Adiós a una UE “cada vez más estrecha”, ¿o no?
Andrés Ortega 2/06/2015
Blog Elcano
El Tratado de Maastricht (1992)
consagró una fórmula que se repitió en los siguientes textos básicos de
la UE: la de avanzar hacia “una Unión cada vez más estrecha entre los
pueblos de Europa”. David Cameron
exige que en la próxima reforma de los tratados se suprima tal
principio. Quiere, por el contrario, menos unión y repatriar
competencias de Bruselas. No es el único, ni está solo. Por ejemplo, Andrzej Duda, el recientemente elegido nuevo presidente de Polonia, en un giro euroescéptico, está en una posición parecida, la de ir a “menos Europa”.
A Cameron y a Duda les separa, sin embargo, el deseo del primero de, y
el rechazo del segundo a, limitar el libre movimiento de trabajadores en
la UE, algo que iría directamente en contra de ese objetivo
fundamental.
Habría de dejarse de hablar en el vacío de esa beatería que consiste en pedir siempre “más Europa”, cuando lo que sí demandan unas partes crecientes de las ciudadanía europea –también se puede utilizar en singular– es “otra Europa”,
más en algunas cosas, menos en otras pero, en todo caso, diferente. La
UE no tiene por qué ir siempre sumando competencias. Quizá el reto de
Cameron sirva para que algunas cosas (pocas) que ya no tiene sentido que
se decidan en Bruselas, vuelvan a los Estados, o regiones, y que otras
de este ámbito nacional pasen al europeo. Y si alguno no lo desea, que
se quede al margen, como ya ocurre. De hecho, la legislación comunitaria
se ha ido centrando cada vez más en directivas (que hay que trasponer a
las legislaciones nacionales), frente a los reglamentos de aplicación
directa. Es decir, que hay una cierta renacionalización de Europa, junto con otros importantes avances.
Con
esas posiciones de Cameron no es extraño que gobiernos de países como
Alemania y Francia –sobre todo en esta última, donde en un referéndum en
2005 cayó la Constitución Europea– se resistan a cambios importantes a
corto plazo en los tratados, pues se abriría la espita para nuevas
consultas de incierto resultado, y a suprimir la fórmula de la que
Cameron aborrece y otras revisiones a la baja, en una Europa que
quedaría sin rumbo. No obstante, Merkel se ha abierto a posibles
revisiones, aunque de forma muy imprecisa y sin calendario. No parece
haber tiempo suficiente de aquí a finales de 2017, la fecha tope
comprometida por Cameron para un referéndum sobre la permanencia o
salida de la UE.
Berlín y París han presentado una propuesta conjunta para profundizar la Unión Económica y Monetaria
en cuatro aspectos importantes sin tener que modificar, al menos a
corto plazo, los tratados: (1) política económica; (2) convergencia
económica, fiscal y social; (2) estabilidad financiera e inversión; y
(3) refuerzo de la gobernanza y del marco institucional de la Eurozona.
España, a su vez, ha presentado un documento constructivo que pide un cambio en el mandato del Banco Central Europeo (BCE)
para que en su política monetaria tenga en cuenta no sólo la inflación y
sus diferencias, sino también las que atañen a los costes laborales y
la balanza comercial, para fomentar la convergencia y evitar shocks
asimétricos como los vividos estos años. Pide, además avanzar hacia una
unión fiscal con presupuesto propio e instrumentos de mutualización de
la deuda, y que se cree un sistema que facilite las fusiones bancarias
transfronterizas. Es decir, el gobierno español quiere ir a más. A mucho más. Aunque los tiempos no parezcan muy propicios a ello.
El
mensaje franco-alemán es claro: también ir a más, al menos en la
Eurozona y a su manera, y se puede hacer sin cambiar los Tratados antes
del referéndum británico. No obstante, frente a las pretensiones españolas, esta Europa se está construyendo de una forma extraña y poco europea.
Por citar dos ejemplos: en vez de una unión fiscal, una unión de
disciplina fiscal, y del mecanismo europeo de resolución de quiebras
bancarias responden los Estados miembros, y sólo en un 20% la UE. Es
verdad que hay un sistema europeo de supervisión bancaria desde el BCE, y
que su presidente está en plena expansión cuantitativa (QE) desde su
institución. Pero el Plan Juncker de inversiones estratégicas se basa
sobre todo en aportaciones privadas, eso sí, con una garantía europea.
Todo ello muy lejos de la idea de una Europa federal.
No
es que Cameron esté aún lanzado en una agresiva campaña contra la UE,
sino que quiere convencer a sus socios –para convencer a sus
conciudadanos– de que una Unión a la baja beneficiará a todos. Está, de
momento, en una ofensiva de seducción. Y muchos de sus colegas en el
Consejo Europeo quieren ayudarle para que gane el referéndum, pero no a
cualquier precio, no a costa de desvirtuar la UE y de que no avance la
Eurozona en la que no está el Reino Unido.
A su vez, desde la Comisión Europea
el propio Juncker trata de seducir a los británicos con propuestas de
avances que les interesan a ellos y a todos (muy especialmente a
España): la unión de la energía, la del mercado de capitales y la digital. Con estas tres uniones, como ha señalado Federico Steinberg,
“la Unión Europea pretende tomar medidas prácticas que aumenten el
crecimiento y el empleo y ayuden a recuperar la confianza ciudadana en
las instituciones”. Y, cabría añadir, lleven a nuevos pasos hacia una
“Unión cada vez más estrecha”. Aunque ya no sea entre todos los pueblos
de Europa.