Por Javier Bonilla Saus
I.- Es seguramente
conocido por los lectores que el autor de este texto, Robert Darnton, resulta
ser uno de los especialistas en historia cultural del siglo XVIII francés más
reconocidos de la actualidad. Pero, además de ello, se ha especializado,
simultáneamente, en la construcción de una suerte de sub-disciplina histórica que
podríamos llamar una “historia editorial” o una “historia del libro˝, enfoque
del cual es claramente uno de los pioneros y se ha consolidado como quizás el
más conocido especialista. Desde el año 2007 es profesor “Carl H. Pforzheimer”
de la Universidad de Harvard y, nada más ni nada menos que Director de la
Biblioteca de dicha Universidad.
Darnton es, además de un
pionero en el campo de la historia del libro, un activo propulsor de la
promoción del libro y de su futuro. En ese sentido, Darnton fue uno de los
fundadores del Proyecto Gutenberg de difusión bibliográfica que ha ido posibilitando
el libre acceso de los lectores a un universo aproximado de más de 40.000
títulos. En 1999 el gobierno francés lo nombró “Chevalier de la Légion d’Honneur” como reconocimiento a las
múltiples dimensiones históricas y culturales de su obra y al significativo
aporte de ésta a la cultura francesa.
Entre los libros de su autoría se cuentan: Mesmerism and the End of the Enlightenment (Schoken Books, 1968) y, en español, La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa (1999), El coloquio de los lectores. Ensayos sobre autores, manuscritos, editores y lectores (2003), Edición y subversión. Literatura clandestina en el Antiguo Régimen (Turner-FCE, 2003), El negocio de la Ilustración. Historia editorial de la Encyclopédie, 1775-1800 (Libros sobre libros-FCE, 2006), Los best sellers prohibidos en Francia antes de la revolución (2008) y El beso de Lamourette. Reflexiones sobre historia cultural (2011), la mayoría de ellos publicados por el Fondo de Cultura Económica y Turner Publicaciones.
Parte del éxito de sus obras
se debe, en buena medida, a que sus primeros textos juveniles fueron
esencialmente periodísticos y, particularmente, relacionados con la crónica
roja en “The Newark Star Ledger” y “The New York Times”. Sin embargo, su
formación académica lo llevaría bastante más lejos que el periodismo, aunque
supo conservar, hasta la fecha, un estilo ágil y desenfadado que no es común en
la academia.
Bastante tempranamente (y
sin recurrir a argumentos teóricos más conocidos, defendidos por post-freudianos
como Carl Jung, que vinculan estabilidad y recurrencia relativas de algunas
estructuras discursivas a su relación con arquetipos anclados en el
inconsciente colectivo) nuestro autor desarrolló una idea altamente interesante
que es, para muchos analistas, uno de
los puntos fuertes de su obra.
La idea de Darnton es que
las noticias que diariamente nos ocupan, esencialmente vía los medios, no
resultan ser la crónica de acontecimientos radicalmente “nuevos”. Más bien, eso
que llamamos “noticias” o “novedades” que nos trae la prensa no son sino re-emergencias
de fragmentos literarios que ya fueron, previamente, historias cotidianas o
relatos populares y que tienden a repetirse con cierta regularidad a lo largo
del tiempo. Para demostrar esa idea, Darnton analiza varios casos de “historias”
que se reiteran cíclicamente a través del tiempo cultural, al menos de
Occidente, entre el siglo XVII y el XX. [2]
Pero luego de esta breve
introducción, vayamos al contexto del
libro que aquí comentamos que, en sentido estricto, tampoco resulta ser realmente
novedoso. Por un lado, porque su primera edición en inglés data de 1982[3].
Pero, más allá de ello, es necesario
señalar que buena parte de su contenido está integrado por reediciones de una
serie de trabajos parciales, alguno de los cuales vieron la luz aún antes de
esa fecha, fundamentalmente durante la década de los años 70.
La edición española, a su
vez, es bastante tardía [1] puesto que es del año 2003, y su distribución en
América Latina no ha sido, hasta donde estamos informados, particularmente
amplia.
Esto es importante de
establecer porque, quizás, la relevancia de este libro haya ido creciendo
bastante después de su publicación inicial
en lengua inglesa por una serie de acontecimientos, políticos y culturales que
parecen haber revigorizado el interés de la academia (y de parte del público
informado seguramente) por el siglo XVIII y sus peculiaridades intelectuales. En
particular es posible hacer la hipótesis de una suerte de “retorno de la razón”
después de que la importancia de ésta sufriere un desdibujamiento cierto
durante dos períodos claves y casi sucesivos. Primero durante el período
1930-1970 (en el auge de los totalitarismos fascista, nazi y comunistas con su
cauda promocional de la irracionalidad) y, en segundo lugar, su posterior
cuestionamiento frontal, de 1968-70 en adelante, con la eclosión de la llamada “postmodernidad”.
