La nueva coyuntura política en América Latina
Infolatam
Madrid, 3 abril 2016
Por Carlos Malamud
Madrid, 3 abril 2016
Por Carlos Malamud
(Infolatam).- Ante los cambios que se están
produciendo en América Latina muchos hablan de un nuevo ciclo político
en la región, consecuencia directa de las transformaciones económicas
provocadas por el descenso del precio de las commodities. Ahora bien, si
en la economía es relativamente sencillo determinar el cambio del ciclo
siguiendo el comportamiento de algunas macromagnitudes, en la política
la cuestión es más complicada. Por ello prefiero hablar de una nueva coyuntura política antes que de un nuevo ciclo político.
Es evidente que la coyuntura está cambiando en América Latina. Los
resultados de las elecciones presidenciales en Argentina, de las
parlamentarias en Venezuela y del referéndum en Bolivia así lo
atestiguan. Sin embargo, hay que insistir en un hecho evidente que a
veces el entusiasmo de algunos hace olvidar: de momento y pese a las expectativas puestas en otros países, sólo en Argentina cambió el gobierno.
Las cosas, como no podía ser de otro modo, vienen de más atrás. Aquí
hay que considerar los resultados ajustados de las segundas vueltas de
las elecciones presidenciales en El Salvador (III/2014) y Brasil
(X/2014). Esto nos lleva a ciertos comicios sumamente disputados en un
ambiente dominado por la práctica ausencia de la alternancia. En el caso
brasileño se suman las protestas de comienzos de 2013 tras el aumento
del precio del transporte público.
La muerte de Hugo Chávez marcó
el inicio del declive del proyecto hegemónico cubano/venezolano
impulsado por el ALBA (Alianza Bolivariana de los Pueblos de Nuestra
América). Para agravar las cosas, nadie pudo asumir su liderazgo, sin
olvidar el creciente descrédito del ALBA cada vez más escaso de recursos
ante las dificultades económicas de Venezuela.
Dos ejemplos refuerzan esta idea. Rafael Correa
fue incapaz de imponer a la OEA (Organización de Estados Americanos)
sus puntos de vista sobre la financiación y emplazamiento de la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos. Recientemente Evo Morales
fracasó en su intento de convocar una cumbre extraordinaria de UNASUR
para condenar el golpe en marcha en Brasil. El acercamiento de Cuba a
Estados Unidos, más allá de las reflexiones de Fidel Castro,
y el restablecimiento de las relaciones bilaterales deben ser vistos en
este contexto y en el de la crisis terminal venezolana.
Paradójicamente, los primeros que se empeñan en hablar de un nuevo
ciclo político en América Latina son sus teóricos perjudicados, aquellos
que en la nueva coyuntura se ven forzados a abandonar el gobierno o
pierden posiciones de poder por un motivo u otro. En Brasil,
desde el gobierno, desde el oficialista PT (Partido de los Trabajadores)
y desde las organizaciones y movimientos sociales afines se insiste en
hablar de golpe.
Fuera de Brasil se habla igualmente de una conspiración internacional
urdida por la derecha regional más reaccionaria y Estados Unidos contra
los gobiernos populares (Venezuela, Bolivia, Argentina y Brasil). Aquí y
allí también hay un empeño constante en comparar al gobierno de Mauricio Macri
con la dictadura militar de 1976. En la misma línea maniquea
encontramos constantes alusiones al golpe del 64 en Brasil al hablar del
juicio político contra Dilma Rousseff.
Una de las últimas agresiones contra Macri fue la denuncia de Nicolás Maduro
tras la decisión argentina de abandonar Telesur, la principal
herramienta continental de la propaganda chavista. Sus palabras se
descalifican por sí mismas: “Están tratando de desaparecer a Telesur,
son los mismos que desaparecieron a 30.000 jóvenes entre 1976 y 1983”.
Más allá de las teorías conspirativas hay tres factores a tener en cuenta para hablar de una nueva coyuntura política. En primer lugar, los cambios económicos que afectan a los distintos países latinoamericanos y golpean de forma desigual a cada uno de ellos. Segundo, los efectos que después de muchos años están teniendo sobre las opiniones públicas los “gobiernos largos”,
bien de personas o bien de partidos. Estos se han multiplicado desde
Venezuela a Brasil y desde Argentina a Nicaragua, sin olvidar a Bolivia,
Chile, Ecuador o Uruguay. Inclusive en algunos casos esta deriva
reeleccionista ha dado paso a la posible reelección indefinida.
Finalmente están las nuevas demandas de las clases medias emergidas en la última década,
cuya agenda incluye un listado de reivindicaciones acorde con su nueva
situación; participación política, acceso a la educación y a otros
servicios públicos o el rechazo de la corrupción.
Pendientes
del desenlace de la crisis brasileña y del futuro político de Rousseff,
con sus repercusiones regionales, la mayor parte de las preguntas giran
en torno al futuro electoral latinoamericano. ¿Habrá efecto dominó después del desalojo del kirchnerismo en Argentina?
La respuesta es complicada porque los tiempos vienen condicionados por
el calendario electoral, comenzando por los comicios todavía pendientes
en 2016.
Las elecciones presidenciales de Perú y República Dominicana no
aportarán gran cosa a la pregunta central, ya que de cumplirse las
previsiones mandaría la continuidad. El difícil triunfo de Veronika Mendoza,
del Frente Amplio peruano, constituiría una excepción, aunque en este
supuesto el giro sería hacia la izquierda. Diferente es el caso de las
municipales chilenas, donde se podrá visualizar la capacidad de la Nueva
Mayoría de prorrogar su proyecto cuando finalice el mandato de Michelle Bachelet.
No hay nada escrito en lo relativo a la nueva coyuntura política en
América Latina. Lo que se refleja son las crecientes dificultades de los
gobiernos populistas ante las restricciones impuestas por los menores
ingresos fiscales, que con mayor o menor velocidad se trasladan a las
políticas públicas. Ahora bien, de aquí no se desprende el fin
del populismo, un fenómeno que no es patrimonio ni de la izquierda ni de
la derecha latinoamericanas y que, por lo visto hasta la fecha, está
profundamente mestizado. Con independencia del resultado de este cruce, sus efectos sobre los pueblos que lo padecen son siempre nefastos.