La
larga década de bonanza económica que han usufructuado muchos países de
América Latina en parte puede ser esquemáticamente explicada por una
especial coyuntura de un mercado internacional que se ha mantenido “marcado” por el crecimiento de grandes y medianas
economías emergentes.
La
creciente demanda de éstas ha más que compensado “la ausencia” relativa
de la demanda internacional norteamericana, europea y japonesa,
generando condiciones favorables para el crecimiento de nuestras
economías que, en muchos casos, son esencialmente productoras de
materias primas, “commodities” o generadores de una producción de baja
complejidad tecnológica y basada en la utilización de poca o mediana
intensidad de capital.
Hay
entonces, por decirlo de alguna manera, condiciones para albergar
moderadas expectativas por un sostenido auge del comercio exterior y por
la permanencia de cierta fuerza de la demanda internacional de los
productos de exportación de América Latina.
El
proceso ha sido claramente benéfico en la
medida en que los excedentes de la balanza comercial (acompañados por un
sensible incremento de la Inversión Extranjera Directa) han dinamizado
muchas economías de la región de manera acentuada.
Una
mirada un tanto más exigente sobre el concepto de “bonanza” no dejará
de levantar algunas preguntas relevantes. Como dijimos, el incremento de
los ingresos de las economías referidas descansa en el sempiterno
modelo de exportación de “commodities”. Aunque ello no sea precisamente
un “handicap”, es evidente que no hay circunstancias reales y
generalizadas propicias para avanzar en términos de crecimiento y
desarrollo económico en sentido fuerte. La expansión de los PBI de
muchos países de la región es positiva pero no vemos que ese
mejoramiento esté vinculado al crecimiento de industrias de punta, al
uso de tecnologías sofisticadas y/o utilización intensiva de capital. En
resumen, aunque hay casos aislados, en general, el “paquete” sobre el
que descansa el crecimiento y el desarrollo a inicios del siglo XXI, y
que es hoy clave en el desarrollo de la economía global, no es lo que se
está desarrollando preponderantemente en la región.
“Last
but not least” es necesario señalar que no en todos los países del
subcontinente advertimos una situación económica medianamente “benigna”.
Ni en Cuba, ni en Venezuela, ni en Argentina, las economías crecen en
forma medianamente equilibrada. Más bien los perfiles de estas economías
-(y hay alguna otra que no podemos abordar aquí con detalle)-
reproducen las peores patologías del pasado y se sacuden al borde del
abismo aunque el entorno globalizado esté favoreciendo, al mismo tiempo, a otros países de
la región.
Es
en este contexto que ha aparecido el relato, seguramente muy poco
elaborado ya que es relativamente nuevo, que anuncia, sencilla y
directamente, “la emergencia de las nuevas clases medias en América
Latina”. El relato, en Brasil, por ejemplo, ha sido repetido hasta el
cansancio.
Generalmente
la idea de estas “nuevas clases medias“ viene adosada a un relato
relativamente solidario: el de la disminución de la indigencia y la
pobreza. Aunque evidentemente tienen alguna relación, entre sí, no serán estos
últimos aspectos los que nos ocuparán hoy, nos interesan, como expresamos en el título, “las nuevas clases
medias”.
Y
de ello se ocupa la prensa más improbable. En una publicación reciente
se utilizan las cifras de los extranjeros que han concurrido al Mundial de
fútbol para aportar un soporte “cuantitativo” al hipotético crecimiento
de las “clases medias” en América Latina.
“Los
latinoamericanos están viajando cada vez más a partir de la expansión
de la clase media que ha logrado la región en lo que va de siglo. Entre
los 50 países con turistas que más gastan en el exterior, Brasil,
Argentina y Colombia pertenecen al grupo cuyas erogaciones han aumentado
más del 10% anual en 2011, 2012 o 2013, junto con otros emergentes como
China, Rusia, India, países del Golfo Pérsico, el sudeste asiático y
algunos europeos como Noruega o Francia.”
“En
cambio, en la década pasada, más de 50 millones de latinoamericanos
pasaron a integrarse en la clase media, lo que supuso un aumento del 50%
respecto al nivel anterior, según el Banco Mundial. El segmento medio
ahora representa un tercio de la sociedad. La mejoría fue posible por el
crecimiento económico y la redistribución del ingreso, dos fenómenos
que están perdiendo fuerza en los últimos años.”
Estas
alegres evaluaciones provienen de “El País de Madrid” del 27 de junio y
alcanza con ver las fotos de los integrantes de las “clases medias” que
estarían presentes en el Mundial de Fútbol, para justificar todo tipo
de temores sobre lo que el periodista responsable de la nota entiende
por “clase media”. Esta palabra tiene virtudes aparentemente mágicas, y
hasta bienhechoras, tranquiliza a algunos sectores sociales, genera
esperanza en otros y, seguramente, entusiasma hasta el paroxismo a los
gobiernos de turno.
No
se trata de poner en cuestión lo que señalásemos al inicio de esta nota
editorial. El mejoramiento de la situación económica, que viene
acompañado de un desparejo proceso de distribución del ingreso,
significa, seguramente, incrementos en los ingresos de sectores sociales
que, de acuerdo a sus ingresos anteriores, nunca podrían haber figurado
como integrantes de las “clases medias”. Pero también, nótese al pasar, hay algunos países
en América Latina en los que el índice de Gini y las modalidades de
distribución de la riqueza se han tornado algo más regresivos durante
las referidas décadas de bonanza.
