EL IRREFRENABLE TARTAMUDEO PRO-AUTORITARIO DE LOS GOBIERNOS LATINOAMERICANOS
Zafarrancho de combate en la Cumbre de Lima
- Fecha: 20 Mar 2018
La Cumbre de Lima será para alquilar
balcones. Por lo pronto, la Cancillería peruana deberá tener una buena
explicación a una pregunta clave que se hacen todos los periodistas y
los míticos “observadores”: ¿Por qué se le niega el acceso a Perú al
dictador Nicolás Maduro (lo que está muy bien), pero se le expide una
invitación al dictador Raúl Castro (lo que está muy mal)? Es lógico que
se excluya al criado en virtud de los acuerdos de otras cumbres, pero
también habría que hacer lo mismo con el amo.
Donald Trump llegará a Lima a mediados
de abril acompañado por su flamante canciller Mike Pompeo, un brillante
italo-americano. Acaba de desembarazarse de Rex Tillerson. Lo despidió
mediante un tuit artero y rápido. En la sección de sátira de The New Yorker se
imaginan que el virtual ex Secretario de Estado —formalmente estará en
el cargo hasta fines de marzo—, lanzó una maldición contra el Presidente
cuando lo supo. Supuestamente declaró que espera que una madrugada
Trump descubra que lo han destituido mediante otro tuit veloz e
igualmente traicionero. Si non e vero e ben trovato.
Era evidente que los dos personajes no
se llevaban bien. El algún momento Tillerson declaró que Trump era un
idiota, y el Presidente le respondió retándolo a contrastar los
respectivos índices de inteligencia. La ridícula competencia no se llevó
a cabo, pero hubiera confirmado que los dos son personas con elevados
IQ. Ningún cretino llega a presidir los Estados Unidos o la Exxon-Mobil,
una de las mayores empresas de la nación.
Tillerson, un ingeniero civil, llegó a
la compañía en 1975 y fue escalando hasta llegar a dirigirla. Eso no es
nada fácil en un sistema en el que se suele ascender en zigzag. Cuando
se retiró en 2016, lo premiaron con 180 millones de dólares. No es
cuestión de inteligencia. Por ahí no van los tiros. Las deficiencias no
son de neuronas, sino de carácter, conocimientos, experiencias,
propósitos y visiones.
En todo caso, Pompeo es una selección
más adecuada para el cargo de secretario de Estado. Ha hecho muchas
cosas y todas las ha hecho razonablemente bien, lo que no quiere decir
que será aprobado por el Senado sin dificultades. Ha sido capitán del
ejército en una sociedad que respeta a sus militares. Ahí estuvo entre
1986 y 1991, los años clave de Gorbachov y del hundimiento de la URSS y
del cinturón de satélites comunistas que la rodeaba.
Se graduó de West Point al frente de su
promoción, donde se licenció como ingeniero mecánico. Peleó en la
Guerra del Golfo. Obtuvo un doctorado en leyes de Harvard, tiene
experiencia empresarial y llegó al Congreso federal representando un
distrito de Kansas. Una vez en esa posición se vinculó al grupo
conservador llamado Tea Party hasta que la Casa Blanca lo designó como
director de la CIA. Estuvo diez meses en ese cargo.
Consecuentemente, Pompeo tiene una
visión ideológica de los conflictos que enfrenta Estados Unidos. Cree
saber cuáles son los valores y las posiciones que al país le interesa
defender. No está con Dios y con el diablo. Por eso le parece que el
acuerdo con Irán es catastrófico, dado que la teocracia de los ayatolas,
si no la detienen, no tardará en poseer armas nucleares, con lo cual
aumentará exponencialmente el riesgo de guerra en la región, porque
Teherán ha manifestado su deseo de destruir al Estado de Israel.
Tampoco se succiona el pulgar
en los asuntos latinoamericanos. Como dirigió la CIA, sabe que Cuba no
atraviesa un proceso de transformación, según creía Obama ingenuamente,
sino de ratificación del estalinismo. Lo demostró otra vez en las últimas “elecciones”, con un solo partido y una sola voz, como denunció Rosa María Payá, la hija del líder opositor asesinado.
Pompeo, dicen quienes lo conocen,
también está persuadido de que la Venezuela de Maduro no es sólo una
molestia, sino se trata de un verdadero peligro para la estabilidad de
la zona. Un Estado forajido manejado desde La Habana, dedicado al
narcotráfico con los militares del Cartel del Sol, y a auxiliar del
terrorismo islamista de la mano de Tareck El Aissami, vicepresidente
venezolano, acusado de corrupto y de lavado de dinero en beneficio de
sus cómplices de Hezbollá, a quienes les habría entregado miles de
documentos falsos, como si fueran oriundos de Venezuela, para
franquearles el paso internacional.
El problema, pues, no es de
diagnóstico, sino de terapia. ¿Qué se hace frente a estos Estados
malhechores? Lo veremos en Lima a mediados de abril.
Carlos Alberto Montaner, periodista y escritor. Su último libro es la novela Tiempo de Canallas.