Carta desde St. Louis: La explosión de Ferguson
De la Revista ”LETRAS LIBRES”
BLOG POLIFONÍA
Agosto 22, 2014.
Hace
unos días cumplí ocho años como habitante de St. Louis, Missouri, una
región de un par de millones de habitantes ubicada en el corazón de los
Estados Unidos. Es una ciudad a la vez hermosa y conflictiva. Tiene una
cultura amplia y brillante, con una cantidad notable de escritores
(desde Mark Twain, T. S. Eliot y Tennessee Williams, pasando por
William H. Gass, Eugene Redmond, Maya Angelou, Jonathan Franzen y los
condecorados poetas Carl Phillips y Mary Jo Bang hasta nuevas voces de
la literatura norteamericana como Danielle Dutton, Devin Johnston, Ted
Mathys y Saher Alam), un museo de arte que contiene la colección de
expresionismo alemán más grande en el continente americano (gracias a
los esfuerzos de Max Beckmann, quien pasó algunos años enseñando aquí) y
una cultura musical que se divide entre una de las mejores orquestas
sinfónicas del mundo y una vibrante escena de jazz y rock que cuenta a
Scott Joplin y a Chuck Berry entre sus fundadores.
Fue también la ciudad
donde nació la excursión de Lewis y Clark al Oeste y el sitio de la
Feria Mundial de 1904, donde se popularizaron el cono de helado, el hot
dog y el Jack Daniel’s. Hoy en día es un centro de investigación médica e
industrial, una importante capital deportiva (sobre todo por las
victorias de los Cardenales en varias Series Mundiales) y uno de los
lugares de mayor exploración gastronómica y cultural en los Estados
Unidos. Es, como la describió una crónica de la novelista Curtis Sittenfeld, una ciudad que se vuelve entrañable para muchos de los que hemos inmigrado a ella.
Desafortunadamente,
St. Louis es también una ciudad notablemente conflictiva, dividida
intensa y visiblemente en marcadas líneas raciales y de clase social,
históricamente incapaz de resolver los aún palpables legados de la
segregación y la desigualdad social. Este segundo aspecto eclipsa
frecuentemente al primero. En días recientes, cuando Darren Wilson,
oficial de policía del municipio de Ferguson, de raza blanca, disparó
seis veces y mató a Michael Brown, un adolescente desarmado en
circunstancias que aún no se han aclarado del todo, la región de St.
Louis se convirtió en un centro de atención por la complejidad de las
lógicas que subyacen a dicho evento. Tras varios días de protestas, de
saqueos y de por momentos violentas y desproporcionadas respuestas de la
policía, las tensiones siguen en el aire. Conforme escribo este texto,
se reporta que la policía orquesta ataques contra aquellos que están
protestando, que todos los días hay arrestos, que ha habido otros
tiroteos en el área y que las tensiones raciales se encuentran en un
momento de gran intensidad. Es una ciudad que duele mucho a los que la
queremos y que hoy está confrontando una crisis que la obliga a
reflexionar sobre los conflictos que ha buscado invisibilizar y negar
pero que se encuentran presentes en la materialidad misma de la región.
Más
allá de la nota diaria y de las consecuencias tanto visibles como
potenciales del asesinato de Michael Brown, resulta indispensable poner
sobre la mesa el fenómeno social que subyace a lo que sucede en
Ferguson. Lamentablemente, no se trata de un caso aislado. Como sucedió
con Trayvon Martin en Florida hace unos meses, el asesinato de jóvenes
afroamericanos desarmados por parte de la policía o de autodesignados
vigilantes civiles es un síntoma de una cultura de miedo, segregación y
racismo que sigue operando en muchas áreas urbanas de los Estados
Unidos. Es parte de lo que Michelle Alexander ha llamado “The New Jim Crow”,
la nueva versión de las políticas de exclusión de los afroamericanos
que datan de la reacción blanca contra la abolición de la esclavitud y
la integración de los negros a la sociedad tras la Guerra Civil. En
varias ciudades, la policía es un fenómeno que, como ha discutido recientemente john a. powell–uno
de los mayores intelectuales negros–, no protege a los ciudadanos
afroamericanos, sino que los reprime y vigila en demasía. St. Louis es
un microcosmos intensificado de las lógicas de raza y clase que dividen a
la sociedad estadounidense contemporánea.
