Hace
algunos años que nos hemos venido ocupando de una serie de graves
acontecimientos que se están desarrollando en la Amazonía. Si bien es
cierto que, tanto la región como los temas que estos acontecimientos
convocan son altamente mediáticos, creemos que es posible ofrecer un
abordaje, sensato y crítico, sobre el tema de fondo que se encuentra
dentro de esta “agitación” mediática en torno a la Amazonía.
En
primer lugar es necesario que se nos entienda bien: no nos mueve
ninguna particular inquietud “ambientalista” o “indigenista” en el
sentido en que estos términos suelen ser utilizados cotidianamente. En
otras palabras, no nos caracterizamos por proclamar actitudes
“proteccionistas” o “conservacionistas” como las que suelen ocultarse
detrás de tantas defensas del statu quo que los discursos
“progresistas” suelen declinar. No estamos realmente convencidos que la
selva amazónica sea “el pulmón del planeta” (metáfora de dudosa
pertinencia), ni que el mantenimiento de las condiciones “originales”
de vida de comunidades indígenas con tasas de mortalidad infantil
escalofriantes deban ser escrupulosamente “respetadas”.
Pero al mismo tiempo, dado que la historia pasa para todas las culturas (lo que siempre implica cambios) también creemos que puede pasar de distintas formas por
ellas. Por ello nos parece que, en el caso que nos ocupa, hay procesos
de transformación que no están transcurriendo por los derroteros
adecuados y que los mismos procesos históricos podían realizarse
mediante otros métodos. Hasta ahora, que estén desapareciendo, tanto
por vía pacífica como a sangre y fuego, la selva amazónica, las tierras
indígenas así como un alto porcentaje de sus ocupantes
mayoritariamente aborígenes, parece ser un problema evidentemente menor
para los últimos gobiernos de turno del Brasil. Son pocas las fuentes
oficiales que señalan alguna preocupación o que insistan en que algo
debería pasar de manera diferente. Hay no obstante algunas.
Es
necesario ser explícitos: lo que está sucediendo desde hace
aproximativamente una década, no es realmente novedoso. Desde el boom
del caucho, entre los años 1870 y 1910, y hasta los primeros años de
este siglo, “la civilización” presionó sobre estos vastos espacios casi
vírgenes y sobre estas poblaciones culturalmente “atrasadas” para la
mirada de una civilización altamente mezquina en la consideración de
las diferencias culturales.
Pero
si esto fue así desde hace tiempo, lo que ha cambiado radicalmente es
la intensidad de la presión, la violencia de la intervención de los
agentes públicos y privados, locales y federales sobre distintas partes
de la Amazonía y el vertiginoso proceso de destrucción que se
incrementa cada vez más sobre el territorio y la población amazónicos. A
los ya clásicos “garimpeiros”, instalados por largo tiempo, han venido
a instalarse centenares de empresas madereras que proceden a aserrar
la selva, luego aparecen los ganaderos que, en etapa inmediatamente
posterior, disponen su ganado por millares para terminar con toda traza
selvática sobre el suelo. Una vez cumplida esta etapa, la agricultura
de caña, o mayormente de soja transgénica, viene a culminar el proceso.
Para
el lector bien informado, creemos que no es necesario aportar pruebas
sobre estos trágicos acontecimientos: si siguen la prensa brasileña y
la internacional sabrán que hace años llueven denuncias sobre este
proceso. Hace escasos día el Procurador de la República en Rondonia,
Reginaldo Trindade, acusó en la Comisión de Agricultura del Senado al
gobierno de “no tener vergüenza”, de ser “opresor” y “omiso” al dejar morir sistemáticamente indígenas en aquel estado.
“El
gobierno se ha tornado sordo a los clamores. Los (indígenas) “cintas
largas” no existen, resisten. Si el gobierno del Brasil no tiene más
vergüenza en su cara, no tardará el barril de pólvora en explotar
nuevamente y muchos morirán”.
Semejante
discurso no puede esconder sus raíces ostensiblemente populistas pero,
casi simultáneamente, voces de acentos muy disímiles se hacían oír
para señalar problemas muy similares. El Coronel Eduardo Villas,
Comandante Militar de la zona de la Amazonía señalaba recientemente en
un amplio reportaje en la Folha de Sao Paulo:
“La
Amazonía todavía no está integrada al resto del país, es como una
colonia (…). Lo que sucede es que, en pleno siglo 21, el país todavía
no completó su expansión interna. Tenemos la mitad de nuestro territorio
ocupado e integrado a la dinámica de la sociedad. La Amazonía, como no
está integrada al país, no hay conocimiento de su realidad en el Sur,
de su potencial (…). [La Amazonía] (…) no es analizada, interpretada,
estudiada y comprendida en una visión centrada en la propia Amazonía.