Es más, quizás la aparición de esta versión española de textos de la década de
los años 70, tan tardíamente editada, tenga que ver con el surgimiento de ese
renovado interés por el período histórico en el que nuestro autor se ha
especializado. En ese sentido creo que es posible adelantar, siquiera a modo de elaboración provisoria, una doble tesis referida al “retorno de la razón”
que estaría detrás de un revival de
los estudios sobre el siglo XVIII y la Ilustración.
Por un lado es necesario
recordar que, desde fines de la década de los años 60, la conceptualización de
la historia de la Revolución Francesa (y forzosamente la del siglo que le
precedió inmediatamente) sufrió una verdadera revisión gracias a los trabajos
de François Furet y Mona Ozouf (en, esencialmente,
Penser la Révolution, Dictionnaire critique de la Révolution
française o Le Siècle de l´avénement
républicain). Entre otras cosas, Furet liberó a la historia de la Revolución
de lo que él llamó, la lectura de la “vulgata marxista” (de la cual la obra de
Soboul [4]
fue el ejemplo más flagrante) introduciendo una visión infinitamente menos
grandilocuente, más genuinamente política, y sobretodo mas “laica”, porque
emancipada de la compulsiva “religión revolucionaria” que el marxismo había
sembrado con éxito en la academia y el mundo intelectual en general. En ese
sentido, los trabajos de Darnton se inscriben en esa bienvenida irreverencia de
la interpretación del siglo XVIII que Furet y Ozouf, en buena medida, pusieron
en marcha hace ya medio siglo.
Pero, por otro lado y más
tardíamente, recordemos que el siglo XXI se ha iniciado enancado en un
escandaloso despliegue de irracionalidad política (escándalo que queda
patentizado en la irrupción del auge del terrorismo impulsado, sin dudas, por
el fundamentalismo islámico pero también acompañado del crecimiento de otros tantos
fundamentalismos, no exclusivamente religiosos pero no menos dañinos, que sólo operan de manera más
sigilosa y con menos estrépito que el primero).
En ese sentido, cabe
preguntarse si una suerte de tendencia cada vez más notoria a un
redescubrimiento, revisión y, a veces, reafirmación de la Ilustración y de sus
fuertes pujos ultra-racionalistas, en el ámbito de la filosofía política por lo
menos, no están señalando un cambio de orientación de un pensamiento
“posmoderno” que, allá por la década de los 70, relanzó un nuevo desafío a la
soberbia, siempre algo demasiado rápidamente reconstruida, de la razón moderna.
Aunque es cierto que esta tendencia no deja de coexistir con aquellos
cuestionamientos que la posmodernidad intentó llevar adelante, no podemos dejar
de constatar que, al menos en términos históricos, es posible detectar un
“revival” de los estudios sobre la Ilustración y sus reivindicaciones
ultra-racionalistas, así como un cuestionamiento de aquella lectura lineal del
proceso intelectual que a través del siglo XVIII desemboca en la Revolución.
Aunque todavía no podemos
afirmar que la obra de Darnton que nos ocupa se encuentre exactamente en esa línea, sí es posible convocar aquí trabajos como
La Ilustración Radical. La filosofía y la
construcción de la Modernidad, 1650-1750, de Jonathan Israel [5] o Los ultras de las Luces [6]
de Michel Onfray,[7]
y unos cuantos más [8],
como intentos que parecen apuntar en ese sentido y otros que, por otra parte, refieren
directamente a Darnton: construir una relectura del siglo XVIII, de la
Ilustración y de la Revolución que reúna los dos elementos novedosos arriba
mencionados. Por un lado, liberar a esta nueva visión de aquella historia de
las servidumbres dogmáticas de la “vulgata marxista” y, por el otro, recuperar
la importancia de la operación racionalista (e incluso ultra-racionalista) que
la Ilustración hubo de llevar a buen puerto, más allá de los excesos de alguno
de sus extremos dogmáticos que, en su momento, señaláramos en otros textos [9].
II.- Pero, después de dedicarnos a estas hipótesis sobre las circunstancias que parecen haber “reactualizado” el
interés por el pensamiento occidental (y particularmente francés) del siglo
XVIII, es necesario que le ofrezcamos al lector una idea aproximada de las
virtudes y limitaciones del texto. Y ello es especialmente importante por este
libro de Darnton es particularmente original y no dejará de sorprender
positivamente a más de un lector.
