jueves, 17 de septiembre de 2009

EL DILEMA AFGANO








                                                                            

EL DILEMA AFGANO


Las elecciones que se realizaron en Afganistán el 20 de agosto pasado eran consideradas como un momento privilegiado del proceso de regularización de la situación existente en ese país y un paso importante en la institucionalización de un sistema político, que comenzó a instalarse en el 2001, pero cuya fragilidad es todavía evidente para todo el mundo.

Aunque resulta imposible desvincular ese proceso electoral de la guerra que se está desarrollando concomitantemente contra los grupos fundamentalistas islámicos, no es menos cierto que, el sólo hecho que se realizaran elecciones, constituyó un éxito político para la OTAN, para las Naciones Unida y, más allá de éstos, para todos aquellos que desean que el drama afgano se encamine hacia una solución razonable.

Los días que siguieron al proceso electoral, sin embargo, fueron dejando en claro la enorme fragilidad y volatilidad de la situación política del país y las dificultades para estabilizar una institucionalidad que sea realmente aceptada por los actores políticos del país. Los reclamos relativos a serias irregularidades cometidas durante el proceso electoral comenzaron muy rápidamente. Con un presidente en ejercicio, Hamid Karzaï, con ambiciones de reelegirse en la primera vuelta, y que declara haber obtenido 54.1% de los votos emitidos y un contrincante, Abdullah Abdullah, que no acepta que su votación sea sólo de 28.3%, la confusión estalló inmediatamente en la semana siguiente a la elección. Hoy, a casi un mes de los comicios, la situación es idéntica sino es que mucho peor. La credibilidad en la Comisión Electoral, teóricamente independiente, se ha desvanecido cuando la gran mayoría de los observadores, tanto nacionales como extranjeros, confirmaron la existencia de irregularidades de todo tipo.

El candidato perdedor, Abdullah Abdullah, pretende demostrar que esas irregularidades se cometieron todas en contra de su real caudal electoral. Sin embargo nada de esto es tan ordenado: todo indica que las irregularidades fueron generalizadas. En consecuencia, lo que algunos analistas llaman “el campo democrático de Afganistán”,se encuentra atravesado por los más violentos conflictos. Y si estos conflictos no han estallado de manera violenta es, paradójicamente, porque aquel se traspase la frontera del reclamo verbal o de la movilización política y recurra a la violencia, corre el riesgo de quedar asociado (o incluso asimilado) al campo del fundamentalismo talibán

En efecto, aunque en artículos anteriores (Letras Internacionales Nos. 36 y 59) nuestros analistas ya han reseñado la complejidad política del país, no es menos cierto que, en esta coyuntura electoral, las peculiaridades de la situación afgana requieren ser reiteradas.

Para abordar estas complejidades es necesario dejar claro que nuestra tradición política, que tiende (por demás esquemáticamente, por otra parte) a razonar en términos de correspondencia entre un Estado, una Nación y una Lengua (o cultura) resulta ser totalmente inaplicable. Si Afganistán, hacia 1747, se parece en algo a un estado en ciernes, a lo largo de su historia posterior su realidad multi-étnica y multi-linguística, agregadas a las distintas variantes religiosas, nunca le permitió construir siquiera un imaginario identitario relativamente coherente. La etnia mayoritaria resultan ser los pashtuns, pero éstos, linguísticamente, se auto-designan en el lenguaje persa predominante en el país (llamado darí en lugar de farsí) como “afgans”. Lo que no significa que los pashtuns no tengan su propia lengua (el pastho). Los pashtuns son también pobladores de vastas regiones del vecino Pakistán por lo que aquello que conocemos como “fronteras del estado”, en nuestro reconfortante mundo kelseniano, resulta ser una fantasía. Tanto más cuanto, si bien los pashtuns son una mayoría relativa (entre 39% 42% de la población), hay, en Afganistán, 20% de tayikos no demasiado propensos a reconocer la frontera con el vecino Tajikistán y 9% de uzbekos, tampoco particularmente atentos para con la línea imaginaria que los separa del otro vecino, Uzbekistán.

La importancia de esta extraordinaria diversidad (y dejamos de lado a los hazaras (6% de la población que son de obediencia chiíta), los turkmenos, nuristaníes, etc.) quedó perfectamente clara durante la invasión soviética. Uno de los héroes principales de la resistencia de aquel momento, el Gral. Massoud, “El león de Panjshir”, (ejecutado por los talibanes de Al Qaeda que, además de fundamentalistas islámicos, son pashtuns) era étnicamente tajiko. Así como otro personaje central de la época, el Gral. Dostuni, era uzbeko. Y es esa misma diversidad la que estalla hoy detrás de las irregularidades de las elecciones y el bloqueo político del país.

El pasado lunes 14, el candidato aparentemente perdedor, Abdullah Abdullah, propuso que se realizase una “segunda vuelta” entre él y el actual Presidente Karzaï. No es casualidad porque, pocos días antes, los seguidores del antiguo héroe del Panjshir, declararon lo que era un secreto a voces: su apoyo a Abdullah Abdullah (estrecho colaborador de Massoud en el pasado) y su decisión de resistirse a la elección de Karzaï por todos los medios. Esto ha determinado que, hoy, Abdullah Abdullah está capitalizando todas las antipatías que ha generado Karzaï con su tramoyado proceso electoral,

Pero para que esta solución, de convocar a una segunda vuelta, no sea simplemente una salida “de facto”, es necesario que las formas jurídicas sean mínimamente respetadas. Aunque la Comisión Electoral “independiente” esté, aparentemente, fuertemente influenciada por el Presidente actual, la legislación vigente exige que todas las demandas y quejas que hayan sido presentadas en relación a irregularidades del proceso electoral sean tratadas por otra comisión, la Comisión de Quejas que cumple el papel de segunda instancia o tribunal de alzada por sobre la Comisión Electoral. La diferencia altamente significativa es que, mientras la primera instancia está exclusivamente integrada por personal afgano, la Comisión de Quejas, que tiene 5 miembros, se integra con 3 extranjeros (su presidente es canadiense) y dos afganos.

Como las quejas, demandas y denuncias son miles, y la mencionada Comisión de Quejas debe examinarlas por mandato legal, pueden pasar meses antes de que sepamos realmente cual será finalmente el resultado de las elecciones y si habrá o no segunda vuelta. En algo más de un mes llegará el invierno y las nevadas que aíslan los distintos valles durante toda la estación, hasta bien entrada la primavera, dada la geografía del país. En estas circunstancias la ejecución de otra vuelta electoral resulta imposible de organizar. Demás está decir que la opinión pública de varios países, que observa como se repiten las bajas cotidianas entre sus soldados, comienza a preguntarse seriamente cual es el sentido de continuar con su presencia en Afganistán si ni siquiera “el campo democrático” es capaz de manejar razonablemente el proceso electoral

La OTAN y las Naciones Unidas, junto con los múltiples países presentes en Afganistán, se encuentran ante un dilema de envergadura. O encuentran a nivel de la Comisión de Quejas, a la brevedad, una solución políticamente aceptable para los múltiples sectores en pugna o el país quedará en una situación de vacío de poder y de incertidumbre política que sólo habrá de favorecer a los talibanes.