A mí me gustaría que la vociferante defensa de la
“elección” de las mujeres con velo y del “derecho al velo” por parte de
“gentes progresistas” anduviera a la par con su defensa de las mujeres
masacradas por no llevar velo. Pero lo que, en cambio, vemos esconderse
tras la defensa unilateral de los derechos humanos de las mujeres con
velo por parte de la izquierda postlaica y de la comunidad de derechos
humanos en Europa y en Norteamérica es, de hecho, una posición
claramente política.
Los pretendidos “progresistas” han optado por
defender a los fundamentalistas como víctimas del imperialismo
estadounidense antes que a las víctimas de esos fundamentalistas, es
decir, entre otras, a los millones de mujeres sin velo que han resistido
a las imposiciones de sus victimarios, así como a los millones de
laicos, agnósticos, ateos, etc., a quienes se ha abandonado a su suerte
como a “occidentalizados”, o aun como “aliados del imperialismo”! La
historia juzgará esa miope opción política de modo no menos
inmisericorde a como ha juzgado la cobardía de los países europeos en el
arranque del nazismo en Alemania.
En lo que hace a su pregunta, yo sólo
puedo hablar desde mi perspectiva de mujer argelina que vivió en Francia
en la época del debate sobre las dos leyes francesas a las que se ha
reprochado en todo el mundo un supuesto sesgo anti-islámico: la ley
sobre velos en las escuelas y la ley que prohibía cubrirse el rostro. Se
trata, como he dicho antes, de dos asuntos distintos, y en Francia se
trataron distinta y separadamente.
La prohibición de los símbolos religiosos en las escuelas
públicas laicas se hace en nombre del laicismo, mientras que la
prohibición de cubrirse el rostro se hace en nombre de la seguridad. Se
ha añadido el burka a otras formas de ocultación del rostro,
como las máscaras (fuera de carnavales) o los cascos integrales de motos
(cuando no se conduce), puesto que todos esos adminículos suelen usarse
para proteger la identidad de alborotadores o “terroristas”.
(Como
argelina lo suficientemente vieja para haber vivido la Batalla de Argel
durante la lucha de liberación contra el colonialismo francés, sé de
cierto que los velos se usaban --tanto hombres como mujeres-- para
llevar armas y bombas de un sitio para otro; de modo que no me sorprende
que los velos que cubren completamente el rostro se añadan a la lista
de indumentarias prohibidas.)
En lo tocante a los velos en las escuelas, la situación en
Francia es completamente distinta a la de Gran Bretaña. Francia es un
país laico desde que la Revolución Francesa sustrajo el nuevo Estado
laico a la influencia política de la Iglesia. Las leyes laicas que
instituyeron esa separación datan de 1905 y 1906, mucho antes de la
oleada migratoria procedente de países mayoritariamente musulmanes. El
artículo 1 de la Ley de 1906 garantiza la libertad de fe y de culto. El
artículo 2 de la misma ley declara que, más allá de esa garantía de
derechos individuales fundamentales, el Estado laico no tendrá nada que
ver con la religión ni con sus representantes. El Estado laico no
reconocerá a las iglesias, ni las financiará. En palabras de un analista
contemporáneo del laicismo, Henri Peña Ruiz, el Estado se declara a sí
mismo “incompetente en materia religiosa”. Las creencias se convierten
en un asunto privado, y las religiones establecidas (en la época, sobre
todo, la Iglesia Católica) pierden todo poder sobre el Estado. El Estado
laico simplemente las ignorará como entidades políticas. Los ciudadanos
son los únicos socios reconocidos por el Estado a través de los
procesos de las elecciones democráticas.
Una consecuencia de esta definición del laicismo como
separación de Estado y religión es que, desde 1906, la exhibición de
“cualquier símbolo” de afiliación religiosa o política queda prohibida
exclusivamente en dos situaciones específicas: para profesores y alumnos
de las escuelas públicas primarias y secundarias del Estado laico (es
decir, para niños y adolescentes, lo que no incluye a las universidades,
en donde los estudiantes son adultos y pueden llevar un velo), así como
para funcionarios en contacto con el público.
