jueves, 7 de julio de 2016

Is the American Century Over ?





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El nuevo siglo americano, según Joseph Nye


En algunos países, como EEUU o Francia, es habitual el debate sobre la decadencia nacional. Solo es posible en países con motivos para enorgullecerse de su historia por encima de las coyunturas cambiantes de la política. 

Sin embargo, lo cuestionable de muchos ensayos y artículos sobre la decadencia es su determinismo, la creencia en una visión cíclica del mundo que lleva consigo una ascensión y una caída como si se tratara de la representación de una tragedia. El determinismo olvida el papel insustituible de los seres humanos en el devenir histórico y se limita a exigir que a un siglo de predominio de una potencia le siga otro en que una recién llegada imponga su hegemonía. España, Francia, Gran Bretaña, EEUU, y ahora China. Así sería la historia de los últimos cinco siglos. Sin embargo, el profesor de Harvard, Joseph Nye, no cree en semejante determinismo, y en su último libro Is the American Century Over?, de apenas un centenar de páginas, expone abundantes razones para afirmar que la hegemonía americana no es algo exclusivo de la segunda mitad del siglo XX y de los primeros años del XXI. Señala que es una generalización simplista limitar el siglo americano a este período, pues la guerra fría respondió al enfoque clásico de equilibrio de las potencias, al menos en el terreno militar, y el gran momento unipolar de EEUU se limitó a los primeros años de la posguerra fría.

Para dar por acabado el siglo americano, habría que encontrar un rival que pudiera ser predominante en el siglo XXI, y si bien admite el relativo declive de EEUU, va descartando a Europa, Japón, Rusia, India y Brasil como rivales efectivos, bien por sus límites en las dimensiones política y militar, bien por la escasa diversificación de su economía o por las acusadas deficiencias de su entramado social. Con todo, hay quien diría que China sí es un rival a la altura de los americanos e intentaría demostrarlo con las estadísticas del PNB o del comercio exterior. En poco tiempo surgiría como la primera potencia económica, con proyección en todos los continentes a golpe de inversiones energéticas o empresariales y programas de creación de infraestructuras. Al mismo tiempo China se acreditaría como una potencia emergente pacífica, en la línea de ese soft power que suele defender Nye. Sin embargo, el profesor de Harvard no confunde el soft power con la propaganda, pues a eso se reduce dicho tipo de poder si el Estado lo monopoliza como sucede en China. El punto débil de la propaganda es su credibilidad, lo que explica que la agencia Xinhua o la China Central TV no sean rivales a la altura de la influencia global de la CNN o la BBC. Los chinos venden el éxito económico al mundo, aunque no pueden disociarlo de su creciente nacionalismo ni del papel hegemónico del Partido. En definitiva, Nye presenta a China como un gigante con el talón de Aquiles de los índices de crecimiento económico, pues cualquier altibajo en su economía supondría cuestionar sus aspiraciones políticas y militares en Asia, donde está rodeada por un cinturón de países aliados de EEUU.

El libro de Nye presenta a unos EEUU que ocuparán en el siglo XXI no tanto un lugar hegemónico sino un lugar central en el sistema internacional. No es la clásica balanza de poder porque habrá que saber combinar soft power y hard power, y no es cierto que Nye desprecie este último, pero aboga por una aplicación inteligente del mismo. Desde luego, en Oriente Medio es muy arriesgado por la eclosión de nacionalismos e integrismos que solo despiertan resentimientos. La centralidad es propia de un mundo complejo en el que Washington tiene que cooperar con otros para abordar desafíos comunes como la proliferación de armamentos, el cambio climático, las pandemias, el crimen organizado… 

En la visión del autor, el poder adquiere los rasgos de un juego de suma-positiva, pues no expresa una dominación sobre los otros sino un poder compartido con ellos. Muy distinto del juego de suma-cero al que estamos asistiendo, sin ir más lejos, en las relaciones entre americanos y rusos. Las percepciones de Nye coinciden con las de Hillary Clinton que, siendo secretaria de Estado, se refería al multipartner world, que implicaría diversos grados de liderazgo e influencia de EEUU a la hora de construir alianzas en Europa, Asia y Oriente Medio.

Vivimos en una nueva etapa en la que es prematuro hablar de un mundo post-americano. Sin embargo, a nuestro entender, existirá un problema de comunicación si el inquilino de la Casa Blanca no consigue convencer a la opinión pública interna y externa de que los compromisos con sus aliados van en serio. Ninguna teoría de la elección estratégica inteligente podría compensar una percepción de falta de credibilidad.