EDITORIAL DE ”LETRAS INTERNACIONALES”
//EDITORIAL//
|
LAS “PROVOCACIONES” DE RUSIA |
En los últimos días de la
semana pasada, la OTAN hizo público que por lo menos 15 aviones rusos
habían sido detectados operando, sin aviso previo de ningún tipo, “en
espacio aéreo europeo” y, en general, la Alianza denunciaban “un nivel
inusual de actividad aérea” de parte de ese país. Aunque la denuncia era
inicialmente un poco vaga, no deja de llamar la atención de que la OTAN
mencionara, ya bastante mas específicamente, la presencia de aeronaves
rusas en tres diferentes lugares: los países Bálticos, en el Mar del
Norte y en el Mar Negro.
Señala la OTAN, en este
caso con mucho más precisión, que por lo menos un grupo de ocho aviones
rusos ingresaron en espacio europeo sobre el Mar del Norte el miércoles
29 de octubre y que, al ser interceptados por la aviación de Noruega,
seis de esas aeronaves se replegaron mientras que las dos restantes
continuaron un insólito trayecto hasta el espacio aéreo portugués.
Ante el análisis de este
tipo de conflicto conviene recordar que la información disponible es,
toda ella, de muy difícil comprobación. Debemos recordar, por ejemplo,
que no tenemos información alguna sobre la realidad y/o intensidad de
una eventual “contra-actividad” aérea de la aviación de los países de la
OTAN sobre territorios o el espacio aéreo ruso. Esa es una información
que nos resulta muy difícil de obtener por dos razones. En primer lugar
porque la OTAN no habrá de proporcionarla y, en segundo término, porque
cualquier fuente de prensa rusa que se pronuncie en la materia es
radicalmente no confiable dadas las conocidas restricciones a la
libertad de prensa que reinan en dicho país.
Pero, en todo caso, lo que
la prensa occidental reporta no es un simple error de navegación ni una
mera escaramuza aislada. En realidad, todo esto se inserta en una lenta
estrategia que podríamos llamar “de provocación” que, aunque Rusia
siempre mantuvo en operación a niveles mucho más discretos, en los
últimos tiempos parece haberse tornado más agresiva. Este incremento de
las incursiones irregulares rusas puede ser relacionado a muchas
razones.
Pero, en cualquier caso,
es necesario centrarnos en una primordial y evidente explicación. Muy
buena parte del “mal humor” creciente de Rusia está vinculado a una
clara violación del compromiso establecido a fines de la década de los
80, entre la OTAN y los EE.UU, en el sentido de que la OTAN no se
“extendería” hacia el Este de Europa Central. Conviene detenerse un
instante en ello porque el tema constituye, aún hoy, el telón de fondo
de conflictos como el de Georgia y el de Ucrania. Y seguramente de otros
que han de venir.
Cuando la URSS estaba en su etapa de agonía, Gorbachov confió en lo que decían James Baker y los EE.UU.: en términos muy resumidos, la OTAN no se desplazaría un milímetro hacia el Este, aunque cayese el Muro de Berlín. En ese momento Gorbachov advirtió que “…cualquier extensión de la zona de influencia de la OTAN sería inaceptable para nosotros”. “Estoy de acuerdo”, replicó Baker. Este acuerdo, por cierto histórico, nunca pasó de ser verbal. Entre otras cosas porque la mayoría de los analistas e historiadores de entonces estuvieron de acuerdo en que la OTAN estaba esencialmente caduca y mal adaptada a las realidades del mundo de la post Guerra Fría que estaba desplegándose. Es más, todavía algunos años más tarde, el Consejero de Seguridad de Bush, Brent Scowcroft, y también el Secretario de Defensa de Bill Clinton, reiteraron esa postura y también estuvieron de acuerdo en que la OTAN era algo que pertenecía más al pasado que al nuevo presente de cooperación con Rusia y el Asia, que parecía viable. Hacia 1994, ya aquel contrato verbal inicial comenzaba a ser mirado, simultáneamente, con avidez y recelo por algunos de los sectores más agresivos de los partidos norteamericanos. El cambio de la política exterior norteamericana tomó la forma de una conocida publicación: “Not Whether but When: The US Decision to Enlarge NATO” que el entonces Profesor de American y George Washington University, James Goldgeier, publicara en 1999. Muchos piensan que, como tantos internacionalistas de Washington, Goldgeier no hacía otra cosa que vestir con ropajes académicos más púdicos cambios en la política exterior de los EE.UU. relativamente audaces y arriesgados. No sería raro que hubiese sido efectivamente el caso. No puede ser mera casualidad que, hacia fines de 1997, el acuerdo verbal Gorbachov-Baker-Bush era una promesa semi-perdida en el olvido y, nada menos que Hungría, Polonia y la República Checa, eran aceptados en la OTAN. Para rematar, en 2004, los antiguos países satélites soviéticos Lituania, Letonia y Estonia eran admitidos en la Alianza y, cinco años después, Croacia y Albania se unían a la OTAN. Es en parte por ello que nadie puede sorprenderse mucho que “el mal humor” ruso haya ido in crescendo. Durante el año pasado la OTAN había registrado una treintena de incidentes como los reportados pero, en lo que va de este año, el número de apariciones extemporáneas de la Fuerza Aérea rusa se eleva ya a un centenar.
