Trump y el eje franco-alemán
JORGE TAMAMES
Desde que Donald Trump tomó posesión de su cargo, parte de la oposición estadounidense ha tomado la costumbre de referirse a Angela Merkel como la “líder del mundo libre”.
Su idea es que este título, normalmente reservado para el inquilino de
la Casa Blanca, resulta más apropiado para la canciller alemana que para
un multimillonario grosero e incoherente. De aquí a 2020, Occidente
necesita refugiarse en liderazgo alternativos.
Este ensalzamiento es prematuro. Merkel lleva meses criticando la deriva de Estados Unidos, al tiempo que promulga una Unión Europea más independiente. El electorado alemán recibe estos gestos con simpatía y Trump responde con exabruptos en Twitter, pero el orden internacional apenas se altera. Reino Unido y Canadá se han desmarcado de
la diplomacia alemana en su intento de aislar a Trump tras su rechazo
del Acuerdo de París. El gobierno español también ha optado por ponerse de perfil. Alemania sola carece del peso para contrarrestar a Trump.
Ahora Francia irrumpe en escena. La elección de Emmanuel Macron y su reciente victoria en las elecciones legislativas parece haber insuflado vida al eje franco-alemán. El nuevo presidente no ha escatimado en gestos teatrales para mostrar distanciarse de su homólogo estadounidense. Según Natalie Nougayrède, exdirectora de Le Monde, Macron y Merkel están preparando a la UE para una “década dorada” de cooperación, similar a la que propulsaron François Mitterrand y el recientemente fallecido
Helmut Kohl. El mundo anglosajón, sumido en un nacionalismo cerril, quedaría excluido de esta Arcadia feliz.
Desde la crisis de 2008, la hegemonía de Berlín ha hecho del eje franco-alemán un concepto que, como señala The Economist,
servía “para esconder la fuerza de Alemania y la debilidad de Francia.”
Hoy París tiene la oportunidad de reposicionarse. El Brexit hace de
Francia la única potencia nuclear y miembro permanente del Consejo de
Seguridad en la UE. Aunque Francia no puede contrarrestar el poderío
económico alemán, tiene mayor proyección exterior ante la creciente
inestabilidad del vecindario europeo.
Macron, además, no se opone a la agenda económica de Berlín. A diferencia de su predecesor, François Hollande, que
prometió acabar con las políticas de austeridad y no tardó en tragarse
sus palabras, el nuevo presidente ha asegurado desde el primer momento
que aprobará reformas impopulares –como un abaratamiento del despido que
le valdrá la oposición de
la calle francesa–. A cambio, Macron exige a Berlín comprometerse con
la gobernanza de la zona euro, creando un ministro de finanzas y un
presupuesto común, y desarrollando la unión bancaria. “El euro está
incompleto y no sobrevivirá sin grandes reformas”, advirtió durante la campaña presidencial.
En declaraciones recientes, la canciller se ha mostrado favorable a
las propuestas de Macron. Pero en Alemania persiste el escepticismo
ante una mayor integración económica de la zona euro. La coyuntura es
peligrosa para el establishment galo,
cuya apuesta por Macron ha dinamitado el sistema de partidos de la
V República. “Si Francia se ve abogada a una deflación competitiva
prolongada, Marine Le Pen puede convertirse en presidenta la próxima vez”, advierte Martin Wolf en Financial Times. Para Wolf, el problema de fondo es la excesiva competitividad alemana. Como muestra el think tank Bruegel,
la relación entre productividad y salarios de la mano de obra alemana
tiene un marcado sesgo deflacionista. De nuevo Wolf: “la zona euro
necesita un gran aumento en salarios alemanes. ¿Ocurrirá esto? Me temo
que no”.
Hasta hace poco, el alza del socialdemócrata Martin Schultz abría
la posibilidad de un relevo de poder en Berlín tras las elecciones
federales del 24 de septiembre. El SPD aboga por relajar las políticas
de austeridad y acomodar las propuestas de Macron. Pero el “efecto
Schultz” ha pinchado en tres elecciones regionales a lo largo de 2017 y
Merkel parece encaminada a su cuarto mandato como canciller.
El 7 y 8 de julio se celebra la cumbre del G-20 en
Hamburgo. La sintonía entre Francia y Alemania será clave para el
perfil que Merkel intenta proyectar en la era Trump. Si pretende aislar a
Washington, aunque solo sea puntualmente, Berlín necesita sumar apoyos
en la UE. París es un punto de partida ineludible.