“DE LA INDIGNACION”
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Decididamente
la moda está, hoy, del lado del “indignado”, aunque no sepamos, como
en el caso de tantas otras modas, de qué indignación estamos hablando.
Los
“indignados” irrumpieron en España durante el año 2011,
auto-bautizados “Movimiento 15-M” y crecieron en respuesta a la
catástrofe, primero hipotecaria, financiera y luego económica, que marcó
el inicio de la versión española de la crisis europea.
Hasta
la fecha hemos tenido ”indignados“ en todos los horizontes y de todo
calibre. Quizás la memoria nos juegue una mala pasada y olvidemos que,
en sentido estricto, los primeros indignados de verdad fueron los
islandeses que descubrieron dos cosas. La primera que sus banqueros
eran una versión sofisticada de delincuentes de baja estofa y, la
segunda, que la fantasía de vivir sin trabajar, pero del capital de
otros, era, efectivamente, una fantasía. Entonces… los finlandeses se
“indignaron”.
De allí en más hemos tenido una innumerable cantidad de “indignaciones” que se han manifestado “urbi et orbi“.
Aunque suelen proliferar en los países donde el PIB per capita es
suficientemente alto como para poder dedicar varios días o semanas a
protestar en diferentes plazas céntricas de distintas capitales sin
necesidad de ir a trabajar (una de las virtudes del welfare state, aún
en crisis), donde la cuestión de estos movimientos se tornó mas seria, e
incluso dramática, fue cuando la moda de la indignación comenzó a
expandirse por países menos desarrollados o directamente
subdesarrollados.
La
indignación se desplazó al menos a tres de los países del Magreb.
Cuando en Túnez, Mohamed Bouazizi, se autoinmoló en diciembre de 2010,
en respuesta a la persecución policial, de la que era objeto por su
actividad de vendedor informal de la que sobrevivía a pesar de ser
diplomado en informática. Una “indignación”, ahora más dramáticamente
cargada, venía a sumarse a la actitud, algo estética, de los indignados
de los países desarrollados. Sobretodo porque los movimientos
espontáneos desatados en Túnez, que de hecho casi coincidieron
cronológicamente con los de Madrid, luego Atenas y muchos más, pusieron
en marcha procesos parecidos, aunque no idénticos, también en Egipto y
en Libia.
Mientras
que las indignaciones de los países ricos han tenido repercusiones,
pero relativamente secundarias, aquellas desatadas en los países
musulmanes han comenzando a derivar hacia una verdadera catástrofe.
Mientras que las manifestaciones occidentales oscilan entre quedar en
el gesto grandilocuente y escandalizador, o bien apuntar (y a veces
parcialmente, lograr) algún objetivo capaz de paliar algunos de los
efectos mas nocivos de la crisis, en el Magreb y más allá, los
resultados son mucho menos alentadores.
Si
los indignados tunecinos, egipcios y, en parte los libios, pretendían
acabar con regímenes autoritarios y despóticos (pero, por lo menos,
relativamente cercanos en aspectos no políticos a la civilización
contemporánea), lo que en realidad lograron fue entronizar gobiernos
islamistas fundamentalistas o proto-fundamentalistas que están logrando
reemplazar la arbitraria legislación civil existente por regímenes
teocráticos basados en la preeminencia de “la sharia”.
En
otros términos, muchos de estos regímenes instaurados en parte por la
acción de “los indignados” han logrado retroceder el reloj de la
historia. El velo se extiende irresistiblemente sobre las cabezas
femeninas, a los ladrones se les amputan las manos y las mujeres (real o
supuestamente) infieles son lapidadas. El movimiento de “retroceso“ es
tan abrupto que hay países como Egipto o Libia que, o bien están
políticamente paralizados (por ejemplo, mientras escribimos esto, vemos
verdaderas batallas campales en Alejandría y el aeropuerto de El Cairo
está invadido por multitudes que quieren abandonar Egipto), o bien,
como el segundo país, éste se encuentra en vías de desintegración
institucional e incluso geográfica. Hace ya varios meses que, en este
mismo medio, escribimos, antes de la caída de Khadafi, que lo que estaba
en juego, entre otras cosas era la supervivencia de Libia como entidad
nacional.
En
realidad, “la indignación“ es todavía mucho más ancha y
ajena. Tuvimos, y tenemos, “indignación” en Turquía, en Rusia, en
Israel, en Irán, en Chile, en Yemen, en Nepal, en Bahrein y en los
EE.UU., por lo que nos recordamos, ahora, en un rápido pantallazo. Es
más, mientras esto escribimos, la televisión reporta una novísima
“indignación” de las poblaciones oighures, de Xinjiang al noroeste de
la China, cuyas condiciones de ignominiosa opresión por parte de Pekín
son por demás conocidas: en el día de ayer ha habido 35 muertos en
manos de las fuerzas del orden.
Muy
poco de esta casuística parecía autorizar que todo este batifondo
pudiese agruparse bajo el mismo y único concepto de “indignación”
(presumiblemente popular). ¿Que nos permite decir que la indignación de
los estudiantes chilenos con una educación que endeuda su futuro tiene
una relación de significación convergente con los hartazgos tunecinos
ante los desbordes del sátrapa de Ben Alí, o con los libios todavía más
hartos de las bufonadas de Khadafi o con los sueños marchitos de los
desempleados de la Puerta del Sol o con la resistencia de los turcos al
subrepticio autoritarismo islamista y antirrepublicano de Erdogan? En
sentido estricto: nada.
