Svetlana Alexievich, Nobel de Literatura: "No estoy demonizando a Putin como persona, estoy demonizando al Putin colectivo"
- 30 agosto 2016
Las voces de la gente común y corriente en medio de eventos extraordinarios.
La
periodista bielorrusa Svetlana Alexievich ha dedicado su vida a
escuchar a la gente que ha visto su vida zarandeada por los temporales
de la Historia, en especial en la antigua Unión Soviética.
Así, ha escrito sobre la participación de las mujeres rusas en la Segunda Guerra Mundial (La guerra no tiene rostro de mujer); la invasión soviética a Afganistán (Los muchachos de zinc) y el accidente nuclear de Chernóbil (Voces de Chernóbil: crónica del futuro). Su último libro, sobre la caída de la Unión Soviética y los años posteriores, fue publicado en español como El fin del Homo Sovieticus
En
octubre de 2015, la Academia Sueca sorprendió al mundo de las letras al
premiarla con el Nobel de Literatura, pues se trata de la primera vez
que se premia a un autor cuya obra es completamente de no ficción.
Alexievich
nació en Stanislav (Ucrania, ahora llamado Ivano-Frankivsk) en 1948,
pero creció en Bielorrusia, de donde era originario su padre. Desde
antes de graduarse en la Universidad de Minsk empezó a trabajar como
periodista en periódicos locales.
Su trabajo, que ha sido descrito
como "coral" o "sinfónico", se basa en testimonios de la gente común
sobre eventos de gran trascendencia histórica para la antigua Unión
Soviética.
En una conversación en el Hay Festival de Gales de
este año con la periodista Bridget Kendall -quien fue corresponsal de la
BBC en Moscú de 1989 a 1995-, Svetlana dijo que "la vida en los pueblos
rusos es muy 'verbal', se la pasan todo el tiempo contando y
discutiendo cosas".
Agregó que con ellos aprendió sobre la vida y
la muerte. "Cuando se habla de grandes ideas, nadie habla con la gente
común y corriente. Mi historia sería sobre socialismo doméstico. Cómo lo
vivió la gente". Por eso, dice,"decidí ser una historiadora de sentimientos, no una historiadora oficial".
Los siguientes son apartes de la conversación de más de una hora que Svetlana Alexievich sostuvo con Bridget Kendall.
En un momento de la conversación Bridget Kendall recuerda
cómo en sus viajes a Rusia tenía suntuosas cenas con dignatarios
locales, políticos o hombres de negocios y al final, aprovechando que
era mujer, llevaba los platos a la cocina y hablaba allí con las
mujeres, quienes pintaban una realidad completamente diferente a la dada
por los hombres.
"Algo parecido me ocurrió cuando
estaba escribiendo mi libro sobre la mujeres en la (segunda) guerra.
Cuando llegaba a algunas casas, el hombre se situaba en el centro de la
mesa para hablar. No se le podía pasar por la cabeza que yo estaba
escribiendo un libro sobre las mujeres y la guerra.
A menudo
incluso le decía a su esposa: 'Ve y prepara un par de pasteles', y me
presentaba la típica historia oficial de cómo se había ganado la guerra.
Y cuando el hombre entendía por fin que lo que yo quería era hablar con
las mujeres, se retiraba -muchas veces ofendido- a un cuarto cercano,
pero seguía escuchando a hurtadillas.
Una vez le pregunté a una mujer "cuando te fuiste para la guerra, ¿qué fue lo último que hiciste?.
Y
la mujer me decía que lo último que había hecho había sido gastarse
todo su sueldo en chocolates y llenar una maleta con ellos: 'Y me fui
para la guerra, a convertirme en una francotiradora, con una maleta
llena de chocolates'...
"Entonces el hombre salía corriendo del cuarto contiguo, gritando: '¡Qué son esas tonterías que estás diciendo!'" (risas).
Las mujeres, cuando hablaban sobre la guerra, nunca
la embellecían. Para ellas era, inequívocamente, una matanza. Nunca la
veían como algo heroico, como los hombres. Entonces la versión de lo que
había sido verdadero difería mucho entre hombres y mujeres.
Nuestra
mente siempre opera en dos niveles. Un primer nivel es lo banal, luego
está el nivel de los mitos. Y en los países totalitarios esos mitos
siempre están conectados con lo militar.
Hay otra historia
sobre una mujer que sirvió como enfermera. Ella estaba caminando por el
campo de batalla, para detectar a los que aún estaban vivos y heridos.
Porque sabía que quienes vendrían después simplemente los enterrarían a
todos. Su punto de vista era totalmente diferente al de los hombres,
quienes hablaban de su victoria, de cómo habían conquistado ese lugar en
particular.
Ella decía que lo único que veía era hombres
muertos, gente muerta. Y se sentía mal por ambos bandos. "Eran tan
bellos. Y estaban muertos".
En su libro El fin del Homo Sovieticus, usted dice que la gente en ese tiempo estaba dividida
entre víctimas y verdugos. ¿Quién era quién? ¿Qué línea los dividía?
Porque habla gente que sufrió durante la época estalinista, pero ahora
se muestran orgullosos de ese período y extrañan a la URSS. Y en el retrato que usted dibuja todos son víctimas.
Lo más extraordinario es que no hay una estricta línea de división. Víctimas y verdugos son las mismas personas (...).
Conocí
a varios viejos "verdugos" y entre ellos no había muchos que causaran
temor... quizás cuando la gente es vieja no asusta.