La justificación de eso es que los niños van a las
escuelas de la República Laica (en la que la educación es totalmente
gratuita) para ser educados como ciudadanos franceses libres e iguales, y
no como representantes de alguna comunidad específica. La educación
como ciudadanos iguales es un poderoso instrumento contra el
comunitarismo y las específicas particularidades divisorias que conducen
a derechos legales desiguales en un país dado, como ocurre en Gran
Bretaña, por ejemplo, con los llamados “tribunales de sharía”, verdaderos sistemas legales paralelos en asuntos de familia.
Análogamente, los funcionarios que están en contacto con
el público tienen que desarrollar sus obligaciones en tanto que
representantes de todos los ciudadanos, cualquiera que sea su
ascendencia étnica o religiosa, razón por la cual se les exige no
exhibir símbolo alguno de afiliación en el horario en que ejercen como
representantes de la República Laica.
Algo totalmente distinto de lo que ocurre, pongamos por
caso, en las comisarías de policía británicas, en donde uno puede exigir
ser atendido por un policía de su propio culto o de su propio grupo
étnico, como si no pudiera formarse a funcionarios libres de sesgos y
éstos se debieran ineluctable y necesariamente a su “comunidad”, antes
que a sus conciudadanos.
Así pues, en resolución, es en nombre del laicismo que el
velo fue puesto fuera de la ley en las escuelas públicas laicas y entre
funcionarios públicos en Francia desde hace más de un siglo, al igual
que las cruces y las kipás. Resulta interesante observar el énfasis que los medios de comunicación ponen en el velo, y no en las cruces o en las kipás.
¿Por qué? ¿Y quién se halla detrás de esa jerarquía? Lo que enmarañó
este asunto fue que el derechista presidente Sarkozy hizo aprobar la
nueva ley en 2004 buscando congraciar con su candidatura a la extrema
derecha xenófoba. No había la menor necesidad de esta nueva ley; bastaba
con aplicar la de 1906.
Las fuerzas de derecha y de extrema derecha en Francia
jamás han dejado de atacar en el último siglo las leyes laicas de
1905-1906. Ahora han encontrado socios activos y poderosos en la extrema
derecha fundamentalista musulmana, que también desea desmantelar el
laicismo y regresar a la época en que las religiones tenían poder
político y representación oficial. La cosa es clara: aunque luego
llegarán a competir entre sí las distintas religiones, resultan ahora
aliadas útiles en el propósito de erradicar el laicismo en Francia.
¡Basta observar cómo apoyan la Iglesia Católica y las autoridades
religiosas judías prácticamente todas las exigencias de los
fundamentalistas musulmanes!
El asunto del velo en las escuelas primarias y secundarias
francesas no es sino una de las muchas exigencias que sin desmayo
plantean para desafiar en lo fundamental las leyes de la República
Laica. ¿No es irónico que leyes aprobadas hace un siglo, en un tiempo en
el que prácticamente no se registraba inmigración procedente de los
países mayoritariamente musulmanes, pasen ahora en el mundo entero por
leyes hostiles al Islam? Un buen indicio de la pericia de los
fundamentalistas musulmanes como comunicadores mediáticos.
Volviendo al asunto del velo y el burka en el
Reino Unido, déjeme decirle que Gran Bretaña NO es un Estado laico. La
Reina es la cabeza de la Iglesia Anglicana, así que la prohibición del burka o del nikab
o, incluso, del pañuelo en la cabeza no puede buscarse en leyes laicas
centenarias, ni considerarse indicio de su compromiso con una educación
no confesional igualitaria y de calidad para todos los niños, como en el
caso de Francia. (...)
Maryam Namazie: ¿Qué pasa con el
derecho de una mujer a elegir su forma de vestir? Algunos dirían que
obligar a las mujeres a quitarse el velo viene a ser lo mismo que
obligarlas a llevarlo.
Marieme-Hélie Lucas: El
debate está formulado en términos “occidentales”. Hasta donde yo sé, no
se obliga a las mujeres en el contexto musulmán a NO llevar velo, y
estamos hablando de la inmensa mayoría de las musulmanas en el mundo. En
cambio, en la inmensa mayoría de los casos se ven obligadas a cubrirse
de un modo u otro, a menudo por ley: y todavía no se ha oído una
protesta a escala mundial contra esa situación.
En vivo contraste con eso, oímos cada día un montón de
voces sobre esas pobres mujeres “obligadas a quitarse el velo” en
contextos no-musulmanes --señaladamente en Europa y en Norteamérica--,
pero yo todavía no he visto ningún sitio en donde eso ocurra. Que yo
sepa, en ningún sitio. Ya me refería antes a limitaciones impuestas al
uso del velo en Francia, bajo particulares condiciones.
