Casi un angelito
El libro sobre Eleuterio Fernández Huidobro de María Urruzola provocó
ruido e hizo aflorar rencores. Merecía, en realidad, un acercamiento
diferente.
Sergio ALTESOR, 04 ago 2017.
EL PAIS.
Uno de los primeros temas que se destacan en el libro Eleuterio Fernández Huidobro, sin remordimientos...,
es la relación permanente que el líder guerrillero tupamaro mantuvo con
el tema militar a lo largo de su vida.
Pasando por las transformaciones
que lo llevaron a considerarse, sucesivamente, "revolucionario" en la época del enfrentamiento violento "con la oligarquía y sus órganos de represión" (Documento 1 del MLN Tupamaros); "combatiente"
a la salida de la dictadura, cuando sus contactos con oficiales
acusados de crímenes de lesa humanidad se realizaban todavía en secreto;
y "militar irregular" en su etapa final, cuando como Ministro de
Defensa fue el defensor a ultranza de una corporación intocable,
Fernández Huidobro procesó giros ideológicos que María Urruzola analiza
en detalle. Soslaya, sin embargo, la faceta visionaria del hombre
preocupado por un proyecto de país que pudiera enfrentar el avance
destructor del poder económico global y la amenaza de los recursos
naturales. Reciclando la tesis "peruanista" del Documento 5 del MLN que
él mismo redactó, su visión estratégica y geopolítica se apoyó en la
idea de hacer de las Fuerzas Armadas la herramienta que defendiera la
integridad territorial del país.
LA COLABORACIÓN.
Urruzola sitúa el
punto de partida de la colaboración entre algunos tupamaros y las
Fuerzas Armadas en el año 1972, cuando junto a otros dirigentes del MLN
presos, Huidobro fue el principal actor de las "conversaciones"
llevadas a cabo en el batallón Florida. Esas conversaciones continuaron
intermitentemente durante más de 40 años y explicarían la actitud de
algunos dirigentes tupamaros con respecto a la responsabilidad militar
en el tema de los derechos humanos.
En el primero de los
tres capítulos que dedica a esa colaboración se publica un informe
militar de 1977 en donde se transcriben declaraciones de Fernández
Huidobro que caracterizan al detalle a 39 tupamaros que no habían sido
capturados. El documento fue dado a conocer en abril de 2009. Apoyada en
testimonios de tupamaros que reconocen las apreciaciones de Huidobro y
en una carta publicada ese mismo año por el ex dirigente del MLN Jorge
Zabalza, Urruzola se inclina a creer en su autenticidad.
También en 2009, poco
antes de las elecciones nacionales, un grupo de militares puso en
circulación la transcripción de una supuesta acta de interrogatorio a
Mauricio Rosencof de 1972 donde el dirigente tupamaro aporta amplia
información. Además de adjuntar las fotocopias de la primera y de la
última página (donde consta la firma del interrogado), los militares
advertían que poseían los originales de la totalidad del acta, así como
también las de otros dirigentes, las que en su momento iban a publicar. Y
en enero de 2010 el Coronel Orosmán Pereyra (denunciado en 2011 como
responsable de episodios de violencia sexual en varios cuarteles) hace
pública una carta a Lucía Topolansky en donde le recuerda su
colaboración. Los tres documentos, según la autora, surgían del
nerviosismo que causaba en algunos militares la posibilidad de que el
futuro gobierno investigara los delitos de lesa humanidad. La amenaza
iba dirigida a quienes se prefiguraban como los nuevos gobernantes
dentro de la coalición, sus antiguos prisioneros. De esa manera el
gobierno de Mujica habría nacido "bajo advertencia".
Urruzola pone en
relación esos indicios de colaboración con la pujanza con que Fernández
Huidobro y otros dirigentes del MLN trabajaron, luego de la dictadura,
para mantener la impunidad de militares involucrados en delitos de
terrorismo de Estado. La tesis sugiere algún tipo de acuerdo secreto por
el cual los militares no harían públicos los originales de ciertos
documentos comprometedores a cambio de no ser tocados. Una tesis
demasiado simple, o por lo menos incompleta. La tenacidad en encubrir a
criminales militares de la dictadura ha ido más allá del interés
personal de Huidobro y de otros dirigentes tupamaros. Con el sello de su
paternidad ideológica, el encubrimiento también es expresión de una
política que no tiene pruritos en sacrificar cuestiones morales para no
dañar el relacionamiento con las Fuerzas Armadas, institución clave en
la concepción estratégica del MLN.
VEHEMENCIA Y POLÉMICAS.
Aunque nos pese por
la inmadurez cívica y política que implica, hay que admitir que en
Uruguay no parece aún posible tocar el tema de EFH sin ser arrastrados
por el remolino vehemente de una polémica que desde hace más de 40 años
gira alrededor de su persona. Una polémica que nació en el seno de su
propia organización en el año fatídico de 1972, se extendió a toda la
izquierda con el retorno a la democracia y alcanzó a toda la sociedad
cuando Huidobro llegó a ser una pieza clave de la política nacional.
Polémica que continúa viva después de su muerte.
