; y que la 
política se beneficia asimismo de la no interferencia de la religión. 
Actualmente, el Gran Mufti de Marsella, Soheib Bencheikh, es un resuelto
 partidario del laicismo en Francia, como muchos Imams progresistas que 
aparecen cada domingo en programas televisivos en el Channel 2 [público]
 francés para mostrar su apoyo al laicismo de la República francesa, que
 garantiza libertad de fe y de culto.
De modo, pues, que la cuestión real para mí es más bien 
ésta: ¿por qué no oímos hablar más  de estos partidarios musulmanes del 
laicismo y por qué los medios de comunicación no conceden menos espacio 
público a la expresión del odio fundamentalista al laicismo? Es una 
nueva distorsión del fundamentalismo el presentar los hechos a la luz de
 una ley laica pretendidamente hostil a la ley divina...
Encuestas recientes muestran que cerca del 25% de la 
población francesa se declara atea, y ese porcentaje es el mismo entre 
supuestos cristianos y supuestos musulmanes. Pero el porcentaje de 
quienes se declaran partidarios del laicismo crece hasta un 75%, y 
también es idéntico entre presuntos musulmanes y presuntos cristianos.
Hay movimientos laicistas muy robustos en todos los países
 llamados musulmanes, en Pakistán no menos que en Argelia o Mali. Los 
ciudadanos se comprometen públicamente con el laicismo arriesgando sus 
vidas en lugares en los que los fundamentalistas se encuadran en grupos 
armados que atacan a sus oponentes. ¿Por qué las fotografías de sus 
actos públicos y de sus manifestaciones laicistas no se ven nunca fuera 
de sus medios de comunicación nacionales?
Maryam Namazie: Algunos dirán que esto suscita la 
cuestión de hasta qué punto estamos dispuestos a permitir que el Estado 
intervenga en asuntos privados como, por ejemplo, el modo de vestirnos. 
¿Qué diría usted a eso?
Marieme-Hélie Lucas: Si coincidimos en 
que este súbito auge a escala mundial de determinado tipo de velos que 
se hacen pasar por EL velo “islámico” no es de naturaleza cultural ni 
religiosa, sino una bandera política de que se sirven los 
fundamentalistas para aumentar su visibilidad política a expensas de las
 mujeres; si coincidimos en eso, entonces tenemos que admitir que llevar
 ese tipo de velo –ahora— en Europa y en Norteamérica tiene un objetivo 
político. Sépanlo o no, las mujeres que lo llevan son portadoras del 
estandarte de un partido político de extrema derecha.
Así pues, difícilmente podría yo aceptar la fórmula de 
“una mujer que elige cómo vestirse”. Ese velo no puede, definitivamente 
no puede, equipararse con la opción de llevar tacones o zapato plano, 
minifalda o falda larga. No es una moda; es un marcador político. Si uno
 decide que va a ponerse un broche con una esvástica, no puede ignorar 
su significado político; no puede pretender que se desentiende del hecho
 de que fue la “bandera” de la Alemania nazi. No puede alegar que sólo 
le gusta su forma. Es una afirmación política.
Las mujeres de ascendencia migratoria procedente de Asia y de África que se cubren el rostro o llevan un burka
 hoy, ya sea en Europa, en Norteamérica o en sus propios países de 
origen, llevan un tipo de velo que jamás habían visto antes, salvo si 
crecieron en una específica y limitadísima parte del Oriente Próximo. No
 pueden pretender que vuelven a sus raíces y visten la misma 
indumentaria que sus antepasadas de siglos atrás; ni pueden pretender 
que la llevan por razones religiosas. Las musulmanes fueron musulmanas 
durante siglos sin necesidad de semejante indumentaria: en el Sur de 
Asia vestían saris, en África occidental boubous... Hoy, las mujeres pertrechadas con burkas
 llevan una indumentaria que ni se había visto ni se había jamás hablado
 de ella hasta hace unas pocas décadas, cuando grupos políticos 
fundamentalistas inventaron el burka como su bandera política. 
De manera que si el Estado se propusiera regular el burka o el nikab,
 no estaría regulando “el modo en que vestimos, ni estaría interfiriendo
 en un gusto personal o en una moda, sino en la exhibición pública de un
 signo político de un movimiento de extrema derecha".