Es
importante resaltar el carácter reciente de todos estos cambios
económicos y sociales. En particular porque, como veremos, tienen
todavía mucho de “reversibles”. Ello sin dejar de lado que sabemos que,
en especial los cambios sociales, suelen tener cierta “inercia” que los
hace siempre algo más estables que las modificaciones en los ingresos de
los hogares.
No
obstante, dada la velocidad del proceso de surgimiento de estas nuevas
clases medias en la última década, cabe preguntarse cuál es exactamente
la “naturaleza” política, social y cultural de estas “nuevas clases
medias”. ¿Son estas clases medias el resultado del mismo tipo de
transformación social que fundó la estabilidad de las sociedades
europeas? Parecería ser una comparación algo forzada.
Pero
cabe una pregunta más plausible por su naturaleza latinoamericana,
similar al fin, al origen que tiene el tema de nuestra interrogación.
¿Son estas “nuevas clases medias” las mismas clases medias que se
generaron en Uruguay y Argentina hacia 1930? ¿O son como las de Costa
Rica de los años 1950 o como las de Chile de los 60? En el caso de estos
ejemplos de clases medias latinoamericanas, más allá de las obvias
diferencias que las distinguen, es posible sin embargo advertir una
serie de rasgos relativamente comunes -(quizás la excepción la aporte
Costa Rica)- que se advierten fácilmente, entre otras cosas porque, en el
fondo, esas clases medias ven la luz en una coyuntura histórica
latinoamericanas que tiene pocas décadas de duración.
Pero
en el caso de estas “nuevas“ clases medias latinoamericanas, es muy
probable que debamos trabajar en base a la hipótesis de que se trata de
clases medias distintas. Por el momento se está utilizando la misma
designación de “clases medias” para procesos históricos de
transformación social que tienen rasgos parecidos sólo en el sentido de
que son sectores sociales que se separan de los sectores populares sin
integrarse realmente a los grupos y segmentos más acaudalados y
poderosos de la población.
Pero
creemos que el paralelismo va nada más que hasta ahí. En primer lugar
es necesario destacar que estas nuevas clases medias emergen en un
momento histórico muy lejano del momento en el que emergieron los
ejemplos arriba mencionados. Y no es nada más que por una cuestión
meramente de diferencia histórico-cronológica por lo que tendrían características
diferenciales.
Dada la distancia histórica que las separa, no es necesario
señalar el descomunal cambio sufrido por el mundo, tanto en lo social
como en lo cultural, en ese período. O, si se quiere plantear de otra
manera: ¿unas clases medias naciendo en un mundo globalizado y
radicalmente interconectado son comparables con aquellas clases medias
nacidas en el compartimentado mundo poblado de proteccionismos,
nacionalismos, particularismos, y hasta folklorismos de todo tipo, que
era el siglo XX de la crisis de 1930 y sus derivaciones?
Parece ser claro que el tema tiene alguna dificultad y debería ser menos
livianamente tratado. Aunque es evidente el carácter positivo del
proceso histórico referido (“nuevas” clases medias, de ser el caso, es
siempre un elemento democratizador de las sociedades) es necesario que
sea mejor estudiado y menos apresuradamente “decretado” sin análisis
previos. En particular debería ser mucho menos “revoleado”
partidariamente como supuesta e irreversible “conquista social” por
parte de gobiernos y partidos.
Es
necesario reconocer con honestidad intelectual que sus características
específicas socio-culturales -(y por ello problemáticas)- no son aún
bien conocidas, por lo que sus impactos históricos a mediano plazo –(nos
referimos a aspectos políticos, sociales, culturales, etc.)- resultan,
hoy, totalmente impredecibles.
Esta
cierta, pero compleja, evolución de muchas sociedades que puede
encontrarse en varios países latinoamericanos es relevante y plantea
incógnitas de envergadura. La aparición e integración de nuevos sectores
sociales amplios que han accedido a ingresos, consumo y formas de
participación ciudadana, en una década escasa, ocurre en un entorno
cultural y en una forma radicalmente distinta de los procesos
anteriores.
Baste
reflexionar, como conclusión, en un ejemplo atendible. En la década de
los años 30 se accedía a las clases medias porque aún los hijos de
inmigrantes terminaban la escuela primaria y un grupo importante lograba
una inserción laboral que requería una enseñanza secundaria siquiera
parcialmente recorrida. Hoy, en 2014, se accede a las clases medias
cuando se logra instalar en el hogar un TV plasma de 42 pulgadas, y por
lo que nos dice “El País de Madrid“, cuando se logra un ingreso que
permita comprar en cuotas un pasaje al Mundial.
No
se puede partir del supuesto de que las conductas sociales y políticas
de las nuevas clases medias vayan a ser las mismas, o siquiera
parecidas, a las de las clases medias “clásicas” latinoamericanas de los
países más precoces y, ni mucho menos, a las de las europeas.
¿Cómo
van a votar estas nuevas clases medias? ¿Se van a integrar a partidos
políticos? ¿De qué manera se van a conducir políticamente dentro de diez
o veinte años? Porque lo más probable será que las pautas de inserción
política en el espacio de la República tengan características que puedan
sorprendernos. Con las notorias falencias de capital cultural, la
imposición de valores nuevos que premian -(no el éxito)- sino la simple
“llegada al consumo”, el creciente culto por la transgresión social
gratuita, etc., ¿qué “nuevas” clases medias alumbrarán estas bonanzas? No es de
descartar que hay altas probabilidades de que el más patético perfil del
pantano populista se alimente de una descomunal confusión en torno a
estos problemas de las “nuevas” clases medias.