Paco de Lucía, el genio que extendió el duende flamenco por el mundo
Paco de Lucía ha fallecido a los 66 años en México
Tocaor inimitable y compositor lleno de fantasía
Unió al flamenco con las otras músicas de raíz
Unió al flamenco con las otras músicas de raíz
Por Miguel Mora
26 FEB 2014
Tocaor estratosférico, compositor fecundo e imaginativo, tímido pero sublime e infatigable embajador de la cultura española, Paco de Lucía
fue un músico universal, el guitarrista que refundó el toque flamenco y
lo subió a las más altas cimas artísticas haciéndolo crecer y
evolucionar y mezclándolo con otras músicas de raíz, como la bossa nova, el jazz o el blues, a las que él llamaba “las músicas de la nevera vacía”.
Payo de nacimiento, pero gitano de alma, Francisco Sánchez Gómez, que ha fallecido repentinamente en una playa de México a los 66 años,
aprendió a rasguear la guitarra por pura necesidad, al mismo tiempo que
empezaba a hablar, cuando vivía en el barrio caló de Algeciras, La
Bajadilla. “Estábamos hambrientos y mi padre no sabía qué hacer para
sacarnos adelante”, solía contar. “Los flamencos, como todos los músicos
de las músicas de raíz, siempre hemos tenido la nevera vacía”.
Su madre portuguesa, Luzia Gómez, dio nombre a la estirpe. Y su
padre, Antonio Sánchez, fue el férreo y emprendedor productor que
supervisó la carrera y la revolución flamenca que Paco de Lucía, solo y
sobre todo junto a su inseparable Camarón de la Isla, cantaor
legendario, montó en los años sesenta y setenta al despachar una decena
de discos que marcarían el futuro del flamenco.
Antes de eso, Paco de Lucía fue Paco de Algeciras y formó con su
hermano Pepe de Algeciras, luego Pepe de Lucía, dos años mayor que él y
cantaor de gran calidad, el dúo Chiquitos de Algeciras, que rompió el
molde en un concurso flamenco celebrado en Jerez en 1962. El tocaor de
pantalón corto regresó a casa con un premio especial del jurado y un
sobre con 4.000 pesetas.
Contratados por Antonio el Bailarín, los Chiquitos rodaron una
película y grabaron varios discos. Enseguida, el mexicano José Greco les
echó el ojo y se los llevó de gira a México, África, Australia y
Estados Unidos. El flamenco volvía a tomar Nueva York después de que lo
hicieran, en plena Guerra Civil, La Argentinita, Pilar López, Sabicas y Carmen Amaya.
En 1966, Paco se enroló en la compañía de Antonio Gades para una gira americana en la que interpretaban la Suite flamenca; allí descubriría el comunismo, la golfería flamenca, Brasil y la bossa nova,
que tanto le ayudó a dar un aire nuevo y nuevas armonías al flamenco.
Su manera de tocar la guitarra, con las piernas cruzadas y una gran
colocación de las manos, volvía locos a sus colegas, según le contó el
guitarrista Emilio de Diego a José Manuel Gamboa en un memorable relato:
“Paco me hacía cosas maquiavélicas muchas veces, el cabrón. Es que era
un monstruo, pero de verdad. Empezaba a hacer cosas que están prohibidas
anatómicamente, guitarrísticamente, musicalmente; prohibidas para
todos, menos para él”.
Paco —siempre fue solo Paco para sus compañeros de profesión y su
legión de seguidores— había aprendido a tocar oyendo en directo a su
hermano mayor, Ramón de Algeciras,
que acompañó a los mejores cantaores de la época, y escuchando las
viejas grabaciones de Ramón Montoya y de Sabicas, a quien conocería en
el restaurante Granada de Nueva York cuando se marchó de gira por
Estados Unidos siendo todavía un adolescente imberbe.
Desde América, el gran Sabicas se convirtió en su maestro por
correspondencia. La gran influencia en casa fue Manuel Serrapí, El Niño
Ricardo, otro prodigio de las seis cuerdas que se quedó en España. El
autodidactismo era forzoso en aquellos tiempos. Paco solía recordar que
en los tiempos más duros, “los guitarristas se ponían de espaldas cuando
tocaban una falseta para que los jóvenes no se las copiaran”.