Mi padre me
contaba que, cuando era estudiante en la facultad de periodismo, antes
de la guerra, cada vez que volvían de las vacaciones de verano faltaban
al menos 15 de los 20 tutores. Habían sido arrestados.
Y los
estudiantes y profesores sabían quién entre ellos los habían denunciado.
Y esas personas coexistían de manera pacífica, tomaban vodka juntos...
Esa era una de las principales preguntas para mi: ¿cómo lo lograban?
En mi libro cuento la historia de un jovencito que estaba fascinado
con una vieja mujer llamada Olia, que tenía un cabello y una voz muy
hermosos. En la época de la Perestroika, la madre le contó al joven que,
antes de la Segunda Guerra Mundial, Olia había denunciado a su propio
hermano, quien murió en los campos de prisioneros.
El muchacho
confrontó a Olia y le preguntó por qué lo había hecho. Ella le
respondió: "Así eran los tiempos en los que vivíamos. No había nadie
honesto".
El joven entonces le preguntó que más recordaba de 1937
(año en que ocurrieron los hechos) y Olia le contestó: "Fue una época
maravillosa. Estaba enamorada y era amada".
¿Sabes? Es muy difícil
encontrar maldad pura en el ser humano. Naturalmente, cuando el
fascismo y el comunismo se derrumbaron la gente quiso delegar esta
maldad, atribuirla a un gran villano como Stalin o Hitler.
Son
nuestros intentos por culpar a alguien más. Pero la maldad no está sólo
Stalin o en Beria (Lavrenti Beria, fundador de la NKVD, predecesora de
la KGB), también está en esa hermosa mujer que denunció a su hermano.
Es
por eso que me gusta tanto estudiar este tipo de maldad, para mostrar
que está desperdigada entre nosotros. Que es omnipresente.
Usted habla de un tiempo y lugar muy específico. ¿Es la gente que pasó por ese "experimento soviético"-como usted lo ha llamado- tan diferente de nosotros? ¿Es ingenuo pensar que si se deshacía del sistema comunista iban a abrazar los valores europeos y querrían vivir de la misma manera que en Europa occidental?
La
verdad, no sé. Lo que sí sé es que si una persona ha vivido mucho
tiempo en un campo de prisioneros, es muy ingenuo creer que cuando deje
ese lugar se volverá diferente, o libre. No sé por qué fuimos tan
ingenuos en los 90.
Había un escritor ruso muy famoso, Varlam
Shalamov, que pasó 17 años en un campo de prisioneros, y una vez dijo
que la prisión corrompe tanto a la víctima como al victimario. Es una
relación simbiótica.
Pensé en eso durante la última elección de
Putin, porque durante ella nombró un círculo de "representantes
autorizados". Y me sorprendió mucho ver entre ellos a grandes artistas,
escritores o violinistas.
A algunos les pregunté personalmente por qué lo hacían si no lo necesitaban, si no estaban bajo ningún tipo de amenaza.
Y
decían lo mismo: "Hemos sido humillados durante tanto tiempo. ¿Por qué
Estados Unidos tiene que tomar las decisiones en todos los temas
importantes?". O también: "Putin es un líder fuerte, yo estoy viejo y mi
hijo tiene un restaurante y está pasando dificultades...".
Pero
creo que es difícil comparar nuestras sociedades (la actual con la del
período soviético) creo que es mejor comparar nuestra sociedad con la
alemana después de la Segunda Guerra Mundial.
Vemos que la
historia se repite en la sociedad rusa. No estoy demonizando a Putin
como persona, estoy demonizando al Putin colectivo.
Usted habla de un tiempo y lugar muy específico. ¿Es la gente que pasó por ese "experimento soviético"-como usted lo ha llamado- tan diferente de nosotros? ¿Es ingenuo pensar que si se deshacía del sistema comunista iban a abrazar los valores europeos y querrían vivir de la misma manera que en Europa occidental?
La
verdad, no sé. Lo que sí sé es que si una persona ha vivido mucho
tiempo en un campo de prisioneros, es muy ingenuo creer que cuando deje
ese lugar se volverá diferente, o libre. No sé por qué fuimos tan
ingenuos en los 90.
Había un escritor ruso muy famoso, Varlam
Shalamov, que pasó 17 años en un campo de prisioneros, y una vez dijo
que la prisión corrompe tanto a la víctima como al victimario. Es una
relación simbiótica.
Pensé en eso durante la última elección de
Putin, porque durante ella nombró un círculo de "representantes
autorizados". Y me sorprendió mucho ver entre ellos a grandes artistas,
escritores o violinistas.
A algunos les pregunté personalmente por qué lo hacían si no lo necesitaban, si no estaban bajo ningún tipo de amenaza.
Y
decían lo mismo: "Hemos sido humillados durante tanto tiempo. ¿Por qué
Estados Unidos tiene que tomar las decisiones en todos los temas
importantes?". O también: "Putin es un líder fuerte, yo estoy viejo y mi
hijo tiene un restaurante y está pasando dificultades...".
Pero
creo que es difícil comparar nuestras sociedades (la actual con la del
período soviético) creo que es mejor comparar nuestra sociedad con la
alemana después de la Segunda Guerra Mundial.
Vemos que la
historia se repite en la sociedad rusa. No estoy demonizando a Putin
como persona, estoy demonizando al Putin colectivo