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PAMPLINAS
Pamplinas es un intento –insistentemente fracasado– de mirar el mundo desde la Argentina, o la Argentina desde algún otro mundo. Con esa premisa, el autor pensó llamarlo Cháchara, pero le pareció demasiado pretencioso. Desde las pampas argentinas, pues: Pamplinas.
Hay elecciones. Hay candidatos. Hay slogans y chistes
de campaña; hay vivos que viven del cáncer y otros medios del estado.
Hay peleítas, hay discusiones muy menores. Y, mientras tanto, “el
¿peronismo? sigue aprovechando su inexistencia para existir una y otra
vez, para no dejar de existir ni a pelotazos. Porque lo que define al
¿peronismo?, más allá de su voluntad de poder –a causa de su voluntad de
poder– es su posibilidad de reinventarse todo el tiempo: si fuera algo
definido –si existiera– no podría hacerlo pero, no siendo, puede.
“Es
curioso que un movimiento tan basado en la historia pueda deshacerse
tan fácil de la historia: cada ¿peronismo? ha sobrevivido todos estos
años gracias a ese mecanismo que consiste en postular que el ¿peronismo?
anterior no era el verdadero ¿peronismo?, que traicionó a su esencia
pero que el próximo ¿peronismo? volverá a encarnarla, es decir: volverá a
las raíces de la Edad de Oro ¿peronista?
“Ése fue su primer
yeite: la nostalgia de la Edad de Oro. El ¿peronismo? aprendió rápido a
vivir de esos años primeros porque estuvo, tras ellos, 18 años
proscripto. Pero, a medida que se convirtieron en la principal opción de
poder en la Argentina, no pudieron seguir remitiéndose a ese pasado
mítico lejano –porque se transformaron en un presente dramático
palpable–, y tuvieron que inventar aquello de la traición permanente:
cada ¿peronismo? traiciona sus ideas, y por eso aparece otro que las va a
recuperar.
“Si algo define al ¿peronismo? es postular que el
verdadero ¿peronismo? siempre es otro, o mejor otros dos: el anterior,
por supuesto –el de la Edad de Oro en motoneta–, y el próximo –el que
estamos forjando. Ése es el truco: el Efecto AveFélix. Desde los años
setentas, por lo menos, el ¿peronismo? lo aplica con gran felicidad.
Cada vez que un ¿peronismo? triunfa hace, ya en el poder, cosas muy
distintas de las que prometía desde el llano. Entonces aparece, en el
llano, un nuevo ¿peronismo? que promete hacer cosas muy distintas y se
presenta como el verdadero ¿peronismo? Hasta que llega al poder y
empieza a hacer cosas muy distintas de las que prometía desde el llano.
Entonces aparece, en el llano, un nuevo ¿peronismo? que promete hacer
cosas muy distintas y se presenta como el verdadero ¿peronismo? Hasta
que llega al poder y empieza a hacer cosas muy distintas de las que
prometía desde el llano. Entonces aparece, en el llano, un nuevo
¿peronismo? que.
“El resultado es extraordinario: siempre hay un
¿peronismo? listo para reemplazar al anterior, que se maleó. Siempre hay
un ¿peronismo? listo para regenerar el poder que el anterior
desperdició. El cafierismo fue el AveFélix del ¿peronismo? patotero de
Herminio Iglesias, el menemismo fue el AF del ¿peronismo?
socialdemócrata de Cafiero, el chachismo intentó ser el AF del
¿peronismo? neoliberal de Menem, el kirchnerismo sigue siendo el AF del
mismo menemismo, que da para mucho”, escribí hace dos o tres en años en
un libro que se llamó, entonces, Argentinismos.
Y ahora,
en estas elecciones, tras modestas riñas, tras someter o chuparse a
otros aspirantes –Alberto Fernández, Francisco Solá, Felipe de Narváez,
Hugo Moyano y un par de próceres más–, el joven Sergio Massa quiere
constituirse en el AF del ¿peronismo? kirchnerista.
Para eso le
dio una vuelta de tuerca al mecanismo: no solo dice que el suyo es el
verdadero ¿peronismo? sino también, faltaba más, el verdadero
kirchnerismo –no esta degradación que nos propina la viuda del gran
hombre. Para eso, por supuesto, él y los suyos insisten en que Kirchner
no habría hecho tal cosa, que en realidad siempre hizo tal otra, que qué
pena cómo estos malgastan y malbaratan una herencia tan maravillosa.