Por lo demás, hasta donde yo sé, cuando mujeres con velo
son atacadas verbal o físicamente, hay tribunales para defenderlas
contra cualquier forma de agresión.
En lo que hace a hechos reales, el debate se reduce al
derecho al velo en Europa y en Norteamérica, sin ninguna consideración
por la resistencia al velo por doquier en el mundo entero, ni por las
duras circunstancias que rodean a esa resistencia. Esa reducción me
resulta manifiestamente inaceptable.
Por un lado, hay millones de mujeres en todo el mundo
obligadas a llevar velo que arriesgan su libertad y su vida cuando
transgreden la orden. Quedan abandonadas a su suerte en nombre de
pretendidos derechos “religiosos” y “culturales”, sin que que medie el
menor análisis de las fuerzas políticas de extrema derecha que manipulan
y secuestran cultura y religión en beneficio político propio bajo el
pretexto “políticamente correcto” de que el imperialismo estadounidense
abusó de la defensa de los derechos humanos de las mujeres para camuflar
sus razones económicas e invadir Afganistán y de que los “blancos” son
racistas.
Por otro lado, hay mujeres de la diáspora en Europa y en
Norteamérica, cuyo “derecho al velo” es defendido por una coalición
políticamente correcta de la izquierda y las organizaciones de derechos
humanos, una coalición que muestra escaso interés por el sinnúmero de
casos de muchachas que tratan de escapar a la obligación de llevar velo.
¿No hay una perturbadora asimetría en esa elección política
manifiestamente discriminatoria de los derechos que merecen defensa y
los que no? ¿No podrían estos campeones de nuestros derechos aclararnos
públicamente las razones que justifican su jerarquía de derechos?
La cosa está clara: la cuestión aquí se reduce
exclusivamente a defender el “derecho a elegir” de las mujeres que
desean llevar velo en Europa y en Norteamérica, no el derecho a elegir
de las mujeres que viven en África y en Asia. Y esta es una forma muy
limitada y parcial de enfrentarse al problema, por decirlo suavemente.
Porque implica hacer desaparecer a la inmensa mayoría de las mujeres
afectadas.
“Quienes defienden el velo a menudo insisten en un
`derecho individual de la mujer a elegir´ (el velo)... Potenciadas por
los teóricos del Islam radical (que usurpan el mantra de los partidarios
del derecho de las mujeres al aborto), esas consignas pueden confundir a
una izquierda occidental que, temerosa de ser considerada racista, cae
en la trampa del relativismo cultural.”
El número de mujeres asesinadas por los propios familiares
y por grupos fundamentalistas armados, o encarceladas, o flageladas
públicamente por los Estados fundamentalistas en nuestros distintos
países en todos los continentes por la simple razón de no querer
allanarse a la imposición del velo, debería, al final, contar más a los
ojos de los defensores de los derechos humanos que las “quejas de las
mujeres con velo” que de vez en cuando tienen que aguantar comentarios
racistas en “Occidente”.
¿Cómo puede alguien atreverse siquiera a comparar, por
ejemplo, las 200.000 víctimas de la “década oscura” (los años 90 del
siglo pasado) en Argelia, la inmensa mayoría de las cuales fueron
mujeres asesinadas por grupos armados fundamentalistas, con un puñado de
mujeres con velo verbalmente molestadas en París o en Londres? Sí,
¿¡cómo se puede!?
Esa desigualdad de trato aceptada sólo muestra que para
las organizaciones de derechos humanos y para las izquierdas europeas y
norteamericanas, Occidente sigue siendo el centro del mundo y lo que
allí ocurra, por menor y marginal que sea, tiene primacía sobre
cualquier acúmulo de crímenes cometidos en otra parte.
Me gustaría señalar un interesante punto ciego detectable
en el análisis corriente entre las izquierdas y las organizaciones de
derechos humanos, un punto ciego que permite o facilita esa operación de
reducción del asunto a un problema de “elección individual”. Fíjese
bien: el número de mujeres con velo en las calles de las capitales
europeas ha crecido sólo en las últimas dos décadas de una manera
constante y apreciable. Ese crecimiento no es proporcional a un
significativo incremento de las poblaciones migrantes. Esas mujeres no
visten ropas o trajes nacionales (incluyan o no cubrirse la cabeza),
sino el velo saudita, que jamás había existido en ningún otro país. Hay
un número creciente de mujeres que adoptan la forma más radical: no sólo
cubrirse el pelo, sino todo el rostro.
