Javier Bonilla Saus
Marzo 17, 2013 .
Hasta la
fecha no son muchos los análisis cuidadosos de cuales son las características fundamentales de la coyuntura
política venezolana que resultó abruptamente trastocada por la muerte de Hugo
Chávez.
En el
hipotético “modelo chavista” o “bolivariano”, cuya existencia, como veremos, es
más que dudosa, una sola cosa era cierta. Siendo una concepción
ultra-personalista del autoritarismo -(la vieja analítica política recurría al
término de “caudillismo” para designar esa enfermedad de acumular poder en
términos personales)-, lo único que el “modelo” no tenía previsto era la
desaparición física de Hugo Chávez. Por más que bregara incansablemente por
ello, la inmortalidad no se le dio en vida al “comandante” y, seguramente,
tampoco se consolidará en la memoria popular por mucho tiempo.
Este problema
de la desaparición física del individuo que operaba como El Poder en el régimen
chavista constituye un obstáculo mayor para imaginar la continuidad política en
aquel país. En el corto plazo, la utilización político- electoral de la muerte,
la manipulación escandalosa de los afectos populares y el proceso de
amedrentamiento sistemático de la oposición, hacen más que probable que el
candidato “oficial”, Nicolás Maduro, termine siendo el ganador de las
elecciones del 14 de abril. Lo más
probable es que ese triunfo sea, en muchos sentidos, “el principio del fin” y
que el país se vaya empantanando en una espiral política cada vez más
conflictiva.
Son varios los
elementos que abonan para que se afirme una interpretación más bien pesimista del
futuro político del país caribeño.
En primer
lugar cabe recordar que la economía venezolana ha sido cuidadosamente destruida
durante los sucesivos períodos de gobierno chavista. Aunque no es éste el lugar
más apropiado para verlos en detalle, todos los indicadores económicos de
Venezuela resultan ser alarmantes, tanto en comparación con los de los otros
países de América Latina como, en muchos casos, en comparación con los propios
indicadores del pasado económico venezolano. En este sentido resalta el
verdadero desplome de la producción petrolera, la caída generalizada del
producto interno, la cuasi desaparición de los rubros exportables no petroleros
y la caída vertical de la inversión tanto extranjera como nacional, privada
como pública. En otros términos, la economía venezolana es un cuerpo que sobrevive en estado de
extrema debilidad sostenido por una transfusión constante de dólares que logran
a mantenerlo en vida gracias a la explosión del precio del petróleo.
El segundo
elemento que hace augurar un futuro complicado para el sistema político
venezolano es que el chavismo fue (y por ahora sigue siendo) un vasto
emprendimiento de demolición de la institucionalidad democrática del país.
Todas las instituciones del estado fueron “atrapadas” y puestas al servicio de
la voluntad política de un líder que acaparó poder sin tasa ni medida. Êl
devoró al Poder Ejecutivo y el Poder Ejecutivo devoró a los demás poderes del Estado, el Legislativo, el Judicial,
los organismos de contralor electoral, las grandes empresas públicas (PDVSA es
el arquetipo) y, en general, puso el Estado al servicio de su voluntad
omnímoda.
El tercer
aspecto que poner en duda la capacidad futura de una gestión razonablemente sensata
y pacífica en el período post-Chávez por alguno de sus sucesores es que, al
contrario de lo que se repite insistentemente, Chávez no le dio la palabra, ni
el voto, ni el acceso a la sociedad a ningún hipotético “nuevo pueblo” que se
encontraba “marginado” por los gobiernos anteriores, la “oligarquía” o por “el
imperialismo”.
Aunque la
sociedad venezolana fuese una sociedad fuertemente marcada por diferentes tipos
de desigualdades (Amartya Sen, 1992, 12-30) y no por “la desigualdad”,
durante décadas aquel país tuvo partidos políticos estables, un régimen
democrático creíbles, instituciones que garantizaban un mínimo los derechos,
aún de los sectores desfavorecidos.