A
no ser que miremos este aquelarre con las gafas de la Escuela de
Frankfurt. Lo que nos permitiría poner todo esto en un mismo saco
aceptando, alegremente, el triunfo definitivo de “la razón instrumental
totalitaria”. En este caso, encarnada en la irrupción de una nueva
tecnología de comunicación interpersonal: esa aplicación de las TIC´s
llamada ”redes sociales”.
En
nuestro estancado cono sur uruguayo, donde la velocidad de Internet es
5 veces menor que la del Internet de la mayor parte del mundo
(probablemente apenas el doble que la velocidad de las palomas
mensajeras), el tema no era relevante. Además, porque esta inquietante
globalización de la “indignación” tenía, hasta ahora, una más que
discutible ventaja para nosotros: con la excepción de los estudiantes
chilenos indignados (que están geográficamente un poco demasiado
cerca), todo esto pasaba bien lejos de Uruguay.
Pero, de repente, todo se complicó.
Con el inicio de la Copa de las Confederaciones, hace aproximadamente unas 2 semanas, los brasileños comenzaron a indignarse contra el evento futbolístico !!!!También
convocados por “las redes sociales”, comenzaron a protestar por el
despilfarro “progresista“ encarnado en las sumas archi-multimillonarias
invertidas en estadios e infraestructuras faraónicas, por la corrupción
sistemática, por las pavorosas carencias de los servicios de salud,
educación y transporte que la población del nuevo y pavoneante BRIC
(!!!!) ha de padecer. Lo que siguió, desde entonces hasta hoy, todos lo
hemos leído e indica que no queda duda que “la indignación“ ha llegado
a nuestro vecino inmediato del norte.
No
es éste, ni el lugar, ni el momento, para intentar análisis muy
ambiciosos. Bástenos para concluir, intentar organizar los temas
futuros que constituyen desafíos intelectuales y políticos de
relevancia.
1.-
El fenómeno de “la indignación”, y su extensión a lo largo y a lo
ancho del planeta, y en función de reivindicaciones no solamente
distintas, sino que hasta abiertamente contradictorias entre sí, merece
consideración y estudio detallados. Aunque el Prof. Manuel Castells
tenga algunos importantes adelantos sobre el funcionamiento (o
dis-funcionamiento) de las redes sociales en determinadas coyunturas,
lo que está sucediendo a nivel global va bastante más allá de sus
reconocidos (pero parciales) análisis.
2.-
Un punto a estudiar es la suerte de grandilocuencia (a veces rayana en
la altanería) con la que los medios de prensa reportan las
movilizaciones y el fenómeno de la “indignación“ en proceso de
ampliación en los más diversos. Parecen no advertir que son poquísimos
los indignados que leen el periódico, ven la TV o escuchan la radio. Es
como si los medios de prensa tradicionales estuviesen festejando el
principio de su propio fin.
3.-
Para todos es evidente que estos procesos en marcha tienen relación
con disfuncionalidades en el sistema de partidos, aparición de
componentes críticos del proceso de representación política
tradicional, carencias en los mecanismos de formación de liderazgos
(democráticos y no democráticos, por otra parte) y, quizás, hasta
problemas de diseño institucional que habrán de examinarse. No
obstante, conviene recordar que ya hemos visto otras “revueltas“.
Seguramente no tan extendidas, pero las hemos visto crecer hasta el
paroxismo para disolverse en cuestión de semanas. Conviene entonces
intentar obviar afirmaciones como que “…hay que reinventar la política…” o que “…los gobiernos están a la deriva…” que están poblando tanto la prensa como la academia.
4.-
Un último punto merece consideración a parte: la ”indignación” que se
desarrolla, hasta ahora, en el Brasil. El gobierno Rousseff, primero,
quedó totalmente paralizado. Pero luego de varios días sin reacción,
rápidamente salió a desparramar por cadena de radio y televisión un
rosario de promesas y de mejoras cuya realización es absoluta y
doblemente irrealizable. En primer lugar no es financiable puesto que se
piensa recurrir, en buena medida, a recursos provenientes de un
petróleo que aun yace bajo tierra y no hay capacidad instalada de
extracción. En segundo lugar, semejante conjunto de obras es totalmente
imposible de ejecutar concretamente por las agencias estatales y las
empresas privadas brasileñas dado el número de obras de las que
Rousseff habla. La sola consideración de los retrasos, errores y
problemas constructivos ocurridos en los estadios en vía de preparación
para el Mundial, indica que el número de escuelas, liceos, líneas de
ómnibus urbanas, infraestructura ferroviaria, etc., etc,. prometido es
una descomunal exageración. Mas increíble todavía: la Presidente oscila
entre prometer referéndums y reformas constitucionales como “remedios“
para acabar con la corrupción. ¡Hasta procesó a un diputado
desconocido hace 3 días !
Mientras que todo el mundo advierte que ”Lula sumiu“,
los años de propagandismo desaforado sobre los éxitos del nuevo
”BRIC”, que nunca reconoció que tenía el 75av0 PIB per cápita del
mundo, acaban de encontrarse, brutalmente, con la realidad.
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