sábado, 15 de julio de 2017

”Un ejemplo de extremismo de derecha: Victor Orban”





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Orban explota la pasividad europea
El primer ministro húngaro, Viktor Orban, da señales de debilidad tras gobernar más de siete años con una mayoría parlamentaria tan abrumadora que le permitió modificar la Constitución para aprobar el marco jurídico más restrictivo de la UE en materia de derechos fundamentales y libertades públicas.
Su popularidad ha disminuido del 37% al 31% desde enero. Ese descenso está directamente relacionado con dos medidas legislativas recientes del partido oficialista Fidesz. La primera, la aprobación en abril de una nueva ley educativa que podría conducir al cierre de la Universidad Central Europea, fundada en 1991 por el filántropo norteamericano de origen húngaro George Soros y dirigida en Budapest por el académico canadiense Michael Ignatieff, presidente y rector. Los dos han lanzado una intensa campaña de denuncia de las políticas de Orban contra la libertad de cátedra ante las instituciones de la UE y el Congreso de EEUU. Soros ha llegado a calificar a Orban, que recibió de joven una beca de su Open Society Foundations, como el “jefe de un Estado mafioso”.

La segunda y más reciente iniciativa, la nueva ley de ONG que les obliga a revelar el origen de las donaciones extranjeras que reciben, define a sus representantes como “agentes extranjeros”, los mismos términos de una norma similar rusa de 2012. Dado que Orban cree que la elección de Donald Trump ha mejorado su posición internacional, lo más probable es que siga adelante con su proyecto de Estado iliberal a la húngara para erosionar aún más la división de poderes, que en una entrevista definió como un “invento americano inadecuado para Europa”.
Hasta ahora su gobierno se había centrado en el control de los medios de comunicación, públicos y privados, y los organismos claves del Estado. Ahora dirige su atención a las universidades y ONG para copar instituciones de la sociedad de civil que habían escapado a su control.
En el plano de los valores y las ideas, Orban defiende una “revolución cultural” contra el multiculturalismo, que construya una sociedad homogénea y basada en los “valores cristianos”, modelo social que pretende convertir en el fundamento ideológico constituyente del Grupo de Visegrado (Hungría, Polonia, República Checa y Eslovaquia), cuyos gobernantes comparten con Orban la misma aversión a la inmigración musulmana.
Orban lanzó su carrera política en 1991 demandando la retirada de las tropas rusas y el fin del régimen de partido único. Hoy Moscú parece más cercano a Budapest que Bruselas o Berlín. Su cercanía a Vladimir Putin se ha reflejado en la concesión de un crédito ruso por 10.000 millones de euros para la modernización de la única central nuclear del país, en la que la empresa pública rusa Rosatom tiene previsto construir dos reactores adicionales. El 80% del gas que consume Hungría proviene de Rusia.
El problema para Orban es que el 75% de los húngaros es favorable a la UE. Momentum, un partido emergente, nació de una movilización popular contra la candidatura de Budapest a acoger los juegos olímpicos de 2024. Sus dirigentes denunciaron que las olimpiadas serían la oportunidad para el enriquecimiento de constructores y empresarios afines al poder. La campaña de recogida de firmas de Momentum recabó más de 250.000 apoyos, lo que hizo desistir de sus intenciones a Orban. No se equivocaron. La Oficina Europea de Lucha contra el Fraude descubrió sobornos por 300 millones de euros en la construcción de una vía del metro de Budapest.
Pero la oposición liberal y de izquierdas húngara está dividida en seis partidos, lo que los mantiene como fuerzas extraparlamentarias, al no superar el umbral electoral del 5%. La formación de una plataforma conjunta exigiría el concurso del Partido Socialista, líder de la oposición con un 15% en intención de voto. El problema esta vez es de la oposición: los jóvenes responsabilizan a los socialistas de la crisis fiscal que antecedió al mandato de Orban.
Así las cosas, los únicos en condiciones de frenar la deriva autoritaria de Orban son: el Partido Popular Europeo, que podría expulsar a Fidesz de su grupo; el Parlamento Europeo, que puede privar a Budapest de su derecho a voto en las discusiones ministeriales; y la Comisión, que podría condicionar los fondos que recibe el país, más de 6.000 millones de euros entre fondos estructurales y de cohesión y que le permiten cofinanciar el 95% de sus inversiones públicas.