Hasta
hace muy poco tiempo el presidente Petró Porochenko había decidido
unilateralmente un cese al fuego en las regiones del Este de Ucrania
soliviantadas por una rusofilia, mitad real y mitad inflada por el
gobierno ruso, que amenaza con transformarse de un guerra interna
regional en una guerra civil relativamente generalizada en buena parte
del territorio ucraniano.
Como es sabido, el cese al fuego no fue respetado
-(fundamentalmente por los separatistas pro-rusos)- y los combates
prosiguieron con variada intensidad. En estos momentos, terminado el
alto el fuego, el ejército ucraniano lleva adelante una ofensiva
relativamente consistente, pero cuidadosa, como para ir achicando la
zona de control de los pro-rusos y acorralarlos en un espacio
militarmente manejable.
De cualquier manera, antes de seguir con el desarrollo de
las acciones militares, conviene recalcar que una de las cosas más
llamativas de este conflicto es la poca transparencia de las intenciones
rusas y la total desorientación de la política de Bruselas ante la
situación creada. Incomprensión de las intenciones de Rusia y cacofonía
interna en la política de Europa ante el conflicto.
Razones para que Europa se encuentre desorientada en el
conflicto de Ucrania seguramente sobran pero algunas deben ser
destacadas porque, en el fondo, son reveladoras de una crisis profunda
del proyecto europeo, por lo menos en su formato tradicional. Y son
reveladoras, también, de la fuerte transformación que está sufriendo la
“Alianza Atlántica” en su versión pos-Guerra Fría.
Pero comencemos por Rusia. La “Era Putin” que quizás
podría ser designada la “Era Gazprom-Putin-Medveded” responde a una
lógica bastante clara y a una estrategia de despliegue relativamente
elemental. Quien se ponga a reflexionar sobre el grado de orfandad
política que padeció Rusia después de la disolución de la URSS, no puede
dejar de admitir que la política actual es el primer planteo, a la vez
relativamente modesto y coherente, que Rusia logra articular desde su
desmoronamiento como polo comunista entre 1985 y 1991.
A caballo de la única herramienta que Rusia podía
concretamente “vender” al mundo desarrollado, es decir la energía de los
hidrocarburos manejados por su monopolio estatal -(fundamentalmente el
gas)-, el otrora gran país ha dedicado más de 20 años para encontrar un
proyecto medianamente viable para recomponer su imagen de país en
búsqueda de algún tipo de relevancia en la arena internacional.
Seguramente la tarea no ha sido fácil. El lector conoce
las condiciones políticas internas de una Rusia donde reina una
dictadura de excomunistas, de mafiosos y de capitalistas salvajes, sobre
una población despojada de los derechos más elementales. A esa
población Putin y Medveded la humillan cotidianamente pero le ofrecen la
fantasía de que Rusia -(en sus baladronadas de Osetia del Sur, de
Abjasia o, ahora, de Crimea)- es un país importante y relevante. Alcanza
con recordar la demencia desplegada en los Juegos de Invierno de Sochi
para comprender qué es lo que venden estos “dictadores gasíferos”:
esencialmente espejitos para consumo de los pobres ciudadanos rusos
esquilmados por mafias estatales y privadas.
Es cierto que Rusia conserva, quizás, buena parte de su
antiguo poderío nuclear. No tenemos informaciones serias al respecto: ni
sobre su estado de mantenimiento ni sobre su eventual desarrollo. Es
claro que Rusia sigue siendo dueña de un arsenal nuclear poderoso pero
cuya tecnología ya tiene, seguramente, un atraso suficiente como para
haberse tornado relativamente obsoleto. Por lo que queda claro que Rusia
puede, aún, hacer muchísimo daño nuclear a un enemigo. Y también que,
en el brevísimo lapso de tiempo que transcurriría entre el momento que
ataque y el momento en el que llegue la respuesta quedará
definitivamente borrada del mapa.
O sea que, dadas las condiciones reales con las que Rusia
se enfrentó a partir de 1991, hay que decir que la nueva Troika
“Gazprom-Putin-Medveded” no ha hecho las cosas tan mal. De uno de los
fracasos históricos mayores de la Historia han podido construir un país
que “parece fuerte” -(vea el lector el “body language” de Putin cuando
camina hacia un estrado)-, que se ha apoderado de unas cuantas regiones
menores, que intenta detener el avance de Europa sobre su frontera este y
que ha logrado transformarse en el abastecedor clave de gas para una
parte importante de esa misma Europa. Hasta ahí ha ido Rusia. Astucia
empresarial con el gas, tejido de influencias en Europa comprando
líderes como Gerhard Schröder y “patoteo” en los puntos débiles de sus
vecinos fronterizos de manera de ir rapiñando “espacio vital”, para usar
una expresión tristemente consagrada.
