UN G-20 TENSIONADO
|
En
los últimos años se han sucedido un número significativo de reuniones
del G-20 y ninguna de ellas pudo se calificada de particularmente
armoniosa. Nada de sorprendente hay en ello, en última instancia, las
reuniones internacionales de este tipo se justifican por la existencia
de conflictos reales y, muchas veces, altamente significativos. Aunque
hay un público siempre listo para criticar estas convocatorias -(sea
porque las asimilan tontamente a una forma de “inacción“ política, sea
porque entienden, en código populista, que son “gastos“ que los
ciudadanos no deben pagar)-, lo cierto es que las reuniones
internacionales, multi o bilaterales, forman parte de la fisiología
normal de la vida política internacional, en su versión más civilizada,
la diplomacia.
Dicho
esto, no es menos cierto que la reunión del G-20 que acaba de concluir
en San Petersburgo, donde concurrieron las 20 potencias más relevantes
del planeta, más un número muy grande de países “invitados” y de
instituciones altamente relevantes, no solamente fue relativamente
tensa, en los hechos terminó con resultados muy pobres y
fundamentalmente relacionados a temas secundarios de la agenda. Además,
por la vía de los hechos, concluyó con la consolidación de una profunda
división, aparentemente “tripartita”, entre los asistentes en lo que
hace al problema medular que marca a fuego la actual coyuntura
internacional: la crisis en Siria.
Aunque
es cierto que los dos grandes líderes enfrentados, Barack Obama y
Vladimir Putin, hicieron equilibrios laboriosos para sostener un clima
de cordialidad mínima, no es menos cierto que un agudo periodista ruso
dio en el clavo cuando dijo: “Este G-20 tuvo lugar porque lo salvó el Parlamento británico con su voto contra Cameron”:
era obvio que Putin no hubiese podido recibir a Barack Obama y a las
potencias occidentales ya en vías de lanzar el castigo contra Siria.
En
todo caso el documento de clausura de la Conferencia aporta, en primer
lugar, información sobre algunos vagos acuerdos en temas relativos a
la importancia que los asistentes le dan al tema de retomar el
crecimiento económico -(aún no claramente restablecido en las economías
desarrolladas y cada vez más balbuceante en los países emergentes)-,
insistiendo, mediante el recurso a una retórica ya más que desgastada,
en la necesidad de crear empleos bien remunerados, productivos y de
calidad, en especial para la población joven.
En
segundo lugar, la declaración final tiene, sin embargo, un poco más de
concreción en lo que hace a la voluntad de impulsar la coordinación
internacional en el combate al fraude y a la evasión fiscal y una
mención a comenzar a regular el sector bancario “gris”, lo que requerirá el montaje de un sistema internacional “automático” (¿?) de intercambio de datos fiscales que debería estar operativo hacia finales del año 2015.
Que
este punto haya sido tratado y aprobado en San Petersburgo, en Rusia,
no deja de ser tragicómico. Todos sabemos que en todas partes “se
cuecen habas”, y que se pueden encontrar irregularidades en todo tiempo
y lugar, pero si hay un país que no respeta nada parecido a algún tipo
de regulación financiera internacional, si hay una clase empresarial
corrupta y filo mafiosa en el mundo que utiliza sistemáticamente el
crimen organizado para fines empresariales, esa es la clase de los
“nuevos ricos rusos”, criados a la sombra del poder, por ahora
interminable, de la troika Putin, Medveded y Gazprom.
En
consecuencia, de este segundo punto, sólo cabe esperar que la
oligarquía rusa (y, más discretamente, los jerarcas del Partido
“Comunista” chino y de muchos otros países emergentes) continúen sus
conocidas andanzas mientras impulsan declaraciones “anticorrupción”
cuyos efectos se aplican, casi exclusivamente, a los países menos
poderosos.
En
tercer lugar, se hizo referencia a algunos aspectos monetarios que
también agitan la coyuntura. La previsible modificación de la política
expansiva y de tasas de interés bajas de la Reserva Federal de los
EE.UU., que está en buena medida detrás de la balbuceante salida de la
recesión de muchas economías en la actualidad, preocupa a casi todos los
ministros de Hacienda de las economías más significativas. En otros
términos, mientras que, como veremos en el punto siguiente, en materia
política y militar soberbios y principistas presidentes, celosos
defensores de soberanías nacionales a veces muy poco dignas, entienden
que los EE.UU. no deben auto-adjudicarse un papel de relieve en la toma
de decisiones de la Comunidad Internacional, en materia financiera los
ministros de economía de esos mismos países suplican que la previsible
alza de tasas de interés que prepara el Reserva Federal les sea
previamente comunicada y “calibrada con prudencia”, -(como si
la decisión de subir su tasa de interés no fuese una decisión soberana
de los EE.UU.)-, porque saben que, en muchos casos, cuando llegue ese
momento, se acabará la fiesta y las posibilidades de jugar a ser
potencias emergentes, salvo en uno o dos casos, pasarán a mejor vida.