Como dijimos, Darnton se aproximará a los
acontecimientos que marcan el final del Antiguo Régimen desde la perspectiva de
la edición y publicación de la “literatura marginal”[10]
de las décadas inmediatamente anteriores a la Revolución por lo que, en buena
medida, su texto termina siendo, como decimos en nuestro título, un estudio de
“los vulgarizadores” de la Ilustración. Es decir todos aquellos autores, casi o
totalmente desconocidos, que desarrollaron sus escritos a posteriori y “a la
sombra” de la verdadera Ilustración que los precedió.
Para llevar adelante su empresa, Darnton utiliza una
verdadera mina de documentos de época que encontrare, en Suiza, en la biblioteca
municipal de Neuchatel: los archivos de la Société
typographique de Neuchatel. En dicha empresa editorial, situada en una
ciudad cercana a la frontera francesa, se imprimieron cientos y cientos de
títulos censurados y perseguidos por la policía entre los años 1770 y 1800. El
negocio fundamental de esta Société
era abastecer de libros al mercado de lectores franceses ávidos de tener
contacto con la “literatura prohibida”. La importancia de esta vasta fuente de documentos es directa o indirectamente comprobable en cada uno de los 6 grandes capítulos que integran el libro.
Pero la originalidad del enfoque de Darnton es pretender
“...llegar al fondo de la Ilustración”
y “…examinarlo como se ha examinado la
Revolución recientemente: desde abajo”. Y para comprender que significa ese
“fondo de la Ilustración” basta con
transcribir aquí una de las primeras cartas del libro de Darnton que es un
pedido del 10 de diciembre de 1772, de un librero de Poitiers, de nombre
Chevrier, al proveedor suizo: “Esta es la
lista de los libros filosóficos (sic) que quiero. Por favor envíe la factura
por adelantado: Venus en el claustro o la monja en camisa, La Cristiandad al
desnudo, Memorias de Mme. la marquesa de Pompadour, Estudio sobre el origen del
despotismo oriental, El Sistema Natural, Teresa la filósofa, Margot la
cantinera.”
Es evidente, y Darnton no deja de mencionarlo, que lo
que se entiende por “libros filosóficos” en la carta no se corresponde con la
visión canónica de los títulos que teóricamente ocupaban los desvelos del philosophe illustré que conservó la
historia oficial que estudiamos. Es más es evidente que la expresión “libros
filosóficos” se hizo sinónimo de libros
transgresores
Una primera conclusión es que, con toda seguridad, nos
formamos en una versión tan acartonada y libresca de la Ilustración como
extremista, sobre-actuada y marxistizante resultó ser la versión que de la
Revolución nos legó l´ École des Annales y a partir de la cual se contruyeron varias generaciones de libros de texto.
Pero además, y esto no es para nada menor, resulta de gran interés advertir
como, lo que Darnton llama con precisión “la
baja literatura de la Ilustración tardía”, constituye un cuerpo de
literatura a la vez muy diferente del que creasen los philosophes algunas décadas antes.[11]
Que esta “baja literatura” de la segunda mitad del
siglo XVIII tuviese estas notables limitaciones no deja de quitarle una real
importancia histórica como bien deja claro Darnton en el último ensayo del
libro: “Leer, escribir, publicar”. No
resulta difícil comprender que las obras de los verdaderos philosophes impactaron directamente en la concepción del mundo que
sostenía al Antiguo Régimen y produjeron una suerte de “ruptura epistemológica”
de la que éste nunca hubo de recuperarse.
Pero los franceses que demolieron la Bastille, (le petit peuple de Paris) no habían
leído la Enciclopédie ni L´Esprit des Lois. Darnton hace la
hipótesis que durante el siglo XVIII francés hubo un cierto aumento del
alfabetismo [12] pero,
de ser cierto, eso no había multiplicado los lectores de d´Alembert o del Barón
D´Holbach. Lo que posiblemente se amplió fue el número de lectores de los
panfletos de “baja literatura”. No es difícil concluir, entonces, que estos “…escritorzuelos hambrientos…” tuvieron un
impacto decisivo en la movilización, por lo menos de los habitantes de Paris y
de sus faubourgs y de otras ciudades.
