Boko Haram, el rayo que no cesa
La llegada a la presidencia de Muhamadu Buhari, el pasado 29 de mayo, se ha querido interpretar como una señal de esperanza para Nigeria.
Cuando se recuerda el estallido de violencia que siguió a las
elecciones presidenciales de 2011, el simple hecho de que la
transferencia de poder haya sido pacífica, con Goodluck Jonathan
reconociendo abiertamente su derrota, es un factor muy a tener en cuenta
como punto de arranque de una nueva etapa. Aun así, como ha vuelto a
demostrar salvajemente Boko Haram, con la nueva matanza perpetrada el pasado día 2 en el mercado de Maiduguri, a Buhari le espera una tarea titánica si quiere resolver los problemas pendientes y consolidar el liderazgo que le corresponde a quien ya es la primera economía de África.
La agenda no se agota en el terreno de la amenaza yihadista,
sino que incluye, para empezar, la difícil gestión de la evidente
diversidad que reflejan sus casi 180 millones de habitantes, sus más de
500 idiomas y sus poderosas fracturas internas, tanto en clave étnica
(con más de 250 grupos distintos) como religiosa (con un 50% de
musulmanes suníes, un 48% de cristianos y el resto de confesiones
animistas). En el terreno económico, junto a la visión optimista que se
extrae de sus notables potencialidades, con un PIB que se acerca ya a
los 500.000 millones de dólares y que podría duplicarse para 2030,
también hay que considerar el hecho de que Nigeria aparece como uno de
los Estados menos desarrollados del planeta (ocupa el 152º del IDH), uno
de los más corruptos (el 15º según Transparency International) y de los
más desiguales (con un 60% de la población viviendo por debajo de la
línea de pobreza).
Sin
minusvalorar otras variables, la económica parece a corto plazo la
determinante para poder encarar el futuro con ciertas garantías. Y en
este punto, la explotación del petróleo ocupa un lugar central, con el renqueante proceso de aprobación de una nueva ley de hidrocarburos como clave principal.
A pesar de sus riquezas, Nigeria es un importador neto de productos
petrolíferos, debido al escaso e ineficaz desarrollo de refinerías, en
manos de un exclusivo grupo de empresarios reacios a la apertura de un
mercado que les reporta cuantiosos beneficios. En las condiciones
actuales –mientras el robo de petróleo (“bunkering”) y la proliferación
de informales (y medioambientalmente dañinas) refinerías siguen siendo
prácticas habituales– tampoco parece haber un gran deseo por parte de
potenciales inversores extranjeros por arriesgar sus fondos en un
escenario tan económicamente cerrado y tan inestable en términos de
seguridad.
Si
Buhari no logra desbloquear este proceso legislativo le resultará muy
difícil conseguir los fondos necesarios para atender, por un lado, a los
discriminados habitantes de los Estados del Norte –donde Boko Haram
sigue encontrando un caldo de cultivo favorable a sus postulados
violentos– y, por otro, a los del Delta del Níger –que ya envían señales
preocupantes de un posible regreso a las armas, ante su temor de ser
olvidados en esta nueva etapa que podría dar prioridad al norte
musulmán, frente al sur cristiano. Pero es que aunque lo consiga, los bajos precios del petróleo en el mercado mundial limitarán en buena medida sus propósitos de “comprar” la paz social antes de que las diferentes percepciones sectarias vuelvan a dominar la agenda nacional.
Por si todo ello no fuera suficiente, la amenaza de Boko Haram –ahora estrenando su nueva denominación de Wilayat al Sudan al Gharbi,
como muestra visible de la lealtad que su líder, Abubakar Shekau,
expresó el pasado mes de marzo a Daesh– sigue siendo una realidad muy
inquietante. El impulso de la coalición que desde hace unos meses
acompaña a las fuerzas armadas nigerianas –con aportaciones de Chad,
Níger y Camerún– en su enfrentamiento con los combatientes yihadistas ha
logrado algunas victorias parciales –si por ello se entiende la
recuperación de unas sesenta localidades y la liberación de algunos
centenares personas en poder de Boko Haram.
Pero
nada de eso puede interpretarse como una victoria definitiva. Por un
lado, porque la coalición de fuerzas desplegadas en las zonas limítrofes
entre los países implicados en la coalición no se distingue
precisamente por su alto nivel de operatividad, mientras algunas
potencias extranjeras (como EEUU y Fancia) apenas disimulan su
reticencia a implicarse más directamente. Y, por otro, porque la
amenaza que representa Boko Haram hunde sus raíces en factores
históricos, sociales, económicos y políticos que nunca podrán ser
adecuadamente gestionados mediante medios y estrategias militares.
Si no hay un decidido empeño político, acompañado de un significativo
esfuerzo económico, para hacer frente a las causas estructurales que han
permitido a los yihadistas llegar hasta aquí, activando mecanismos
multidimensionales con visión de largo plazo, ni Buhari ni ningún otro
podrán lograr la desaparición de un grupo que, mientras tanto, sigue
estando en condiciones de golpear incluso en Maiduguri, epicentro de su
visionaria apuesta.