//EDITORIAL//
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“NUEVAMENTE SOBRE EL POPULISMO LATINOAMERICANO” |
Recurrentes noticias de la
actualidad política latinoamericana traen, una y otra vez, los malos
olores que emanan de la consolidación y expansión de las experiencias
populistas que asuelan a los países del continente y a sus ciudadanos.
Quizás lo más grave del
asunto es que las nuevas generaciones de ciudadanos (donde los hay en
sentido estricto), y de proto-ciudadanos en la mayoría de los casos, en
la medida en que no han conocido, más que de forma excepcional, el
funcionamiento mínimo adecuado de la democracia liberal, ni siquiera
logran entrever el enquistamiento y la recurrencia de la perversión
populista.
A este proceso de “populisitización” de las democracias que surgieron de la caída de los regímenes militares, grosso modo
durante la década de los años 80, han colaborado diversas corrientes,
algunas de las cuales, en realidad, son viejas tendencias históricas. La
convergencia de éstas con versiones más modernas han terminado por
desarmar el espíritu democratizador de los tiempos de las luchas contra
los militares.
Hoy las ciudadanías
latinoamericanas, en su enorme mayoría, creen que viven en democracia
porque el Gorila (macho o hembra) de turno, los invita a votar con
regularidad. En la más patética y paradójica de las simplificaciones,
las elecciones se han transformado en el ritual que ha dado por tierra
con los valores esenciales del régimen democrático representativo y
liberal. Este proceso de falsificación de la democracia hasta ha sido
teorizado por infaltables académicos peronistas que siempre se
arremolinan en torno a las cortes de las Presidencias “populares” y que
han acuñado la expresión “democracia plebiscitaria” para vestir lo que,
en realidad, es una ficción de elección ya que no hay nada parecido a la
libre competencia en estos rituales autoritarios.
En el ejercicio de estos
plebiscitos ratificatorios de los caudillos populistas, ahora llamados
“elecciones”, altos porcentajes de las ciudadanías de nuestros países ni
siquiera están al tanto de las constantes presiones y gruesas
violaciones de la ley que son ejercidas sobre los medios de prensa por
estos regímenes. Es más, en este mismo momento, en Santiago de Chile, la
Sociedad Interamericana de Prensa (S.I.P.) denuncia la muerte de un
número récord de periodistas asesinados en el primer semestre de 2014 y
el aumento de las agresiones de todo tipo por parte de agentes estatales
(golpizas, encarcelamiento ilegal, presiones tributarias, etc.) de los
países del continente. Como siempre Cuba, Venezuela y México se disputan
el podio de la anti-democracia. Argentina es mencionada como otro país
agresivamente adverso a la libertad de prensa.
Igualmente, los votantes
ignoran -(en parte porque no hay nadie dispuesto, por aceptación, por
corrupción o por miedo, a denunciarlo)- que los distintos niveles de los
Poderes Judiciales subsisten más o menos sometidos a las órdenes -(o a
las prebendas)- de los Presidentes cada vez más enquistados en sus
sillones ejecutivos. Ya casi nadie señala que la Presidencia de la
República debería ser la representación y la encarnación de toda la
Nación y/o de la “voluntad general” de Rousseau, si es que recurrimos a
una definición más técnica. En realidad, los Presidentes populistas, por
definición no representan, ni quieren representar a la Nación.
Son Jefes de Facciones, más o menos amplias, que, embanderados en
retóricas populacheras, se han establecido como Presidentes mediante el
viejo y conocido recurso de fracturar a la ciudadanía y a la sociedad
política entre dos campos “opuestos”: los “buenos populares” y los
“malos privilegiados”.
Para ello han echado mano a
los mismos procedimientos que el PRI mexicano utilizara -(y utiliza)-
desde aproximadamente 1929: a idénticas mañas que las que manejaban
Perón o Getulio Vargas y las que hoy continúan manejando Cristina
Kirchner o Dilma Rousseff.
Ante todo declarar, aunque
sea contra toda evidencia, que con la instauración del régimen
populista de turno se inicia, siempre, algún tipo de renovación –(o de
revolución “bolivariana”, “multiétnica”, “nacional y popular” o lo que
sea)- que sólo puede tener como destino final la consecución completa de
los fines históricos nacionales y la instauración del infinito
bienestar de los desposeídos del país.
Para ello, el requisito
fue -(y sigue siendo)- destruir todos o casi todos los lazos con el
pasado, en particular, con el pasado organizativo de los trabajadores.
En ese sentido priísmo, peronismo, varguismo, aprismo, etc. siempre
comenzaron por arrasar con los gérmenes de organizaciones obreras que,
en muchos países del continente, provenían del anarquismo mediterráneo,
de formas llamadas “utópicas” como el chartismo o el owenismo
británicos, del marxismo de la IIa. y de la IIIera. Internacional, etc.
Logrado ese objetivo, al control de las organizaciones de trabajadores
se agrega, rápidamente, el control por el partido populista de las
organizaciones campesinas y de artesanos, pequeños propietarios,
empleados de servicios, etc.
En este sentido, el perfil
del populismo mexicano es casi “un modelo” de encuadramiento de la
sociedad y de organización de la necesaria sumisión de buena parte de la
ciudadanía. En el caso de México, sólo el relato “progresista” puede no
advertir el carácter netamente fascista del trípode sobre el cual
descansa la otrora “dictadura perfecta” del PRI: la Central de
Trabajadores Mexicanos (CTM), la Confederación Nacional Campesina (CNC) y
la Confederación Nacional de Organizaciones Populares (CNOP).