Conviene recordar también
que, hace dos semanas y en el mismo orden de cosas, la marina sueca
estuvo en un alto estado de alerta por la supuesta presencia de
actividades submarinas directamente frente a la capital, Estocolmo. Fue
el Ministerio de Defensa de aquel país que denunció el viernes 17 de
octubre el descubrimiento de una operación submarina que se estaría
desarrollando en el archipiélago de Estocolmo. Naturalmente todos los
analistas pensaron en Rusia ya que, precisamente, la presencia constante
de aeronaves de ese país, cerca o dentro del espacio aéreo sueco,
funcionaba casi como “prueba” de la reiteración de las provocaciones
rusas. Aunque inicialmente la marina sueca declaró disponer de
informaciones confiables de tres testigos sobre la presencia de un
submarino, lo cierto es que, finalmente, Suecia no insistió con sus
denuncias. El asunto desapareció de la prensa y tema clausurado.
Detrás de este conflicto
larvado, en el cual Rusia acusa con razón a la OTAN, y en realidad a los
EE.UU. y a Europa, de no haber cumplido con la palabra empeñada en
aquellos aciagos años del desmoronamiento de la URSS, hay sin embargo
algunos elementos no explicitados que explican el derrotero posterior de
los acontecimientos.
Estos elementos son que,
esencialmente, los EE.UU. , Europa y, en definitiva la OTAN, cumplieron
durante un período prudencial con su palabra de no modificar, contra los
intereses rusos, el equilibrio militar en Europa. Pero lo que Putin no
quiere entender es que si, entre fines de la década de los 80 y fines
de los 90, Occidente mantuvo bastante prolijamente la política acordada,
las realidades políticas y económicas en los países que estaban
anteriormente en la órbita soviética cambiaron radicalmente.
Si Hungría, Polonia, la
República Checa, Lituania, Letonia, Estonia, Croacia y Albania se
unieron a la OTAN entre 1997 y 2009, y si, además, la Unión Europea
tiene, hasta la fecha, una verdadera “cola” de países que pretenden
ingresar en dicha Unión, ¿será esto “una maniobra imperialista” como
pretenden hacer creer Rusia y sus más pasmados aplaudidores o, más
razonablemente, ello es, simple y sencillamente, la prueba flagrante del
absoluto fracaso y la total incapacidad de Rusia de ofrecer un
“partnership” mínimamente atractivo a los países que la rodean? A parte
de Bielorrusia -(cuya población nunca sabremos hasta donde fue lealmente
escuchada)- ¿qué país de esa vasta región del planeta -( dentro de
poco, esto mismo se planteará incluso en países del Asia Central)- está
dispuesto hoy a desperdiciar la doble oportunidad de quedar política y
militarmente protegido por la OTAN y de lograr el acceso a las economías
europea y norteamericana? Sólo la ancestral incapacidad rusa de
concebir la relación con su entorno geo-político en términos de
cooperación y su obtusa insistencia en conducirse por la vía de la
imposición imperial, pueden explicar semejante fracaso.
Y en ese fracaso ruso
estamos pero ahora concretamente centrado en el caso ucraniano. Y,
nuevamente, la persistencia de las incursiones de aviones rusos trae el
tema al centro de la atención internacional. El despliegue de aviones
sobre espacio aéreo europeo, sin dar aviso a las autoridades
internacionales de aviación civil, refleja la voluntad rusa de mantener
la tensión con los países de la OTAN y ello mientras alimenta
simultáneamente “guerras vecinales” en los confines de los países que se
le alejan inexorablemente. Hoy el conflicto con Ucrania figura,
bastante artificialmente, contenido por una frágil tregua establecida
desde el 5 de septiembre. Fuentes aliadas interpretan los mencionados
movimientos aeronáuticos como un intento de Moscú de poner a prueba a la
Alianza Atlántica y, al mismo tiempo, de demostrar que tiene
“capacidades militares”, a aquellos escasos sectores rusófilos que están
dispuestos a seguir soñando con un antiguo “imperio soviético” que
pretende conservarse a la sombra de herrumbradas estatuas de Lenin.