Tras dar varias vueltas al globo, probar por primera vez a tocar jazz flamenco con Pedro Iturralde y grabar La guitarra fabulosa de Paco de Lucía
en 1967, iba a nacer la pareja que cambió para siempre el destino del
flamenco, reducido en aquellos años a la categoría de folclore nacional
por el régimen franquista y a reducto minoritario y casi insufrible por
los interminables y polvorientos festivales andaluces.
El dúo Paco-Camarón fue una fulguración, un
momento fundacional para la historia moderna del flamenco y un hito
sureño para la música popular contemporánea.
El dúo Paco-Camarón fue una fulguración, un momento fundacional para
la historia moderna del flamenco y un hito sureño para la música popular
contemporánea. Era 1969, el año en que el hombre llegó a la Luna. De
repente, dos jóvenes paupérrimos y semianalfabetos, hijos de la España
aniquilada, resucitaron el arte que Falla y Lorca habían dado a conocer
al mundo durante la Edad de Plata. Su revolución formal y técnica
universalizó por segunda vez la maltratada música flamenca.
Nacidos, no podía ser de otra forma, en la República de Cádiz, uno en
Algeciras y el otro en San Fernando, los dos genios flacos llevaban
dentro el mismo patrimonio genético artístico y compartían pasiones y
virtudes: afinación, invención, una insolencia muy bien educada y buen
gusto musical. Grabaron juntos, entre 1969 y 1979, nueve discos
magníficos, irreprochables, llenos de fantasía y de creatividad,
mezclando nuevas composiciones y géneros inventados como la bambera, con
un absoluto respeto —mal comprendido por los puristas— al repertorio
heredado.
La imaginación y la magia eran tan abrumadoras que no había hueco
para el relleno, y la ironía es que cuando hizo falta rellenar, como fue
el caso de Entre dos aguas, una rumbita incluida a última hora por Paco en su disco Fuente y caudal (1973), el descarte se convertía en pelotazo. Gracias al ojo comercial de Jesús Quintero, Entre dos aguas
apareció como un símbolo de la recobrada vitalidad y del nuevo
virtuosismo de un arte muy mal visto por el público y las instituciones.
1975, el año del cambio histórico, arrancó con Paco de Lucía en el
número uno de las listas de ventas: el LP despachó más de 100.000 copias
y el single, 300.000.
Cada cante de Camarón y cada toque de Paco eran oro molido. Su
mezcla, la mejor simbiosis nunca oída entre una garganta y una sonanta
desde Antonio Chacón y Ramón Montoya. La separación fue traumática, pero
sin exagerar. Camarón grabaría en 1979 con Tomatito La Leyenda del tiempo,
el disco que dio un salto mortal rockero al flamenco. Y Paco de Lucía
retomaría sin mayores problemas su carrera de concertista, en solitario o
en compañía de otros.
Tras grabar discos y solos dedicados a clásicos como Falla, Albéniz,
Rodrigo o Sabicas, el de Algeciras dio recitales en el Real, La Zarzuela
y los mejores teatros del mundo. En 1980 se registró el histórico Friday Night In San Francisco
con las guitarras acústicas y eléctricas de John McLaughlin y Al di
Meola; y ese mismo año Paco creó el Paco de Lucía Sextet, la formación
que durante dos décadas llevaría por el orbe la marca del mejor flamenco
mestizo, con instrumentos como el cajón peruano, y de la España más
talentosa. Sólo quiero caminar (1981), Live... One Summer Night (1984) y Live in America (1993) siguen siendo hoy referencias imprescindibles.
Oír tocar a Paco de Lucía era un fenómeno entre místico e
incomprensible; parecía como si dentro de la guitarra llevara metida una
orquesta sinfónica y un Beethoven jibarizado. Fuera del escenario, el Premio Príncipe de Asturias de las Artes 2004, primero y único de la historia concedido a un artista flamenco, era un hombre tímido, bromista, anárquico y sencillo.
