“Piketty, para
salvar al Capital de sí mismo”
por Gabriel Quadri, para El Economista, México, D.F.
Thomas Piketty (Capital in the
Twenty First Century. Belknap/Harvard)
está destinado a ser un clásico. Ofrece un
análisis preclaro sobre la evolución y rumbo del
capitalismo, basado no en especulaciones
ideológicas, sino en estadísticas y conceptos
duros. De hecho abre un riquísimo espacio de
debate académico y político entre las izquierdas
serias y el liberalismo moderno. Toma de Marx y
de Milton Friedman. Del primero, una perspectiva
histórica y de Economía Política, así
como la agudeza de identificar contradicciones
capaces de interrumpir y hacer colapsar al
capitalismo (sugerentes, pero erróneas en Marx).
Del segundo, la construcción y estudio de bases
de datos colosales (A Monetary History of the
United States) en dónde descubrir
relaciones de causalidad para proponer
decisiones de política. El interpelado es Simon
Kuznets (Premio Nobel de Economía en 1971),
quien planteó que la desigualdad social sería
mitigada y revertida conforme avanzara el
proceso de crecimiento económico (de ahí su
célebre “U” invertida o Curva de Kuznets).
Estaba equivocado.
Aunque
no prevé la revolución mundial, Piketty anticipa
inestabilidades y tensiones inmanejables para
sociedades democráticas. La contradicción
descubierta por Piketty es la tendencia
inherente a una concentración cada vez mayor de
capital y riqueza (bienes inmuebles, bienes de
capital, capital accionario, inversiones,
etcétera), que poco o nada tiene que ver con una
verdadera meritocracia. Esta se deriva del
hecho esencialmente inmutable de que la tasa de
rentabilidad del capital (entre 4 y 10%) es
mayor a la tasa de crecimiento en el ingreso
(es decir, r > g). La sola preferencia
temporal y las características físicas de muchos
activos lo determinan. Ante un aumento en la
productividad de 1-1.5% y un crecimiento
demográfico que pierde fuelle, el ingreso global
no podrá expandirse por encima del 2% anual. La
relación entre el valor del acervo total de
capital y el ingreso anual (600%) también crece,
y con ello la participación del capital en el
ingreso total, en detrimento de la masa
salarial.
Piketty
observa que la desigualdad máxima se alcanzó en
la Europa de la Belle Époque al
principio del siglo XX. Sólo el cataclismo de
dos guerras mundiales, más la introducción de
fuertes impuestos al ingreso que permitieron el
financiamiento al gasto militar y después la
reconstrucción y el estado de bienestar,
hicieron que se contrajera la desigualdad entre
los años 50 y 80 del siglo XX junto con la
importancia relativa del capital con respecto al
ingreso. A partir de ahí, se retoman las
tendencias previas. Aproximadamente, y en
promedio en el mundo, el 10% de la población
con los más altos ingresos concentra entre el 80
y el 90% de la riqueza; el 1% concentra el 50%
de la riqueza; y la milésima parte de la
población, el 20% de la riqueza. Todo lo explica
r > g, más la reciente propensión a pagar
remuneraciones astronómicas a altos ejecutivos
de empresas; rendimientos más altos de las
mayores inversiones; el peso creciente de las
herencias en la adquisición y acumulación de
riqueza dado el bajo crecimiento económico y
demográfico (pesa menos el mérito personal que
los linajes familiares); y una estructura
fiscal regresiva a escala de las grandes
fortunas (pagan pocos impuestos los ingresos
asociados al capital).
La
solución de Piketty es un impuesto progresivo al
capital y a la riqueza (ojo, no al ingreso, lo
que ya existe) concertado globalmente, que
atemperaría una excesiva y peligrosa
concentración, aliviaría el endeudamiento
público, ayudaría a financiar un indispensable
estado de bienestar y políticas contra el
cambio climático, y transparentaría la
distribución de la riqueza fortaleciendo una
gobernanza democrática sin socavar los
incentivos que le dan dinamismo y vitalidad al
sistema capitalista. En pocas palabras, salvaría
al capitalismo.