En vista de lo cual, ¿cómo puede verse este tipo de velo
como un asunto cultural cuando, de hecho, lo que hace es erradicar todas
las formas tradicionales de cubrirse la cabeza y todas las ropas y
vestidos nacionales y regionales? ¿Cómo puede verse esa forma de velo
como un asunto religioso, cuando todos los teólogos y académicos
progresistas del Islam en todos los continentes han demostrado que el
velo de las mujeres no es una prescripción religiosa, sino una práctica
cultural circunscrita al Oriente Próximo y valedera también para los
varones por su buena adaptación al clima y, por lo mismo, común a todos
los grupos religiosos, como prueba abundantemente la iconografía
cristiana que representa a la Virgen María y a todas las mujeres de la
historia sagrada que compartieron la vida de Cristo, así como a todas
las mujeres judías de su época, con velo?
¿Por qué no se levantan en defensa de todas las culturas
ahora amenazadas por la difusión a escala mundial de esta nueva cepa de
código indumentario? ¿Es que no pueden ver el vínculo entre la
propagación del velo saudita y la financiación saudita del grueso de las
mezquitas y organizaciones religiosas que han venido proliferando en
las principales ciudades de Europa? ¿Cómo es posible que no vean en esa
forma de velo una bandera del fundamentalismo político? ¿Cómo no asocian
su propagación a otras actividades políticas del imperialismo de Arabia
Saudita (y de Qatar)? ¿Cómo es posible tamaña incapacidad para proceder
a un análisis político de esta súbita explosión del número de mujeres
con velo en la diáspora? ¿Cómo pueden reducir eso a una “opción
individual elegida” por mujeres individuales, a la vista de un fenómeno
tan repentino e inopinado como masivo?
Si, pongamos por caso, se diera una súbita propagación de
hábitos y tocas de monja simultáneamente en Italia, Francia, España,
Filipinas y América Latina, y si las mujeres católicas en números
apreciables afirmaran agresivamente su derecho a vestirse como
“verdaderas católicas” (una invención moderna que sería cuestionada por
respetados teólogos cristianos, lo mismo que el velo es cuestionado por
muchos teólogos musulmanes progresistas y académicos del Islam, a los
que, dicho sea de paso, jamás citan ni la izquierda postlaica ni los
defensores occidentales de los derechos humanos para defender a las
mujeres sin velo frente a los movimientos políticos de extrema derecha
que andan por detrás de este revival supuestamente religioso); si eso
sucediera, digo, ¿no señalaría al punto la izquierda a los movimientos
políticos de extrema derecha agazapados detrás de ese revival
supuestamente religioso? ¿No lo analizaría esa izquierda en términos
políticos, no religiosos, y no lo denunciaría?
Si hubiera rumores o ejemplos de mujeres católicas
“impropiamente” vestidas forzadas a llevar tocas de monja, o azotadas o
recluidas a la fuerza o asesinadas, ¿no empezarían las organizaciones de
derechos humanos a preocuparse por ese asunto? ¿No defenderían a las
víctimas? ¿No denunciarían todo eso como violaciones flagrantes de los
derechos humanos? ¿O seguirían acaso todas estas fuerzas supuestamente
progresistas haciendo la vista gorda a esas violaciones de los derechos
humanos y prestando oídos sordos a los gritos de socorro de las
víctimas? ¿Se centrarían en el “derecho al velo” de las mujeres
católicas?
Para mí está meridianamente claro que, al respaldar las
exigencias de los fundamentalistas sobre las mujeres, sin molestarse
siquiera en contrastar sus mentiras más manifiestas, la izquierda
postlaica y las organizaciones occidentales de derechos humanos no hacen
sino revelar el pánico que sienten a ser tachados de “islamófobos”.
Maryam Namazie: Aunque nosotros podríamos
considerar el laicismo como una condición previa a los derechos de las
mujeres, los islamistas consideran la ley de la sharía como una
condición previa a los derechos de las mujeres, tal como ellos los
entienden. ¿Y quién puede decir quién tiene razón? Ellos dicen que el
laicismo es un concepto occidental y una forma de colonialismo
cultural...
