Aquelarre Económico
¿Neoliberalismo = corrupción? 
Por
José Manuel Suárez Mier
enviado para su publicación en
Excélsior, el 6 de diciembre de 2018,
CIUDAD DE MEXICO
El
 grave problema de partir de premisas falsas es que se llega a 
conclusiones erróneas, lo que es mucho peor cuando sobre ellas se 
emprenden políticas públicas condenadas al fracaso. Esta es la gran 
tragedia del discurso inaugural del presidente de México el pasado 
sábado. 
Plantear que la corrupción es causada por lo que 
él llama el “modelo neoliberal” es más que una tontería, es una mentira,
 pues cuando se compara la lista de países con mayores índices de 
libertad, resulta que también son aquellos en los que la corrupción es 
menor. 
Si por neoliberal se entiende la filosofía 
política basada en el liberalismo clásico que renace en 1947, entre las 
cenizas que dejó la guerra contra regímenes totalitarios, al fundarse la
 Sociedad del Monte Pelerín en Suiza para persuadir al mundo de las 
virtudes de gobiernos acotados, que respetaran la libertad individual, 
en México nunca se aplicó a cabalidad. 
Las “reforma 
estructurales” se adoptaron de emergencia desde 1983 cuando el país 
quebró por el desenfreno populista que culminó con un sector paraestatal
 que perdía casi el 20% del PIB, en el que la corrupción era rampante, y
 con un aparato productivo inútil y atrofiado por su cerrazón frente al 
mundo. 
Quizá la mayor excepción fue la apertura comercial
 y financiera pues el resto de las reformas se hizo tarde y a medias, 
con sectores enteros vedados a la competencia lo que consolidó 
monopolios públicos y privados. No se crearon órganos reguladores 
efectivos, y se descuidó fatalmente el Estado de derecho. 
Lo
 que prevaleció en el México de los últimos 36 años, lapso que el 
presidente califica como “neoliberal,” fue un capitalismo de compadrazgo
 que funcionó en parte bien, en áreas a las que acuerdos internacionales
 como el TLC de Norteamérica dotaron de certidumbre con reglas de juego 
parejas y creíbles. 
La corrupción florece cuando hay 
impunidad por la bajísima probabilidad de detectar quien la ejerce, y a 
que los castigos no son rigurosos. Pero también es alentada por la falta
 de incentivos para ser honesto: sueldos bajos, malas condiciones de 
trabajo y el desprestigio creciente del funcionario público. 
Otros
 incentivos que alientan la corrupción están en un aparato burocrático 
lento y lleno de trámites redundantes, pensados para complicar la vida 
de quien los hace. La corrupción es ingrediente básico para superar los 
obstáculos que crean los propios burócratas. Pero para el actual 
gobierno desregular, elemento esencial para combatir la corrupción, ¡es 
una reforma neoliberal! 
De acuerdo al Índice de Libertad 
para 2017 del respetado Instituto Cato, los diez países más libres son 
Suiza, Hong Kong, Nueva Zelanda, Irlanda, Australia, Finlandia, Noruega,
 Dinamarca, Países Bajos y el Reino Unido, todos ellos con Estados 
liberales y democráticos que funcionan ejemplarmente. 
El 
México que el presidente acusa como paraíso neoliberal, se ubica en el 
lugar 73, muy por detrás de Chile que inició su marcha al liberalismo 
económico en 1973 y la consolidó con la restauración de la democracia, y
 de Sudáfrica que hace escasamente 25 años vivía en el apartheid, lo más
 contrario a la libertad. 
Si algo va a ocurrir al 
cancelarse las reformas liberales de los últimos años será ahondar la 
falta de libertad y fortalecer un Estado descoyuntado e inepto, ahora 
sin sus técnicos más capaces, que están siendo cesados o han emigrado a 
otros sitios, y disperso en todo el territorio nacional sin 
funcionalidad alguna. 
Pensar que se va a eliminar la 
corrupción con sólo voluntarismo místico, no pasa de ser un sueño de 
opio típico del más puro realismo mágico que tanto gusta en 
Hispanoamérica pero que traducido a políticas públicas, será un rotundo 
fracaso. El resultado, sin duda, será menor libertad y más corrupción.