En algún sentido sus obras (algunas de ellas pobremente editadas en Neuchatel)
cumplieron la función de los volantes, panfletos, editoriales, artículos de
prensa, emisiones televisivas o las hoy llamadas “redes sociales” que, en otros
procesos revolucionarios más contemporáneos, hubieron de ser decisivos. La
puesta en marcha del odio del petit
peuple contra la Monarquía y Luis XVI y su movilización le deben más a
Brissot, a Le Senne o a Mauvelain que a los verdaderos philosophes.[13]
Quizás lo que Darton no rescata con demasiada claridad
ni con suficiente énfasis es que la existencia y florecimiento de este hormigueo altamente eficaz [14]
de “literatura chatarra”, y su función altamente subversiva,
solamente pudo tener lugar porque la obra de la Ilustración temprana y los
verdaderos philosophes habían
arrasado con toda legitimidad y respeto intelectual y ético para con la
Monarquía, la Iglesia y, en general, el Antiguo Régimen. Cincuenta años más
tarde, estaba abierta la posibilidad para que algunos de estos escritorzuelos
de “bas étage” se ocupase de los
supuestos vicios sexuales de la Reina.[15]
III.- A modo de simples reflexiones finales, este
libro debe ser leído, sobretodo, como un “muestra” de una amplio proceso de
relectura del siglo XVIII y de la Revolución francesa que tiene ya unas cuantas
décadas de comenzado. El enfoque de Darnton, en sus seis capítulos
relativamente autónomos pero temáticamente bien relacionados, tiene la virtud
de dejarnos entrever algunas vicisitudes de un momento clave de la evolución de
las ideas políticas y sociales en Francia durante el siglo XVIII. Pero la
principal virtud de este trabajo es que aparece haber logrado despojarse de toda tonalidad épica y los
relatos que lo integran muestran los más cotidianos, íntimos, y mesquinos detalles humanos que, en una muy amplia medida, hacen parte fundamental de la trama de la historia.
[1] ,- Darnton, Robert, Ed.
F.C.E.- Turner, México D.F.,1era. Ed. Española. Madrid – 2003.
[2].- Darnton evoca un episodio que narra con extrañas variaciones una misma tragedia:
"Una historia recurrente es el caso de los padres que en un extravío de la
identidad asesinan a su propio hijo. Se publicó por primera vez en una
rudimentaria hoja parisina de noticias en 1618. Luego cruzó por innumerables
reencarnaciones: apareció en Toulouse en 1848, en Angoûleme en 1881, y
finalmente en un periódico argelino moderno del que la rescató Albert Camus para reescribirla, con
un estilo existencialista, para L´Étranger y Malentendu. Aunque los nombres, las fechas y los
lugares varían, la forma del cuento es inequívocamente la misma en el curso de
tres siglos". Véase "El lector como misterio",
Revista Fractal n° 2,
julio-septiembre, 1996, año 1, volumen I, pp. 77-98.
[3].- Y lleva como título: “The
Literary Underground of the Old Regime”. Ed. President & Fellows of
Harvard College, 1982.
[4] .- Como
es sabido, Albert Soboul, Secretario de l´École des Annales, en la estela de
Mathiez, Lefebvre y Labrousse, construyó una historia tan esquemáticamente
jacobina y “marxistizada” de la Revolución Francesa que Robespierre terminó
fungiendo como una mera Anunciación “avant la lettre“ de Vladimir Lenin. Nótese
que, en nuestro país y bastante más hacia fines de la década de los 60s, Jesús
Bentancourt Díaz, historiador comunista refugiado en la licenciatura en
Filosofía de la Facultad de Humanidades, dedicaba el año académico 1969
completo a pergeñar impunemente a “El Príncipe” del Macchiavello en un molde
abiertamente leninista que lo ponía al borde de configurar una falsificación.
Véase cómo el procedimiento era, de hecho, recurrente en la época de la
preguerra: Bresciano, Juan Andrés, “El antifascimo ítalo-uruguayo en el contexto de la Segunda Guerra
Mundial“,
Revista DEP, No. 11, 2009 y su llamada 26, p. 102, sobre el texto de Bentancourt
Díaz, J: “La política exterior de la Revolución
Francesa”, Revista “Progreso”, I. 3, junio-septiembre 1940 y su reiterada tendencia
a que “La propaganda de
la asociación
(se refiere a la asociación anti-fascista, el Círcolo Italiano y su revista
“Progreso”) suele incorporar referencias
al pasado que permiten comprender procesos del más inmediato presente.”
Debe dejarse claro que el uso y abuso del pasado para abonar dogmáticamente el
presente y, al mismo tiempo, el uso del presente para reconstruir, de manera
más o menos intencional y arbitraria, el pasado, era moneda corriente en los
años anteriores a la Segunda Guerra Mundial.
[5].- Edición
Inglesa de Oxford University Press, 2001. Edición española del F.C.E., México, 2012.
