América Latina en el G-20: intereses en juego
Las
deliberaciones de la cumbre del G-20 en Hamburgo afectarán a América
Latina. Argentina, que organizará la cumbre de 2018, deberá estar a la
altura.
Nueva Sociedad
Por Jorge Argüello - Junio 2017
I.
Las próximas deliberaciones del Grupo de los 20 (G-20) en Hamburgo
tendrán una importancia especial para América Latina, porque la región
recibirá el testigo de la cumbre que organizará en 2018, en Argentina, y
lo hará en un contexto global tan interconectado que, como nunca antes,
la suerte de cualquier parte del planeta está atada a la del resto, aun
cuando el poder mundial siga exhibiendo un evidente desbalance.
Los
antecedentes inmediatos de esta cumbre, cuando ya han transcurrido diez
años desde la crisis financiera que todavía frena la expansión de la
economía mundial, son un tanto desalentadores considerando, por ejemplo,
los insatisfactorios resultados del último encuentro del Grupo de los
Siete (G-7) países más desarrollados, en abril pasado, en Italia.
En
Taormina, el debut del presidente de Estados Unidos, Donald Trump,
consagró un virtual bloqueo de las conversaciones con sus socios
europeos, principalmente Alemania y Francia, y profundizó una brecha
creciente entre ambas costas, que incluye asuntos tan diversos como el
cambio climático y el comercio. Ello y la continuidad de las sanciones a
Rusia llenan de nubarrones la próxima cumbre del G-20.
Junto
al nuevo, aún incierto, rumbo definido por el gobierno de Trump, la
salida de Reino Unido de la Unión Europea (Brexit) se erigió como otro
gran contrapeso de la vía de cooperación internacional que abrió en 2008
el G-20, un proceso paralelo al sistema multilateral consagrado en las
últimas décadas pero que demostró capacidad de reacción rápida ante una
crisis global inédita y que, sobre todo, que prometió dar un paso
adelante en la democratización de la gobernanza global al incorporar a
países emergentes y en desarrollo.
Los
tres grandes objetivos de la presidencia de turno alemana para la
Cumbre de Hamburgo sugieren cuáles son los mejores antídotos para evitar
la traumática regresión a un mundo fragmentado y desconectado: asegurar
la estabilidad, mejorar la sostenibilidad y asumir la responsabilidad.
II.
El consenso mayoritario de los países miembros del G-20 se ha venido
consolidando en dirección opuesta a la que tomó recientemente el
histórico eje anglosajón Washington-Londres. Los primeros buscan renovar
los «acuerdos precrisis» y los segundos, la reformulación del statu quo,
mientras China parece asumir una interesante posición orientada a
liderar el mundo emergente. En este contexto, el imperativo de una
agenda común potenciadora de los intereses latinoamericanos choca con la
realidad todavía desajustada de los miembros latinoamericanos del G-20:
Argentina, Brasil y México.
La
Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno de 2016 (realizada en China)
había valorado especialmente la idea de la «inclusión», de «una economía
mundial innovadora, vigorosa, revitalizada, interconectada e
inclusiva».
Pero
EEUU es aún una gran potencia económica y militar, por lo que la
decisión de Trump de retirar al país –principal emisor de gases de
efecto invernadero– del histórico Acuerdo de París contra el Cambio
Climático evidencia un giro político de grandes implicancias ante los
problemas globales. En contraste, y en el mismo paso de ballet, el
segundo contaminante principal, China, abrazó el consenso.
Para
nuestra región, que ratificó en bloque ese acuerdo, el consenso en la
lucha contra el cambio climático es tan prioritario en el G-20 como
pueden serlo el empleo, la educación y las pandemias. América Latina
atesora una tercera parte del agua dulce del planeta y un tercio de la
tierra por cultivar, cuando el mundo se prepara para alimentar a 9.800
millones de seres humanos tan pronto como en 2050. La incremental
frecuencia de fenómenos extremos está exponiendo a grandes poblaciones e
infraestructuras de la región, arriesga la producción de alimentos y
amenaza a los glaciares.
En
estos meses, EEUU comenzó a minar otras acciones de estabilización que
se propusieron en las cumbres del G-20 desde 2008, en particular sobre
el comercio. China y México cayeron bajo la ofensiva comercial de Trump,
pero también Alemania, a la que Washington reprocha su superávit y su
rol en lo que la nueva administración norteamericana considera un euro
debilitado que altera la competencia.
La
última reunión de ministros de Finanzas del G-20 anticipó el desafío
que afrontará Hamburgo: EEUU bloqueó una condena expresa al
proteccionismo comercial. Las malas señales llegaron también a América
Latina, con el anuncio de renegociación del Tratado de Libre Comercio
con México y con Canadá (TLCAN), además del freno al proceso de
acercamiento a Cuba que había iniciado el gobierno de Barack Obama.
La
nueva estrategia estadounidense, en general, opera como un eficaz
recordatorio de que América Latina debe aprovechar su participación en
el G-20 para comenzar a definir y a consensuar una agenda compartida que
le permita coordinar la defensa de sus intereses comunes como región,
una tarea pendiente y urgente en contextos adversos.
III.