Pero el ya mencionado bloqueo de la reunión se transformó en una verdadera fractura política
en lo que concierne al tema álgido de la agenda: la guerra civil en
Siria, el uso de armas químicas casi seguramente por parte del régimen
de Bachar el-Assad y la voluntad abiertamente exhibida por los EE.UU. y
Francia de proceder a una intervención punitiva en ese país por el uso
de armas químicas y las masacres sistemáticas que el Assad lleva a
cabo sobre su propia población.
Con
el campo occidental, y con la necesidad urgente de castigar al régimen
alauita, se alinearon, además de los dos mencionados, Arabia Saudita,
Australia, Canadá, Corea del Sur, Italia, Japón, el Reino Unido,
Turquía y España. A este grupo vino a agregarse, algo sorpresivamente y
a último momento, Alemania, llevando a 12 el número de países que
entiende que algo debe de hacerse y rápido.
Pero,
aunque estos 12 países son altamente relevantes cada uno de por sí, y
todavía más tomados en conjunto, aún así este resultado para Barack
Obama era un resultado más bien pobre porque, a su vez, Rusia y China,
lograron también un bloque en una postura exactamente contraria.
Es
obvio que Rusia y China, que tienen totalmente paralizado el
funcionamiento del Consejo de Seguridad desde hace mas de dos años -(en
última instancia, bñoquean el funcionamiento del único instrumento que
puede introducir algún elemento de juridicidad en el terreno
internacional)-, se apresuraron a construir inmediatamente una
“coalición” contraria a todo castigo a Siria, con el apoyo de estados
cuyas políticas exteriores, en su mayoría, recurren sistemáticamente al
terrorismo, como Irán, y a los emergentes “segundones” de la firma
“BRICS” (Brasil y Sudáfrica) que, convencidos de que sí importan
internacionalmente, no pierden oportunidad de aliarse con Irán
algunos, con Zimbabwe otros, terminando así enrolados con las peores
compañías y renegando de sus mejores tradiciones.
Es
importante destacar que hubo en San Petersburgo una tercera posición,
integrada por una decena de países que se aferraron a la muy respetable
postura de abstenerse y no tomar partido en un tema cuya complejidad
el lector conoce ampliamente, y ello respondiendo a una profusa
diversidad de razones nacionales que no hacen al tema analizado en esta
nota editorial.
En
reunión posterior, llevada a cabo inmediatamente después de concluida
la conferencia del G-20, el sábado 7, en Vilnius, Lituania, entre John
Kerry y los Ministros de Asuntos Exteriores de los 28 países de la
Unión Europea, algunos nuevos pasos se dieron en el sentido de hacer
avanzar las diferentes propuestas que entienden que es necesario
sancionar de alguna manera al régimen de Bachar el-Assad.
Hacia
la tarde de ese mismo sábado, Catherine Ashton anunciaba un acuerdo
generalizado entre todas las partes pero, expresado en términos tan
meticulosamente medidos que su eficacia quedó parcialmente erosionada.
Los EE.UU. y la UE acordaron que había “fuertes presunciones“ de que el
utilizador de las armas químicas el 21 de agosto había sido el régimen
sirio, que debería esperarse el informe final de los inspectores de
las Naciones Unidas que concurrieron al lugar de los hechos y que,
sobre esta base, recién se decidirían las características de la “fuerte
respuesta” que la actitud del gobierno sirio eventualmente merecía. Es
de hacer notar que en Lituania, además de Francia, Dinamarca reclamó
abiertamente -(y por primera vez)- que se procediese a castigar
militarmente a Siria. Aunque el resultado final de la reunión de
Vilnius fue más bien proclive a la postura estadounidense, su efecto
fue marginal y solamente confortó en algo al Presidente Hollande que
hubo de sentirse algo menos solitario en el seno de la Unión Europea.
En paralelo, mientras la OTAN
toma fuertes y activas medidas de defensa abierta de su principal
socio en la región, Turquía reclama, no solamente la intervención
sino, también, el ataque directo al régimen de el-Assad y su
derrocamiento. La OTAN, según las declaraciones de Rasmussen, sin
alinearse con la posición turca, piensa que los ataques con armas
químicas no pueden quedar impunes.
En
resumen, la diplomacia he llegado a un “impasse” del que no parece
poder desembarazarse fácilmente. Seguramente, Obama deberá emprender
inmediatamente el laborioso camino de obtener la luz verde de su propio
Congreso y quizás, durante ese forzado interludio, algo permita
destrabar el bloqueo que se hereda de San Petersburgo.
En
todo caso, algo de eso parece estar en marcha. En vísperas del cierre
de nuestra edición, los EE.UU. procederán a un voto preparatorio, y
esencialmente procedimental, en el Senado el día miércoles 11. Ante
esta perspectiva, Moscú, en la madrugada del martes 10, propuso
intentar de convencer al régimen de Bachar el-Assad de entregar la
totalidad de su arsenal de armas químicas a la Comunidad internacional.
Todo esto parece particularmente difuso y poco realizable en plazos
razonables. Evidentemente, esta triste historia está lejos de ver el
final.
|