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ARGENTINA: PAPELÓN EN LA ONU |
“Con este gobierno pasamos
de vender soja a exportar el ridículo˝ fue la lapidaria frase que
pronunció el diputado argentino Martín Loustaeu, cuando empezaron a
llegar a Buenos Aires las noticias sobre el discurso espetado por
Cristina Fernández de Kirchner ante la 69ava. Asamblea General de las
Naciones Unidas en Nueva York y en la Sesión de Alto Nivel convocada por
los EE.UU. en Consejo de Seguridad.
El mundo de los analistas
internacionales está ya acostumbrado a mirar con cierto recelo (cuando
no con asombro o ironía) las performances discursivas de algunos
mandatarios por lo que, las reacciones adversas, más marcadas por la
vergüenza que por la cólera, que inundaron la prensa argentina no son
del todo justificadas. Hace tiempo que los más folklóricos jefes de
gobierno han optado por “discursear” sin ton ni son en la ONU en la
esperanza de poder convocar desde esa privilegiada palestra la atención
que no logran concitar en sus respectivas gestiones políticas. Este caso
fue sólo un poco más grave que el de alguno de sus antecesores dado que
la Presidenta hizo coincidir su discurso con la aparición de un
suplemento pago de “USA Today”, (diario de altísimo tiraje en los
EE.UU.), donde, entre abundantes fotos de ella misma, se cantan loas a
la figura presidencial, a los principales funcionarios y a una gestión
que ha llevado a la Argentina a una más de sus interminables crisis.
O sea que, bien mirado, el
incidente resulta bastante intrascendente desde la perspectiva del
mundo. Los lectores de “USA Today” no saben dónde queda la Argentina,
aunque como buenos ciudadanos norteamericanos se han de preguntar quién
pagaba el exorbitante costo de esa insólita publicidad. En cuanto al
mundo de la política internacional, analistas y especialistas, etc.
éstos saben perfectamente quién es Cristina Kirchner, están habituados a
sus reiterados dislates, saben de la corrupción que carcome a su
gobierno desde la Presidencia hacia abajo, de los reiterados
avasallamientos del Poder Judicial y tampoco han olvidado ni la
explosión del patrimonio de la Presidenta ni las valijas con dólares
intercambiadas con Venezuela, para no nombrar otros quince escándalos
más que no merece el lector que le sean recordados.
La argumentación
presidencial argentina es prescindible pero debe al menos ser
consignada. Cristina Kirchner pretendió invocar a la protección de la
ONU para salvaguardar a la Argentina del “terrorismo financiero” de los
“fondos buitres”. Pidió un “marco regulatorio” que debería ser aprobado
antes de la Asamblea del próximo año. Más allá del problema de fondo
(que en un marco de discusión sensato puede tener relevancia), el
discurso presidencial se preocupó por agredir explícitamente a los
EE.UU. e implícitamente a las “potencias”.
En el primer caso, se
sospecha que la Presidenta argentina le reprocha al presidente Obama no
haber violado la autonomía del Poder Judicial de su propio país y no
haberle enmendado la plana al juez del distrito sur de Nueva York,
Thomas Griesa, y a la Suprema Corte. Le cuesta comprender que los
atropellos a la Justicia son usuales en la Argentina pero no lo son en
buena parte del mundo.
Indirectamente, la
referencia a las “potencias” terminó aclarándose a posteriori cuando el
canciller Timmerman y el Jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, acusaron
al gobierno de Merkel y a Alemania de tomar “decisiones contra los
intereses populares” refiriéndose a declaraciones, ya algo viejas, del
ministro alemán de Finanzas, Wolgang Schäuble.
La referencia al
“terrorismo financiero” fue, por otra parte, el pobre mecanismo que la
limitada capacidad retórica de la Presidencia argentina encontró para
articular sus “quejas” en el marco de la discusión sustantiva que era
sobre el desborde del terrorismo en Medio Oriente y otras partes del
mundo. A todo esto se agregaron referencias críticas a la política que
pretende desplegar Occidente frente al terrorismo islámico que rozaron
la defensa del terrorismo de ISIS, juicios claramente inapropiados sobre
la cercanía manifestada entre el gobierno argentino y la teocracia
iraní en el caso del protocolo relativo al atentado cometido por este
último gobierno contra la AMIA, etc.