Tras 40 años de magisterio indiscutible, miles de conciertos y de
espectadores asombrados, veintitantos discos y algunos exilios y
silencios, el Príncipe de Asturias supuso el gran reconocimiento que su
país le debía a Francisco Sánchez. El premio, como él mismo se apresuró a
decir, tenía más de un destinatario. Primero, el flamenco, esa música
ninguneada por políticos, programadores y otros sordos con mando en
plaza. Y segundo, don José Monge Cruz, Camarón de la Isla, cómplice en
las tomas de la Bastilla flamencas: “Si me hubieran dado el premio
estando él vivo hubiera impuesto de alguna forma que él viniera, lo
hubiera compartido con él, me hubiera dado vergüenza ganarlo yo solo”, declaró el guitarrista a este diario.
Oír tocar a Paco de Lucía era un fenómeno entre
místico e incomprensible; parecía como si dentro de la guitarra llevara
metida una orquesta sinfónica y un Beethoven jibarizado
Algunos
desaprensivos habían intentado enfrentar a Paco con la familia de su
amigo a la muerte de este, en julio de 1992, acusando a los Sánchez de
haber cobrado derechos de autor que pertenecían a Camarón. La
injusta bronca no consiguió terminar con el cariño y la admiración que
el tocaor, cantaor frustrado —“el guitarrista que mejor canta soy yo”,
decía—, profesó siempre a Camarón. En 2004, al grabar Cositas buenas, su disco número 26, Paco de Lucía recuperó con Javier Limón una vieja bulería del genio de la Isla e invitó a Tomatito a meter su guitarra.
Y luego contó: “Los dos llorábamos como tontos oyendo cantar a José.
¡Parecía que estaba vivo y acababa de bajar a tomar un café!”.
Casado dos veces, la primera en 1977, en Ámsterdam, con Casilda
Varela, hija del general franquista que culminó la toma de Madrid; y la
segunda con Gabriela, una mujer mexicana, Paco de Lucía fue huyendo del
ambiente noctívago del flamenco a medida que iba cumpliendo años. Y lo
explicaba así: “La noche fue muy importante en una época, nos íbamos a
una venta, comíamos un pollo, bebíamos vino y pasaban cosas mágicas.
Ahora hay un sentido de la competitividad muy fuerte, la gente se pone
muy tensa... La droga ha influido mucho en eso. La cocaína pone a la
gente muy nerviosa”.
Entre gira y gira, ya con la nevera llena, el tocaor pasaba largas
temporadas en sus casas de Mallorca, Toledo y Tulum, la playa de la
península de Yucatán (México) donde solía bucear y donde ayer le visitó
la muerte. En los últimos meses, tocó y residió también en Cuba.
La noticia de su fallecimiento prendió como una mecha entre los
melómanos y aficionados de todo el mundo. Los diarios internacionales
más importantes le dedicaron amplios espacios en sus webs. El fotógrafo
suizo-francés René Robert, que retrató al músico docenas de veces en
concierto, dijo: “Es un momento duro, se ha muerto demasiado joven. Pero
es lógico que le haya fallado el corazón: pese a la aparente facilidad
con que tocaba, su arte requería de una concentración extrema, y tratar
de mejorar siempre lo anterior debía causarle mucho estrés”.
Maestro primordial, junto al fabuloso y recién retirado Manolo
Sanlúcar, de una generación de inmensos guitarristas —Vicente Amigo,
Gerardo Núñez, Cañizares, Rafael Riqueni, y tantos otros—, la talla de
Paco de Lucía fue reconocida por los mejores músicos de su tiempo.
Enrique Morente, que lo admiró en la distancia, dijo esto de él: “Lo ha
sido todo. Un gran intérprete y un gran creador de maneras y formas. Y
de música también”.
Pero Paco de Lucía siempre procuró restar importancia a su gigantesca
figura. Una escena de un documental que emitió TVE, rodada en su casa
mexicana, en la que aparecía tumbado en una hamaca, resume bien ese
intento, fallido, y su humor inteligente: “No se crean nada, lo que
hacemos los artistas es estar tirados todo el día”, decía. “Los músicos
somos unos chaneladores [cuentistas] que siempre estamos con el rollo de
la angustia. El artista sufre, sí, pero más sufre un albañil subido en
un andamio de seis pisos un 8 de enero. O Bach, que estaba siempre tieso
y cada semana tenía que componer una fuga para la catedral de Leipzig. Y
sin calefacción ni comida. Y Van Gogh, el pobre, siempre pelao, y sin
oreja. Y hoy los artistas nos creemos algo, unos fenómenos...”.
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