viernes, 28 de junio de 2019

THE COLLAPSE OF LIBERAL VALUES

Putin is right about the collapse of liberal values– but the EU shares the blame

Rightwing demagogues across the world, including in Europe, go unchecked. Darkness threatens to engulf us all

Vladimir Putin is right. When he celebrates the existential crisis of what he terms “liberalism”, his grounds for triumphalism are substantial. “The liberal idea has become obsolete,” he crows: he cheers on the anti-migrant backlash sweeping the western world, the onslaught against multiculturalism, and even endorses the ever-escalating campaign against trans people. If you were Putin, would you not be celebrating? His brand of authoritarianism is in the ascendancy: a rightwing populism based around a venerated strongman leader, where the trappings of democracy are kept for show, but where, in practice, the substance of democracy is hollowed out. Putinism could indeed be humanity’s future.Donald Tusk, the European council president, has shot back, voicing his staunch opposition to the “main argument that liberalism is obsolete”, claiming instead that: “For us in Europe, these are and will remain essential and vibrant values. What I find really obsolete are: authoritarianism, personality cults, the rule of oligarchs.”
What utter hypocrisy. Hungary – an EU state – is already de facto a Putinist nation: its authoritarian far-right leader Viktor Orbán, surrounded by similar oligarchs, flaunts what he calls an “illiberal democracy” that has shut down dissenting newspapers, persecuted NGOs, closed down an entire university, throttled the independence of the judiciary, whipped up hatred against migrants. Its rampant corruption has led to Hungary being widely labelled a kleptocracy, and it has indulged in wanton antisemitism.
Or consider Tusk’s own home nation, Poland, whose authoritarian rightwing government has also seized the judiciary, attacked media freedom, attempted to undermine the right to protest and indulged in rampant migrant-bashing. The EU has let them get away with it: as Michael Ignatieff, the rector of the Central European University – driven from Hungary by Orbán – puts it, the Hungarian nightmare enjoyed the “collusion and compliance” of the EU.

Consider Turkey, once described as an emerging democracy, but whose de facto dictator Recep Tayyip Erdoğan, who rules through a never-ending state of emergency, has locked up and persecuted journalists and opponents, and concentrated power in his hands. While a defeat for his chosen mayoral candidate in Istanbul is cause for celebration, the west has continued to arm and support Erdoğan as he throttles democracy and civil rights.

We can see, too, a wider trajectory. Italy’s far-right deputy prime minister Matteo Salvini – whose Northern League has soared in polls – has every chance of becoming the country’s leader in the near future. Brazil’s authoritarian far-right leader, Jair Bolsonaro, was the beneficiary of a successful conspiracy to prevent Lula da Silva – the nation’s progressive former president – from standing in elections he had every chance of winning. And look at the United States, whose demagogic leader locks children up in what the congresswoman Alexandria Ocasio-Cortez has called “concentration camps”, attempts to institute a Muslim ban, posts videos suggesting he could be US president for all eternity, and exudes a rampantly authoritarian attitude.

And what about Britain? British exceptionalism – always drenched in chauvinism and myth – painted our nation as immune to authoritarian populist impulses. The aftermath of the Brexit referendum kills this lie: this is a country where newspapers denounce judges as “enemies of the people” and opponents as “saboteurs and traitors”; where our leaders denounce “citizens of nowhere”; where threats to prorogue parliament – a de facto coup d’état – become mainstream; and where rightwing populism continues its ascent.

When Putin ridicules the “claim now that children can play five or six gender roles”, he joins a deafening chorus of bigotry: from Trump banning trans soldiers to the escalating anti-LGBTQ backlash in Brazil. No wonder he is so cocky.

