El nuevo siglo americano, según Joseph Nye
En algunos países, como EEUU o Francia,
es habitual el debate sobre la decadencia nacional. Solo es posible en
países con motivos para enorgullecerse de su historia por encima de las
coyunturas cambiantes de la política.
Sin embargo, lo cuestionable de
muchos ensayos y artículos sobre la decadencia es su determinismo, la
creencia en una visión cíclica del mundo que lleva consigo una ascensión
y una caída como si se tratara de la representación de una tragedia. El
determinismo olvida el papel insustituible de los seres humanos en el
devenir histórico y se limita a exigir que a un siglo de predominio de
una potencia le siga otro en que una recién llegada imponga su
hegemonía. España, Francia, Gran Bretaña, EEUU, y ahora China. Así sería
la historia de los últimos cinco siglos. Sin embargo, el profesor de
Harvard, Joseph Nye, no cree en semejante determinismo, y en su último libro Is the American Century Over?, de apenas un centenar de páginas, expone abundantes razones para afirmar que la hegemonía americana no es algo exclusivo de la segunda mitad del siglo XX y de los primeros años del XXI.
Señala que es una generalización simplista limitar el siglo americano a
este período, pues la guerra fría respondió al enfoque clásico de
equilibrio de las potencias, al menos en el terreno militar, y el gran
momento unipolar de EEUU se limitó a los primeros años de la posguerra
fría.
Para
dar por acabado el siglo americano, habría que encontrar un rival que
pudiera ser predominante en el siglo XXI, y si bien admite el relativo
declive de EEUU, va descartando a Europa, Japón, Rusia, India y Brasil
como rivales efectivos, bien por sus límites en las dimensiones política
y militar, bien por la escasa diversificación de su economía o por las
acusadas deficiencias de su entramado social. Con todo, hay quien diría
que China sí es un rival
a la altura de los americanos e intentaría demostrarlo con las
estadísticas del PNB o del comercio exterior. En poco tiempo surgiría
como la primera potencia económica, con proyección en todos los
continentes a golpe de inversiones energéticas o empresariales y programas de creación de infraestructuras. Al mismo tiempo China se acreditaría como una potencia emergente pacífica, en la línea de ese soft power que suele defender Nye. Sin embargo, el profesor de Harvard no confunde el soft power con
la propaganda, pues a eso se reduce dicho tipo de poder si el Estado lo
monopoliza como sucede en China. El punto débil de la propaganda es su
credibilidad, lo que explica que la agencia Xinhua o la China Central TV
no sean rivales a la altura de la influencia global de la CNN o la BBC.
Los chinos venden el éxito económico al mundo, aunque no pueden
disociarlo de su creciente nacionalismo ni del papel hegemónico del
Partido. En definitiva, Nye presenta a China como un gigante con el talón de Aquiles de los índices de crecimiento económico,
pues cualquier altibajo en su economía supondría cuestionar sus
aspiraciones políticas y militares en Asia, donde está rodeada por un
cinturón de países aliados de EEUU.
El libro de Nye
presenta a unos EEUU que ocuparán en el siglo XXI no tanto un lugar
hegemónico sino un lugar central en el sistema internacional. No es la clásica balanza de poder porque habrá que saber combinar soft power y hard power, y no es cierto que Nye desprecie este último, pero aboga por una aplicación inteligente del mismo.
Desde luego, en Oriente Medio es muy arriesgado por la eclosión de
nacionalismos e integrismos que solo despiertan resentimientos. La
centralidad es propia de un mundo complejo en el que Washington tiene
que cooperar con otros para abordar desafíos comunes como la
proliferación de armamentos, el cambio climático, las pandemias, el
crimen organizado…
En la visión del autor, el poder adquiere los rasgos
de un juego de suma-positiva, pues no expresa una dominación sobre los otros sino un poder compartido con ellos.
Muy distinto del juego de suma-cero al que estamos asistiendo, sin ir
más lejos, en las relaciones entre americanos y rusos. Las percepciones
de Nye coinciden con las de Hillary Clinton que, siendo secretaria de Estado, se refería al multipartner world, que
implicaría diversos grados de liderazgo e influencia de EEUU a la hora
de construir alianzas en Europa, Asia y Oriente Medio.
Vivimos en una nueva etapa en la que es prematuro hablar de un mundo post-americano.
Sin embargo, a nuestro entender, existirá un problema de comunicación
si el inquilino de la Casa Blanca no consigue convencer a la opinión
pública interna y externa de que los compromisos con sus aliados van en
serio. Ninguna teoría de la elección estratégica inteligente podría
compensar una percepción de falta de credibilidad.