OPINION
Vivir con el populismo
Dondequiera que se practique la
democracia, la falta de información y experiencia de los votantes no
puede dar lugar a líderes y políticas que debilitan la democracia misma.
Marzo 2017
«Debemos educar a nuestros maestros», señaló
el estadista inglés Robert Lowe tras la aprobación de la Segunda Ley de
Reforma de 1867, que añadió más de un millón de votantes al Registro
Parlamentario. Para él, un electorado educado era el mejor modo de
asegurar una gobernanza participativa en Gran Bretaña.
150 años
después, parece ser que los educados «maestros» de la democracia liberal
han aprendido poco. Cabe suponer que a Lowe no le impresionarían las
tendencias populistas actuales.
Como demuestra el referéndum del
Brexit del Reino Unido y la elección de Donald Trump como Presidente de
los Estados Unidos, prejuicios y falsas promesas confunden con facilidad
a los votantes. El pensamiento crítico se descarta cada vez como
elitista, mientras que las redes sociales sin instancias de rendición de
cuentas, las «noticias falsas» y los «hechos alternativos» dominan la
discusión pública. En un ambiente de ignorancia, los políticos
populistas hacen presa voluntaria de aquellos que se sienten ignorados.
Pero
debido a que esos políticos son tan atractivos para muchos, deben ser
examinados, en un nivel no menor que sus votantes fácilmente
influenciables. La cuestión es si es posible reformular también, para
salvarla, una marca de política que amenaza a la democracia liberal.
En
la actualidad hay dos tipos de populistas: el explotador y el
iluminado. Trump representa el primero. Con una administración llena de
ex alumnos de Goldman Sachs y una agenda que promete recortes de
impuestos para los súper ricos mientras privatizan Medicare y la
educación, Trump está destinado a decepcionar a la clase obrera blanca
que le dio la Casa Blanca. La automatización, no el comercio, es
responsable de la disminución de los puestos de trabajo manufactureros. El gas natural, y no la regulación ambiental, ha alimentado la desaparición de la industria del carbón de Estados Unidos.
Pero
el ascenso de Trump no se debió solo a la economía. También se trataba
de transformar una identidad nativista americana contra las minorías y
los inmigrantes. Para los demagogos, jugar con las emociones de las
personas es siempre más eficaz que apelar a su «sentido común», como
explicó George Orwell en su reseña de Mein Kampf de Hitler. Esto
es tan cierto para Trump en Estados Unidos como para populistas de
derechas como Marine Le Pen en Francia, Frauke Petry en Alemania y Geert
Wilders en Holanda.
Las democracias, sin embargo, también pueden producir un tipo más ilustrado de populismo,
como el del Senador estadounidense Bernie Sanders. Si se hubiera
convertido en el candidato presidencial del Partido Demócrata (en lugar
de Hilary Clinton), y si hubiera asumido la presidencia de Estados
Unidos, su promesa de girar el orden socioeconómico americano e
implantar una democracia social de estilo escandinavo podría haber
enfurecido a grandes sectores del electorado. El Congreso probablemente
habría descarrilado toda la lista de metas nobles que incluía su
plataforma (atención de salud de un solo pagador, universidad gratuita
para todos, la reforma de las finanzas de campaña y el desglose de los
grandes bancos como insoportablemente costosa, si no
«antiestadounidense».
No obstante, Sanders podría haber acercado a
Estados Unidos a la visión de Lyndon B. Johnson de una Gran Sociedad
sin pobreza ni discriminación racial. Seguramente habría respetado la
separación de poderes y no habría mancillado la presidencia con
bacanales diarios de mentiras y narcisismo. La brújula moral y el
espíritu público de Sanders se orientan a la humildad, rasgo vital para
contener los instintos impulsivos del funcionario más poderoso del
mundo.
La forma benigna de populismo de Sanders no era solo una
manera de alcanzar el poder, sino un impulso ilustrado para la mejora
moral y social. Su rechazo al sistema del Partido Demócrata le ahorró a
Estados Unidos una competencia electoral única entre marcas
diametralmente opuestas de populismo. Si Hannah Arendt tenía razón sobre
la «mórbida fuerza de atracción» que el «desprecio por los estándares
morales» tiene por la mentalidad de las masas, los «maestros» enojados
aún habrían dado su voto a Trump.
Sin embargo, ganar competencias
populares (ya sea el referéndum del Brexit en el Reino Unido, elecciones
en las democracias occidentales o incluso el plebiscito sobre el
acuerdo de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia
(FARC)) requiere un guiño a la política populista. Denunciar el sistema
establecido, incluso si el candidato es parte de él, es ahora la norma.
La opción de los votantes parece ser si apoyar a los proveedores de
ideas de explotación o el liderazgo ilustrado.
La perpetua campaña
antisistema de Trump muestra que, incluso como presidente, he tratado
de cultivar una imagen ajena. Es la forma clásica de liderazgo
explotador. En este sentido, él y el primer ministro israelí Benjamín
Netanyahu tienen mucho en común. A lo largo de sus 11 años de mandato,
Netanyahu ha mantenido su ataque contra la supuesta hegemonía delestablishment del Partido Laborista y de los principales medios de comunicación.
Pero
ni siquiera los populistas ilustrados están libres de los riesgos de la
duplicidad: también se ven obligados frecuentemente a traicionar a sus
votantes. Antes de la elección que lo llevó al poder, otro primer
ministro israelí, Yitzhak Rabin, dijo que «el líder que daría la orden
de retirarse de los Altos del Golán, incluso a cambio de paz, debe estar
desquiciado». Sin embargo, una vez en el cargo, inició conversaciones
encaminadas a asegurar la paz con Siria a cambio de la retirada de
Israel de esas alturas estratégicas.
La democracia occidental
parece atrapada en un enigma. El sistema falla cuando los votantes no
pueden tomar decisiones informadas basadas en las plataformas de los
candidatos. A largo plazo, la solución es educar a los «maestros» y
responder a sus preocupaciones con hechos, como Lowe defendió hace un
siglo y medio. Mientras tanto, el populismo ilustrado puede ser la mejor
opción. Dondequiera que se practique la democracia, la falta de
información y experiencia de los votantes no puede dar lugar a líderes y
políticas que debilitan la democracia misma.
Fuente: Project Syndicate
Traducción: David Meléndez Tormen