miércoles, 31 de agosto de 2016

RUSIA ¿UNA CULTURA ETERNAMENTE TOTALITARIA?

Rusia

Svetlana Alexievich, Nobel de Literatura: "No estoy demonizando a Putin como persona, estoy demonizando al Putin colectivo"

  • 30 agosto 2016

Las voces de la gente común y corriente en medio de eventos extraordinarios.
La periodista bielorrusa Svetlana Alexievich ha dedicado su vida a escuchar a la gente que ha visto su vida zarandeada por los temporales de la Historia, en especial en la antigua Unión Soviética.
Así, ha escrito sobre la participación de las mujeres rusas en la Segunda Guerra Mundial (La guerra no tiene rostro de mujer); la invasión soviética a Afganistán (Los muchachos de zinc) y el accidente nuclear de Chernóbil (Voces de Chernóbil: crónica del futuro). Su último libro, sobre la caída de la Unión Soviética y los años posteriores, fue publicado en español como El fin del Homo Sovieticus

En octubre de 2015, la Academia Sueca sorprendió al mundo de las letras al premiarla con el Nobel de Literatura, pues se trata de la primera vez que se premia a un autor cuya obra es completamente de no ficción.
Alexievich nació en Stanislav (Ucrania, ahora llamado Ivano-Frankivsk) en 1948, pero creció en Bielorrusia, de donde era originario su padre. Desde antes de graduarse en la Universidad de Minsk empezó a trabajar como periodista en periódicos locales.

Su trabajo, que ha sido descrito como "coral" o "sinfónico", se basa en testimonios de la gente común sobre eventos de gran trascendencia histórica para la antigua Unión Soviética.
En una conversación en el Hay Festival de Gales de este año con la periodista Bridget Kendall -quien fue corresponsal de la BBC en Moscú de 1989 a 1995-, Svetlana dijo que "la vida en los pueblos rusos es muy 'verbal', se la pasan todo el tiempo contando y discutiendo cosas".
Agregó que con ellos aprendió sobre la vida y la muerte. "Cuando se habla de grandes ideas, nadie habla con la gente común y corriente. Mi historia sería sobre socialismo doméstico. Cómo lo vivió la gente". Por eso, dice,"decidí ser una historiadora de sentimientos, no una historiadora oficial".
Los siguientes son apartes de la conversación de más de una hora que Svetlana Alexievich sostuvo con Bridget Kendall.

En un momento de la conversación Bridget Kendall recuerda cómo en sus viajes a Rusia tenía suntuosas cenas con dignatarios locales, políticos o hombres de negocios y al final, aprovechando que era mujer, llevaba los platos a la cocina y hablaba allí con las mujeres, quienes pintaban una realidad completamente diferente a la dada por los hombres.

"Algo parecido me ocurrió cuando estaba escribiendo mi libro sobre la mujeres en la (segunda) guerra. Cuando llegaba a algunas casas, el hombre se situaba en el centro de la mesa para hablar. No se le podía pasar por la cabeza que yo estaba escribiendo un libro sobre las mujeres y la guerra.
A menudo incluso le decía a su esposa: 'Ve y prepara un par de pasteles', y me presentaba la típica historia oficial de cómo se había ganado la guerra. Y cuando el hombre entendía por fin que lo que yo quería era hablar con las mujeres, se retiraba -muchas veces ofendido- a un cuarto cercano, pero seguía escuchando a hurtadillas.
Una vez le pregunté a una mujer "cuando te fuiste para la guerra, ¿qué fue lo último que hiciste?.
Y la mujer me decía que lo último que había hecho había sido gastarse todo su sueldo en chocolates y llenar una maleta con ellos: 'Y me fui para la guerra, a convertirme en una francotiradora, con una maleta llena de chocolates'...
"Entonces el hombre salía corriendo del cuarto contiguo, gritando: '¡Qué son esas tonterías que estás diciendo!'" (risas).

Las mujeres, cuando hablaban sobre la guerra, nunca la embellecían. Para ellas era, inequívocamente, una matanza. Nunca la veían como algo heroico, como los hombres. Entonces la versión de lo que había sido verdadero difería mucho entre hombres y mujeres.
Nuestra mente siempre opera en dos niveles. Un primer nivel es lo banal, luego está el nivel de los mitos. Y en los países totalitarios esos mitos siempre están conectados con lo militar.
Hay otra historia sobre una mujer que sirvió como enfermera. Ella estaba caminando por el campo de batalla, para detectar a los que aún estaban vivos y heridos. Porque sabía que quienes vendrían después simplemente los enterrarían a todos. Su punto de vista era totalmente diferente al de los hombres, quienes hablaban de su victoria, de cómo habían conquistado ese lugar en particular.
Ella decía que lo único que veía era hombres muertos, gente muerta. Y se sentía mal por ambos bandos. "Eran tan bellos. Y estaban muertos".

En su libro El fin del Homo Sovieticus, usted dice que la gente en ese tiempo estaba dividida entre víctimas y verdugos. ¿Quién era quién? ¿Qué línea los dividía? Porque habla gente que sufrió durante la época estalinista, pero ahora se muestran orgullosos de ese período y extrañan a la URSS. Y en el retrato que usted dibuja todos son víctimas.