That isn’t to say that we existed in some fabled golden age before now. But there is no question that a great reverse is taking place: a lethal combination of a backlash against hard-won rights for women and minorities, and worsening economic and social insecurities being exploited by rightwing demagogues. The lights are going out – and if an alternative politics of hope fails, then darkness will consume us all.
Owen Jones is a Guardian columnist
LINK ORIGINAL
https://www.theguardian.com/commentisfree/2019/jun/28/putin-liberal-values-eu-blame-rightwing-demagogues

viernes, 14 de junio de 2019

POPULISMO GLOBALIZADO

Se ha convertido ya en una virtual marea negra de intolerancia y exclusión a niveles que no se veían desde antes de la Segunda Guerra Mundial

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Donald Trump, en una imagen de archivo.
Donald Trump, en una imagen de archivo. AP

Florece de este a oeste. El catálogo populista contemporáneo es prolífico: Duterte (Filipinas); Kaczynski (Polonia); Orban (Hungría); Salvini (Italia); Le Pen (Francia); Trump (EE UU); AMLO (México); Bolsonaro (Brasil) y —también es populista, pero de otro signo— Maduro. Y hay muchos más.

 

 

Ha empezado en Europa y suele responder a problemas reales: inseguridad, desempleo por los extranjeros, etc. Pero se ha convertido ya en virtual marea negra de intolerancia y exclusión en niveles que no se veían desde antes de la Segunda Guerra Mundial. Por sus planteamientos usualmente rebosantes de xenofobia, racismo, nacionalismo belicista, caudillismo e intolerancia, es variopinto, pero esencialmente de extrema derecha. Dentro de sus características esenciales destacan cuatro.

Primero: caudillismo, concentración de poder y desinstitucionalización. Líder que se sitúa —o busca hacerlo— por encima de y al margen de las instituciones, aspirando al control de todo y arrasando con el equilibrio de poderes en aras de la “eficacia”. En ello, la independencia de la justicia es una de las primeras cabezas sacrificadas para liberarse de controles incómodos y preservar la impunidad. Al tocar y agitar, eventualmente, fibras socialmente sensibles, transmite el mensaje de que ese(a) “alguien” tiene las cosas bajo su control.

Segundo: exacerbación de los sentimientos sociales identificando —simplista y arbitrariamente— “enemigos” y supuestas causas de problemas sociales a enfrentar. Y, a la vez, circulación mediática de panaceas y soluciones —usualmente radicales— también simplistas. Algunos ejemplos.

Le Pen: en la exacerbación de su discurso ante el temor ciudadano frente a la inmigración de personas de fe musulmana, su “medicina” es tan brutal como retrógrada: “erradicar el islam”. Textualmente lo ha repetido varias veces y gusta oírlo a mucha gente. Como si no hubiera cinco millones de musulmanes en Francia y como si los terroristas extremistas no fueran una ínfima minoría.

En Filipinas, desde hace tres años Duterte promueve públicamente —y casi a diario— las ejecuciones extrajudiciales de “sospechosos” desarmados y la “justicia por mano propia”. Analistas calculan que se habrían producido ya más de 20.000 ejecuciones extrajudiciales en su llamada “guerra contra las drogas”. Retirar a Filipinas de la Corte Penal Internacional es un “curarse en salud” buscando impunidad.

En el Brasil de Bolsonaro, el estancamiento de la economía hace que el discurso presidencial se concentre en el llamado a la justicia por mano propia y, acaso más sutilmente que Duterte, también en las ejecuciones extrajudiciales. Las cifras se están disparando. Ejemplo: 558 muertos por la policía, sólo en Río de Janeiro, en sus primeros cuatro meses de Gobierno.

Tercero: nacionalismo confrontativo a cualquier set de valores e instituciones internacionales o multilaterales. Todo en aras de un mundo sin reglas, desinstitucionalizado y que prevalezca la “ley” de lo que a cada cual crea convenirle. Tambalean los tratados y acuerdos internacionales y en la picota asuntos claves como —otra vez— los derechos humanos, el medioambiente o la paz internacional.

Cuarto: supresión y cercenamiento de las minorías y sus derechos. Se trate de extranjeros, minorías religiosas, comunicadores y periodistas o jueces independientes, se aspira a que todos sean barridos o arrinconados. Particularmente preocupante en su esencia antidemocrática y que lleva a ciertos líderes no necesariamente populistas a subirse a ese coche con actitudes o medidas desdichadas contra los inmigrantes venezolanos como las adoptadas recientemente en el Perú.

Escenario complejo, en fin, por las amenazas reales que plantea. Y reto para enfrentar, con métodos democráticos eficaces, los problemas reales de los que busca nutrirse este populismo en ascenso.
EL PAÍS