Hacer eso podría perfectamente caber en el papel del 
Estado laico. Puede debatirse al respecto. Pero lo que no es debatirle 
es que las mujeres que llevan burka hoy están bajo las garras de un movimiento transnacional de extrema derecha. Y resulta irrelevante que las mujeres con burka sean
 conscientes del significado político actual de su velo o, al contrario,
 estén alienadas por el discurso político-religioso fundamentalista.
Maryam Namazie: En la práctica, ¿cómo podría 
procederse a restricciones (atendiendo también al caso francés) sin 
inflamar más el racismo y el fanatismo contra musulmanes e inmigrantes y
 cuál es la conexión entre ambos? Le pregunto esto, porque algunos dirán
 que criticar el velo y el nikab es racista.
Marieme-Hélie Lucas: En tal caso, ¿la resistencia al nikab/burka/pañuelo y
 cualquier forma de velo en nuestros países habría que calificarla 
también como “racismo”? Las mujeres que eligieron morir antes que llevar
 velo en la Argelia de los 90 actuaron racistamente contra su propio 
pueblo? ¿Hay que considerarlas hostiles a su propia fe, a pesar de ser 
muchas de ellas creyentes en el Islam?
¿No podemos dejar de pensar que “Occidente” es el centro 
del mundo? ¿Qué pasa con las mujeres sudanesas que ahora mismo en 
Jhartum se arriesgan a ser azotadas y encarceladas por rechazar el velo?
 ¿Qué pasa con el sinnúmero de mujeres iraníes que llevan décadas 
encarceladas por no vestir “islámicamente”?
El racismo, la xenofobia, la marginalización y los ataques
 a los inmigrantes (o a gentes de ascendencia migratoria) siempre han 
estado aquí. A comienzos del siglo XX hubo en el sur de Francia pogroms
 contra inmigrantes italianos (dicho sea de paso: católicos y blancos) 
que “venían a robar el pan de los trabajadores franceses”. ¿Suena 
familiar, no? Hubo muchos muertos y heridos. ¿Por qué no se habla aquí 
de “católicofobia” o de “cristianofobia”, si a  demostraciones de 
xenofobia harto menos dramáticas se las llama ahora “islamofobia” cuando
 apuntan a objetivos presuntamente “musulmanes”? 
Ahora bien; si nos 
fijamos en ciudadanos franceses de nuestros días cuyos apellidos son de 
origen italiano, lo que se ve es que están plenamente integrados y nadie
 discute su pertenencia a la nación francesa. Lo mismo ocurre con 
españoles, portugueses, griegos o polacos y rusos que vinieron a 
instalarse a Francia en el pasado reciente, llegaron a ser ciudadanos 
franceses y se han “mezclado” ahora con la población general (el 
expresidente  francés Sarkozy constituye un excelente ejemplo reciente 
de integración exitosa).
Francia cuenta hoy con un 25% de ciudadanos de origen 
extranjero. Hay un número creciente de gente bien conocida con apellidos
 árabes (y por lo mismo, erróneamente considerados  musulmanes). Se 
trata de profesores, abogados, expertos en computación, empresarios... 
Esto es un indicador de su incorporación a la nación, lo mismo que 
italianos, españoles, etc. hace menos de un siglo.
Una hermosa pieza titulada Barbes-Cafe se 
representó el año pasado en distintas ciudades francesas. Era toda ella 
obra de gentes de ascendencia argelina, muchos de los cuales habían 
huido de amenazas de muerte fundamentalistas y de ataques directos en 
los 90. Esa pieza es un himno a la emigración: sirviéndose de canciones 
en árabe de todo el siglo XX, de comienzo a fin, traza la historia de la
 emigración desde el Norte de África, de las cuitas y las nostalgias de 
los emigrantes, así como de sus condiciones de trabajo. 
Pero también 
celebra las leyes que permitieron a las familias reunirse con los 
trabajadores, la educación libre y laica recibida por sus hijos, la 
solidaridad entre trabajadores nativos e inmigrantes en los sindicatos y
 partidos de izquierda, etc. Termina con imágenes de aquellos 
inmigrantes de ascendencia norteafricana que “lo lograron” y abrieron la
 puerta para las generaciones venideras. Es un manifiesto de esperanza 
que, sin embargo, no trata de esconder la dureza de las condiciones a 
que tuvieron que  enfrentarse muchos trabajadores para que sus hijos y 
nietos llegaran a ser parte de Francia. 