La figura de
Huidobro encarna y representa muchas cosas irresueltas de nuestra
sociedad. En algún momento, en un pasado ya lejano, encarnó a la
revolución misma. Y lo que no es lo mismo, encarnó también al
guerrillero heroico, que como bien dice Urruzola, citando a Javier
Cercas, fue el tercer "prestigio imbatible" que él y otros unieron al de víctima y testigo
para desplegar una épica tupamara blindada, que monopolizó gran parte
del relato de la historia reciente y sedujo a los adolescentes de la
dictadura que llegaron huérfanos a la democracia. Cuando muchos de esos
jóvenes luego vieron el travestimiento de los guerrilleros heroicos en
camaradas de armas de torturadores, percibieron la estafa de siempre y
comenzaron a descreer de toda la política, último paso para garantizar
la decadencia de una sociedad.
Quizás su
encarnación más lúcida y coherente fue la reforma y modernización de
unas Fuerzas Armadas atrincheradas en sus vetustos privilegios, esa
especie de país del siglo XIX metido en el país del siglo XXI. A seis
años de lograr Huidobro el primer paso de su gran proyecto, la Ley Marco
de Defensa, el sistema político volvió a dejar a los soldados a su aire
en sus cuarteles encalados, permitiendo que los temas militares sigan
siendo, como siempre, monopolio de los militares.
Pero por sobre
todo encarnó la impunidad. Ya sea por acuerdos secretos con sus
carceleros de otra época o por ese juego infame de la gran política "el
fin justifica los medios" que buscaba mantener una relación cómplice con
el aparato militar en aras de su sueño más coherente, Huidobro se negó a
brindar información, saboteó las investigaciones, defendió públicamente
a torturadores y asesinos, impidió que fiscales, jueces, demandantes y
testigos ingresaran en unidades militares y hasta quiso detener procesos
judiciales en marcha.
En sus últimos años encarnó el desprecio y el
insulto hacia los familiares de desaparecidos y hacia las organizaciones
de derechos humanos, lo cegó la soberbia y escupió su bilis como un
león viejo y enjaulado.
Encarnó la soledad
y ésta lo cegó, se resintió hasta de sus propios compañeros y se armó
una tiendita política propia en donde nadie lo contradijera. De la misma
manera dejó de ser un "combatiente" para convertirse en "militar
irregular" cuando enfermo y barbudo se llevó el colchón al Ministerio de
Defensa. Allí encarnó el espíritu de cuerpo, ese valor que es orgullo
de los uniformados, y defendió a sus camaradas militares contra todo,
aún contra los fiscales y los jueces, contra la razón misma, sin
importarle que el delito por el que los acusaban fuera de lesa humanidad
o de corrupción vulgar como ocurrió en el caso del avión caído de Air
Class.
Sin embargo, lo
más siniestro es que fue funcional al sistema político como solo puede
serlo una persona con tantas cualidades como dobleces éticos. Con
Huidobro como un general loco en la primera línea, al poder le resultó
posible, escondido a distancia de su famosa incorrección política,
tender una cortina de humo que dejara todo intacto. Encontrar a alguien
munido de prestigio revolucionario (aunque fabricado por él mismo) para
impedir toda revolución, todo cambio ético profundo, todo intento de
depuración, fue encontrar la herramienta perfecta para perpetuar el statu quo que se sostiene en la mentira y el abuso de poder.
LA MENTIRA.
Urruzola sostiene
que Huidobro fue un gran mentiroso. Pero cargar las tintas sobre su
aderezamiento del pasado, sus giros ideológicos y contradicciones, es
reducirlo a una caricatura maquiavélica, un mero chivo expiatorio.
No es posible
escribir críticamente sobre Huidobro sin hacerlo sobre el sistema
político al que fue funcional. Los malabarismos ideológicos y la
ligereza de principios no fueron su característica exclusiva, sino un
rasgo inherente a gran parte de los políticos de todo el espectro. Sin
embargo, a diferencia de la mayoría, Huidobro se quemó como un insecto
sobre el fuego debido a sus características personales, su falta de
"tacto", su irreverencia y su soberbia. La decadencia y la soledad final
del personaje resultan explicables de ese modo. Le faltó "cintura" o
suficiente hipocresía. En cambio otros, colaboradores primero de la
dictadura mediante su silencio o sus acciones, cómplices luego de la
impunidad desde altos cargos de gobierno, llegaron más lejos sin
demasiado daño en su prestigio personal. A modo de ejemplo: cuando
escribía esto, a casi un año de la muerte de Huidobro, el Estado
uruguayo no se presentaba a la convocatoria de la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) para explicar el estancamiento
de las investigaciones sobre el terrorismo de Estado. Ante la
indignación, el gobierno salió a justificar su ausencia después de
varios días de silencio con un relato que redujo a mentiritas infantiles
los subterfugios con que Huidobro, en calidad de Ministro, respondió
muchas veces a los requerimientos de familiares de desaparecidos y
jueces. En comparación, Huidobro fue casi un angelito.
ELEUTERIO FERNÁNDEZ HUIDOBRO, sin remordimientos... de María Urruzola. Planeta, 2017. Montevideo, 284 págs. Distribuye Planeta.