Marieme-Hélie Lucas: Yo me niego a servirme del término “ley de la sharía”.
Presupone que hay escrito en algún lugar un cuerpo legislativo usado
por todos los musulmanes. Basta una simple ojeada a las leyes de los
países de mayoría musulmana para percatarse de que no hay tal cosa. La
enorme variedad de leyes en contextos predominantemente musulmanes
muestra que las leyes tienen diferentes fuentes: desde ofrecer
legitimidad a prácticas culturales locales (como la de la ablación del
clítoris, que pasa por islámica en algunas regiones de África) hasta
distintas interpretaciones religiosas (por ejemplo, Argelia legalizó la
poligamia, mientras que Túnez la prohibió sirviéndose exactamente del
mismo verso del Corán, pero con otra lectura), pasando por leyes de los
antiguos colonizadores (como la prohibición de la contracepción y el
aborto en Argelia, que se sirvió de la ley natalista francesa de 1920).
Sería un fenomenal error pensar que todas las leyes de los países
mayoritariamente musulmanes traen necesariamente su origen en la
religión.
Los medios de comunicación tienen una gran responsabilidad
en la propagación de los puntos de vista fundamentalistas al servirse
de términos exóticos. Sharía es un término acuñado por los
fundamentalistas a fin de hacer creer que existe un cuerpo así de leyes,
mientras que hasta los musulmanes conservadores --atentos a toda
posible divergencia-- hablaban hasta hace poco sólo de “jurisprudencia”.
Servirse del término sirve precisamente para dar a entender a cada vez
más gente que ese cuerpo existe realmente. Y eso ocurrió exactamente en
el mismo momento en que los medios de comunicación comenzaron a usar
también otros términos acuñados por los fundamentalistas, como la yihad
(que originariamente significa la lucha espiritual con uno mismo para
acercarse a Dios, y no una “guerra” librada con armas, como interpretan
los fundamentalistas), o como el “velo islámico” (cuando lo que hacen es
propagar el velo saudita), o como la “islamofobia”. ¡No uses el
lenguaje del enemigo! Concedes crédito a sus mentiras...
Como ya he dicho antes, hay una miríada de lugares en el
mundo en donde el velo es obligatorio, mientras que en ningún lugar que
yo conozca se fuerza a nadie a quitarse el velo; ni siquiera en las
escuelas francesas de primaria y secundaria, porque las familias
ultraortodoxas tienen siempre la opción de inscribir a sus hijas en
escuelas de su elección. La única obligación de las familias es enviar a
sus hijas a la escuela, pero la elección de la escuela no entra en el
mandato del Estado laico. Y en parte alguna se ven las mujeres forzadas a
no llevar velo en el espacio público francés; sólo se les exige no
cubrirse totalmente el rostro.
Así pues, el laicismo ni pone ni quita velos a las
mujeres. Pero resulta indudable que la interpretación fundamentalista de
unas órdenes pretendidamente emanadas de Dios busca forzar a las
mujeres a llevar velo. El laicismo no es una opinión, ni una creencia;
es única y exclusivamente una definición y una regulación del Estado
frente a la religión. O el Estado interfiere en la religión, o no
interfiere. El laicismo, cuando menos en su definición original,
instituye formalmente la no interferencia del Estado en la religión. Y
no deberíamos aceptar otra definición del laicismo.
En lo que hace a la acusación del laicismo como “concepto
occidental”, ¿acaso no hemos oído cosas semejantes sobre el feminismo
durante décadas? Pero si echamos un vistazo a la historia,
particularmente a la historia de las mujeres en contextos musulmanes,
nos encontramos con muchas mujeres que, durante siglos, lucharon por lo
que ahora se consideran ideas feministas, por los derechos de las
mujeres. Mujeres que se dedicaron a la literatura, a la poesía, a la
educación de las mujeres, a la política, a los derechos legalmente
exigibles de las mujeres: como ocurre ahora mismo. Y nos encontramos
también con mujeres y hombres ilustrados, tanto creyentes como ateos,
que las apoyaron. Exactamente como ocurre ahora también. Quienes estén
interesados en explorar esas historias del pasado, deberían leer el
libro de Fareeda Shaheed Grandes ancestros (publicado por la organización Women Living Under Muslim Laws).
