“LA COMUNIDAD INTERNACIONAL ATRAPADA EN LA DISCUSIÓN CLIMÁTICA”
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La
Conferencia de las Naciones Unidas sobre el cambio climático que se
lleva a cabo en Polonia, en la ciudad de Varsovia, está encontrando, al
menos hasta el momento que escribimos esta editorial, serias
dificultades para sacar al tema de su ya tradicional empantanamiento.
Para
comenzar, es necesario decir que esta reunión arrancó “torcida”. Para
un simple analista de la política internacional como el que esto
escribe, y que no tiene más que la información general que se comparte
internacionalmente sobre los problemas -(a veces altamente técnicos)-
del cambio climático, resulta entre patético y caricatural que se haya
elegido a Varsovia como sede para llevar a cabo semejante conferencia.
Polonia es un país cuya fuente energética principal (más del 90%) es el
carbón; es decir el combustible más contaminante que la humanidad pueda
concebir. No en vano fue el combustible que energizó la Revolución
Industrial durante el siglo XIX. O sea que, aunque corre el rumor que
Polonia fue el único país de Europa centro-oriental que se ofreció a
organizar la reunión, las NN.UU. sólo podrían haber elegido un lugar
peor que Varsovia para realizarla: Pekín. Es decir la capital del país
donde, no solamente la economía consume más carbón en el universo: es
el país que más contamina de las maneras más inimaginables y donde los
problemas ambientales son considerados esencialmente “obstáculos para
el desarrollo”.
Ya se está tornando “vox populi”
que, aunque las NN.UU. nunca se han caracterizado precisamente por su
eficacia y eficiencia -(y hay conocidas y comprensibles razones para
esa proverbial inoperancia)-, en este tema los resultados obtenidos por
el máximo organismo multilateral desde el Protocolo de Kyoto en 1997
son inexistentes o, más bien, catastróficos.
Resulta
una tarea engorrosa -(y hasta tediosa para el lector)- intentar una
enumeración completa y puntillosa de las reuniones internacionales de
diverso tipo que se han organizado en torno al tema del calentamiento
global, el cambio climático, el deterioro del medio ambiente, etc.
Reportemos, al vuelo y de memoria que, antes de Varsovia, hubimos de
pasar por Bali, Copenhague, Cancún, Durham, Río de Janeiro, Doha, etc.
Si pudiésemos conocer el monto del gasto en millones de dólares que
este frenesí “conferenciero” ha insumido, seguramente quedaríamos entre perplejos y furiosos.
Más
perplejos, y seguramente más furiosos, quedarían los lectores cuando
advirtieran que, después de décadas de discutir sobre los efectos
perniciosos de la emisión de gases causantes de efecto invernadero, no
solamente no se ha llegado a la firma de ningún documento
efectivamente consensuado en torno al tema sino que, increíblemente, la
emisión de gases invernadero aumenta, consistentemente, al mismo
tiempo que aumentan las discusiones y multitudinarias reuniones.
Desgraciadamente,
los problemas que se están enfrentando en esta temática desbordan, y
por mucho, las limitaciones de una burocracia internacional remisa y/o
el aparentemente obtuso apego de los decisores políticos a actuar en el
sentido de no caminar realmente hacia un acuerdo y su renuncia a tomar
medidas en sus respectivas áreas de competencia política.
En
cualquier caso, y antes de intentar enumerar estos obstáculos casi
uniformemente desplegados a lo largo de los gobiernos del planeta,
conviene dejar hecha una salvedad: un gran porcentaje de los gobiernos
de Europa Occidental han asumido una actitud de compromiso prudente
hacia las distintas preocupaciones ambientales. Pero, aclarado esta
excepción peculiar cuya razón de ser no es posible explicar aqui, queda
por delante tratar de desentrañar lo que está efectivamente
sucediendo.
En
primer lugar cabe recordar que luego de veinte años de discusiones
sobre el tema de los efectos de los gases de efecto invernadero en la
atmósfera, y la reticencia de encarar el tema con un mínimo de seriedad
científica, la cuestión ingresó rápidamente en las agendas políticas
de los distintos países y grupos de países.
La
aparición de un “movimiento verde” que, por razones no muy claras, se
alineó más bien a la “izquierda” de los espectros políticos nacionales
-(cuando resulta evidente que hay muchos discursos ambientalistas que
son esencialmente “conservacionistas” y, por ende, conceptualmente
conservadores del statu quo)-, determinó que los partidos centristas y
de derecha estableciesen una relación de desconfianza relativa frente a
la posibilidad de ingresar la temática en sus respectivas agendas. En
la materia, precisamente, el caso de Polonia es paradigmático. En ese
país hay una convergencia explícita entre la más radical negación del
cambio climático -(que sostiene que el problema del calentamiento
climático no existe)- y la extrema derecha y el ultra-nacionalismo. El
tema es tan serio como que la “defensa” del carbón como fuente de
energía está siendo promocionada y comienza, incluso, a generar
movimientos y conferencias paralelas a las de los ambientalistas.
