La nueva Estrategia Global de la UE. ¿Útil o sinsentido?
“Estudios de Política Exterior” No. 173
Madrid, Sept-Oct 2016.
Por JAN TECHAU
Los
dirigentes europeos deberían leer con atención la Estrategia Global de
Política Exterior y de Seguridad; un texto que explica la gravedad de la
situación geopolítica de Europa y plantea opciones concretas.
A
veces, la elección del momento es un desastre. En circunstancias
normales, el 28 de junio debería haber sido un día señalado para
cualquier persona implicada en los intentos de la Unión Europea por
forjar una política exterior más unificada y significativa. Fue el día
en que el Consejo Europeo, en Bruselas, adoptó la flamante Estrategia
Global sobre Política Exterior y de Seguridad. Pero después de que, el
23 de junio, el referéndum sobre el Brexit sellase la salida de Reino
Unido de la UE, las circunstancias no eran normales, así que los jefes
de Estado y de gobierno tuvieron poco tiempo para el documento de 60
páginas presentado por la alta representante, Federica Mogherini. Le
dieron el visto bueno y pasaron a otra cosa.
Este
tratamiento superficial de la nueva estrategia es comprensible, pero
también revelador. A los gerifaltes políticos de los Estados miembros no
podría importarles menos un documento que no se sentirán obligados a
acatar. Pero también es muy injusto que no le hicieran ningún caso al
texto. Porque lo que la jefa de política exterior de la UE y su equipo
han estado elaborando durante casi dos años es un documento europeo
extraordinariamente reflexivo y rico. Sería aconsejable que los
dirigentes de la UE estudiasen de verdad el documento al que han dicho
sí.
La
nueva estrategia es uno de los pocos textos europeos de su género cuyas
ambiciones no provienen de una especie de fe abstracta en la idea de la
integración, sino de una necesidad acuciante. La hipérbole –y en el
texto hay hipérbole– no resulta tan rancia como de costumbre. El
documento debería interpretarse como una señal de que sus autores han
comprendido la extrema gravedad de la sombría situación geopolítica de
Europa. No emplean palabras altisonantes para adormecernos, sino para
despertarnos. Puede parecer que la diferencia es pequeña, pero la
mentalidad subyacente está muy lejos de la actitud perezosa de los
documentos europeos convencionales.
¿Y
cuáles son los puntos fuertes y débiles de la nueva estrategia?
Empecemos por los primeros. El documento encuentra un delicado
equilibrio entre las aspiraciones rebajadas y las acrecentadas. Instaura
el concepto de “pragmatismo basado en principios”, y fundamenta su
prescripción en un realismo que la UE necesita con urgencia. Es
importante destacar que deja de sobrestimar el poder transformador de la
Unión, que los observadores estimaban muy fuerte hasta que descubrieron
que la UE no ha ejercido una influencia decisiva sobre los
acontecimientos ocurridos en casi ningún lugar de su vecindario más
extenso.
Lo
más sorprendente, tal como ha explicado Sven Biscop, del Instituto
Egmont, en su análisis de la nueva estrategia, es que ha desaparecido el
discurso dominante sobre el fomento de la democracia. Ya era hora de
que se hiciera, no porque la democracia ya no sea deseable, sino porque
es mejor promocionarla en silencio, y no con un celo evangelizador que
tiende a fracasar.
En
cambio, el documento resulta muy ambicioso en el plano político.
Contiene un gran número de propuestas concretas que no se explican en
detalle, pero se definen con la suficiente precisión como para encaminar
hacia la acción, en vez de quedarse solo en buenas intenciones. Otra
cosa será que los Estados miembros hagan suya alguna de estas
propuestas. Pero no se puede decir que Mogherini y su equipo se hayan
limitado a hacer gala de una retórica elevada.
Otro
punto fuerte es el silencioso adiós a la Política Europea de Vecindad.
La PEV se menciona unas cuantas veces, pero solo para rendir tributo a
un término del que no se puede hacer caso omiso por completo. Desde el
punto de vista conceptual, lo han sustituido dos cosas: la resiliencia
como nuevo principio orientador de la relación de la UE con su entorno
más cercano, y el hincapié en un enfoque adaptado a cada país concreto.
Desaparece la idea de un espacio relativamente coherente en los
alrededores de Europa.