El 27 de octubre fue el aniversario de la Marcha por la 
Igualdad y Contra el Racismo que cuatro chicas y chicos, ciudadanos 
franceses de origen norteafricano, iniciaron en 1983. Salieron de 
Marsella y caminaron durante dos meses por Francia, visitando ciudades y
 aldeas, hablando con sus conciudadanos rurales y urbanos, denunciando 
los crímenes y las discriminaciones racistas y abogando por la igualdad 
de todos los ciudadanos. También denunciaron el rótulo de “musulmán” que
 se les imponía por razones de origen geográfico. Por el camino, otros 
ciudadanos de todos los orígenes se les fueron uniendo y comenzaron a 
marchar con ellos gentes que se habían reunido inicialmente para darles 
la bienvenida y apoyar sus objetivos.
No está escrito en ningún lugar que las gentes oprimidas o
 víctimas de la discriminación tengan que terminar en movimientos de 
extrema derecha. En esas circunstancias, las gentes pueden elegir entre 
hacerse revolucionarios o convertirse en fascistas. La respuesta 
fundamentalista al racismo es una respuesta fascista. No deberíamos bajo
 ningún pretexto regalarles legitimidad ninguna. Lo que debemos hacer es
 apoyar a los movimientos populares en favor de la igualdad y la plena 
ciudadanía. 
Los  fundamentalistas están arteramente interesados en 
asegurarse los beneficios de los incidentes racistas; lo mismo que los 
movimientos de extrema derecha tradicional (xenófoba), necesitan 
radicalizar a su tropa y reclutar a más gente para su causa. Ambas 
fuerzas aparentemente antagónicas de extrema derecha comparten el mismo 
objetivo: les gustan los baños de sangre. De aquí que estén preparadas 
para provocar incidentes racistas. En los últimos años, los habitantes 
fundamentalistas de un vecindario parisino empezaron a rezar por las 
calles y a bloquear el tránsito durante horas los viernes. El pretexto 
era que su mezquita local no era suficientemente grande. Pero desde 
luego lo era la Gran Mezquita de París que, a unas pocas estaciones de 
metro de donde se hallaban, estaba y sigue estando permanentemente casi 
vacía.
La policía vigilaba sin intervenir, y la cosa duró más de 
siete años. La única respuesta vino, ni que decir tiene, de un grupo de 
extrema derecha que invitó públicamente a compartir un aperitivo de 
“vino y cerdo” en esas mismas calles los domingos.
La acobardada izquierda debería haber tomado este asunto 
en las propias manos exigiendo el desalojo del espacio público tanto los
 viernes como los domingos, si no había autorización policial para 
ocuparlo como es legalmente preceptivo. La acobardada izquierda está 
preparada para ignorar las provocaciones de los musulmanes 
fundamentalistas, porque no desea verse tildada de “islamofóbica”. Uno 
siente que, en cierto modo, esa izquierda no es capaz de distinguir 
entre los creyentes en el Islam y el movimiento de extrema derecha 
supuestamente religioso que finge representar a todos los musulmanes. 
Fue esperando evitar una confrontación con Franco que los 
gobiernos europeos, incluyendo el gobierno socialista francés, se 
negaron a ayudar y a proteger al gobierno legítimo de la República 
española. Fue con la esperanza de evitar una confrontación con el muy 
cortés señor Hitler que los gobiernos europeos fueron a Múnich y 
permitieron la invasión de Polonia por las tropas nazis.
La historia enseña que la cobardía en política no lleva a 
parte ninguna y que todos, a su debido tiempo, terminan pagando el 
precio de la infidelidad a los principios y a los derechos.
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Marieme Hélie-Lucas es una reconocida 
activista feminista argelina. Socióloga de prestigio internacional, ha 
sido la fundadora de la Red de Mujeres bajo la Ley Musulmana, así como 
coordinadora internacional de Secularism Is A Women’s Issue (El laicismo
 es cosa de mujeres).
Fuente: http://freethoughtblogs.com, 27 octubre 2013. La versión española se ha publicado en Sin Permiso el 23 de enero de 2016. 
Traducción de María Julia Bertomeu y Mínima Estrella