Bajo su gobierno la corrupción adquirió niveles desconocidos e inimagibles. Ahora
es un poco tarde para querer “lavarse” la imagen.
El gran escándalo
Por Eric Nepomuceno, para “Página 12“
Río de Janeiro, 16/11/2014
En los últimos días, Brasil vivió escenas hasta ahora impensables.
Por ejemplo: el
director-presidente de la Camargo Corrêa, una de las mayores
constructoras de toda América latina, Dalton Avancini, se entregó en la
Policía Federal en San Pablo. Junto a otros altos directivos de la
empresa fue conducido, en un avión de la policía, a Curitiba, capital de
la provincia de Paraná, donde todos quedaron presos.
Otro alto -altísimo-
ejecutivo de otra gigante del sector, Sergio Mendes Filho, presidente y
heredero principal de la Mendes Junior, creyó que ir preso y viajar en
un avión de la Policía Federal sería demasiada humillación. Prefirió
entregarse viajando en su jet particular.
El presidente de la
Queiróz Galvao, otra enorme constructora, Ildefonso Colares Fi-lho, optó
por aguardar uno o dos días antes de entregarse. Para meditar de manera
tranquila y poder reunirse con sus abogados sin ser molestado, se alojó
en el Hotel Fasano, en Ipanema.
La tarifa de mil
dólares por día (con derecho a desayuno) no ha sido problema. Difícil
fue entender que saldría de uno de los hoteles más lujosos del país
directamente a una celda colectiva, con cama de cemento y una colchoneta
de ocho escasos centímetros de espesor.
Otros altos ejecutivos de las mayores constructoras de Brasil -y del continente- están detenidos, en la misma situación.
No hay cómo negarlo:
es el mayor escándalo destapado en la historia reciente de Brasil, un
país donde la corrupción integra, desde hace siglos, el cotidiano de la
gente. Se barajan cifras sin que se logre saber con certeza cuántos
miles de millones de dólares fueron desviados, pero no es absurdo
mencionar, para empezar, una cifra de alrededor de cuatro mil millones
de dólares. Se trata de descubrir cuánto fue desviado de los contratos
cuya suma se calcula en unos ochenta mil millones de dólares.
Cuando la Corte
Suprema empiece a convocar a acusados y testigos, se golpeará al mero
corazón político del país. Se conocerán los nombres de los beneficiados
por el esquema. Ya se sabe que al menos 70 fueron denunciados por la red
de corrupción. Entre ellos hay senadores, diputados nacionales,
ministros, gobernadores, ex ministros, ex gobernadores. Tres grandes
partidos están en el ojo del huracán: el PT de Lula da Silva, su
principal aliado, el PMDB, y otro aliado significativo, el PP, pero hay
más.
Se sabe que todos los
contratos firmados por la Petrobras en los últimos diez años tenían un
margen que oscilaba entre 2 y 3 por ciento para "hacer caja" de los
partidos. En el caso de los contratos más sonoros, a veces se negociaba y
esa tasa podía bajar un poquito.
Si se recuerda que a
partir de 2004 las inversiones de Petrobras se multiplicaron con
velocidad astronómica, superando los ochenta mil millones de dólares, se
entenderá que estamos hablando de cantidades siderales solamente en el
rubro "propina". Si a eso se agrega la sobrevalorización de costos y el
desvío puro y llano de recursos, la cuenta se pierde en el infinito.
Conviene advertir que
Petrobras, como toda gran empresa estatal, siempre ha sido objeto de
negocios oscuros y, a veces, escandalosamente oscuros. Casi siempre las
investigaciones se hicieron de manera relajada, y los escándalos
terminaron disolviéndose en el tiempo. Ahora se investiga a fondo y los
resultados son elocuentes.
El tema vuelve
reforzado semanas después de que Dilma Rousseff lograra una difícil
reelección. Frente a una pirámide de indicios y pruebas concretas del
escándalo, en algunos centros urbanos, especialmente San Pablo, capital
financiera y principal núcleo antipetista del país, se exige a gritos
que se decrete el impeachment de la presidenta, o sea, su deposición.
Algunas voces van al grano, bramando por un golpe militar.
Es una situación
extremadamente delicada. En algún momento, más temprano que tarde, se
conocerán los nombres de los políticos denunciados por los delatores,
que a cambio de condenas más blandas aceptaron contar lo que hicieron.
Sin saber quiénes son los acusados, ¿cómo puede Dilma negociar
nombramientos con los partidos aliados? ¿Y si nombra a alguien para un
ministerio y a la semana se sabe que ese alguien cobró propinas para
facilitar negocios a las grandes constructoras?
Más allá del
gobierno, es el mismo esquema político vigente el que está bajo la lupa.
En las recientes elecciones generales, las diez empresas que hicieron
las mayores donaciones "eligieron" al 70 por ciento de la Cámara de
Diputados. Las constructoras (inclusive las que ahora podrán realizar
juntas de directores no en sus sedes, pero sí en la cárcel) declararon
haber donado unos 18 millones de dólares solamente a candidatos a
diputado nacional. Jamás se sabrá cuánto donaron realmente. La bancada
parlamentaria de las constructoras, o sea, los diputados que deben
favores a esas empresas, superan a la mitad del total de la Cámara.
Mientras persistan
las donaciones privadas, las elecciones en Brasil serán siempre una
especie de ventanilla en la cual las empresas invierten hoy en los que
podrán transformarse en deudores mañana: diputados y senadores y
gobernadores y presidentes.
Ese es solamente uno de los problemas que salta a la vista en ese escándalo. Pero hay otros.
Por ejemplo: ahora se
investiga a Petrobras, la mayor empresa latinoamericana y la que
realiza las mayores inversiones de la región. Pero, ¿y cuando se
investigue lo que pasa en las demás estatales? ¿Qué ocurre en las
empresas de energía eléctrica, que también determinan cantidades
millonarias de recursos en obras de construcción? La lista es ancha e
infinita.
El objetivo final de
la oposición -tanto la representada por los partidos políticos, que
alcanzaron niveles importantes en las recientes elecciones, como la más
activa, instalada en los grandes medios de comunicación que representan
los más altos intereses del capital en Brasil- es llegar a Lula da Silva
en primer lugar, y a Dilma como consecuencia. Para que la estrategia
resulte están dispuestos a cualquier cosa. La gran pregunta que hacen es
la siguiente: ¿cómo sería posible que todo eso ocurriese sin que Lula ni Dilma se dieran cuenta?
Se olvidan, desde
luego, de un aspecto esencial: la corrupción no empezó ahora. Lo que sí
empieza es la determinación de investigar a fondo lo que pasa. No
importa si la primera consecuencia sea tener que cortar la propia carne.
Lo que importa es que se investigue y se castigue.
Nunca antes los
corruptores tuvieron el mismo destino -la cárcel- que los corruptos. Y
aunque todo eso no dure más que una quimera, o sea, que los poderosos
poderosísimos salgan de la cárcel en pocos días, al menos se establece
un antecedente.
Es muy fácil pecar de ingenuidad, pero existe la sensación -por fugaz que sea- que algo más podrá cambiar en este país.