El mapa de una Cuba posible
Cuando el gobierno de la isla convocó a la ciudadanía a un referendo constitucional —cuyo resultado era predecible—, no pudo prever el debate que se dio en la sociedad civil, inédito en casi medio siglo de adoctrinamiento totalitario.
Este es un ensayo de Revolución 60, una serie que examina las seis décadas de la Revolución cubana. La sección reúne a escritores, intelectuales, artistas, protagonistas, disidentes y partidarios de la Revolución para discutir su papel en el desarrollo histórico de América Latina y sus relaciones con Estados Unidos en los últimos sesenta años
CIUDAD DE MÉXICO — Luego de 43 años, un referendo constitucional ha vuelto a celebrarse en Cuba. Según los resultados preliminares de la Comisión Nacional Electoral, el 84,4 por ciento de los electores acudió a las urnas. El 86,85 por ciento votó a favor del nuevo documento y el 9 por ciento se opuso. Los votos en contra, las boletas en blanco, los votos nulos y quienes no votaron suman casi dos millones y medio de cubanos sobre más de nueve millones de votantes. Este nivel de disenso reconocido por el gobierno no tiene precedentes en el país.
En los ómnibus de La Habana el número de las rutas fue sustituido por carteles
luminosos de “Yo voto sí”, un eslogan que igualmente podía leerse en
los comprobantes de pago de las tiendas estatales o que aparecía en boca
de algún deportista o artista medianamente famoso o reconocido a través
de los medios de comunicación públicos. Si en el conteo de votos de las
últimas horas hubo algún fraude directo a favor del sí, sería un fraude
menos decisivo que el fraude constante del proselitismo ilegal de los
últimos meses y este, a su vez, otro mal menor en comparación con el
fraude incrustado en el corazón del sistema.
La
burbuja totalitaria ha adoctrinado durante décadas a decenas de miles
de cubanos, cuyo voto ha corrido siempre en dirección de la obediencia,
convencidos de que cualquier cosa que piensen u opinen no tiene ningún
tipo de incidencia sobre el presente o el porvenir de la nación. Lo que
el gobierno no pudo prever cuando convocó al referendo —o quizá creyó un
mal menor, y no lo ha sido— fue el debate sustancial que parece haberse
dado entre las distintas fuerzas de la sociedad civil que han
cuestionado o se han opuesto al proyecto constitucional.
La
opción del no fue estigmatizada en la medida en que adquirió fuerza.
Gerardo Hernández —espía preso en Miami en 1998 y devuelto al país en
diciembre de 2014— acusó
a los partidarios del no de ser “enemigos tradicionales de Cuba”, gente
que ha “apoyado históricamente el bloqueo criminal, el terrorismo” y
que ha “causado tanta muerte y tanto dolor en nuestro país”.
Esa
virulencia es comprensible. No viene solo de la prepotencia, sino
también del miedo. El sí, aunque mayoritario, es uniforme y
monocromático, y nadie podría encontrar diferencias realmente
significativas entre las convicciones de uno u otro votante que se haya
adscrito a esta corriente. El no, en cambio, es beligerante y diverso,
visiblemente rico en contradicciones, y muchos cubanos arribaron a esa
conclusión por vías muy distintas entre sí
Se
trata de un espectro amplio que incluye figuras de la izquierda
intelectual, artistas y prensa independiente, distintas generaciones del
exilio y opositores políticos partidarios del embargo que prefirieron
no votar y que, sin embargo, salieron a las calles un día antes de las
elecciones y llamaron activamente al boicot.
Incluye artistas que protestan contra un decreto —el 349— que actualiza el ejercicio de la censura
en espacios públicos y privados, grupos de minorías sexuales cuyos
derechos legales más básicos siguen convenientemente pospuestos,
empresarios cuya prosperidad económica muchas veces es vista como un
delito penal, opositores políticos que por cualquier cosa terminan en la
cárcel un día sí y otro también, evangelistas reaccionarios cuya
ideología es también una expresión cabal de la pobreza material del país
y voluntarios civiles que ofrecieron ayuda inmediata en los barrios de
La Habana destruidos por el tornado de enero.