Aunque la perfección de
este modelo no siempre ha podido ser emulada, lo cierto es que su
función esencial se ha conseguido recorriendo vías menos sofisticadas.
De lo que se trata es de destruir a la ciudadanía democrático-liberal y,
con ella, al proceso de legitimación ascendente que va, desde la
voluntad individual de cada ciudadano, hasta la institucionalización de
un poder legítimo. En otros términos, la legitimidad del régimen
populista ni nace ni descansa en los ciudadanos como en la democracia.
Ahora, la legitimidad nace de las distintas formas de “excepcionalidad”
que el Líder se auto-adjudica, que sus cortesanos le consolidan y que
“las organizaciones populares” reproducen.
En este aspecto, el mejor
ejemplo reciente es el de Hugo Chávez que pasó de ser un oficial
golpista cualquiera a fungir como la reencarnación viviente de Simón
Bolívar. Como el populismo latinoamericano todavía no ha encontrado la
forma de tornar inmortales a sus más prestigiosos Gorilas, la
estruendosa operación política de Chávez se vio cortada por la
enfermedad y posteriormente por la muerte. Aunque el proceso llamado
“bolivariano” estaba en caída ya antes de ellas, lo cierto es que el
reemplazo del oficial golpista por el inepto Maduro ha condenado al
fracaso un proyecto de autoritarismo político mayor, que parecía tener
un futuro brillante por delante para desgracia de la ya bastante
castigada ciudadanía venezolana.
La construcción de la
legitimidad populista, que ahora desciende desde el líder hacia las
masas, tiene dos enormes ventajas que hacen del populismo uno de los
modelos más apetecidos de autoritarismo político. Por un lado como la
voluntad del Líder “es” lo que determina la legitimidad de las
decisiones del régimen, el Estado de Derecho o bien desaparece o bien
queda entre paréntesis, recluido a problemas marginales de la
juridicidad de la sociedad. Es el conocido proceso por el cual “lo político está por arriba de lo jurídico”.
Por el otro, y como resultado de lo anterior, la corrupción
generalizada de la sociedad política -(y luego de la civil)- termina
siendo el corolario de la consolidación del autoritarismo populista.
En todo caso, el relato
detallado y la explicitación teórica de todas las características de la
variopinta fauna populista latinoamericana es una tarea que desborda
esta nota editorial. Por otra parte, se corre el riesgo que el lector
apresurado crea que estamos hablando de temas o demasiado históricos o
demasiado abstractos cuya relación con su cotidianeidad política le
parece lejana.
Por ello corresponde
concluir con algunas notas breves de la más estricta actualidad y que
representan ejemplos concretos de las menciones generales hechas arriba.
Hace pocas semanas, Evo Morales acaba de obtener “el derecho” para ejercer por tercera vez la Presidencia de la República. Desde luego que ya es vox populi
en La Paz que estos años por venir los dedicará el Presidente Morales a
elaborar, desde su posición en el Ejecutivo, una reforma constitucional
que le permita reelegirse el mayor número de veces que logre imponer.
O, quizás, como su colega de Ecuador, el Presidente Correa, apunte de
una buena vez por todas a la reelección perpetua e indefinida con buenas
chances de lograrlo. Por la vía de “la democracia plebiscitaria” son
varios los Líderes populistas latinoamericanos que esperan realizar el
milagro de transformarse en Monarcas por votación.
En materia de los daños
causados por la escisión de la sociedad, deliberadamente causada por el
relato populista, Venezuela está llegando a barbaridades sólo vistas
hasta ahora en Cuba. La persecución política, la delincuencia promovida
por el gobierno, la denigración de toda conducta social medianamente
cívica, han causado una emigración de las clases medias venezolanas que
no tiene parangón. Un reciente estudio señala que el 5.5% de los 29
millones de venezolanos se han ido de su país de 1999 a la fecha. Esos
1.6 millones que han emigrado constituyen el núcleo de las clases medias
y los sectores de mayor educación de un país destinado a colapsar
económicamente, entre otras razones, por la ausencia de profesionales y
técnicos.
Aunque los casos de
consolidación del populismo latinoamericano son de diferente dimensión.
En Brasil, donde el Partido de los Trabajadores gobierna desde 2003 a la
fecha, ha hecho de la corrupción su punto fuerte. El “Mensalao”, obra
maestra de Lula, ya hoy ha quedado empalidecido por “la fiesta” de
corrupción del Mundial de Fútbol. Como es sabido, cuando se eligió a
dicho país para ser país anfitrión de ese evento futbolístico, la FIFA
requirió la existencia de ocho sedes adecuadamente equipadas. La
respuesta del gobierno del PT fue tajante: haremos 12 sedes. Mejor
demostración de la voracidad para apropiarse de los dineros públicos y
mayor desinterés por la seriedad en la política nacional de inversión
pública no puede concebirse.
Estos son los gobiernos
“democráticos” que se están dando los países latinoamericanos a sí
mismos y esto es lo que hoy se llama “democracia latinoamericana”. No
resulta ser particularmente perspicaz para sospechar que nada de esto
termina bien y que las ciudadanías de nuestros países terminarán pagando
caro los delirios de los Líderes populistas.
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