Japón: Entre Estados Unidos y
China
En busca del liderazgo
perdido
Por Carlos Moneta
Tercer potencia económica mundial, sólo desplazada del
segundo puesto por China, Japón busca
sobreponerse de la crisis económica y de los desastres naturales y nucleares
que azotaron recientemente al país. Rodeado por una región colmada de tensiones por conflictos históricos
territoriales, económicos y la injerencia de potencias externas, como Estados
Unidos y Rusia, busca a través de la diplomacia económica contrarrestar tanto el
ascenso de China como su dependencia de Estados Unidos. Pero en el camino
deberá hacer frente a los cambios impuestos por el neoliberalismo en su
sociedad: la reconfiguración de su estructura productiva y la precarización de
sus trabajadores.
Notas destacadas:
La
configuración del Japón de posguerra es asimétrica: una potencia económica que
cuenta con una reducida talla política.
El Acuerdo de Asociación Transpacífico, de
concretarse, contaría con una población cercana a los 660 millones de personas
y representaría el 50% del PIB mundial.
Japón promueve la presencia de EE.UU. en Asia, pero de manera acotada, ya
que coincide con China en la necesidad de preservar la autonomía de la región.
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La fortaleza de Japón, su resistencia
a todo tipo de crisis así como su capacidad para reconstruirse, no comienza
tras su derrota en la Segunda Guerra Mundial sino a partir de la era Meiji
(1868-1912), cuando se embarcó en un sostenido proceso de modernización con el
propósito de alcanzar el nivel de desarrollo occidental. El archipiélago hoy
sigue luchando por sobreponerse no sólo a la crisis económica sino también a
las catástrofes tanto naturales como nucleares que azotaron al país.
Japón es la tercer potencia
económica del mundo y juega, por lo tanto, un papel clave en la nueva
configuración regional e internacional. Cuenta con un producto interno del
orden del 8% del PIB mundial; es el primer acreedor internacional, con un
patrimonio neto cercano a los 2.500 billones de dólares en tenencias externas, y
dispone de 12.000 billones de dólares en ahorros, y participa actualmente del
5% del comercio global. Dispone además del 45% del parque robótico existente y es
la segunda potencia en inversión y desarrollo,
contando con la capacidad para generar los bienes de consumo de alto valor que
se requerirán en el futuro.
Esta potencia, asimismo, logró preservar una inversión del orden del 3%
del PIB en inversión y desarrollo a lo largo de la década del noventa, cuando
su crecimiento fue cero, muy bajo o errático. Esto posibilitó
la preservación de sus posiciones de liderazgo en el campo de la salud, el
cambio climático, el uso de fuentes de energía alternativa, la electrónica
digital, la tecnología de información y telecomunicaciones, pantallas de
cristales líquidos, robots industriales y nanotecnología. Varias de esas áreas
constituirán los principales ejes de inserción económica internacional de Japón
en las próximas décadas.
La flexibilización de la economía nipona
El modelo económico que caracterizó a Japón hasta fines del siglo XX,
basado fundamentalmente en la intervención concertada del Estado en la economía,
en una capacidad de ahorro abundante canalizada en la industria, y un sistema
de educación igualitario, se encuentra ahora sometido a drásticos desafíos,
dados las particulares transformaciones del sistema productivo internacional y transnacional.
Estos cambios involucran una reorganización de la vida social, como la
incorporación plena de las mujeres al trabajo, el reciclaje de trabajadores en
edad de retiro, la robotización y la medicina preventiva. La reducción de las
inversiones en obras públicas, la pérdida del “trabajo de por vida” y un
insatisfactorio funcionamiento de la democracia japonesa -que a través del
largo período de dominio del Partido Liberal Democrático (PLD) privilegia
políticas conservadoras y pierde la capacidad de adaptarse a los cambios
externos- genera un importante grado de frustración social. La sociedad
japonesa hoy se divide entre kachigumi
(ganadores) y makegumi (perdedores).
Deja así de tener vigencia el modelo industrial que asombró en décadas pasadas
al mundo, caracterizado por una estrecha relación entre la administración
gubernamental y las empresas, la existencia de grandes grupos industriales
cerrados y relaciones de trabajo organizadas a partir de un objetivo de
estabilidad. La independencia financiera y
estratégica alcanzada por las grandes corporaciones y la reducción de la
competitividad en sectores en los cuales Japón no tenía casi competencia, como
los productos electrónicos para el gran público, contribuyeron a su erosión.