Análogamente, encontramos a muchos combatientes por el
laicismo en contextos musulmanes en los pasados siglos. Lo mismo que
hoy. Ateos, agnósticos y creyentes que pensaban y siguen pensando que
las religiones se benefician de la no interferencia del poder en las
creencias personales o en la espiritualidad de las gentes; y que la
política se beneficia asimismo de la no interferencia de la religión.
Actualmente, el Gran Mufti de Marsella, Soheib Bencheikh, es un resuelto
partidario del laicismo en Francia, como muchos Imams progresistas que
aparecen cada domingo en programas televisivos en el Channel 2 [público]
francés para mostrar su apoyo al laicismo de la República francesa, que
garantiza libertad de fe y de culto.
De modo, pues, que la cuestión real para mí es más bien
ésta: ¿por qué no oímos hablar más de estos partidarios musulmanes del
laicismo y por qué los medios de comunicación no conceden menos espacio
público a la expresión del odio fundamentalista al laicismo? Es una
nueva distorsión del fundamentalismo el presentar los hechos a la luz de
una ley laica pretendidamente hostil a la ley divina...
Encuestas recientes muestran que cerca del 25% de la
población francesa se declara atea, y ese porcentaje es el mismo entre
supuestos cristianos y supuestos musulmanes. Pero el porcentaje de
quienes se declaran partidarios del laicismo crece hasta un 75%, y
también es idéntico entre presuntos musulmanes y presuntos cristianos.
Hay movimientos laicistas muy robustos en todos los países
llamados musulmanes, en Pakistán no menos que en Argelia o Mali. Los
ciudadanos se comprometen públicamente con el laicismo arriesgando sus
vidas en lugares en los que los fundamentalistas se encuadran en grupos
armados que atacan a sus oponentes. ¿Por qué las fotografías de sus
actos públicos y de sus manifestaciones laicistas no se ven nunca fuera
de sus medios de comunicación nacionales?
Maryam Namazie: Algunos dirán que esto suscita la
cuestión de hasta qué punto estamos dispuestos a permitir que el Estado
intervenga en asuntos privados como, por ejemplo, el modo de vestirnos.
¿Qué diría usted a eso?
Marieme-Hélie Lucas: Si coincidimos en
que este súbito auge a escala mundial de determinado tipo de velos que
se hacen pasar por EL velo “islámico” no es de naturaleza cultural ni
religiosa, sino una bandera política de que se sirven los
fundamentalistas para aumentar su visibilidad política a expensas de las
mujeres; si coincidimos en eso, entonces tenemos que admitir que llevar
ese tipo de velo –ahora— en Europa y en Norteamérica tiene un objetivo
político. Sépanlo o no, las mujeres que lo llevan son portadoras del
estandarte de un partido político de extrema derecha.
Así pues, difícilmente podría yo aceptar la fórmula de
“una mujer que elige cómo vestirse”. Ese velo no puede, definitivamente
no puede, equipararse con la opción de llevar tacones o zapato plano,
minifalda o falda larga. No es una moda; es un marcador político. Si uno
decide que va a ponerse un broche con una esvástica, no puede ignorar
su significado político; no puede pretender que se desentiende del hecho
de que fue la “bandera” de la Alemania nazi. No puede alegar que sólo
le gusta su forma. Es una afirmación política.
Las mujeres de ascendencia migratoria procedente de Asia y de África que se cubren el rostro o llevan un burka
hoy, ya sea en Europa, en Norteamérica o en sus propios países de
origen, llevan un tipo de velo que jamás habían visto antes, salvo si
crecieron en una específica y limitadísima parte del Oriente Próximo. No
pueden pretender que vuelven a sus raíces y visten la misma
indumentaria que sus antepasadas de siglos atrás; ni pueden pretender
que la llevan por razones religiosas. Las musulmanes fueron musulmanas
durante siglos sin necesidad de semejante indumentaria: en el Sur de
Asia vestían saris, en África occidental boubous... Hoy, las mujeres pertrechadas con burkas
llevan una indumentaria que ni se había visto ni se había jamás hablado
de ella hasta hace unas pocas décadas, cuando grupos políticos
fundamentalistas inventaron el burka como su bandera política.
De manera que si el Estado se propusiera regular el burka o el nikab,
no estaría regulando “el modo en que vestimos, ni estaría interfiriendo
en un gusto personal o en una moda, sino en la exhibición pública de un
signo político de un movimiento de extrema derecha".
