El fin del lumpen chavista
El chavismo ha seguido la pauta cubana, pero con una gran diferencia: la retórica de la revolución bolivariana es ridícula, cursi y vacía
Por Luis Prados
Caracas
16 Abril 2013
Para “El País” de Madrid.
La victoria moral, si no real, de la oposición en las elecciones presidenciales venezolanas ha frenado de momento el proyecto chavista para el país,
es decir, el empobrecimiento progresivo, espiritual y material, de
todos sus ciudadanos y la institucionalización de la mentira,
convirtiendo al lumpen urbano en sujeto de la revolución.
El chavismo ha seguido la pauta cubana,
pero con dos grandes diferencias: la retórica de la revolución
bolivariana es ridícula, cursi y vacía, además de inmisericorde e
importada, pero sobre todo impostada porque carece de toda epopeya. Ni
tan siquiera ha sido capaz de generar un arte o un estilo propio como la
Revolución Mexicana o cubana. Segundo y más importante, Hugo Chávez ha
contribuido a la historia del autoritarismo político con una aportación
original: cómo destruir la democracia mediante la celebración de
elecciones fraudulentas constantes, nada más y nada menos que 17 en 14
años.
Una derrota, como probablemente ocurrió el domingo, y se caía el
castillo de naipes, lo que previsiblemente sucederá en los próximos
meses. El sucesor de Chávez, Nicolás Maduro, no parece tener ni la
capacidad intelectual ni política para sacar del desconcierto a sus
partidarios ni por supuesto manejar el entramado de intereses
inconfesables de la nomenclatura del régimen. En estos primeros días de
crisis, su combinación de amenazas y promesas de rectificación solo ha servido para consolidar la imagen de un hombre perdido en su laberinto.
El acomodado progresismo europeo tiende a sacarse de encima el
problema venezolano con la simpleza de que Chávez ganaba elecciones porque representaba al partido de los pobres.
No solo esto ha dejado de ser verdad como demuestran los datos de las
elecciones del domingo, sino que el régimen ha creado su propia casta de
millonarios y convertido en antichavistas a todos aquellos que no
quieren ser arrastrados a la pobreza, lo que es muy diferente. La
política asistencialista del Gobierno, ejecutada con discreción
política, no ha sacado a nadie realmente de pobre, pero ha ampliado el
número de aquellos que se mueven con un pie fuera y otro dentro de la
legalidad. Sus grandes beneficiarios han sido los malandros, a quienes
ni se reprime ni castiga, porque en el fondo, piensa el Gobierno, son
enemigos de la burguesía.
La “burguesía”, es decir, la gente corriente que se levanta temprano
para ir a trabajar, sobrevive salvando los obstáculos que el chavismo ha
ido sembrando en la vida cotidiana de los venezolanos. La ley de
trabajo que obliga al empresario a indemnizar a un despedido con un año
de salario ha servido para restringir la contratación de personal y para
que el empleado no dé golpe. La ley de alquileres beneficia hasta tal
punto al inquilino que ha reducido al mínimo el arriendo de viviendas.
La política de relocalización de vecinos o de los indigentes abandonados
a sus suerte desde las inundaciones de hace dos años en Caracas en
barrios ricos para alterar el censo electoral de algunas zonas
ha llevado al abandono de casas o incluso al envejecimiento artificial
de las viviendas para que no sean una tentación para los delincuentes.
Por no hablar de la escasez de alimentos y medicinas, los apagones, la inflación más alta de América Latina
o las pandillas de chavistas motorizados que recorren las calles
amedrentando al público disparando al aire (no siempre) o dando palizas.
Esta vez los que no quieren ser pobres, los que desean vivir en un
país normal y no en un experimento supuestamente revolucionario, los que
están convencidos de que el patriotismo es el último refugio de los
canallas, han dicho basta.