El
énfasis en la resiliencia es importante, ya que Mogherini lo define
como “la capacidad de los Estados y las sociedades para reformarse, y
así soportar las crisis internas y externas, y recuperarse de ellas”. De
manera implícita, esto supone admitir que, para que tenga lugar un
cambio positivo, los Estados y las sociedades también deben estar
dispuestos a reformarse. Con ello se pone fin a la ingenuidad de la
antigua PEV, que basaba todo su programa transformador en dar por
sentado que los gobiernos de los países de la vecindad europea –por
ejemplo, Argelia, Bielorrusia, Egipto o Moldavia– querían en efecto
cambiar. No es así, de ahí la completa inutilidad de la PEV en ese
aspecto.
La
Estrategia Global también muestra su fortaleza al subrayar la necesidad
de que la UE apoye el orden internacional basado en normas e invierta
en él. Esto es un compromiso claro con las instituciones multilaterales y
los principios que las sostienen. Nunca se hará el suficiente hincapié
en ello. Sigue siendo la clave de la estabilidad regional y mundial, y
de la gobernanza mundial en general. Por último, la franqueza con
respecto a las violaciones de las leyes internacionales por parte de
Rusia y sus constantes intentos de desestabilizar Ucrania –franqueza de
la que da muestras el texto– es un rasgo que no se puede elogiar lo
suficiente hoy día.
Pero
el documento también tiene sus fallos. Aunque diga adiós a la PEV, la
nueva Estrategia Global no analiza las causas estructurales del fracaso
espectacular del programa transformador de la UE en su entorno más
próximo. Si queremos que la política exterior de la Unión mejore, ese
análisis es absolutamente necesario.
El texto tampoco es sincero respecto a la ampliación de la UE, que se sigue considerando una herramienta clave de la política exterior, pero cuyo uso futuro es muy incierto, y no solo en relación con Turquía. La estrategia también guarda silencio respecto al desagradable hecho de que, en realidad, el Tratado de Lisboa ha debilitado la política exterior de la UE, al sacar a los ministros de Asuntos Exteriores de las reuniones del Consejo Europeo, separar la Comisión Europea del Servicio Europeo de Acción Exterior (SEAE), no dotar a este servicio y al alto representante de fondos y personal suficientes, y burocratizar de forma exagerada los procesos de toma de decisiones en esta agrupación institucional fracturada.
El texto tampoco es sincero respecto a la ampliación de la UE, que se sigue considerando una herramienta clave de la política exterior, pero cuyo uso futuro es muy incierto, y no solo en relación con Turquía. La estrategia también guarda silencio respecto al desagradable hecho de que, en realidad, el Tratado de Lisboa ha debilitado la política exterior de la UE, al sacar a los ministros de Asuntos Exteriores de las reuniones del Consejo Europeo, separar la Comisión Europea del Servicio Europeo de Acción Exterior (SEAE), no dotar a este servicio y al alto representante de fondos y personal suficientes, y burocratizar de forma exagerada los procesos de toma de decisiones en esta agrupación institucional fracturada.
Sin
embargo, el punto más débil de la nueva estrategia quizá sea su
desganado planteamiento de lo que Mogherini llama “autonomía
estratégica” de la UE. Aunque sea muy deseable que los europeos creen
instrumentos de política exterior, seguridad y defensa que les permitan
hacer más por su propia seguridad, en vez de depender únicamente de
Estados Unidos para la protección y los servicios mundiales, el texto
debería haber sido mucho más realista en cuanto a lo remoto de esa
opción.
Hasta
dentro de algún tiempo, la política exterior de la UE girará en torno a
la cuestión de su dependencia de Washington. Por tanto, aunque expresar
una gran ambición esté bien, el documento también tiene que definir el
modo de actuar mientras tanto. EEUU seguirá siendo clave para la función
desempeñada por la UE en el mundo durante muchos años, y no es sano que
el informe pase por alto esta parte crucial e incómoda de la relación
transatlántica.
Dicho
esto, con su nueva Estrategia Global, la UE tiene un documento muy útil
con el que trazar su rumbo hacia la próxima década. Servirá de
referencia para las medidas que se tomen en adelante. Está claro que el
documento no tendrá una influencia desmedida sobre el comportamiento de
los Estados miembros, sobre todo en lo que se refiere a la gestión de
crisis. Pero nadie podrá culpar a Mogherini y al SEAE de no haber dicho
lo que hay que hacer si Europa quiere seguir siendo segura y tener peso
en el mundo.