[6].- Edición
francesa Grasset &Fasquelle, París, 2007. Edición española, Anagrama,
Barcelona, 2010.
[7] .- En el texto
arriba citado Onfray hace explícita su admiración por la obra de Darnton: “La
cara oculta de las Luces. Para entrar en ese siglo, habría que citar todo
el excelente trabajo de Robert Darnton, que ha revolucionado la manera de
comprender esta época“. Op. cit. p 307.
[8].- Onfray
reenvía a varios textos de Darnton: Gens
de Lettres, Ed. Odile Jacob, Paris, 1992. Del mismo autor La Fin des Lumières. Le Mesmerisme et la
Révolution, Paris, Ed. Perrin, 1995. Sala-Molins, Louis: Les Misères des Lumières, sous la Raison, l´outrage, Ed. Robert Laffont,
Paris, 1992. Schouls, P.A., Descartes and
the Enlightment, Ed. McGill-Queens Up, Edimburgo, 1989, para sólo nombrar
un puñado de ellos.
[9] .- Ver: Isaiah
Berlin y la sombra de las Luces. Cuadernos de CLAEH No. 100, Mvdeo, Dic.
2012. (En coautoría con Jonathan Arriola).
[10] .- Darnton utiliza en su texto la expresión de “Grub
Street” para designar eso que nosotros llamamos aqui “literatura marginal” o,
eventualmente, “panfletaria“. “Grub Street” refiere a una calle de Londres
donde, desde el siglo XVI a inicios del XIX, habitaban, trabajaban y lucraban,
con escaso éxito por cierto, autores de poca monta, poetas frustrados, literatos por encargo, etc.. En inglés, el
término dejó de referir solamente a un lugar de la ciudad y su sentido se
extendió a los distintos géneros “literarios” que en ese lugar se producían.
[11].- Darnton evita
el concepto de “generación” y refiere a dos “unidades demográficas” bien
diferenciadas. La de los grandes philosophes
que nacen entre 1689 y 1717 y mueren entre 1755 y 1785 y a unidad demográfica
siguiente, que nace durante las dos primeras décadas del siglo, y que no
registra nombre alguno de real envergadura: Suard, La Harpe, Thomas, Marmontel
y ni el propio Beaumarchais que será más recordado por su mediocre perfil de
literato que como filósofo, constituyeron herederos dignos de sus antecesores.
Antoine de Rivarol en su “Le Petit
Almanach de nos grands hommes” de 1788 (Ver en Gallica http://gallica.bnf.fr/ark:/12148/bpt6k48117q) describió con
sorna y malevolencia, pero no sin exactitud, las limitaciones de esa inmensa
plebe de auto-designados escritores y pseudo philosophes que poblaban las buhardillas de París. Si en algunos
casos es injusto (Restif de la Bretonne, Desmoulins, Fabre d´Eglantine, de una
u otra manera, “pasaron” a la historia) en la mayoría de los casos las obras de
esos autores desaparecieron porque eran esencialmente libelos panfletarios o,
directamente, difamatorios o pornográficos.
[12] .- Basado en un estudio de Louis Maggiolo, Darnton maneja la cifra de cerca de 9
millones 600 personas que podrían escribir sus nombres en Francia, en 1780,
para una población total de 26 millones de habitantes. El estudio de Maggiolo
se basa en un trabajo sobre alfabetización de Fleury, Michel y Valmary, Pierre:
“Les progrès de l ´instruction
élémentaire de Louis XIV à Napoléon III d´après l´enqûete de Louis Maggiolo
(1877-1879)”, “Population”, 1957, pp71-92.
[13] .- Alguno de los cuales, como Voltaire, lucharon por
décadas para “entrer dans le monde”,
léase la Corte, y habían terminado por lograrlo.
[14] .- “La policía se
tomaba los libelos en serio porque su efecto sobre la opinión pública también
era serio, y la opinión pública cobró un poder notable en los años de
decadencia del Antigüo Régimen”, Darnton, (2003), p. 223.
[15] .- Ya vimos
que los libros llamados “filosóficos”
aludían incluso a temáticas bastantes pedestres y sus efectos en el público
podían ser devastadores. “Los amoríos de
Charlot et Toinette” , libelo pornográfico de gran éxito, se iniciaba con
una descripción de la reina Ma. Antonieta masturbándose previamente a una de sus
supuestas orgías con el conde d´Artois.
Robert Darnton
"EDICIÓN Y SUBVERSIÓN - Literatura clandestina en el Antigüo Régimen"
Ed. FCE-Turner
México - Madrid, 2003