Es
más, en una versión apenas edulcorada del extremismo negacionista de
la extrema derecha, el gobierno polaco hará entrega en estos días a los
oficiales de NN.UU. de un documento solicitando que se inviertan
recursos en iniciar los estudios requeridos para garantizar el uso
futuro de algo que llaman “carbón limpio”.
Los
ejemplos de politización irremediable de la discusión abundaron en la
reunión que nos ocupa. En ocasión de la intervención del delegado
filipino, intervención cuyo dramatismo puede ser fácilmente comprendido
ante las aterradores consecuencias del tifón Haryan que arrasó con
dicho archipiélago, el delegado puso en el orden del día la temática,
casi emocional, de que los países contaminadores debían de compensar a
aquellos que sufrían los efectos de tifones o tormentas tropicales
aparentemente causadas por el calentamiento global.
En
segundo lugar, existe un elemento coyuntural que ha venido a agregarse
como dificultad suplementaria a un eventual avance en esta compleja
temática. La inevitable transición de las respectivas matrices
energéticas de los países se transformaría en legalmente obligatoria en
caso de que el tema llegase a culminar en un acuerdo internacional
efectivamente compartido y, huelga decir, dicha reconversión sería de un
costo altísimo. Aunque siempre se han manejado calendarios de
transformación energética gradual, es evidente que ello sólo permite
hacer algo más manejable un esfuerzo económico de gran escala. Con las
tres principales economías mundiales en crisis (los EE.UU., la UE y el
Japón), con la China, hasta hace poco la economía más dinámica y
próximamente la más grande, erigida en Gran Contaminadora del globo y
los países emergentes intentando sostener y prolongar un período de
bonanza relativa cuya duración es más que problemática, resulta
evidente que no hay ni país, ni grupo de países, con voluntad de liderar
el proceso que, por ahora, transcurre perezosamente en manos de
técnicos y burócratas del sistema multilateral. En otras palabras,
luego del primer empuje que tuvo lugar durante los primeros años del
siglo, no hay hoy fuerzas políticas dispuestas a empujar efectivamente
el tema en el escenario multilateral, por lo menos hasta que el vigor y
la sanidad de la economía mundial no se encuentren razonablemente
recuperados.
En
tercer lugar, la politización del tema de las eventuales medidas a
tomar ante la constatación de la existencia de un proceso de
calentamiento global de la atmósfera terrestre que mencionásemos en el
punto inicial, tuvo evidentemente, un efecto realmente devastador en el
necesario y insalvable esfuerzo de producción por la comunidad
científica de un conjunto teórico y empírico de explicaciones
racionales sobre lo que, efectivamente, está sucediendo en la atmósfera
terrestre.
Cuando
uno analiza los diferentes publicaciones especializadas en temas
afines al que nos ocupa y se advierte que la propia comunidad
científica se encuentra atravesada por los mismos clivages políticos
que cruzan a nuestras sociedades, el lector no puede dejar de advertir
que los intereses políticos, sociales y económicos han invadido
impunemente el terreno científico.
Desde
luego que todos sabemos –(baste recordar a Giordano Bruno y a
Galileo)- que las disputas científicas no transcurren en el empíreo e
impolutas de terrenales intereses, pero cuando uno lee en el “Journal of Physics”
D, Vol. 45, 445302, 2012, que la Oficina Meteorológica de Inglaterra
entiende que la temperatura media del globo no ha aumentado desde 1995
aunque los porcentajes de CO2 han subido sí exponencialmente. O cuando
uno accede a la información proporcionada por la investigación de dos
investigadores del MIT, Zhao Qin y Markus Buehel, que explican la
fragilización y el retroceso de los glaciales, precisamente por el
aumento del porcentaje de CO2 en la atmósfera, independientemente
de la evolución de las temperaturas promedio del planeta, no podemos
dejar de hacernos preguntas sobre la necesidad de una revisión general
de la manera en la que los actores internacionales y nacionales están
encarando el tema.
Para
comenzar, será necesario alejar la producción de los trabajos y los
resultados científicos de los intereses políticos y económicos del
momento: de lo contrario el tema en cuestión se transformará en algún
momento futuro en un punto muerto a partir del cual nos podemos
encontrar, efectivamente, con resultados realmente catastróficos.
LINK http://www.ort.edu.uy/facs/boletininternacionales/contenidos/177/editorialjavierbonillasaus166.html
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