Eso nos ubica en una posición periférica. (…). La población,
principalmente en el interior, no tiene las necesidades básicas
atendidas. En gran parte no hay ninguna presencia del gobierno (…). En
algunas regiones, las Fuerzas Armadas son la única presencia(…)”. (Trad. JBS).
No
creo que se pueda ser más claro sobre lo que está sucediendo si
trascendemos las manifestaciones anecdóticas del proceso histórico que
analizamos. Desde el punto de vista del proceso de construcción del
Estado, hay, grosso modo, dos tipos de países en el Sur del continente
americano. Por un lado están los países que por una peculiar adición o
combinación de características históricas, (dimensiones geográficas
mayores o menores, densidad demográfica más o menos alta, diferencias
de accesibilidad de distintas regiones, largo o corto pasado cultural,
modernización temprana o más tardía, algunos procesos bélicos
peculiares, etc.), procedieron en distintos momentos históricos, a
favorecer el proceso de “cerramiento” y consolidación de su espacio
nacional que arriba se reclama. En otros términos: a la determinación
precisa de cuál era la forma exacta de ese elemento fundamental de la
constitución de un Estado moderno que es el territorio y, por
extensión, a la definición exacta de cual es “su población”.
Este grupo de países logró, en un tiempo prudencial, lo que toda modernidad política exige: el control efectivo y más o menos centralizado de su territorio y población.
Pero,
por otro lado, es posible advertir, aun hoy, que hay un número
significativo de países del subcontinente que no ha terminado de llevar
a buen puerto este proceso de definición y consolidación del Estado y,
el Brasil, y particularmente la Amazonía, son precisamente el centro
de ese “espacio de indefinición etática”.
Lo
que comienza a suceder, desde la última década, es precisamente que el
Brasil inicia el proceso de apropiación e integración al espacio
nacional de la Amazonía que, más o menos conscientemente, reclama el
Comandante Villas en la entrevista citada. Ya no es posible que el
Brasil deje ese inmenso territorio “en barbecho” porque la demanda
internacional de “commodities”, fundamentalmente agrícolas, tiene un
dinamismo tal que ha tornado en una operación rentable llevar adelante
un laborioso y costoso proceso de “colonización del Far West”.
Además
de las razones que provienen del mercado internacional hay procesos
políticos internos (que también se vinculan con el proceso anterior)
que son los que están impulsando los desarrollos históricos tan
cuestionados por la prensa internacional. Es que detrás de este empuje
sobre la Amazonía hay un gran cambio político interno de fondo que se
procesa luego del gobierno de Fernando Henrique Cardoso y durante los
gobiernos del PT. Podría decirse que ha surgido un nuevo grupo de
importancia (o ha accedido a) en la cúpula del poder económico de ese
país al que podríamos llamar el “grupo maderero-ganadero-sojero” o, como se dice en la terminología política cotidiana del Brasil, “os ruralistas”.
En
el Brasil, previo a Lula, siempre el eje del poder económico, social y
político del país podía ser resumido en la Federación de Industrias
del Estado de San Pablo (FIESP), mas algunos sectores importantes del
agro en los estados del Sur y una larga lista de otros grupos
secundarios, más o menos importantes, pero esencialmente alineados con
los intereses de la FIESP. Hoy el grupo “ruralista”, sin
haber desplazado a la FIESP, tiene el poder suficiente como para
modificar toda la legislación tradicional que regulaba la apropiación
de tierras y de ello se está sirviendo para acometer la tarea de
integración de manera particularmente compulsiva de la Amazonía al
Estado nacional.
La
irreversibilidad de este proceso ya está más que demostrada por la
historia (EE.UU., Argentina, Australia, diversos países africanos así
como del Asia Central), pero lo que NO es irreversible es que
indefectiblemente ese proceso deba llevarse a cabo a sangre y fuego
como se llevó a cabo en el siglo XIX. La historia pasa para todas las
culturas, como decíamos más arriba, por lo que también pasa para los
países “civilizados”. Deberíamos esperar que la integración del espacio
y de las poblaciones de la Amazonía se lleve a cabo sin la
exterminación de las culturas autóctonas (mediante su exterminio o su
encerramiento en “reservas”) y sin la destrucción del hábitat
amazónico.
El
Brasil siempre se ha considerado a sí mismo como “el país del futuro”.
Que logre llevar a buen puerto este desafío histórico, integrando la
Amazonía al espacio nacional de manera novedosa y respetuosa, tanto de
medio ambiente como de los derechos humanos de los indígenas, será
quizás una de sus pruebas más decisivas. Si sólo repite lo hecho por
otros países anteriormente, sólo será un gran país, un poco más
desarrollado. Si logra hacer lo mismo de manera éticamente defendible
pasará a ser, efectivamente, un país excepcional.
* Ver Información complementaria :
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