Si nos limitamos al tema
de Ucrania, nótese que este país -(o al menos una muy amplia parte de
él)- acaba de ir a elecciones. Como resultado de dichas elecciones el
partido comunista y los partidos pro-rusos prácticamente desaparecieron
del escenario político. Al mismo tiempo que reconocía esos resultados,
Rusia anunciaba que reconocería también los resultados de las
elecciones que los independentistas pro-rusos del Este ucraniano van a
realizar el fin de semana y cuyos resultados desembocarán en el intento
de imponer algún formato de una nueva partición de Ucrania.
Ante ello, los EE.UU no se
han pronunciado, pero Bruselas reaccionó inmediatamente lamentando esa
decisión y urgiendo al Kremlin a atenerse a los acuerdos de alto el
fuego firmados el 5 de septiembre, que excluían la legitimidad de
elecciones -(salvo las locales)- en esa región. En consecuencia, y
adelantándose a los acontecimientos, la Unión Europea reafirmó las
sanciones económicas contra Rusia que fuesen oportunamente aprobadas en
el mes de julio primero y, luego, ampliadas en septiembre.
Aunque en las reuniones
recientes de la Unión Europea no se han aprobado nuevas sanciones, su
sólo mantenimiento parece servir de excusa a Rusia para escalar el nivel
de sus “provocaciones”. Los países europeos insisten con el
mantenimiento de las sanciones -(aún considerando que los EE.UU. están
en una postura mucho más dura en materia de sanciones)- porque entienden
que la conducta de los grupos pro-rusos operativos en el Este de
Ucrania, y la de las propias fuerzas armadas rusas en la frontera
ucraniana, no está cumpliendo con los acuerdos que regulan un más que
hipotético “alto al fuego”. En función de ello los europeos advirtieron
que no descartan un endurecimiento de las sanciones contra Rusia de no
aclararse la permanente ambigüedad de este país en el conflicto en buena
medida por él creado. Rusia que ha sido totalmente incapaz de convencer
realmente a la población ucraniana que su futuro está del lado de
Rusia. Hoy, aplastantemente, Ucrania ha elegido Occidente.
Resulta evidente que la
agresividad rusa -(que, debe advertirse, es sobretodo verbal porque el
poderío militar ruso nunca se recuperó realmente de la implosión de la
Unión Soviética)- no cejará y continuará de bravuconada en bravuconada.
Y, en buena medida, porque Occidente y la OTAN han arrinconado a Putin
-(cuyas luces y virtudes políticas no son demasiado evidentes)- a jugar
de “Macho Alfa” de la escena internacional sin tener nada realmente
sustantivo que ofrecer a cambio a algún país vecino por su cercanía con
Rusia.
De cualquier manera hay cosas prácticas que arreglar, efectivamente,
ahora. El viernes 31 de octubre en la madrugada, Ucrania, Rusia y la
Unión Europea declararon haber llegado a un acuerdo sobre dos temas
concretos. El pago de la deuda atrasada que Ucrania mantiene con Gazprom
por sus consumos pasados de gas -(que se pagará en dos tramos
aparentemente ya bien definidos)- y un segundo acuerdo relativo a un
precio futuro para el gas y los volúmenes que Ucrania requiera de ahora
en adelante de la empresa energética rusa.
Cabe apostar que es muy
probable que tampoco este acuerdo dure mucho y, si dura, no irá más allá
de marzo 2015. Dado que el precio de los hidrocarburos se desploma
rápidamente en el mercado internacional y que Rusia tiene cada vez más
dificultades para mantener una economía enclenque que descansa, en un
porcentaje altísimo, en la exportación de hidrocarburos, su poder de
negociación internacional parece cada vez más volátil.
Javier Bonilla Saus
www.javierbonillasaus.com jbonillasaus.blogspot.com http://www.facebook.com/javier.bonillasaus @JBonillaSaus bonilla@ort.edu.uy
LINK: http://www.ort.edu.uy/facs/boletininternacionales/contenidos/192/editorialjavierbonillasaus.html
|