Brasil decide
Los votantes de la potencia global eligen distintas formas de gestionar el éxito y salir de la crisis
El País de Madrid
5 OCT 2014
Brasil pertenece al reducido grupo de países cuyas elecciones generan
un interés global. Eso sucede porque es una nación grande, no sólo en
términos geográficos sino también económicos y políticos, y porque ha
protagonizado una espectacular evolución, dato fundamental a la hora de
analizar los comicios presidenciales de hoy.
Hasta hace poco, el inmenso
territorio brasileño albergaba hasta 30 millones de personas que vivían
por debajo de la línea de la pobreza y tenía unas débiles clases
medias; era considerado, en el ámbito económico e internacional, una
eterna promesa que nunca acababa de despegar. Ahora, la decisión de los
votantes girará en torno a lo conseguido por la ya potencia regional y
global tras el regreso de la democracia, y sobre lo que demanda una
sociedad que exige más precisamente porque tiene más.
Así, se someten a las elecciones —a las que están llamados casi 143
millones de brasileños— distintas visiones del futuro. Por un lado, la
presidenta, Dilma Rousseff, que quiere seguir gozando del crédito
obtenido por su antecesor, Luiz Inàcio Lula da Silva: un espectacular
crecimiento económico que lleva a millones de personas a las clases
medias, la consagración de la estabilidad política y el papel del país
como líder regional y como potencia global. Una notable hoja de
servicios del Partido de los Trabajadores (PT) que se ha empañado
recientemente con las dificultades económicas —un crecimiento estancado y
una inflación que castiga a esas nuevas clases medias— y con los
escándalos de corrupción. La progresiva insatisfacción popular derivada
de todo ello exige una manera de gobernar más transparente y que
responda a esos retos.
Esta insatisfacción es una de las principales bazas de la principal
candidata opositora, Marina Silva, del Partido Socialista de Brasil
(PSB). Silva, que formó parte del Gobierno de Lula (y, por tanto, puede
reclamar parte de los éxitos de éste). La ecologista Silva aglutina a
sectores no homogéneos, pero que coinciden en su reticencia a la manera
de gobernar de Rousseff. De su discurso, a los seguidores de Marina
Silva les atraen los llamamientos a la lucha contra la corrupción, la
necesidad de hacer una política cercana al ciudadano y la preocupación
medioambiental. Además, una parte del empresariado apoya sus
planteamientos en economía, alejados del creciente intervencionismo del
PT.
El tercero en discordia —y gran rival de Silva— es Aécio Neves, que
promete reformas, descentralización y reducción del déficit público. Su
partido, el PSDB, reclama el mérito de haber colocado a Brasil en la
senda del despegue de la mano del expresidente Cardoso, antecesor de
Lula.
Pase quien pase a la segunda vuelta —si es que la hay, porque la
recta final de Rousseff ha sido arrolladora— en la elección definitiva
será vital la televisión, que en buena medida decide las elecciones en
Brasil y que dedicará los mismos tiempos a los dos candidatos en liza, a
diferencia de la ventaja oficial de la que disfruta en primera vuelta
la candidatura presidencial.