La UE y la Unión Euroasiática: ¿competidoras o complementarias?
20/11/2014
Para Rusia se trata claramente de una cuestión de competir: o la UE o la Unión Euroasiática,
y ni Ucrania ni otros países en la “vecindad compartida” pueden
pertenecer a ambos mundos. Rusia incluso ha llegado a recurrir a la
fuerza militar para recalcar su posición al respecto. El
objetivo de Moscú es recuperar el control sobre Ucrania y los otros
países de la región cuyas miradas empezaban a dirigirse hacia el oeste. Esta es la esencia del conflicto ucraniano.
Pero no ha sido siempre así. Rusia no siempre se ha opuesto a unas
relaciones más cercanas entre Europa Oriental y la UE. En 2004 el
presidente Putin dio su beneplácito a la idea de una Ucrania integrada
en la Unión, afirmando que sería beneficiosa también para Rusia. Y en
años recientes Bruselas ha intentado repetidamente incluir la Asociación
Oriental y los acuerdos de asociación en la agenda de las cumbres
bianuales entre la UE y Rusia. Esta última sencillamente no mostraba
ningún interés y por eso muchos en la UE pensaron que mientras que a
Rusia no le satisfacía el acuerdo de asociación tampoco se opondría a él
con demasiada firmeza.
Sin embargo, ya había indicios de lo que depararía el futuro. En 2011
Moscú creó su propio proyecto integrador, formalmente siguiendo el
modelo de la UE: la Unión Euroasiática o, mejor dicho, la Unión Económica Euroasiática.
Pero hasta el verano pasado no había indicios de que Rusia iría mucho
más lejos, arriesgándose así a provocar un conflicto con Occidente. La
opinión generalizada ha sido siempre que Rusia se opone a la OTAN en su
vecindad, pero no a la UE. Se esperaba una reacción rusa, pero desde
luego no que se tratara abiertamente de una agresión militar.
¿Cómo se ha visto involucrada la UE en este conflicto?
La Asociación Oriental, el marco del que surgieron los Acuerdos de
Asociación, fue una iniciativa polaca. Polonia quiere lo que quiso
Alemania y que consiguió hace años: una vecindad estable en el este. La
inestabilidad en su vecindad oriental, en Ucrania, se consideraba
potencialmente peligrosa para Polonia y la asociación con la UE se
consideró una forma de estabilizar tanto Ucrania como otros países de
Europa Oriental.
Por este motivo, Radek Sikorski diseño la iniciativa y la presentó al
ministro alemán de Exteriores Steinmeier en 2008. La respuesta de
Steinmeier fue negativa –en ese momento trabajaba con Moscú en una
asociación para la modernización–. En consecuencia, Sikorski recurrió al
ministro sueco de Exteriores Carl Bildt y juntos presentaron la
Asociación Oriental al Consejo de Asuntos Exteriores de la UE –a los
ministros de Exteriores de la UE–, que respondieron positivamente.
Así se convirtió la Asociación Oriental en una política oficial de la UE.
Sin embargo, desde el inicio fue una política débil puesto que los
grandes Estados miembros, primero Alemania pero también Francia y otros,
no la apoyaron con ninguna convicción. Dejaron la política a Bruselas, a
la Comisión y posteriormente también al Servicio de Acción Exterior.
Berlín no se responsabilizó de la iniciativa, ni Merkel le puso las
cosas claras a Putin ni en 2010, ni en 2011 o 2012, mucho antes de que
estallara el conflicto.
Para la UE, para la mayoría de Estados miembros, no había ninguna
incompatibilidad entre Rusia y la integración europea, puesto que no
existía ninguna presión por parte europea. La Asociación Oriental tenía
poca financiación y no presentaba ninguna perspectiva de integración.
Había motivos obvios: ninguna capital europea deseaba fomentar la
tensión con Rusia a causa de Ucrania. Simplemente, preferían que la
situación se mantuviera tal cual, mientras que no preveían que el
Acuerdo de Asociación cambiara gran cosa. La verdad es que Occidente no
tenía mucho interés en sus vecinos del este y la Asociación Oriental
suponía una forma amable de manifestar esta opinión.
Durante dos décadas Occidente había otorgado implícitamente a Rusia una zona de influencia en el espacio post-soviético.
Tanto la UE como EEUU tenían una política de Rusia primero, sin
importarles demasiado ni Asia Central, ni el Cáucaso Sur ni países como
Bielorrusia, Ucrania y Moldavia.
Cuando en 2013 Armenia súbitamente puso fin a sus
negociaciones con la UE sobre un Acuerdo de Asociación al anunciar el
presidente Sargsyan que Armenia se incorporaría a la Unión Económica
Euroasiática –el grupo ruso–, nadie en la UE se opuso o intentó
convencerles de lo contrario. Casi fue un alivio en las capitales
europeas, pues no había ningún deseo de cambiar nada en el espacio
post-soviético. La UE deseaba sobre todo la estabilidad y esto suponía
no alterar un orden establecido por Moscú en el espacio post-soviético,
aunque esto supusiera de facto una soberanía limitada para los países en cuestión.
La UE, sobre todo la mayoría de los países de Europa Occidental, no
mostró un gran interés en la región, pero a esta última sí le empezó a
interesar cada vez más la UE, especialmente tras las revoluciones de
colores. Fue el poder del pueblo el que condujo a un aumento de las
tensiones entre varios de estos países y Rusia y fue el poder del pueblo
el que obligó a Occidente a involucrarse, pero desde luego no fue la
geopolítica occidental.