AHORA LA CRISIS ESTALLA EN TÚNEZ
En
nuestra pasada nota editorial intentamos dar cuenta del bloqueo
político que había agravado muy rápidamente la crisis en Egipto. Al
intervenir las fuerzas armadas y destituir y arrestar al presidente
electo, Mohamed Morsi, la situación política del país cambiaría
dramáticamente. Se auguraron entonces días aciagos para las semanas
siguientes, cosa que quedó confirmada por la vía de los hechos. El
sábado 27 de julio, en la tarde, eran ya 72 los muertos
correspondientes a ese único día y los enfrentamientos por el momento
siguen. La guerra civil, de la que entonces hablamos, ya está en
marcha.
Igualmente,
manifestamos que el bloqueo político, en un país de la envergadura de
Egipto, difícilmente podía ser considerado un problema político que iba
a permanecer como exclusivamente “interno”. Regímenes islamistas como
el de Túnez, el de Libia o el de Turquía, más o menos “moderados”, no
dejarían de sentir los efectos del cataclismo político egipcio.
No
resultó reconfortante advertir que, efectivamente, al menos en Gaza,
Libia y Túnez, las consecuencias se hicieron sentir casi
inmediatamente. Mientras que, en Gaza, los militares egipcios volvieron
a “sellar la frontera” con Egipto dejando a la Franja prácticamente
aislada, en Libia se sucedían las manifestaciones de miles de personas
contra los Hermanos Musulmanes acusados del asesinato de dos oficiales
del ejército, el viernes 26 en Benghazi, y de un abogado y militante
político, militante anti-Ghadafista de la primera hora, Abdelsalam
Al-Mosmari, en la misma ciudad.
Mientras
escribimos este editorial llegan informes y noticias alarmantes de
varios puntos de un mundo islámico que se incendia, lenta e
inexorablemente. Por razones de espacio, fundamentalmente, nos
restringimos a un sólo punto de este vasto horizonte en crisis: Túnez.
El
escenario en Túnez es, en la actualidad, más o menos el siguiente.
Cuando la Asamblea Nacional Constituyente avanzaba en la redacción de
la nueva Constitución de manera razonablemente fluida, 54 miembros de
dicha Asamblea presentaron en bloque su renuncia. Ello significa, por
lo menos, paralizar los trabajos de redacción de la Constitución por un
período suficientemente largo como para impedir que la Carta
fundamental quede establecida en el plazo originariamente estipulado de
fines de agosto.
¿A
qué se deben dichas renuncias? No responden a capricho alguno ni son
maniobras políticas dilatorias. Responden directamente a la escandalosa
conducta del gobierno, controlado mayoritariamente por los islamistas
de Ennarda.
Al
igual que en Egipto, o en Libia, los islamistas autoproclamados
“moderados” (expresión que es posible que deba ser analizada cuidadosa y
críticamente si las cosas siguen el derrotero que parecen haber
tomado) de Ennarda parecen estar financiando e instrumentando la
ejecución de los más diversos opositores de laicos de envergadura. No
es posible no advertir que la situación de violencia política en los
tres países vecinos, tiene rasgos parecidos. Dicho en otros términos,
estaríamos ante una política de exterminación selectiva de los
militantes laicos que se está llevando a cabo, con sus especificidades
locales, al menos en Egipto, Túnez y Libia.
Pero
limitémonos a Túnez. El opositor tunecino, Mohamed Brahmi, fue
ametrallado de 14 tiros, en la puerta de su domicilio, delante de su
mujer e hijos, el día jueves 25 de julio próximo pasado.
Con
impactante celeridad, el viernes 26, Lufti ben Yedu, el Ministro del
Interior declaraba a la prensa que tenían identificado (aunque nadie ha
hablado de detención) al asesino de origen salafista takfirí, Bubaker
Hakim. Pero he aquí que el individuo tan rápidamente acusado del
homicidio de Brahmi, también resultó, ahora, acusado del
asesinato de Chokri Belaid, otra figura muy destacada de la oposición
laica anti-Ennarda, que fuese ejecutado en febrero de este año.
Lo
sorprendente (e indignante para la opinión pública tunecina) es que
desde aquel primer asesinato que costara la vida de Belaid, el
Ministerio del Interior de Ennarda, siempre había declarado desconocer
totalmente las condiciones y los verdaderos responsables de la muerte
de Belaid, limitándose a detener a unos pocos comparsas cuya relación
con la muerte de Belaid era indemostrable.