Veamos ahora: ¿qué ha hecho Europa mientras tanto? Tampoco
se ha quedado quieta. No sólo la “naturaleza tiene horror del vacío”:
la geopolítica también. Y el vacío dejado por la evaporación de la URSS,
además de desencadenar un gran descalabro en Asia Central y el mundo
turcomano, ha determinado que Europa prácticamente dejase de mirar hacia
el Atlántico. Y la responsabilidad alemana, en esto, es realmente
mayor. Desaparecida la URSS, los alemanes creyeron que ya no había
enemigos. Al Oeste, EE.UU. y Europa Unida, eran sus aliados sino
padrinos. Ahora, al Este, el vasto espacio dejado libre por la
catástrofe soviética, no sólo estaba liberado de los enemigos de
siempre: estaba “disponible” para una nueva etapa histórica en la que
quizás un nuevo Reich fuese ahora realmente “inmortal”.
Y, de manera muy poco prudente, Europa le dió la espalda
al Atlántico y al Mediterráneo y, llevada irresponsablemente por el
nuevo empuje germánico, se extendió vertiginosamente hacia el Este
(descuidando de manera perfectamente frívola, por ejemplo, sus lazos con
América y particularmente con América Latina, las cuales, ambas,
poblaron el concepto de Occidente casi desde su nacimiento). ¡De esta
manera, Europa estuvo discutiendo seria pero paradójicamente cómo se
integraba a Turquía (¡¡¡!!!) a la Unión Europea antes de siquiera
considerar cómo se podía comenzar a imaginar la integración de Canadá,
Brasil, Argentina o estructurar algún acuerdo de envergadura con los
EE.UU.!
Europa con su seguidismo germánico, se encuentra ahora
empantanada en Ucrania, hasta donde nunca debió llegar sin precauciones
previas puesto que es un país, corroído por la más profunda corrupción,
cuya vocación cultural es esencialmente eslavófila y cuyo interés por
los valores occidentales se basa fundamentalmente en la esperanza de
poder incorporar la noción de “salario mínimo”.
Pero no solamente en esto, “Euro-Germania” se equivocó.
Empujó imprudentemente la Unión Europea hacia el Este sin siquiera darse
los medios militares mínimos para defender esa expansión. “La Defensa
Europea”, capítulo central del proyecto bosquejado en Roma y postergado
por décadas, ni siquiera registró que la nueva dirección que Alemania le
imponía a Europa tenía sus relativos riesgos geopolíticos. Pero como si
había riesgos, los misiles de los EE.UU. en Europa Oriental estaban
para defenderla, mejor vender un relato lleno de kantismo vulgar y
proclamar la superioridad de un cosmopolismo universal imaginario a
pueblos y civilizaciones que yacen desde hace siglos en los
particularismos, localismos, fanatismos y fundamentalismos religiosos
más elementales.
Y no sólo eso: “Euro-Germania” le proporcionó su
excanciller a Gazprom como directivo de excelencia y se hizo la
abanderada, y casi representante, de la empresa rusa en toda Europa.
Ésta última, hoy, depende en más del 50% del gas de ese origen lo que le
permite a Putin mirar con una leve sonrisa irónica las parrafadas
pro-Kiev de Europa y las amenazas a las milicias pro-rusas. Sobre todo
que, sin la menor previsión (“business is business”), las empresas
europeas importantes son hoy infinitamente más dependientes del mercado
ruso que las norteamericanas y el volumen del comercio entre ambos
bloques es infinitamente mayor que el existente entre Rusia y los EE.UU.
Por ello también sonríe Putin ante la amenaza de “sanciones europeas”
(mientras se apresta a recibir 2 importantes barcos de combate
ultramodernos vendidos sin el menor escrúpulo por Francia). Porque,
además, en última instancia, si Europa se pone impertinente, alcanza con
que gire él también hacia el Oriente para comenzar a hablar con la
China.
Porque, y ahora en tercer lugar, lo que no estaba en el
programa de “Euro-Germania” era que los EE.UU. tienen su problema
energético mucho mejor arreglado que Europa y que quizás sea posible que
ya estén algo cansados de sacarle las castañas del fuego a una Europa
que le dicta lecciones de derechos humanos al planeta pero muy rara vez
pone un hombre en primera línea de fuego cuando se trata de enfrentar a
los Putin, los Ianuchennko y demás dictadores corruptos.
Todo indica que Obama ha marcado una inflexión importante
en el casi permanente activismo norteamericano en el mundo de
post-Guerra. Finalmente, parece que, de una vez por todas, la Guerra
Fría ha terminado (aunque no ha terminado la Historia) y que la
distribución del poder en la arena internacional comienza lentamente a
abrirse nuevamente hacia una configuración más compleja.