La
coexistencia de esas formas de participación ciudadana, que han
encontrado oxígeno fuera del cerco estatal, prefiguran las reglas del
escenario democrático que más adelante Cuba debería permitirse.
La última vez que hubo un referendo constitucional en el país fue en 1976. En ese entonces participó el 98 por ciento
del padrón electoral y la constitución socialista alcanzó el 97,7 por
ciento de los votos. Aquel concilio comunista demolía formalmente el
antiguo sistema burgués e institucionalizaba, entre vivas, la
unanimidad, religión oficial de la revolución totalitaria.
Todo
eso parece haberse resentido ahora como nunca antes. La nueva
constitución mantiene intacto en su artículo 5 el papel del Partido
Comunista como la única fuerza dirigente de la sociedad y el Estado,
pero restaura en sus artículos 29 y 30 el reconocimiento de la propiedad
privada. Se puede concluir entonces que la desmesurada campaña a favor
del sí por parte del gobierno en los espacios públicos del país no
buscaba tanto mantener lo que ya estaba, sino reinstaurar en el cuerpo
legal nacional algo del viejo mundo suprimido.
Esta
constitución recoge el espíritu ideológico del postcastrismo. Hay un
interés genuino de una casta de funcionarios y herederos militares del
régimen por disfrazar el creciente capitalismo de Estado bajo el ropaje
retórico de los manuales socialistas. Hay una mayor inversión de
empresas extranjeras en sectores como la hotelería y el turismo,
pongamos, pero las libertades civiles y la autonomía individual siguen
secuestradas por el autoritarismo política
Siguiendo
esa misma lógica de encubrimiento, el referendo del domingo ha sido un
episodio de participación ciudadana vaciado de cualquier capacidad
democrática. Hay un largo túnel de oscuridad y tergiversación entre el
comienzo y el final del proceso constitucional; es decir, entre la
consulta y el voto, las dos únicas instancias en las que la ciudadanía
intervino de manera directa
Se
establecieron asambleas de discusión del proyecto constitucional, pero
el gobierno cubano oyó lo que quiso y luego exigió que agradecieran que
al menos había permitido hablar. Alrededor de nueve millones de personas
participaron en los debates del anteproyecto de las que salieron casi
diez mil propuestas. El 50,1 por ciento de estas fueron aceptadas por la
Comisión Redactora y la Asamblea Nacional, quienes se encargaron luego
de incluir en el documento definitivo los planteamientos que menos
socavaban o que más fácilmente podían insertarse en la lógica del poder
político.
Por
ejemplo, se incorporó de nuevo la palabra “comunismo”, un añadido que
tuvo casi seiscientas peticiones en las asambleas, pero se rechazó la
elección del presidente por voto directo, una demanda propuesta más de
11.000 veces. El artículo 68 del anteproyecto, que reconocía el
matrimonio igualitario y que levantó una ola de rechazos en la creciente
comunidad evangélica cubana, fue reconvertido en un vago artículo 82
que no reconoce nada, a pesar de que una encuesta publicada tardíamente
por la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI) señalaba
que el 77 por ciento de la población entre 15 y 74 años creía que las personas homosexuales debían tener los mismos derechos legales que cualquiera.
Incluso
dentro del pragmatismo totalitario de una elección previamente
arreglada, estas diferencias marcadas entre gobierno y país nos permiten
vislumbrar las formas imaginarias de la república futura. No es nada
aún, pero podría serlo todo. Contrario a sus más férreos propósitos, el
referendo puede haber trazado el mapa de un territorio posible por
primera vez
Carlos Manuel Álvarez es periodista y escritor. Es autor de "La tribu",
un conjunto de crónicas sobre la Cuba después de Fidel Castro. Su novela
más reciente es "Los caídos".
LINK ORIGINAL: https://www.nytimes.com/es/2019/02/27/cuba-constitucion/?emc=edit_bn_20190228&nl=boletin&nlid=7692170920190228&te=1
LINK ORIGINAL: https://www.nytimes.com/es/2019/02/27/cuba-constitucion/?emc=edit_bn_20190228&nl=boletin&nlid=7692170920190228&te=1