Ahora,
después de la muerte de Brahmi, y ante la violenta reacción inmediata
de toda la sociedad civil tunecina, con Mohamed Morsi preso en Egipto y
Libia recorrida por manifestaciones anti-islamistas, el Ministro de
Interior tunecino “encontró” el nombre del asesino, que buscaba desde
el mes de febrero, en menos de 24 horas. Es más: hasta “demostró” que
el arma 9 mm. utilizada era la misma en ambos asesinatos. Nótese al
pasar que la acusación del supuesto asesino, Bubaker Hakim, no fue hecha
pública por ningún juez ni por ningún integrante del Poder Judicial.
La acusación salió directamente de la boca de un integrante del Poder
Ejecutivo.
En
otras palabras, la opinión pública tunecina sospecha (con algunos
argumentos relativamente sólidos) que los islamistas tienen un programa
de eliminación física paulatina de los opositores laicos pero que,
ante el debilitamiento regional del movimiento de los Hermanos
Musulmanes, causado por la evicción de Morsi, Ennarda decidió “limpiar
el tema” y adjudicar ambos asesinatos a este supuesto salafista que, si
es que existe, en realidad es más bien un traficante de armas libias
hacia Túnez.
La
indignación en Túnez llegó a niveles inéditos. No era para menos. No
solamente la huelga general paralizó al país -(recordemos que Túnez es
el único país del Magreb que posee un movimiento obrero relativamente
“moderno”)-, al igual que en Egipto (y en parte en Libia) cientos de
miles de personas recorrieron las calles reclamando la caída del
gobierno islamista. Pocas veces se vió a los gobernantes de Ennarda en
actitudes tan conciliadoras.
Mustafá
Ben Jaafar, presidente de la Asamblea Nacional Constituyente, salió el
sábado 27 prácticamente a suplicar a los miembros renunciantes que
reconsideren su decisión. Y no era para menos: la posibilidad de
obtener un texto constitucional atravesado por una doctrina jurídica
muy lejos de ser secular, corre el riesgo de escapárseles de las manos a
los islamistas: “Nuestros esfuerzos de dos años de trabajo se irán en humo…” clamó Ben Jaafar al no obtener retractación alguna de los renunciantes.
Pero
Ben Jaafar no se refirió al otro humo que, casi simultáneamente, se
esparcía por Túnez el sábado por la mañana. Una poderosa bomba, que
afortunadamente sólo causó daños materiales, estallaba mientras todos
estos acontecimientos se llevaban a cabo. Aunque el estallido de esta
bomba puede parecer de poca trascendencia, el lector ha de saber que no
había habido, en Túnez, tradición del uso de bombas por parte del
terrorismo hasta la fecha. Túnez no es el Líbano, Irán, Irak o Siria.
En ese sentido, esta bomba, precisamente en momento tan álgido, es un
nuevo elemento que pone en cuestion la oscura política de Ennarda y sus
estrechos lazos con salafistas y Hermanos Musulmanes.
Una
de las escasas virtudes de este atentado fue hacer recordar que, en el
mes de abril, un contingente militar que patrullaba la frontera con
Argelia encontró abundantes depósitos de explosivos y trazas evidentes
de la existencia de campos de entrenamiento militar. Aunque, en el
momento, el tema no tuvo la relevancia que merecía, hoy, a la luz de los
últimos acontecimientos, el incidente aparece bajo una nueva luz,
seguramente menos benigna.
Estos
y otros eventos que oportunamente no fueron destacados, agregados
ahora al estallido de la bomba, a los dos magnicidios, más escamoteados
que explicados,y con el trasfondo de una economía en ruinas, han
causado que la oposición insista en que Ennarda, por más que haya
ganado las elecciones, es un partido que ha perdido credibilidad ante la
opinión pública: su liderazgo ya no es abiertamente cuestionado por la
oposición en la medida en que ha perdido toda legitimidad política.
Ennarda es acusado de cobijar y alentar el crecimiento de los grupos
salafistas más conservadores y hasta de utilizarlos para eliminar a
líderes significativos de la oposición. No es de sorprender que esta
oposición exija un nuevo gobierno en el más breve plazo.