Lo más extraordinario es que no hay una estricta línea de división. Víctimas y verdugos son las mismas personas (...).
Conocí a varios viejos "verdugos" y entre ellos no había muchos que causaran temor... quizás cuando la gente es vieja no asusta.
Mi padre me contaba que, cuando era estudiante en la facultad de periodismo, antes de la guerra, cada vez que volvían de las vacaciones de verano faltaban al menos 15 de los 20 tutores. Habían sido arrestados.
Y los estudiantes y profesores sabían quién entre ellos los habían denunciado. Y esas personas coexistían de manera pacífica, tomaban vodka juntos... Esa era una de las principales preguntas para mi: ¿cómo lo lograban?

En mi libro cuento la historia de un jovencito que estaba fascinado con una vieja mujer llamada Olia, que tenía un cabello y una voz muy hermosos. En la época de la Perestroika, la madre le contó al joven que, antes de la Segunda Guerra Mundial, Olia había denunciado a su propio hermano, quien murió en los campos de prisioneros.
El muchacho confrontó a Olia y le preguntó por qué lo había hecho. Ella le respondió: "Así eran los tiempos en los que vivíamos. No había nadie honesto".
El joven entonces le preguntó que más recordaba de 1937 (año en que ocurrieron los hechos) y Olia le contestó: "Fue una época maravillosa. Estaba enamorada y era amada".
¿Sabes? Es muy difícil encontrar maldad pura en el ser humano. Naturalmente, cuando el fascismo y el comunismo se derrumbaron la gente quiso delegar esta maldad, atribuirla a un gran villano como Stalin o Hitler.
Son nuestros intentos por culpar a alguien más. Pero la maldad no está sólo Stalin o en Beria (Lavrenti Beria, fundador de la NKVD, predecesora de la KGB), también está en esa hermosa mujer que denunció a su hermano.
Es por eso que me gusta tanto estudiar este tipo de maldad, para mostrar que está desperdigada entre nosotros. Que es omnipresente.

Usted habla de un tiempo y lugar muy específico. ¿Es la gente que pasó por ese "experimento soviético"-como usted lo ha llamado- tan diferente de nosotros? ¿Es ingenuo pensar que si se deshacía del sistema comunista iban a abrazar los valores europeos y querrían vivir de la misma manera que en Europa occidental?


La verdad, no sé. Lo que sí sé es que si una persona ha vivido mucho tiempo en un campo de prisioneros, es muy ingenuo creer que cuando deje ese lugar se volverá diferente, o libre. No sé por qué fuimos tan ingenuos en los 90.
Había un escritor ruso muy famoso, Varlam Shalamov, que pasó 17 años en un campo de prisioneros, y una vez dijo que la prisión corrompe tanto a la víctima como al victimario. Es una relación simbiótica.
Pensé en eso durante la última elección de Putin, porque durante ella nombró un círculo de "representantes autorizados". Y me sorprendió mucho ver entre ellos a grandes artistas, escritores o violinistas.
A algunos les pregunté personalmente por qué lo hacían si no lo necesitaban, si no estaban bajo ningún tipo de amenaza.
Y decían lo mismo: "Hemos sido humillados durante tanto tiempo. ¿Por qué Estados Unidos tiene que tomar las decisiones en todos los temas importantes?". O también: "Putin es un líder fuerte, yo estoy viejo y mi hijo tiene un restaurante y está pasando dificultades...".
Pero creo que es difícil comparar nuestras sociedades (la actual con la del período soviético) creo que es mejor comparar nuestra sociedad con la alemana después de la Segunda Guerra Mundial.
Vemos que la historia se repite en la sociedad rusa. No estoy demonizando a Putin como persona, estoy demonizando al Putin colectivo.



Usted habla de un tiempo y lugar muy específico. ¿Es la gente que pasó por ese "experimento soviético"-como usted lo ha llamado- tan diferente de nosotros? ¿Es ingenuo pensar que si se deshacía del sistema comunista iban a abrazar los valores europeos y querrían vivir de la misma manera que en Europa occidental?

La verdad, no sé. Lo que sí sé es que si una persona ha vivido mucho tiempo en un campo de prisioneros, es muy ingenuo creer que cuando deje ese lugar se volverá diferente, o libre. No sé por qué fuimos tan ingenuos en los 90.
Había un escritor ruso muy famoso, Varlam Shalamov, que pasó 17 años en un campo de prisioneros, y una vez dijo que la prisión corrompe tanto a la víctima como al victimario. Es una relación simbiótica.
Pensé en eso durante la última elección de Putin, porque durante ella nombró un círculo de "representantes autorizados". Y me sorprendió mucho ver entre ellos a grandes artistas, escritores o violinistas.
A algunos les pregunté personalmente por qué lo hacían si no lo necesitaban, si no estaban bajo ningún tipo de amenaza.
Y decían lo mismo: "Hemos sido humillados durante tanto tiempo. ¿Por qué Estados Unidos tiene que tomar las decisiones en todos los temas importantes?". O también: "Putin es un líder fuerte, yo estoy viejo y mi hijo tiene un restaurante y está pasando dificultades...".
Pero creo que es difícil comparar nuestras sociedades (la actual con la del período soviético) creo que es mejor comparar nuestra sociedad con la alemana después de la Segunda Guerra Mundial.
Vemos que la historia se repite en la sociedad rusa. No estoy demonizando a Putin como persona, estoy demonizando al Putin colectivo