Lo que hizo
Chávez fue dividir la ciudadanía venezolana entre sus “partidarios” y los que
él designó sus “enemigos”. Repartió corrupción y prebendas entre sus
partidarios (que pertenecen a los más diversos sectores sociales) generando una
ciudadanía oficialista de “bolivarianos“ y arremetió contra aquellos que no
festejaron su gimnasia autoritaria y, fuesen trabajadores, desocupados,
banqueros, campesinos, empresarios o funcionarios, estos venezolanos
“enemigos“, pasaron a formar parte de una ciudadanía de “segunda clase” cuyos
derechos comenzaron a ser paulatinamente recortados.
En esas
condiciones, y como suele suceder en la mayoría de los regímenes populistas, lo
que reiteradamente se presenta como una
ampliación de la ciudadanía hacia los sectores más pobres de la sociedad,
es, en realidad, una operación de destrucción
de la ciudadanía. La operación chavista consistió en dividir a la
ciudadanía de manera de privarla de toda capacidad real de decisión política. Enfrentando
una mitad de la sociedad venezolana contra la otra mitad, y suprimiendo toda
posibilidad de sobrevivencia de las manifestaciones de pluralismo político, lo
que el régimen buscó, y logró, fue escindir el cuerpo soberano en dos posturas
maniqueas enfrentadas entre sí y de esa manera poder imponer el poder personal
de Chávez.
Como ya se ha señalado por teóricos recientes del
populismo (Laclau, 2005, 91- 197) el régimen se construyó “su pueblo” como
una operación “de creación”, mediante un “fiat lux” que el líder supremo dirige
conscienzudamente, eligiendo quienes serán verdaderos ciudadanos y quienes
serán “enemigos”.
Quizás el
mejor ejemplo de este “manejo discrecional” de Chávez que lo lleva a “construir
su pueblo”, pasando por encima de décadas de funcionamiento democrático de las
instituciones venezolanas, quede más evidente en la construcción de “su” aparato
del Estado, de “sus” instituciones, de “sus“ políticas
Ello puede
verse, particularmente, en la política exterior errática y caprichosa que le
impuso al país del que se apropió y que igualmente le impuso a una región
sudamericana que, en buena medida, aceptó sus regalos y toleró sus caprichos.
El petróleo y PDVSA fueron “sus” herramientas privilegiadas de política
exterior.
Con el
petróleo y sus dólares, compró voluntades y torció políticas, protegió a la
dictadura cubana y le ofreció una cabecera de playa en América Latina al no
menos dictatorial Irán teocrático, todo ello enancado en un relato
anti-imperialista cuya “caja financiera” eran las exportaciones de petróleo a
EE.UU. y las ventas de la
petrolera CITGO en ese mercado.
En un país
arrasado, simultáneamente, por la violencia del régimen y la de la sociedad
civil, que se han puesto en marcha, supuestamente para llevar a cabo una
“revolución bolivariana”, ninguna mejora social sustantiva y permanente es realmente
constatable. Sólo reinaba, hasta hace unos meses, el tronituante relato del
folklórico comandante: su voz omnipresente reemplazaba la ausencia de toda
institución confiable.
En este
contexto, en realidad, reina un silencio político sepulcral. Por más que Maduro
alce la voz, se autodeclare “hijo de Chávez”, proponga el embalsamamiento
(evidentemente imposible) de los despojos del comandante, y amenace a la
oposición de todas las maneras posibles, la sucesión del régimen chavista es
una incógnita altamente riesgosa y el futuro del pueblo venezolano no se sabe
bien en manos de quien está porque, lo único que es seguro, es que no lo está
en manos del mismo pueblo.
1.- Sen, Amartya: “Inequality Reexamined”, Harvard University Press, 1992.
2.- Laclau, Ernesto: “La Razón Populista”, II. “La Construcción del Pueblo”, F.C.E., Buenos Aires, 2005.
1.- Sen, Amartya: “Inequality Reexamined”, Harvard University Press, 1992.
2.- Laclau, Ernesto: “La Razón Populista”, II. “La Construcción del Pueblo”, F.C.E., Buenos Aires, 2005.