Hacer eso podría perfectamente caber en el papel del
Estado laico. Puede debatirse al respecto. Pero lo que no es debatirle
es que las mujeres que llevan burka hoy están bajo las garras de un movimiento transnacional de extrema derecha. Y resulta irrelevante que las mujeres con burka sean
conscientes del significado político actual de su velo o, al contrario,
estén alienadas por el discurso político-religioso fundamentalista.
Maryam Namazie: En la práctica, ¿cómo podría
procederse a restricciones (atendiendo también al caso francés) sin
inflamar más el racismo y el fanatismo contra musulmanes e inmigrantes y
cuál es la conexión entre ambos? Le pregunto esto, porque algunos dirán
que criticar el velo y el nikab es racista.
Marieme-Hélie Lucas: En tal caso, ¿la resistencia al nikab/burka/pañuelo y
cualquier forma de velo en nuestros países habría que calificarla
también como “racismo”? Las mujeres que eligieron morir antes que llevar
velo en la Argelia de los 90 actuaron racistamente contra su propio
pueblo? ¿Hay que considerarlas hostiles a su propia fe, a pesar de ser
muchas de ellas creyentes en el Islam?
¿No podemos dejar de pensar que “Occidente” es el centro
del mundo? ¿Qué pasa con las mujeres sudanesas que ahora mismo en
Jhartum se arriesgan a ser azotadas y encarceladas por rechazar el velo?
¿Qué pasa con el sinnúmero de mujeres iraníes que llevan décadas
encarceladas por no vestir “islámicamente”?
El racismo, la xenofobia, la marginalización y los ataques
a los inmigrantes (o a gentes de ascendencia migratoria) siempre han
estado aquí. A comienzos del siglo XX hubo en el sur de Francia pogroms
contra inmigrantes italianos (dicho sea de paso: católicos y blancos)
que “venían a robar el pan de los trabajadores franceses”. ¿Suena
familiar, no? Hubo muchos muertos y heridos. ¿Por qué no se habla aquí
de “católicofobia” o de “cristianofobia”, si a demostraciones de
xenofobia harto menos dramáticas se las llama ahora “islamofobia” cuando
apuntan a objetivos presuntamente “musulmanes”?
Ahora bien; si nos
fijamos en ciudadanos franceses de nuestros días cuyos apellidos son de
origen italiano, lo que se ve es que están plenamente integrados y nadie
discute su pertenencia a la nación francesa. Lo mismo ocurre con
españoles, portugueses, griegos o polacos y rusos que vinieron a
instalarse a Francia en el pasado reciente, llegaron a ser ciudadanos
franceses y se han “mezclado” ahora con la población general (el
expresidente francés Sarkozy constituye un excelente ejemplo reciente
de integración exitosa).
Francia cuenta hoy con un 25% de ciudadanos de origen
extranjero. Hay un número creciente de gente bien conocida con apellidos
árabes (y por lo mismo, erróneamente considerados musulmanes). Se
trata de profesores, abogados, expertos en computación, empresarios...
Esto es un indicador de su incorporación a la nación, lo mismo que
italianos, españoles, etc. hace menos de un siglo.
Una hermosa pieza titulada Barbes-Cafe se
representó el año pasado en distintas ciudades francesas. Era toda ella
obra de gentes de ascendencia argelina, muchos de los cuales habían
huido de amenazas de muerte fundamentalistas y de ataques directos en
los 90. Esa pieza es un himno a la emigración: sirviéndose de canciones
en árabe de todo el siglo XX, de comienzo a fin, traza la historia de la
emigración desde el Norte de África, de las cuitas y las nostalgias de
los emigrantes, así como de sus condiciones de trabajo.
Pero también
celebra las leyes que permitieron a las familias reunirse con los
trabajadores, la educación libre y laica recibida por sus hijos, la
solidaridad entre trabajadores nativos e inmigrantes en los sindicatos y
partidos de izquierda, etc. Termina con imágenes de aquellos
inmigrantes de ascendencia norteafricana que “lo lograron” y abrieron la
puerta para las generaciones venideras. Es un manifiesto de esperanza
que, sin embargo, no trata de esconder la dureza de las condiciones a
que tuvieron que enfrentarse muchos trabajadores para que sus hijos y
nietos llegaran a ser parte de Francia.