La mayor competitividad del resto de Asia Pacífico ejercerá una presión
sustantiva sobre la economía nipona, contribuyendo a la reconfiguración de la
estructura productiva del país. Éste cuenta ahora con una nueva oportunidad: el
notable crecimiento de la clase media de China, del Sudeste Asiático e India,
que genera una fuerte demanda para la producción japonesa. Japón,
gracias a su inversión extranjera directa (IED), asistencia al desarrollo y su papel
clave en la promoción del desarrollo industrial de la región, surge como uno de
los primeros socios comerciales y financieros. Si bien China representa una
competencia de primer orden, también constituye su principal socio comercial y
espacio para la localización de sus principales empresas e inversiones,
aportando más del 40% de los beneficios totales nipones.
El
modelo japonés incorpora experiencia y recursos provenientes de fuentes
externas, desarrollándose un mercado de trabajo exterior a las empresas.
Asimismo, los jóvenes profesionales, más individualistas, desean incorporar
experiencias de trabajo distintas y emigrar a otros horizontes. Estas
situaciones orientan al modelo hacia la flexibilización laboral, con ventajas
de competitividad para las empresas y las consecuencias nefastas para
los trabajadores japoneses.
Shinzo Abe, primer ministro japonés, presentó un
nuevo programa económico para reactivar la economía, prometiendo llevar
adelante una expansión fiscal a gran escala, que permita alcanzar un
crecimiento del PIB del 3%. Desde el punto de vista financiero, puso énfasis en
la necesidad de combatir la deflación, para lo cual consideraba que el Banco
Central de Japón debía llevar a cabo una expansión casi ilimitada de sus
aportes (véase Makoto, pág.31).
El plan ha comenzado a rendir
fruto, pero su evolución es aún incierta. Miembros del gobierno utilizan por
primera vez en seis años, la palabra “recuperación” por el aumento del consumo
privado y una mejora de la inversión empresarial. No obstante, Japón tuvo en
2013, por tercer año consecutivo, un déficit comercial, dado que la
depreciación del yen, si bien benefició las exportaciones, también encareció
las importaciones, particularmente las de energía y no se ha logrado aún uno de
los objetivos más importantes: incorporar plenamente las Pymes al comercio
exterior por vía de apoyo y guía que debería ser provisto por las empresas
transnacionales japonesas.
La estrategia: valores culturales y realpolitik
Tras la Segunda
Guerra Mundial, Japón asumió un
papel de “presencia occidental” en Asia Pacífico jugando simultáneamente un rol
fundamental en la construcción económica regional. Esos logros desea
preservarlos a través del estimulo de la presencia de Estados Unidos, pero de
manera acotada, ya que más allá de diferencias con China, coincide en la
necesidad de afirmar la identidad y un grado importante de la autonomía de la
región. La declarada política nipona de “participación y compromiso
constructivo” en Asia Pacífico y la actual orientación de la política exterior
china, coinciden en la voluntad de evitar tensiones mayores, que perjudiquen su
relación bilateral.
Contribuir a orientar el potencial que
representan China e India, de una manera que, según sus valores e intereses considere
constructivo para la estabilidad y el crecimiento sustentable de Asia y del
mundo, constituye un tema de importancia para Japón. Forma parte de esa tarea la
promoción de ciertos valores en Asia Pacífico –democracia, derechos humanos y
el imperio del derecho- y forjar, junto a otros países, un desarrollo regional
estable, basado en el entendimiento y la cooperación mutua.
En ese contexto, acercarse a la lógica que guía
la política exterior del país requiere tener en cuenta los factores culturales:
¿cuál es la autopercepción de Japón sobre su lugar y función en el mundo? ¿Cuáles
son sus valores?
La configuración del Japón de posguerra es
asimétrica: una potencia económica que cuenta con una reducida talla política.
De acuerdo a su ethos, procura
alcanzar y mantener un “lugar honorable” en el mundo y merecer el respeto de
las demás potencias. Pero hoy se ha erosionado su sentido de la unicidad
ya que los cambios introducidos por la globalización está transformando los
valores y formas de vida de las nuevas generaciones. Quizás esta situación
constituya hoy su mayor desafío.
Japón se anima ahora a invertir una parte
considerable de su liderazgo en la construcción de un sistema de integración
regional. Pero no resultará fácil por el ascenso chino, los conflictos
territoriales históricos con esta potencia, con Corea del Sur y con Rusia, las
tensiones con Corea del Norte y, por último, las diferencias de perspectivas
respecto a los procesos de integración regional.
Su dependencia de Estados Unidos en términos de
seguridad y la década económicamente perdida en los noventa se convierten en
una pesada carga, lastrando su autonomía y capacidad de maniobra en el sistema
internacional. Comprende que de ese peso sólo podrá librarse si adquiere todos
los recursos de un país desarrollado contemporáneo. Posee un alto nivel
tecnológico, empresas transnacionales y enormes inversiones y dividendos
externos, pero necesita incrementar su potencial militar y asumir nuevamente el
crecimiento. La interacción de esas pulsiones y procesos genera una crónica
inestabilidad política interna.
