Venezuela y su crisis de fin de régimen
Infolatam
Madrid, 23 de octubre de 2016
Por Carlos Malamud
Madrid, 23 de octubre de 2016
Por Carlos Malamud
(Infolatam).- Con independencia del
desenlace de la actual crisis que atraviesa Venezuela, nada en ese país
volverá a ser como antes. La movilización popular y la tan temida
represión posterior resaltarán una vez más el carácter autoritario del
régimen, con la diferencia de que esta vez no habrá marcha atrás y será
imposible convencer a los venezolanos y a la comunidad internacional de
las enormes virtudes del proceso bolivariano.
Los sucesos de la
última semana han servido para dejar expuestas todas las vergüenzas del
chavo madurismo y para que caiga definitivamente la careta de la
revolución bolivariana y del gobierno al servicio de los pobres.
Hoy las cosas no son iguales a lo que ocurría años atrás cuando vivía y reinaba el comandante eterno. Para comenzar Nicolás Maduro no es Hugo Chávez.
Y si bien el primero sigue contando con el pleno respaldo de Cuba, el
descenso en el precio del petróleo limita los márgenes de actuación de
unos y otros. En segundo lugar la Asamblea Nacional está en manos de la
oposición. Esto compromete seriamente la posibilidad de seguir emitiendo
el mensaje del carácter marginal y antisistema de quienes forman la
columna vertebral de los “enemigos” del proceso (los tan denigrados escuálidos y pitiyanquis).
El deterioro de la situación interna es de tal magnitud que el
respaldo popular del chavismo se ha contraído dramáticamente. Las
opciones electorales del oficialismo son tan bajas que han debido
postergar a “finales del primer semestre de 2017” las elecciones
regionales del próximo diciembre. La vaguedad de la fórmula muestra las
dificultades y limitaciones del Consejo Nacional Electoral (CNE)
presidido por Tibisay Lucena. Pese a ser teóricamente
un poder independiente, el CNE ha demostrado una vez más su total
subordinación al gobierno. Sin embargo, el punto más escandaloso y que
ha provocado la actual crisis fue la determinación del CNE de aplazar sine die la convocatoria del referéndum revocatorio.
Cuando el chavismo ganaba una elección tras otra y se erigía en un
modelo de democracia, la figura del revocatorio se presentaba como la
prueba indudable del compromiso democrático del régimen. La legitimidad
de origen de los sucesivos gobiernos chavistas y del de Maduro eran el
escudo protector que defendía al movimiento bolivariano de críticas
internas y externas. Pero también en el frente internacional
(especialmente en América Latina) las cosas han cambiado, y mucho.
Al mando de la “desprestigiada” OEA (Organización de Estados Americanos) ya no está el chileno José Miguel Inzulza, que terminó siendo un cómplice del chavismo, sino el uruguayo Luis Almagro,
que contra todo pronóstico se ha erigido en un crítico feroz del
madurismo y sus constantes ataques a la democracia. En unas recientes
declaraciones, tras la suspensión de la recogida de firmas para permitir
el revocatorio, el Secretario General de la OEA llamó a los países de
la región a tomar “acciones concretas para defender la democracia”, dado
su convencimiento “del rompimiento del sistema democrático”. También
dio un paso más en su intento de aplicar la Carta Democrática al señalar
que “sólo las dictaduras despojan a sus ciudadanos de derechos,
desconocen el legislativo y tienen presos políticos”.
Su actitud es posible por las transformaciones operadas en la región.
El fin del proyecto hegemónico cubano venezolano de ámbito regional es
evidente. Los nuevos gobiernos de Argentina y Brasil han supuesto un
cambio cualitativo en la forma de afrontar el problema venezolano. Del
silencio (y hasta la complicidad) de Cristina Fernández y Dilma Rousseff se ha pasado a la actitud mucho menos permisiva de Muricio Macri y Michel Temer. Y quien dice Fernández y Rousseff también dice Kirchner y Lula, por no mencionar a José Mujica y otros mandatarios latinoamericanos. Si bien Evo Morales, Rafael Correa y Daniel Ortega siguen siendo férreos defensores del régimen, sus voces suenan mucho más débiles y más aisladas que en el pasado.
En esta ocasión, y con una rapidez inimaginable en el período
anterior, 12 de los 35 países que integran la OEA mostraron “su profunda
preocupación” por la decisión del CNE de postergar el revocatorio. Lo
importante de este comunicado es que 10 gobiernos latinoamericanos
(Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Honduras, Guatemala,
México, Perú y Uruguay) junto a Canadá y Estados Unidos, sospechosos
habituales de intentar deponer al chavismo, se han negado a justificar
lo injustificable. Por eso el texto concluye que: “La decisión del Poder
Judicial de prohibir la salida de territorio venezolano de los
principales líderes de la oposición… afecta la posibilidad de establecer
un proceso de diálogo entre el Gobierno y la oposición, que permita una
salida pacífica a la crítica situación que atraviesa esa hermana
nación”.
Almagro abunda precisamente en este punto cuando considera definitivamente acabada la misión de mediación de UNASUR integrada por Leonel Fernández, Martín Torrijos y José Luis Rodríguez Zapatero. Para el responsable de la OEA, la misión enviada por Ernesto Samper ha
terminado ayudando involuntariamente al gobierno de Maduro en sus
intentos de impedir que el referéndum revocatorio se celebre antes del
10 de enero de 2017, lo que podría provocar la convocatoria de nuevas
elecciones presidenciales.
Mientras Almagro habla claramente de dictadura,
muchos latinoamericanos siguen callando frente a lo que ocurre en
Venezuela. Las múltiples denuncias de golpe por el juicio político
contra Rousseff se han convertido en clamoroso silencio en todo lo que
respecta a la mal llamada revolución bolivariana. Pese a ello, el
régimen chavista está viviendo su crisis final. El intento
ilegal de Maduro y los suyos de perpetuarse en el poder puede tener
éxito o, por el contrario, puede saldarse con su salida. En este último
caso no sería descartable un gobierno militar de transición que permita
la convocatoria de nuevas elecciones. Por el contrario, de concretarse
la continuidad del chavismo, con o sin Maduro al frente, el gobierno
“popular” habrá devenido lisa y llanamente en una vulgar dictadura, cada
vez más aislada internacionalmente.
Etiquetas: Carlos Malamud, Venezuela crisis