Londres cierra sus puertas al mundo
Por Philip Stephens
The Financial Times
Agosto 2013
Detengan el mundo, que Gran Bretaña se quiere
bajar. Los Juegos Olímpicos de 2012 fueron una celebración gloriosa de
la diversidad. Londres se presentó como un centro internacional sin
rival. Los héroes locales de los juegos, atletas como Mo Farah y Jessica
Ennis, fueron la personificación de una nueva e integradora visión de
la esencia británica. Pero eso era entonces.
Un
año después, la política de la nación se hace eco del sonido de puertas
cerrándose repentinamente. El mensaje que se transmite a los
extranjeros por deprimente que parezca es muy claro: manténganse
alejados. Los conservadores de David Cameron prometen un referéndum que
podría acabar en la ruptura del compromiso de Gran Bretaña con Europa.
Hubo un tiempo en el que estos conservadores escépticos ofrecían una
alternativa: apartémonos de Europa y miremos hacia el mundo. Pero ya ni
siquiera eso. Se están levantando barricadas a diestro y siniestro. Los
turistas, los estudiantes, los ejecutivos de empresas: todos pueden
llegar a ser inmigrantes ilegales en potencia.
El
otro día, el Ministerio del Interior, el responsable de los controles
fronterizos, nos dejó entrever el repugnante populismo que está
impulsando la política del Gobierno. Se desplegó una serie de camiones
con carteles por las áreas de mayor diversidad étnica de Londres. El
mensaje: los inmigrantes ilegales debían “marcharse o enfrentarse a la
detención”. Los liberal-demócratas, el partido menor en la coalición de
Cameron protestaron diciendo que la iniciativa era estúpida y ofensiva.
Sin inmutarse, la oficina del primer ministro dijo que a lo mejor
extenderían la campaña por todo el país.
Una fianza de entrada al país
El
Ministerio del Interior también planea exigir a los visitantes de
países de “alto riesgo” que paguen una fianza de 3.000 libras para
entrar en Gran Bretaña. Al parecer, el objetivo es disuadirles de que
“se queden demasiado tiempo” y recuperar los costes si los visitantes
requieren asistencia sanitaria. Los países elegidos son India, Nigeria,
Kenia, Pakistán, Sri Lanka y Bangladesh. Y les parece normal que
naciones predominantemente “blancas” como Estados Unidos, Canadá,
Australia y Nueva Zelanda queden exentas de esta norma.
Más
cerca de casa, el Gobierno promete restringir el acceso de rumanos y
búlgaros. Los ciudadanos de estos Estados de la UE podrán disfrutar de
la libre circulación por toda la Unión cuando expiren las restricciones
el año que viene. La prensa sensacionalista británica ya está repleta de
historias de terror sobre las hordas de “turistas en busca de
beneficios sociales”. Y el hecho de que los inmigrantes tengan menos
posibilidades de reclamar prestaciones sociales que los británicos es
una anécdota.
El
Gobierno está actuando de cara a la galería populista. El primer
ministro ha tirado por la borda la integración de la "Big Society" [la
“gran sociedad”] que en otros tiempos utilizó como seña distintiva.
Aseguraban que los nacionalistas del Partido de la Independencia del
Reino Unido (UKIP) habían aventajado a los conservadores en la derecha.
El estancamiento económico y la austeridad fiscal removieron el
resentimiento de la opinión pública. Cameron llamó a los defensores del
Ukip “racistas encubiertos”. Y ahora les corteja.
Ambiente de paranoia
El
ambiente de paranoia se intensifica con grupos de presión como
Migration Watch UK. Sir Andrew Green, el exdiplomático que lidera la
organización, expone un estudio que afirma que los “británicos blancos”
(en palabas de Sir Andrew) podrían llegar a ser una minoría en la
segunda mitad del siglo.
Y
algunos de nosotros nos preguntamos: “¿y qué problema hay?”. Cuando se
aclamaba a Farah y Ennis, de Somalia y de ascendientes caribeños,
respectivamente, asumimos que Gran Bretaña había dejado atrás el color
de la piel como indicador de la identidad nacional. No recuerdo oír
quejas de que eran “británicos de color” cuando recogieron sus medallas
de oro. Pero claro, esos triunfos no activan la xenofobia de bar en los
condados ingleses.
Gran
Bretaña realmente necesita una política de inmigración inteligente y
efectiva. La gente quiere ver que el sistema es justo, eficiente y no
excesivamente perjudicial para las comunidades locales. El último
Gobierno laborista subestimó totalmente el número de personas
procedentes de los antiguos Estados comunistas tras su adhesión a la UE.
Una política de puertas abiertas, combinada con una administración
permisiva generó la percepción general de que la inmigración estaba
fuera de control.
300.000 expedientes de asilo sin resolver.
Sin
embargo, para el Gobierno actual, el pánico moral y los gestos
populistas se han convertido en una distracción de su propia incapacidad
de controlar el sistema. Y es mucho más sencillo culpar a los
inmigrantes de quedarse con los puestos de trabajo que solucionar el
fracaso de un sistema educativo nacional que genera tantos jóvenes sin
motivación y sin cualificación.
El
otro día, un comité de diputados afirmó que el recuento oficial de
inmigrantes en realidad se basaba en “suposiciones”. No es nada
sorprendente, cuando no se controlan los pasaportes ni los visados de
los visitantes que salen del país. Estas suposiciones afirman que la
inmigración neta ha descendido en gran medida. Y quizás sea cierto. Pero
el descenso es en gran parte consecuencia del recorte drástico del
número de estudiantes extranjeros.
Países
como Canadá, Estados Unidos y Australia no cuentan a los estudiantes
como inmigrantes permanentes, por la razón obvia de que la mayoría
regresan a su país de origen. Mientras, el sistema de visados de Gran
Bretaña es un caos, los controles de entrada en el aeropuerto de
Heathrow en Londres son un desastre y se quedan sin resolver 300.000
casos de asilo e inmigración.
El
objetivo oficial de reducir la inmigración neta hasta las decenas de
miles de personas está repleto de contradicciones. Asume que el número
de personas procedentes de Brasil o Estados Unidos debe aumentar o
descender en función de cuántos jubilados británicos se marchen a
disfrutar del sol de España. Si los fontaneros polacos se marchan a su
país, los británicos pueden asumir más ingenieros indios, y viceversa.
Detrás
de estos sinsentidos se encuentra un peligro mucho mayor. Gran Bretaña
antiguamente fue un país defensor del sistema internacional liberal y
abierto. Ahora se está redefiniendo ante el mundo como una víctima
resentida. Las acciones para salir de Europa y prohibir la entrada a
inmigrantes son un reflejo del derrumbe de la confianza nacional. Y las
consecuencias económicas pueden ser devastadoras. ¿Qué motivos tendría
para invertir un director de empresa que esté en su sano juicio (de, por
ejemplo, China, India o Brasil) en un país que le niega el acceso a la
UE y afirma que sus compatriotas son huéspedes no deseados?
Puede que Gran Bretaña esté a punto de saltar, pero el mundo seguirá girando.
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N de R.- Al creciente empuje anti-extranjero, que se adicionó a la ya más vieja fobia anti-europea que el gobierno Cameron no se anima a enfrentar, acaba de sumarse la sorprendente decisión del Parlamento británico de negarse a asumir compromiso alguno, por ahora, en la cuestión de Siria. Definitivamente, Gran Bretaña se repliega sobre sí misma.