Nacionalismos tóxicos
Roger Bartra
14 Nov. 2017
Al
reflexionar sobre la tragedia catalana, que ha provocado la peor crisis
que haya sufrido la democracia española fundada en 1978, el historiador
Santos Juliá ha afirmado que las políticas identitarias "son como
mantos primorosamente repujados que cubren políticas de poder" (El País,
6 noviembre 2017). Ciertamente, son los poderes quienes tejen una
identidad colectiva separada, de la cual supuestamente emana una
voluntad nacional como sujeto que aspira a la soberanía. Esta es la raíz
de los nacionalismos. Sin embargo, las identidades nacionales no
solamente son instrumentos funcionales manipulados por los poderes
políticos con el propósito de legitimar su hegemonía. Son también
complejos culturales de larga duración que tejen leyendas, mitos,
rituales y costumbres. Tienen una vida propia, crecen y eventualmente se
extinguen o sufren grandes mutaciones. Cuando estos "mantos
primorosamente repujados" son manipulados políticamente surgen esos
fenómenos ideológicos que llamamos nacionalismos. Las ideologías
nacionalistas han contribuido con mucha frecuencia a lo largo del siglo
XX a la cristalización de toxinas políticas extremadamente dañinas.
Estos fenómenos tóxicos suelen acompañar e impulsar procesos políticos
autoritarios o dictatoriales en los que se inventa una voluntad nacional
popular que corroe a las instituciones democráticas.
No hay que
olvidar que, puesto que se basan en una cultura política extendida y
enraizada en la sociedad, los poderes nacionalistas llegan a apoyarse en
una gran masa popular que, en ocasiones, llega a ser mayoritaria. Es lo
que ocurrió en 1924 en Italia, cuando Mussolini ganó las elecciones. En
1933 en Alemania ocurrió algo similar cuando Hitler obtuvo el 44 % de
los votos y, a pesar de no obtener la mayoría, fue nombrado canciller
por el presidente Hindenburg. El ascenso de estos dos nacionalismos al
poder, el fascismo y el nazismo, tuvo consecuencias letales para Europa y
para el mundo entero.
Desde luego, no todas las expresiones
nacionalistas han sido tan malignas. El nacionalismo no es una postura
ideológica fácilmente definible. Es más bien un flujo que se filtra como
un componente en diversas corrientes políticas, y que impregna con
frecuencia al socialismo (en la época de Stalin), al populismo (hoy en
Estados Unidos y Europa) e incluso al liberalismo (en las fundaciones de
Estados nacionales durante el siglo XIX). Podemos observar fuertes
ingredientes nacionalistas en el peronismo, el nasserismo y el
kemalismo, lo mismo que en las derechas europeas, de Le Pen en Francia a
Puigdemont en España, pasando por la Liga Norte italiana. Los
nacionalismos suelen fortalecerse al enfrentarse con otros nacionalismos
vecinos.
El nacionalismo se opone a las visiones
internacionalistas y cosmopolitas. Cuando se mezcla con corrientes de
izquierda se producen extraños cortocircuitos, pues el nacionalismo en
principio choca con los ideales apoyados por las tradiciones
socialistas, laboristas y comunistas democráticas. Pero en América
Latina el nacionalismo ha impregnado a movimientos que se proclaman como
socialistas y de izquierda, aunque en realidad son corrientes
populistas (el chavismo en Venezuela) o comunistas autoritarias (el
castrismo en Cuba). En México ha gobernado durante decenios una
corriente nacionalista revolucionaria -el PRI- que sumió al país en un
largo periodo de despotismo, que duró hasta que se inició la transición
democrática en el año 2000. Hoy aparecen líderes que provienen de la
izquierda y que retoman el viejo nacionalismo revolucionario para
reciclarlo o regenerarlo. Cabe preguntarse: ¿sigue siendo de izquierda
un partido o un grupo que adopta el nacionalismo en su programa? ¿Es
compatible el nacionalismo con la izquierda? Cuando el nacionalismo
infecta a las corrientes políticas de izquierda suele ocurrir un
profundo deterioro del ideario progresista.
En el siglo XXI los
nacionalismos han sido especialmente dañinos y han surgido con fuerza en
contextos enormemente diferentes. Impregnan tanto al gobierno del
presidente Donald Trump en Estados Unidos como a los británicos que
votaron por el Brexit. También está presente en los dogmas que impulsan
al terrorismo, sea con tintes islamistas o no. El nacionalismo amenaza
con convertirse de nuevo en una plaga política.
Antropólogo
y sociólogo, doctorado en la Sorbona de París, investigador emérito de
la UNAM, ex director de La Jornada Semanal, miembro de la Academia
Mexicana de la Lengua, investigador honorario de Birkbeck (Universidad
de Londres). Autor de La jaula de la melancolía, Las redes imaginarias
del poder político, El mito del salvaje, La sombra del futuro,
Territorios del terror y la otredad y La sangre y la tinta: reflexiones
sobre la condición postmexicana.
LINK : http://www.reforma.com/aplicacioneslibre/editoriales/editorial.aspx?id=123791&md5=c2e9c507f40ff5cc47db9afeb0ecbfb7&ta=0dfdbac11765226904c16cb9ad1b2efe&lcmd5=c1639e5fb9972e3d2ffb631b636b4bdd
LINK : http://www.reforma.com/aplicacioneslibre/editoriales/editorial.aspx?id=123791&md5=c2e9c507f40ff5cc47db9afeb0ecbfb7&ta=0dfdbac11765226904c16cb9ad1b2efe&lcmd5=c1639e5fb9972e3d2ffb631b636b4bdd