El nuevo contexto incluye la reconversión histórica del «eje
anglosajón». El sistema multilateral –político, financiero y comercial
que conocimos hasta hoy se había inspirado en la Carta Atlántica de
1941, firmada en alta mar por Franklin D. Roosevelt y Winston Churchill.
«Máxima colaboración entre las naciones en el campo económico», decía su V Cláusula. En plena guerra, los dos líderes vieron más allá.
Ahora, mientras la special relationship angloestadounidense
sellada hace tres cuartos de siglo abandona su original espíritu de
cooperación internacional, América Latina debe observar el juego de
otras alianzas claves dentro del G-20.
Un
alineamiento que recuperó toda su importancia histórica después del
Brexit es el de Alemania y Francia, revitalizado con la elección del
presidente Emmanuel Macron, que asestó un golpe al populismo
nacionalista y reivindicó ideas fundacionales del europeísmo: «Europa
no es un supermercado, sino un destino común, un lugar donde se reúnen
las libertades individuales, el espíritu de la democracia y la justicia
social».
Otro movimiento indisimulable es el de China, que consolidó una presencia de primer orden en la economía y el comercio de América Latina y lidera en el G-20 el bloque emergente de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, 29% del PIB global). Paradojas de la historia, China –y no EEUU– se postula ahora ante el mundo como adalid de la lucha contra el cambio climático y de la promoción del libre comercio.
Otro movimiento indisimulable es el de China, que consolidó una presencia de primer orden en la economía y el comercio de América Latina y lidera en el G-20 el bloque emergente de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, 29% del PIB global). Paradojas de la historia, China –y no EEUU– se postula ahora ante el mundo como adalid de la lucha contra el cambio climático y de la promoción del libre comercio.
Frente
a estos reacomodamientos, la visita este año de la canciller Angela
Merkel a México y Argentina realza la importancia –todavía potencial– de
la región en la búsqueda de nuevos consensos dentro del G-20. La
pregunta para la región, sin embargo, es qué tipo de consensos y para
qué. Los líderes latinoamericanos todavía no han alcanzado a esbozar una
respuesta colectiva.
IV.
La agenda organizada por Alemania para la cumbre del G-20 de Hamburgo,
que incluye como prioridad avanzar en la regulación financiera, tiene
como trasfondo que el grupo siente las bases de una economía global
estable y sostenible.
Así,
hay otros asuntos comunes, como la digitalización de la economía y su
efecto en la destrucción de empleos tradicionales, que causó terremotos
políticos en el Norte pero impactan con la misma fuerza en regiones en
desarrollo (hay 200 millones de desocupados en todo el mundo, un tercio
de ellos son jóvenes, según la Organización Internacional del Trabajo,
OIT). En ese sentido, en un mundo interconectado como el actual, la
agenda de Hamburgo no será la de unas pocas potencias.
Pero
hilando más fino, América Latina necesita coordinar con prioridad en el
G-20 los intereses que se juegan en el sistema internacional de
comercio y conseguir atención privilegiada para la agricultura y su
significación global, tanto en términos de seguridad alimentaria como de
la vigencia de las reglas multilaterales.
En
estas décadas de multilateralismo, América Latina transformó su
estructura comercial, desde México con su experiencia dentro del TLCAN
hasta Brasil como nuevo exportador de alimentos. Ese cambio, exige
también que los países desarrollados pongan la agricultura y la
agroindustria bajo las reglas de la Organización Mundial de Comercio
(OMC), como parte de una condición central de la estabilidad
internacional: la seguridad alimentaria.
La
región debería persistir en esa demanda de manera pragmática y
constructiva. La nueva generación de acuerdos interregionales de
comercio e inversiones, como el Acuerdo Transpacífico de Cooperación
Económica (TPP, por sus siglas en inglés), de incierto futuro sin EEUU, y
las negociaciones, también inciertas, del Mercosur con la UE pueden
colocar a América Latina en el centro del gran juego.
V.
La agenda de la cumbre del G-20 de 2018 que prepara el gobierno
argentino debiera ser una adecuada continuidad de la de Hamburgo. En
Buenos Aires, la región tiene frente a sí el desafío de asumir la
representación del mundo en desarrollo. Un precedente, en 2014, fue la
reunión en Brasil del BRICS con la Comunidad de Estados Latinoamericanos
y Caribeños (Celac).
Argentina
plantea centrar el G-20 2018 en concertar acciones que hagan de la
globalización un proceso inclusivo y que la imparable digitalización de
la economía tenga nuevas respuestas para el empleo: dotar de nuevas
habilidades a la población activa es una prioridad compartida, por
razones políticas, de paz social o de subsistencia para millones de
personas a las que la dinámica capitalista reemplaza por ordenadores y
robots.
Todo
nos devuelve así al inicio de la última crisis global y su marca de
identidad: las finanzas. Nuestra región necesita capital de inversión
para explotar sus riquezas naturales de manera sustentable, para generar
empleos que reduzcan la pobreza, para adaptarse al siglo XXI y alcanzar
lentamente la línea de las economías más desarrolladas. Es la
traducción, para América Latina, de «globalización con inclusión».
Hamburgo
será para la región un nuevo aprendizaje de participación en un G-20
que ejerce las veces de comando de acción rápida de un sistema
multilateral que debe ser repensado. Y, esperemos, un anticipo de lo que
América Latina puede demandar y aportar al mundo.