Turquía y el reconocimiento del genocidio armenio
Revista “Estudios de Politica Exterior”,
Madrid, junio 2016.
Otro país reconoce el genocidio armenio, causando otra reacción dura por parte de Turquía. El caso más reciente es particularmente espinoso, porque fue el parlamento alemán el que, a principios de junio, tomó esta decisión.
La colaboración entre Berlín y Ankara ha sido clave para atajar
precariamente la crisis de los refugiados. La declaración no pone el acuerdo entre Turquía y la Unión Europea en peligro, pero tensa la cuerda en una coyuntura especialmente frágil. El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, ha acusado a Alemania de “chantajear” a Turquía, asegurando que su país no se verá impactado por la resolución.
101
años después de su ejecución, la naturaleza del genocidio armenio
(1915-16) no debieran ser disputada. En 1908, con la llegada al poder de
los Jóvenes Turcos –y en especial del triunvirato que componían Talat, Enver y Cemal Pashá–, el Imperio Otomano, hasta entonces étnica y religiosamente plural, comenzó a promover un nacionalismo turco excluyente.
Durante la Primera Guerra mundial, y en el contexto de una campaña contra la Rusia zarista,
los Pashá pusieron en práctica una política de exterminio de su
población armenia. Mayoritariamente cristiano, asentado a ambos lados de
la frontera ruso-turca, e incluyendo a guerrillas que se habían
enfrentado contra tropas otomanas, el conjunto del pueblo armenio fue
presentado como una quinta columna que debía ser erradicada. Se calcula
que un millón y medio de armenios fallecieron en las matanzas y
desplazamientos forzosos que ejecutaron las autoridades otomanas
(colaborando frecuentemente con la población kurda, que cohabitaba el
este de Anatolia).
Las autoridades turcas, que en ocasiones han pedido disculpas a
la comunidad armenia, evitan sistemáticamente calificar los hechos como
un genocidio. Consideran más bien que, en el contexto de la guerra, los
armenios fueron víctimas de una violencia que en ningún momento fue
planeada desde Estambul. “Hay una guerra de terminología”, sostiene Fernando Veiga,
profesor de historia en la Universidad Autónoma de Barcelona. “Es
evidente que muere mucha gente, civiles; el argumento turco insiste en
la desorganización y no en la planificación genocida. Bueno, en parte se
puede aceptar, en parte no, pero da lo mismo. Porque realmente muere
mucha gente víctima de una operación de contrainsurgencia”.
El afán turco por negar los hechos ha causado más de un roce con Estados Unidos,
país que cuenta con una importante comunidad armenia. A finales de
abril, un avioneta contratada por una asociación negacionista se dedicó a
llenar el cielo de Nueva York de mensajes que cuestionaban que
el genocidio hubiese ocurrido. La empresa de publicidad contratada para
llevar a cabo la campaña se vio obligada a pedir disculpas.
A nivel académico y en la esfera pública, hace tiempo que el debate está zanjado. La Asociación Internacional de Investigadores del Genocidio (AIIG) reconoce los eventos de 1915-1916 como tal. A día de hoy, sin embargo, solo 27 países han reconocido los hechos de forma oficial. Entre ellos, únicamente Francia, Argentina y Uruguay lo han hecho en una declaración de ley.
Las
amenazas de Ankara a cualquier país que plantee la cuestión,
amplificadas por la relevancia geopolítica de Turquía (a caballo entre Oriente Próximo y Europa, controlando el acceso al mar Negro, miembro de la OTAN y
pieza clave en la estrategia fronteriza de la UE), continúan
obstaculizando el reconocimiento por parte de muchos países. Entre ellos
se cuenta España, que ha aprobado resolucionesal respecto en parlamentos autonómicos pero no en declaraciones de ningún gobierno.
Un caso similarmente ambiguo es el de EE UU. Aunque Ronald Reagan usó el término “genocidio”, sus sucesores han optado por abstenerse. Barack Obama, que durante su campaña de 2008 prometió usar el término, ha terminado por emplear un lenguaje diferente para no ofender a Turquía. Paradójicamente, uno de los testimonios más certeros del genocidio es el de Henry Morgenthau,
embajador estadounidense en Estambul entre 1913 y 1916. “Cuando las
autoridades turcas dieron las órdenes de las deportaciones [de
armenios], en verdad estaban dando la orden de ejecución a una raza
entera”, escribió Morgenthau en sulibro sobre el genocidio. “Entendían esto bien y, en sus conversaciones conmigo, no hacían ningún intento de disimular este hecho”.