El 27 de octubre fue el aniversario de la Marcha por la
Igualdad y Contra el Racismo que cuatro chicas y chicos, ciudadanos
franceses de origen norteafricano, iniciaron en 1983. Salieron de
Marsella y caminaron durante dos meses por Francia, visitando ciudades y
aldeas, hablando con sus conciudadanos rurales y urbanos, denunciando
los crímenes y las discriminaciones racistas y abogando por la igualdad
de todos los ciudadanos. También denunciaron el rótulo de “musulmán” que
se les imponía por razones de origen geográfico. Por el camino, otros
ciudadanos de todos los orígenes se les fueron uniendo y comenzaron a
marchar con ellos gentes que se habían reunido inicialmente para darles
la bienvenida y apoyar sus objetivos.
No está escrito en ningún lugar que las gentes oprimidas o
víctimas de la discriminación tengan que terminar en movimientos de
extrema derecha. En esas circunstancias, las gentes pueden elegir entre
hacerse revolucionarios o convertirse en fascistas. La respuesta
fundamentalista al racismo es una respuesta fascista. No deberíamos bajo
ningún pretexto regalarles legitimidad ninguna. Lo que debemos hacer es
apoyar a los movimientos populares en favor de la igualdad y la plena
ciudadanía.
Los fundamentalistas están arteramente interesados en
asegurarse los beneficios de los incidentes racistas; lo mismo que los
movimientos de extrema derecha tradicional (xenófoba), necesitan
radicalizar a su tropa y reclutar a más gente para su causa. Ambas
fuerzas aparentemente antagónicas de extrema derecha comparten el mismo
objetivo: les gustan los baños de sangre. De aquí que estén preparadas
para provocar incidentes racistas. En los últimos años, los habitantes
fundamentalistas de un vecindario parisino empezaron a rezar por las
calles y a bloquear el tránsito durante horas los viernes. El pretexto
era que su mezquita local no era suficientemente grande. Pero desde
luego lo era la Gran Mezquita de París que, a unas pocas estaciones de
metro de donde se hallaban, estaba y sigue estando permanentemente casi
vacía.
La policía vigilaba sin intervenir, y la cosa duró más de
siete años. La única respuesta vino, ni que decir tiene, de un grupo de
extrema derecha que invitó públicamente a compartir un aperitivo de
“vino y cerdo” en esas mismas calles los domingos.
La acobardada izquierda debería haber tomado este asunto
en las propias manos exigiendo el desalojo del espacio público tanto los
viernes como los domingos, si no había autorización policial para
ocuparlo como es legalmente preceptivo. La acobardada izquierda está
preparada para ignorar las provocaciones de los musulmanes
fundamentalistas, porque no desea verse tildada de “islamofóbica”. Uno
siente que, en cierto modo, esa izquierda no es capaz de distinguir
entre los creyentes en el Islam y el movimiento de extrema derecha
supuestamente religioso que finge representar a todos los musulmanes.
Fue esperando evitar una confrontación con Franco que los
gobiernos europeos, incluyendo el gobierno socialista francés, se
negaron a ayudar y a proteger al gobierno legítimo de la República
española. Fue con la esperanza de evitar una confrontación con el muy
cortés señor Hitler que los gobiernos europeos fueron a Múnich y
permitieron la invasión de Polonia por las tropas nazis.
La historia enseña que la cobardía en política no lleva a
parte ninguna y que todos, a su debido tiempo, terminan pagando el
precio de la infidelidad a los principios y a los derechos.
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Marieme Hélie-Lucas es una reconocida
activista feminista argelina. Socióloga de prestigio internacional, ha
sido la fundadora de la Red de Mujeres bajo la Ley Musulmana, así como
coordinadora internacional de Secularism Is A Women’s Issue (El laicismo
es cosa de mujeres).
Fuente: http://freethoughtblogs.com, 27 octubre 2013. La versión española se ha publicado en Sin Permiso el 23 de enero de 2016.
Traducción de María Julia Bertomeu y Mínima Estrella
Autor : Maryam Namazie (Sinpermiso)
CTXT. “Orgullosos de llegar tarde a las últimas noticias”.
LINK ORIGINAL
http://www.sinpermiso.info/textos/de-velos-islamicos-y-extremas-derechas-el-significado-profundo-del-laicismo-republicano-y-el-cobarde