En consecuencia, los
múltiples países y mandatarios agredidos en el descabellado discurso en
su aplastante mayoría han optado por el más despectivo silencio. En el
mundo “en serio”, Cristina Kirchner, y por lo tanto la Argentina, hace
tiempo que no cuentan, y un periódico de Buenos Aires anota que la
“…única reacción conocida a la diatriba presidencial fue el
agradecimiento que le deparó Obama: muchas gracias, su excelencia”. Fue
tal la furia de la Presidenta frente el notorio “ninguneo” a sus
agresiones que, ante la duda que cundió posteriormente de si Obama había
oído la traducción al inglés de su discurso, ella incluyó al día
siguiente en su Twitter fotos para “demostrar” que el Presidente de los
EE.UU. tenía, efectivamente, los auriculares puestos cuando ella
hablaba.
Pero quizás el tema tenga
un poco más de trascendencia en la política interna donde, en el marco
de un descalabro financiero ya bastante significativo, y con una erosión
de imagen que empieza preocupar al argentino medio sobre el futuro
gobierno que Cristina seguramente no podrá ocupar, este incidente ha
significado un llamado de alerta. Al preexistente clima de “crisis”
financiera que reinaba, con este discurso que agredió a sectores
internos importantes y avergonzó notoriamente a la opinión pública, la
Presidenta quedó políticamente más desnuda que nunca.
Los efectos internos del
discurso y de los actos políticos realizados por la Presidenta en el
conjunto de su gira han sido múltiples.
En primer lugar conviene
recordar que la retórica pro-iraní ha desatado las furias de la
comunidad judía argentina que nunca ha terminado de digerir (y con más
que justificables razones) las permanentes ambigüedades de los gobiernos
peronistas con el caso AMIA. La diputada Patricia Bullrich, del partido
Unión-Pro, fue la primera en acusar al discurso de la Presidenta de
“falso”, “ignorante” y, sobretodo, “antisemita”.
Pero quizás lo que más ha molestado en la Argentina (país donde la Iglesia Católica ha sido siempre poderosa) fue la escandalosa intentona de utilizar al Papa como supuesto acompañante de las posiciones políticas del régimen kirchnerista.
Es cierto que el Pontífice
tuvo la indulgencia de invitarla a comer inmediatamente antes de la
aparición de la Presidenta en Nueva York. Pero las dudas fueron enormes
(y las acusaciones de utilización política improcedente, estruendosas)
cuando la Presidenta hizo pesar constantemente en sus intervenciones un
supuesto apoyo que hubiese sido otorgado por el Vaticano en ocasión de
la estadía con el Pontífice.
Todo argentino informado
sabe que el Papa Francisco se ha pronunciado reiteradamente contra las
atrocidades del ISIS y, particularmente, contra las ejecuciones masivas
de cristianos y que, en un acto de gran valentía para un Pontífice,
llegó a manifestar un virtual respaldo a las acciones militares contra
los yihadistas de ISIS, las mismas acciones militares que la Presidenta
le critica a los EE.UU. y a Occidente.
En todo caso, mientras
todo esto acontecía en una arena internacional en la cual la Argentina
no solamente está aislada sino que, además, hace sistemáticamente lo
imposible para permanecer definitivamente excluida, la economía
argentina seguía dando síntomas cada vez más fuertes de agotamiento. Con
una brecha entre el precio “oficial” del dólar y el precio real de la
divisa que llegó a casi 100%, con un dato de crecimiento nulo en el
último trimestre (que todos los argentinos saben fue dibujado a dedo por
el INDEC porque, de haber sido negativo, la Argentina entraba
técnicamente en recesión) y con una inflación ya totalmente fuera de
control, la población argentina sabe que todos los exabruptos de su
Presidenta sólo son las últimas boqueadas de un régimen condenado a la
desaparición.
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