Japón debe participar activamente en la construcción de un mundo estable
y pacífico, constituyendo ésta una condición necesaria para la prosperidad del
país. En ese marco, surge la necesidad de que se superen las tradicionales
visiones introspectivas y que con el apoyo de Estados Unidos y la Unión Europea
(con la cual está negociando un tratado de libre comercio) haga uso de sus
fortalezas, no solo en Asia Pacífico, sino más allá de la región. Con un
enfoque más moderno, se propone que esa tarea se lleve a cabo con la
participación de distintos actores de su sociedad, que incluirían, además del
Estado, a las organizaciones no gubernamentales, empresas, gobiernos locales y
otros agentes.
Diplomacia económica y
estratégica
Japón observa cómo ahora debe compartir su
posición de líder regional con China. Por esa razón el país debe desarrollar
una diplomacia proactiva hacia Asia Pacífico, que incluya a su vez el
mantenimiento de su relación de seguridad estratégica con Estados Unidos.
Al configurar actualmente el espacio asiático
un área de confluencia entre potencias externas y países de la región, Japón
enfatiza su deseo de fortalecer bilateralmente la cooperación con los países
vecinos (China, Corea del Sur, Australia, Nueva Zelanda, India), prestando,
asimismo, particular atención a la diplomacia multilateral. De igual manera, cabe
destacar que la visión nipona sobre el sistema internacional y los instrumentos
utilizables para la política exterior se tornan más complejos y sofisticados,
procurando incorporar de manera más efectiva para su ejercicio, distintas
organizaciones y actores sociales y transnacionales.
Surge ahora, el concepto de “múltiples redes interactivas” en distintos
campos. En el caso de Asia Pacífico, pueden establecerse mediante redes
multilaterales de diálogo con entes como la Asociación de Naciones del Sudeste
Asiático (ASEAN); la Comunidad de Asia del Este (EAS); el Foro Regional del ASEAN
(ARF) y, con carácter transpacífico, la Conferencia de Cooperación de Asia
Pacífico (APEC).
Se cuenta además con distintos acuerdos de libre comercio como la
“Asociación Económica Regional Integral” (en negociación), que incorpora a
Japón, China, Corea, ASEAN, Australia, India y Nueva Zelanda y constituye el
mayor espacio de integración asiática incorporando a 3.200 millones de personas
y representando un 44% del comercio intrarregional.
Pero Japón, en el plano transpacífico -al igual
que varios países del Sudeste Asiático, Australia, Chile, Perú, México y
Canadá- está simultáneamente negociando el Acuerdo de Asociación Transpacífico
(TPP), conducido por Estados Unidos. Este proyecto ultra-avanzado de
liberalización del comercio, de concretarse, contaría con una población cercana
a los 660 millones de personas y representaría el 36% del comercio y el 50% del
PIB mundial (1).
El TPP le permitiría a la gran potencia
norteamericana contar con un acuerdo que actúe como cuña en los esquemas de
integración asiáticos, fragmentándolos mediante la incorporación de Japón,
Vietnam y otros países de ASEAN. El Acuerdo forma parte en el ámbito económico,
del nuevo enfoque estratégico estadounidense de “pivote” sobre Asia, percibida
ahora como un área de “importancia
estratégica vital”, que debería servir de “contrapeso” al ascenso económico de
China en el mundo. Así Japón se desliza, en una cuerda floja, entre Estados
Unidos y China.
En ese contexto, se
establece un delicado juego de equilibrios cambiantes en la Cuenca del Pacífico, a partir de las interacciones que se suceden
entre las potencias locales –China, Japón e India (en los cuales intervienen
también Corea del Sur, Australia y otros países de la región)- y las “externas”
en el marco regional y global, Estados Unidos y Rusia. Surgen así múltiples
juegos, tanto de “cooperación-competencia” en el campo económico, como de
“cooperación-conflicto” en el ámbito geoestratégico. Así, por ejemplo, las interacciones
Japón-ASEAN están en parte, limitadas por las correspondientes a ASEAN-China.
En otro ámbito, Tokio percibe a Nueva Delhi como un aliado estratégico frente a
Pekín, pero mantiene simultáneamente interacciones en las dos dimensiones
citadas con China (cooperación científico-tecnológica y competencia por
mercados en los países en desarrollo).
Japón cuenta con los recursos y los
conocimientos necesarios para su adaptación a los nuevos desafíos; todo depende
de los caminos que elijan sus gobernantes y su sociedad.
Carlos Moneta, “Los Mega Acuerdos Transrregionales: uno de los instrumentos
principales de la actual fase de globalización económica”, Centro
Interdisciplinario de Estudios Avanzados, UNTREF.