Lo
cual les permite, por un lado, remitirse una vez más a una Edad de Oro
–cada vez más cercana: si en los setentas la Edad de Oro ¿peronista?
quedaba 18 años antes, separada por golpes y peleas, ahora la Edad de
Oro pero-kirchnerista sucedía hace tres o cuatro años, cuando los ahora
disidentes eran la flor y nata y foco y moco del aparato que hoy dicen
combatir. Con lo cual creen que justifican, al mismo tiempo, su
presencia de entonces en esos espacios que hoy repudian: es que aquello
era totalmente distinto, imagínense, aquello era la verdad, el
kirchnerismo auténtico –que hay que recuperar contra los que quieren
cargárselo: la señora de Kirchner, su jefa de hace cuatro días. Como si
no hubiera continuidad evidente entre esposo y esposa. Como si lo que
ahora pasa no fuera el resultado de lo que pasó entonces. Como si ellos
no hubieran sido parte. Como si no fueran tan variables como gallito de
tejado.
Hasta aquí, nada nuevo: el país calesita que sigue dando
vueltas, la sortija del poder pasando de una ¿peronista? a otros
¿peronistas?, el mismo truco una y otra vez, currándonos una y otra vez
como si fuéramos lo que acaso somos. Lo distinto, ahora, es que
exportamos el sistema.
La Iglesia de Roma siempre fue el modelo,
la inspiración del peronismo. Una institución aparentemente perenne
incombustible, capaz de adaptarse a cualquier circunstancia, dirigida
por un jefe omnipotente, servidora de los ricos pero sostenida por los
pobres, repartidora de bienes y prebendas, que funcionó bien cuando era
perseguida y mucho mejor en el poder, en cualquier forma del poder y,
sobre todo, que todavía mantiene su poder porque consigue convencer al
mundo de que tiene poder. Así como el peronismo sigue gobernando la
Argentina porque ha convencido a los argentinos de que solo los
peronistas pueden gobernarlos, la Iglesia de Roma se mantiene porque hay
suficientes personas en el mundo que creen que no pueden atacarla.
(Recuerdo la primera vez que volví a Buenos Aires, 1983, cuando uno de
sus pobladores más inteligentes, el licenciado Fogwill, me dijo que me
metiera con quien quisiera pero “no con la iglesia, te hacen cagar,
tienen demasiado poder, no hay con qué darles”. Solo faltaban tres años
para que un gobierno decidiera enfrentarlos y los derrotara –en la
pulseada sobre la ley de divorcio, donde la iglesia romana argentina se
jugó con todo y perdió fácil.)
Todo va y viene: ahora la Iglesia
de Roma, gran inspiradora del ¿peronismo?, se consiguió un jefe
¿peronista? para tratar de recuperar su poder en franco declive: para
intentar el sistema AveFélix. La Roma llevaba años cayendo, perdiendo
fieles, fidelidad, respeto: cada vez más personas la pensaban como un
refugio de pederastas protegido por banqueros corruptos e inquisidores
trogloditas, último búnker de una supuesta moral hipócrita y arcaica.
Así que necesitaban demostrar que ése no era el verdadero peronismo
–digo: catolicismo– y echaron al alemán principista y llamaron al
argento canchero. Jorge Bergoglio, entonces, puso en marcha el proceso:
insistiendo en que la Iglesia no es eso que es, que es otra cosa, que se
había desviado y que él va a devolverla a su antiguo camino: AveFélix
puro. Lo suyo es meritorio. Y tan ¿peronista? que no tiene problema en
decir lo contrario de lo que decía hace tan poco. Por ejemplo anteayer,
cuando preguntó quién era él para juzgar a un homosexual. “El jefe de
una institución que siempre los consideró pervertidos enfermos y los
condenó a las llamas del infierno”, podrían contestarle si no debieran
contestarle: “El cardenal que escribió, hace tan poco, que el matrimonio
homosexual era una ‘movida del demonio’”.
Son minucias. Se diría
que al pueblo ¿peronista? –digo, cristiano– esos detalles no terminan de
importarle. Y por eso pueden votar a Massa digo: volver a misa los
domingos. Y creer en milagros.
Link Original: http://blogs.elpais.com/pamplinas/
Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) es escritor y periodista, premios Planeta y Rey de España. Su libro más reciente es Los Living, premio Herralde de Novela 2011.