En su magnífico libro Mapping Decline,
Colin Gordon demuestra que la historia de St. Louis ha sido definida
por un gradual vaciamiento del centro urbano de la ciudad hacia los
suburbios y municipios del área conurbada, particularmente a partir de
la fuga de la población blanca y el decaimiento de la industria pesada.
Es importante saber que el condado de St. Louis y la ciudad son, desde
el siglo XIX, entidades separadas. Y mientras la ciudad sigue siendo un
bastión del liberalismo (donde se vota 90% o más por el Partido
Demócrata), el condado es en realidad un agregado de pequeñas ciudades
autónomas, cada uno con su propia estructura, algunas de ellas
fuertemente conservadoras y, por lo tanto, resistentes a los cambios
demográficos que han diversificado a la población en los últimos
lustros. La ciudad se caracteriza por una clara división de clase y por
una segregación racial de facto, que se observan, por ejemplo, en la
avenida Delmar, donde, como reportó la BBC en un trabajo periodístico,
hay enormes variaciones en la raza y el ingreso económico de los
habitantes en un espacio de dos cuadras. Yo he vivido por varios años en
un departamento en Delmar y el contraste es brutal. En la entrada de mi
edificio, que da hacia el interior de una comunidad restringida, se
observan condominios y residencias en apacibles calles llenas de
árboles. En la salida de mi estacionamiento, que está en Delmar, se
observa otra ciudad, una comunidad empobrecida y violenta, casas en
ruinas y constantes peleas en la calle. Hace menos de tres meses, un hombre fue asesinado a
media cuadra de mi casa, en plena luz del día. Delmar representa las
tensiones de una desigualdad económica y racial cruda y visible.
En
el caso del condado la situación es aún más tensa, porque cada una de
las municipalidades y ciudades tiene características económicas
distintas. Existen ciudades como Ladue y Frontenac, de ingresos
económicos altísimos, donde viven aquellos que se benefician de la
próspera economía neoliberal de la ciudad, alimentada por grandes
corporaciones como Monsanto, Purina, Anheuser-Busch y la rama militar de
la Boeing, y por los grandes sistemas universitarios y médicos que
constituyen una parte central de la vida de la ciudad. Aunque estas
ciudades se han diversificado por el influjo de inmigrantes de clase
alta (sobre todo de China y la India), y aunque varios de sus habitantes
(muchos de ellos profesores universitarios y colegas míos que luchan
día a día para revertir el racismo) han trabajado en promover la
tolerancia y la inclusión en sus comunidades, es común ver a la policía
hostigando y deteniendo, por infracciones menores, a los afroamericanos y
a los blancos pobres que circulan por ahí en cualquier carro viejo.
Hace unos años, mi colega Gerald Early, un distinguidísimo ensayista
afroamericano y reconocido profesor en mi universidad, caminaba por un
centro comercial en Frontenac, y el dueño de una joyería llamó a la
policía. Early ha relatado esta experiencia varias veces para enfatizar la segregación en la ciudad y recientemente publicó un texto sobre Ferguson en la revista Time.
Existen otras ciudades, como Wellston, que son verdaderas zonas de
conflicto, debido al empobrecimiento de sus habitantes y su incapacidad
de participar en el desarrollo post-industrial. Y existen ciudades
intermedias, como Ferguson, habitadas históricamente por una clase media
blanca y que, en años recientes, han sido destino de la inmigración de
afroamericanos de clase media baja que buscan huir de las ciudades más
empobrecidas.
Link Original: http://www.letraslibres.com/blogs/polifonia/carta-desde-st-louis-la-explosion-de-fe